BENEDICTINOS (Orden de San Benito)
ESPIRITUALIDAD
S. Benito no pretendió fundar 
        una e. particular; tampoco lo intentaron sus hijos. Con todo, en la 
        antigua y compleja familia benedictina se suele hacer hincapié en 
        ciertos medios conducentes a la perfección sobrenatural con preferencia 
        a otros. La concepción de la vida espiritual presenta características 
        bien definidas y muy constantes, que la hacen inconfundible. Sólo en 
        este sentido puede hablarse de e. b., que es una de las formas de la 
        espiritualidad cristiana y especialmente de la. monástica (V. MONAQUISMO 
        III).
              Los autores espirituales benedictinos no forman un bloque 
        monolítico, una escuela tan característica como, p. ej., la carmelitana. 
        Algunos, además, se han dejado influir excesivamente por otras 
        corrientes, como la devotio moderna (v.) o la escuela ignaciana, por lo 
        que no pueden ser considerados realmente representativos. Los más son 
        también hijos de su tiempo y acusan el impacto de otras formas de e. 
        entonces en boga, pero conservan muchos de los rasgos de la e. b.
              Sus representantes. En la base de ésta se halla, evidentemente, el 
        propio S. Benito (v.). Su Regla, si bien se mira, es mucho más un texto 
        espiritual que un código jurídico, como se ve al leer el prólogo y los 
        capítulos 47 y 1920, que tratan ex profeso de la vocación, los 
        «instrumentos de las buenas obras», las virtudes más propias del monje 
        benedictino, la ascensión espiritual y la oración. Pero toda la Regla 
        está dominada por la visión espiritual de su autor, que, si hemos de 
        creer a S. Gregorio Magno, fue un profeta en el sentido propio del 
        vocablo. Incluso en los capítulos que reglamentan los pormenores más 
        insignificantes de la observancia cenobítica, se hallan principios, 
        orientaciones y normas prácticas que nos revelan una manera muy personal 
        de entender la vida del espíritu. Esta e. de la Regla no pudo menos de 
        influir profundamente en quienes hicieron de ella la norma de su vida.
              Al lado de la Regla, hay que mencionar la Vida, esto es, el libro 
        segundo de los Diálogos de S. Gregorio Magno. este, además de trazarnos 
        la figura moral de un «hombre de Dios», nos describe el itinerario 
        espiritual de un monje fiel a su vocación; itinerario que va desde la 
        conversión hasta las alturas de la paternidad espiritual y la 
        contemplación mística.
              S. Gregorio Magno (v. GREGORIO VII) dio a las futuras generaciones 
        de b. algo más que un eximio ejemplo que imitar. Fue el gran maestro 
        espiritual de toda la Edad Media. Sus obras, sin excepción, fueron muy 
        leídas en los monasterios. En todos los problemas que pueden presentarse 
        al alma en su búsqueda de Dios, el PapaMonje es a la vez testigo 
        autorizado y guía seguro de la tradición espiritual a cuya formación 
        tanto contribuyó.
              Entre la multitud de escritores b. medievales, merecen especial 
        mención desde nuestro punto de vista: Ambrosio Autperto, Hildemaro, S. 
        Odón de Cluny (v.), Juan de Fruttuaria, Juan de Fécamp y, más 
        particularmente, S. Anselmo de Canterbury (v.), Pedro el Venerable y 
        Pedro de Celle. Entre las monjas b., S. Hildegarda y las tres místicas 
        de Helfta: Matilde de Magdeburgo, Matilde de Hackeborn y la gran 
        Gertrudis de Hackeborn. A partir del Renacimiento, los escritores 
        representativos son mucho más escasos y menos puros: Juan Tritemio, 
        García de Cisneros (v.), Luis de Blois, tan leído en España bajo el 
        nombre de Blosio (v.), Agustín Baker, A. Calmet, J. Mége, J. Mabillon y 
        algunos más. Felizmente, en el progresivo movimiento de retorno a las 
        fuentes que caracteriza la restauración monástica moderna, los 
        representantes de la e. b. volvieron a ser abundantes: P. Guéranger, P. 
        Delatte, C. Butler, J. Chapman, Columba Marmion (v.), I. Herwegen, G. 
        Morin, etc. En esta enumeración, se omiten los autores cistercienses 
        (v.) que tienen artículo propio.
              Sus fuentes. Como toda e. católica, la benedictina se alimenta en 
        la S. E. y en la liturgia. Pero es característico el uso que hace de 
        ambas fuentes; cuantitativa y cualitativamente, la Biblia y el culto 
        litúrgico ocupan en ella un lugar incomparable.
