BERULLE, PIERRE DE


Nacimiento y formación. Cardenal y teólogo francés nace en Serilly el 4 febrero de 1575 y muere en París el 2 octubre de 1629.Fundador del Oratorio en Francia. De familia de la nobleza togada, B. dio muestras desde su adolescencia de una decidida vocación religiosa, que provocó el disgusto de sus padres, deseosos de destinarlo a la carrera parlamentaria. Cursados sus estudios iniciales en diversos centros, entre ellos con los jesuitas en Clermont (hacia los que manifestaba gran inclinación y simpatía), completó su formación en la Sorbona. Ordenándose sacerdote (5 junio 1599) poco después de concluirse las guerras de religión en su país, la alta posición de que gozaba su familia en la corte de Enrique IV le granjeó desde el primer instante el afecto del dicho monarca, que le concedería la dignidad honorífica de limosnero real e intentaría en repetidas ocasiones elevarle al episcopado, desistiendo siempre de este propósito ante la férrea renuncia de B. Su clara percepción de las necesidades espirituales de la coyuntura religiosa francesa al término del gran conflicto que la desgarrara años atrás, así como su gran admiración hacia la S. Teresa le hicieron sentir la urgencia de introducir en Francia el carmelo español. Las dificultades que obstaculizaban en aquellos instantes la realización de la empresa eran muchas y de diversa índole. No obstante, B. logró finalmente, ver materializados sus deseos con la implantación en París de la primera comunidad femenina carmelitana (15 oct. 1604).
      Fundación del Oratorio. Una vez desechadas sus primitivas intenciones de ingresar en la Compañía de Jesús o en alguna otra orden, como la de los capuchinos, B., que siempre se había esforzado por dignificar la situación y el prestigio del clero secular, muy capitidisminuidos a consecuencia de las guerras de religión, pensó en que el aliento reformista que atravesara la existencia de todas las órdenes y congregaciones católicas durante el s. XVI podía plasmarse, con relación al sacerdocio secular, en un programa centrado «...en el cuidado particular y específico de amar y honrar íntima y singularmente a Jesucristo, Nuestro Señor...». Los proyectos de B. para crear una congregación sobre el surco trazado por la obra de S. Felipe Neri y en la que sus miembros, que sólo tendrían los compromisos sacerdotales, buscarían en la vida en común más un medio que un fin de la perfección y santificación individual y colectiva, contaron desde primera hora con el entusiasta apoyo de las grandes figuras de la espiritualidad gala de la época - tales como S. Francisco de Sales o Cesar de Bus-, como asimismo de la Corte y de los círculos nobiliarios y eclesiásticos. Renuente en un principio, Paulo V acabó por no regatear su aplauso y protección a la obra de B., a la que instituiría canónicamente por la bula Sacrosanctae romanae Ecclesiae (10 mayo 1613) con el título de Congregación del Oratorio de Nuestro Señor Jesucristo. Previamente, con el fin de reforzar la autoridad episcopal y también romana sobre sus miembros, impuso a éstos la formulación de un voto de obediencia a los obispos, aunque solamente en el ejercicio de sus funciones sacerdotales. La trayectoria inicial del Oratorio estuvo jalonada de una gran popularidad y de un vertiginoso y espectacular aumento de sus cuadros, a quienes, a raíz mismo de su fundación, les fue encomendada por numerosos prelados la dirección de los centros de formación y seminarios de sus diócesis. Muy pronto, el influjo del Oratorio llegaría a extensas capas de la población francesa, merced a los colegios establecidos por todo el país, cuyas novedades pedagógicas, centradas en la paulatina introducción del idioma francés en la impartición de las enseñanzas al mismo tiempo que en la particular atención dedicada al estudio de la Historia, obtuvieron una calurosa acogida.