              El monje escucha largas lecturas de la Biblia en la iglesia y en 
        el refectorio; lee y medita su texto o sus comentarios durante varias 
        horas diarias. Es lo que S. Benito llama la lectio divina. La Palabra de 
        Dios constituye, según la Regla, el alimento principal y más abundante 
        de su alma. Pero, además, S. Benito tiene sumo cuidado en inspirarse en 
        ella al establecer cada una de las grandes o pequeñas observancias de la 
        vida cenobítica. No es, pues, de extrañar el apego de los b. a la 
        Escritura; han cultivado con amor su estudio científico y espiritual, 
        han propugnado su lectura en lengua vulgar por todo el pueblocristiano, 
        incluso en épocas en que tal proposición parecía herética; pero, sobre 
        todo, sus autores espirituales representativos están realmente saturados 
        de citas, de reminiscencias y, sobre todo, del espíritu de las 
        Escrituras.
              La diaria celebración de la liturgia ocupaba unas cuatro horas y 
        media en el monasterio de S. Benito; en la inmensa mayoría de los 
        cenobios medievales, casi todo el día y parte de la noche; 
        afortunadamente, más tarde se volvió a proporciones más humanas. Hoy, la 
        liturgia, patrimonio común de todos los cristianos, sigue ocupando las 
        mejores horas del día benedictino. En este contexto, se ve bien claro 
        que no es casual que el movimiento litúrgico haya tenido origen en los 
        monasterios benedictinos y que sean b. muchos de los modernos estudiosos 
        y vulgarizadores de. la liturgia, como Guéranger (v.), Beauduin (v.), 
        Herwegen, Casel (v.), etc.; ni que sus escritos de e., paralelamente a 
        lo que, sucede con la Biblia, estén impregnados de lo que sus autores 
        vivían diariamente en la iglesia monasterial (V. LITÚRGICO, MOVIMIENTO).
              Tampoco es casual que los b. medievales copiaran, y los de épocas 
        más modernas editaran pulcramente, los textos de los Padres de la 
        Iglesia. Es una constante de su e. la devoción a los escritos 
        patrísticos, a la literatura cristiana antigua y en particular a la 
        monástica. Orígenes, Basilio, Agustín y muy especialmente Casiano han 
        colaborado con S. Gregorio Magno a la plasmación de esta e.
              La vida ascética. Pese a sus posibles adaptaciones a otros estados 
        de vida, la e. b. es esencialmente una forma de e. monástica. Es+.o 
        implica, entre otras cosas, que dé gran importancia a la ascesis: la 
        renuncia, la abnegación, el esfuerzo constante por realizar la total 
        purificación del alma.
              Por lo que se refiere a austeridades corporales, los b. se atienen 
        al legado de la tradición monástica primitiva: ayuno, abstinencia, velas 
        nocturnas, silencio. Estas privaciones ayudan mucho al dominio propio. 
        Otras penitencias corporales directamente aflictivas, no son propias de 
        la e. b. S. Benito imprimió al ascetismo una nota de «discreción», de 
        humanidad, reconocida por todos.
              La proverbial discreción benedictina, sin embargo, no se debe a 
        una falta de generosidad: es medida, equilibrio, discernimiento en 
        determinar lo mejor posible, en la elección de los medios más apropiados 
        y en su ordenación al fin que se pretende alcanzar. Ahora bien, la 
        austeridad corporal está sobre todo al servicio de renuncias más 
        internas y esenciales. Lo que realmente importa es el ascetismo 
        espiritual. En esta materia, S. Benito es radical. Ya en el s. VIII 
        estimaba Pablo Diácono que el Patriarca castiga de tal modo al hombre 
        interior que ya no se puede ir más allá. La renuncia a la propia 
        voluntad, la obediencia exterior e interior, la humildad, son las 
        virtudes básicas de la ascesis benedictina. Humilitas tiene en la Regla 
        un sentido mucho más amplio y profundo que el que se le suele atribuir 
        modernamente: implica la renuncia más completa y la fiel imitación de 
        Cristo. Bajo el título De humilitate, el capítulo VII de la Regla 
        presenta todo el ascetismo del monje como un esfuerzo por seguir a 
        Cristo hasta lo más hondo del anonadamiento; y esto, paradójicamente, 
        constituye su ascensión espiritual; la humilitas reviste formas 
        concretas, que forman otros tantos peldaños; por ellos el monje, 
        simultáneamente, baja hasta la abnegación más radical y sube hasta las 
        alturas más sublimes de la perfección sobrenatural. Este capítulo de la 
        Regla ha sido considerado por toda la tradición benedictina como la base 
        de su ascetismo y en esta escuela se forjaron los grandes monjes del 
        pasado.
              La unión con Dios. La escala de la humilitas conduce al monje a la 
        caridad perfecta, al apaciguamiento definitivo de las pasiones, la 
        apátheia de los antiguos, a la contemplación, a la vida mística. Desde 
        este momento la unión con Dios se intensifica y puede llegar a los 
        grados más elevados.