      La doctrina berulliana y los orígenes de la escuela de espiritualidad francesa. La celebridad del Oratorio se edificó igualmente sobre otro sólido pilar: la obra publicística de su fundador. Para todos los estudiosos de la reforma católica en Francia, B. es considerado, con S. Francisco de Sales, como el máximo de sus artífices doctrinales al echar las bases, por medio de obras tales como Élevations a Jésus sur ses principaux états et mysteres, L 'état et la grandeur de Jésus, o su póstuma Vie de Jésus, etcétera, que le merecieron el calificativo de Urbano VIII de «Apóstol del Verbo Encarnado», de la llamada corriente teocentrista o «Escuela espiritual francesa», que tendría tras él eximios representantes y seguidores. La doctrina mística expuesta por B. en las principales de sus obras se articula en torno a la idea madre del teocentrismo. «Un agudo espíritu de nuestro tiempo - escribirá como exacta formulación de su pensamiento- ha pretendido mantener que el Sol, y no la Tierra, es el centro del mundo, que permanece inmóvil y que la Tierra proporcionalmente a su figura redonda se mueve alrededor del Sol. Dicha opinión novedosa, poco seguida en la astronomía, es, sin embargo, útil y debe ser seguida en la ciencia de la Salvación. Su acendrado teocentrismo no derivará nunca, a semejanza de las corrientes protestantes o jansenistas, hacia una postergación o degradación de la naturaleza humana: «Porque la naturaleza es de Dios nos dirá, la dejaremos sin arruinarla... Verdaderamente el hombre es un gran milagro; la más admirable y situación perfecta mezcla que exista en la naturaleza. Parece que Dios ha querido hacer en él un resumen de sus obras...
      No por ello B. incurrirá en ningún inconsistente angelito. Según su famosa frase, «el hombre es una nada capaz de Dios», que a fuerza de permanente adoración podrá acortar la inmensa distancia que le separa de su Creador; ante el cual su exclusiva misión es reconocerle como el único maestro, «como el verdadero centro para crear mundo». En este camino, el hombre encuentra un mediador, Jesucristo, Dios hecho hombre, por el que la humanidad ha sido consagrada, santificada, redimida. De ahí que la teología beruliana, al igual de la de S. Francisco de Sales, sea tan cristocéntrica como teocéntrica. La escasa relevancia dada, en contraposición a las doctrinas de sus maestros jesuitas, a los aspectos voluntaristas en la santificación humana y el gran papel concedido en ella a la Gracia hizo que, durante las ásperas disputas suscitadas años más tarde por la controversia jansenista, algunos de los adeptos de esta corriente tuvieran a B., en diversos aspectos de su espiritualidad, como maestro y guía. En tal circunstancia radicó, según sus panegiristas y ciertos historiadores, la causa de que Roma se opusiera a su canonización, como preconizaban amplios sectores del catolicismo galo de mediados del s. XVII. Como quedóle ya señalado, la estela del pensamiento beruliano en la espiritualidad francesa de la citada canturria fue extensa y prolongada. El nombre de sus epígonos más caracterizados basta para testimoniarlo: Condren, Juan Jacobo Olier, S. Juan Eudes, el propio Eossuet, etc. )
      En medio del mundo. La preparación y edición de sus obras no monopolizaron el quehacer del fundador deI Oratorio, envuelto siempre en el tráfago de las cuestiones temporales, por las que se mostraban más interesando los estamentos gobernantes de su país, y en las continuas polémicas que la efervescencia y poder creador de la religiosidad de la época, al mismo tiempo que el impacto y las múltiples dimensiones de su obra, provocaron. El más ruidoso de estos debates fue el mantenido con sus antiguos educadores, los jesuitas. Dado el campo de acción y escuela de tolado de los miembros del Oratorio, las tensiones y los conflictos con la Compañía de Jesús no tardaron en hacer su aparición, pese al gran afecto que profesara su fundador a los hijos de S. Ignacio. Terreno por esencia vidrioso, resulta inútil indagar el causante inicial del rompimiento; más que en anécdotas y en posturas individuales, sus motivaciones deben enmarcarse en un cuadro más amplio e impersonal. La estructura social de la Francia del momento, así como los derroteros por los que se canalizaban sus múltiples energías religiosas, comportaban, por su propia entidad, la inestabilidad de un choque, que entre ambas poderosas fuerzas espirituales, cuya irradiación competía en magnitud y popularidad. Años más tarde Richelieu, mediante una habilidosa iniciativa, acabó por hacer desaparecer viejos rencores y asperezas.
      Consejero íntimo de la reina María de Médicis y de Luis XIII, la participación de B. en los negocios públicos durante la regencia de la primera y en los años iniciales del reinado de su hijo fue intensa y decisiva. Mediador incansable en todas las disputas entre ambos, cuyas diferencias logró borrar en varias ocasiones, el influjo cortesano de B. alcanzó su hora cenital al ser comisionado a Roma para que, a través de sus negociaciones con el Papado, desembarazase a la monarquía francesa de los obstáculos que éste oponía al matrimonio de la infanta Enriqueta con el Príncipe de Gales, el futuro Carlos I de Inglaterra. Coronada con éxito su misión, B. acompañaría, junto con otros doce oratorios, a la infanta a Londres, con el encargo de que las condiciones favorables al catolicismo estipuladas en el contrato matrimonial no se vulnerasen, y con el lejano objetivo de lograr una reconciliación de la Iglesia anglicana con el Pontificado presionado por el valido de Carlos I, el omnipotente Buckingham, B. debió abandonar Inglaterra, desmoronándose tras su marcha toda la obra que pacientemente se afanara en construir. Regresado a París, B. volvió a sostener en la Corte su antigua política prehispánica, propugnando la alianza con Felipe IV para conseguir el triunfo sobre el protestantismo, tanto en el interior como en el exterior del reino. Reconocidos por sus numerosos desvelos a favor de la Corona, tanto María de Médicis como Luis XIII obligaron a B. a aceptar el capelo cardenalicio ( 1627).
      Su incesante actividad política en los últimos años de su existencia no le hicieron, sin embargo, abandonar sus tareas de impulsor y dinamizador de obras pastorales, alentando sin descanso la fundación de nuevas congregaciones o la renovación de las antiguas. En sus recomendaciones e instancias encontraría también Descartes un poderoso acicate para la puesta en marcha de su labor filosófica. Figura relevante del llamado «partido devoto» o «clan Marillac» - defensor de la vinculación con la monarquía católica y de aplastamiento manu militari del calvinismo francés-, B. tendría una destacada actuación en el rompimiento de Luis XIII con Inglaterra y en el asedio de Rochela. No obstante, su irreductible posición españolista había de conducirle finalmente al enfrentamiento con Richelieu, cuya introducción en la corte y mantenimiento como primer ministro había favorecido tiempo atrás. Tras minar su ascendiente en la corte presentándole como principal abanderado de la resistencia del estamento eclesiástico a conceder a la monarquía los fondos que necesitaba para sus empresas militares, Richelieu intentó alejarle definitivamente de París, mediante su nombramiento como embajador de Francia ante la Santa Sede. Cuando se aprestaba a asumir sus nuevas responsabilidades, B. moría repentinamente en París al celebrar misa, según el deseo que expresara en varias ocasiones.
     

BIBL. : A. MOLIEN, Bérulle, Pierre de, en DHGE, VIII, col. 1115-1135; ÍD, Le Cardinal de' Bérulle, París 1947; P. CHAUNU, La civilisation de l'Europe classique, París 1966 (punto de vista calvinista); R. MOUSNIER, Los siglos XVI y XVII, Barcelona 1958; C. TAVEAU, Le cardinal Bérulle maltre de vie spirituelle, París 1933; D. Rops, La Iglesia de los tiempos clásicos. El gran siglo de las almas, Barcelona 1959; M. HOUSSAYE, M. de Bérulle et les carmélites de France, París 1872; ÍD, Le pere de Bérulle et l'Oratoire de Jésus, París 1874; ÍD, Le Cardinal de Bérulle et le cardinal de Richelieu, París 1875; I. DAGENS, Bérulle et les origines de la restauration catholique, París 1952.

 

 

M. CUENCA TORIBIO.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991