              La e. b. es monástica y, por consiguiente, contemplativa. En todos 
        los estadios de la ascensión espiritual concede a la oraciónun lugar 
        realmente central. La oración, en su doble aspecto comunitario y 
        privado, es la vida misma del monje.Una de las características más 
        constantes de la e. b. a lo largo de los siglos es el singular aprecio 
        en que se ha tenido el Oficio divino y la liturgia en general. Incluso 
        en épocas en que no se vivía de la liturgia, se cumplía materialmente el 
        precepto de la Regla: «nada se anteponga a la obra de Dios» (Oficio 
        divino). Pero los representantes de la tradición benedictina no suelen 
        distinguir netamente entre oración pública y privada; las consideran más 
        bien como dos tiempos de una misma realidad: la «oración continua», el 
        ideal que debía procurar realizar todo monje, La oración privada o 
        «secreta» se distingue, sobre todo, por dos rasgos característicos: se 
        inspira muy naturalmente en la Biblia y en la liturgia, y, amante de su 
        libertad bajo el soplo del Espíritu, rechaza los cauces o trabas de 
        cualquier clase de método. Con razón se ha escrito que el método 
        benedictino de oración consiste en la ausencia de todo método.
              Al mismo tiempo que fuente de oración, la lectio divina es 
        considerada como la respuesta de Dios a la oración del monje. Esta idea, 
        que se halla ya en S. Cipriano y S. jerónimo, fue adoptada con amor por 
        la e. b. Los textos de la Escritura que el monje escucha, lee o medita, 
        constituyen para 61 un mensaje personal. A través de su Palabra escrita, 
        Dios habla especial y concretamente al monje. De esta manera, oración y 
        lectio divina vienen a ser las dos partes que alternan en un verdadero 
        diálogo entre Dios y el alma.
              Gracias a la fidelidad a este diálogo interior en la fe y el, 
        amor, el alma va penetrando en la intimidad de Dios. Pero los 
        representantes auténticos de la e. b. no nos dan una exposición precisa, 
        minuciosa, de los grados de oración ni del progreso del alma en su unión 
        con Dios. Describen la unión mística sirviéndose de temas, imágenes y 
        alegorías tomados del Cantar de los Cantares o de otros libros de la S. 
        E., raras veces de otras fuentes; pero no la someten a un análisis 
        riguroso. Más que describir la realidad, intentan suscitar su deseo.
              Sentido escatológico. En esta materia, como en todo, la e. b. se 
        caracteriza por su aspecto escatológico. Así, uno de los temas más 
        corrientes en las obras representativas de esta e. es el del Paraíso. 
        Consideran la vida monástica como la restauración del estado en que el 
        hombre fue creado. El monje va penetrando más y más en este estado 
        paradisíaco según la medida de su fidelidad a los deberes que le impone 
        su vocación. El dominio de la concupiscencia, la paz consigo mismo, la 
        armonía con el resto de la creación y, sobre todo, la íntima amistad y 
        conversación con Dios, iue son los grandes bienes propios del Paraíso, 
        los posee el monje especialmente cuando alcanza las cumbres de la 
        contemplación. Con todo, el «Paraíso del claustro» no es más que una 
        anticipación, muy imperfecta, del Paraíso definitivo de la Jerusalén 
        celestial. Los monjes no sólo lo saben, sino que lo experimentan. Y 
        conciben la contemplación, en este mundo, ante todo como un deseo de la 
        contemplación perfecta, de la visión divina en el cielo; un deseo 
        alimentado por el amor y al que el amor ofrece un principio de 
        satisfacción. Pero sólo un principio, un ligero ensayo de la unión 
        total, que estimula al alma a desear más y más. V. t.: ESPIRITUALIDAD; 
        MONAQUISMO; CISTERCIENSES.
              
              
 
GARCÍA M. COLOMBÁS.
BIBL.: C. J. PEIFER, Monastic Spirituality, Nueva York 1966; I. WINANDY, La spiritualité bénédictine, en J. GAUTIER, La spiritualité catholique, París 1956, 1336; P. DE PUNIET, La spiritualité bénédictine, Praglia 1931; PH. SCHMITz, Histoire de i'Ordre de saint Benoit, 2 ed. Lieja 194856; J. LECLERQ, Cultura y vida cristiana, Iniciación a los autores monásticos medievales, Salamanca 1965; ID, La vida perfecta, Barcelona 1965; U. BERLIÉRE, L'ascése bénédictine, París 1927; F. VANDENBROUCKE, La morale monastique du XI' siécle, LovainaLille 1966; L. BOUYER, Le sens de la vie monastique, París 1950; C. MARMION, Jesucristo, ideal del monje, Barcelona 1955.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991