BARROCO
Arte
Etimología. El origen y
etimología de la expresión son inciertas. (La tesis del filólogo J.
Corominas se expone más adelante, v. II). Su denominación es moderna y a
partir del s. XV ha ido acumulando tal cantidad de contenidos semánticos
que hace aún más confusa su significación. En lo que se refiere a la
etimología, algunos autores, entre los que se encuentran B. Croce, la
hacen derivar de una de las figuras del silogismo baroco, mientras que
otros encuentran su significación más exacta en la palabra portuguesa
barroco (en castellano barrueco), cuyo significado es perla irregular.
En ambos casos, hace referencia a los fenómenos juzgados como
desmesurados y extravagantes en relación con el clasicismo. De todos
modos, y a pesar del célebre libro de H. Wd1fflin, Kunstegeschichtliche
Grundbegrif fe (1915), el término siguió siendo, en cierto modo,
exótico, ya que en 1934, como decía Eugenio D'Ors, cuando, en aquel año,
se 'anunció en Ginebra una conferencia titulada «Giambattista Vico,
filósofo barroco», tal empleo parecía una «audacia traslaticia».
Historia semántica. Estos simples apuntamientos nos obligan a
pensar en una turbulenta historia semántica del término b., turbulencia
que tiene dos vertientes: una, la evolución de su significación y
alcance; otra, su contenido. Es el mismo D'Ors quien apunta,
acertadamente, la importancia decisiva que, en y para la primera
vertiente, tuvieron, entre 1920 y 1930, las «Décadas» coloquiales en la
abadía cisterciense de Pontigny. Necesariamente, la primera aportación
de estas rencontres tenía que ser la valoración rectificadora del libro
de Wólfflin, el cual, si bien contrapone, de manera clara y decisiva,
los conceptos clásico y b., formulando la ley de una cierta alternancia
rítmica, la misma amplitud de la materia, sobre la cual reflexiona,
limitada sólo a las artes plásticas, le impide señalar, con toda
nitidez, no sólo la comprensión de los conceptos, sino también sus
límites cronológicos, atraído por la aparente oscilación bipolar, sin
advertir que en cada manifestación polar de uno u otro concepto hay una
«acentuación», como dice Teilhard de Chardin en Herencia y progreso
(1945), que distingue una manifestación del espíritu humano de aquella
semejante que la engendró, al tiempo que le da personalidad y entidad
propias. La aportación original de Wólfflin fue, ciertamente, señalar la
raíz hispánica de la autenticidad barroca, tesis que no sólo echó
raíces, sino que fue seguida por algunos romanistas como Leo Spitzer,
Vossler y, en parte, Curtius.
Sería injusto no precisar que, sin la concepción pendular, bipolar
de Wólfflin, no se habría podido pasar, en los coloquios de Pontigny, de
una acepción nominalista de b. a otra como constante. Según D'Ors:
«Antes de Pontigny se creía: primero, que el Barroco es un fenómeno cuyo
nacimiento, crecimiento, decadencia y muerte se sitúa en la historia
hacia los siglos XVII y XVIII, y que sólo se produjo entonces en el
mundo occidental. Segundo, que se trata de un fenómeno exclusivo de la
arquitectura y de algunos departamentos de la escultura y de la pintura.
Tercero, que nos encontramos, con él, en presencia de un estilo
patológico, monstruoso y de mal gusto. Y cuarto, que lo que lo produce
es una especie de descomposición del estilo clásico del Renacimiento...
Hoy, a los ojos de la crítica, esas fórmulas parecen progresivamente caducadas. Tiéndese más cada día a creer que: primero, el Barroco
es una constante histórica, que se vuelve a mostrar activa en épocas
recíprocamente lejanas, como el Alejandrinismo lo está de la
Contrarreforma, o ésta, del periodo llamado Fin de Siglo, es decir, del
momento terminal del xix; por otro lado, esta constante se ha
manifestado en las regiones más diversas, tanto en Occidente, como en el
Oriente. Segundo, la tal constante interesa, no sólo al arte, sino a la
entera civilización, y hasta, por extensión, a la morfología natural...;
y cuarto, lejos de proceder de lo clásico, lo Barroco se opone a él, en
una contradicción, más fundamental todavía que la del Romanticismo».
(Diccionario literario, I, Barcelona 1959, 5862).
Contenido del barroco. Sería necesario fijar los términos
cronológicos entre el último tercio del s. XVI y los tres primeros
cuartos del XVII, con oscilaciones, a veces notables, en los distintos
países, sin que pueda creerse en un predominio absoluto, pues Tintoretto
coincide con Cáravaggio y todo el caravaggismo. Ahora bien, si está
claro que la fuente diseñada por Bernini, las fachadas de Borromini o
Neumann semejando olas, y el fauno de Puget, en forma de árbol,
retorcido, son ejemplos barrocos, los criterios estilísticos, sin
embargo, no son siempre utilizables para las letras. Ninguna unidad de
criterio es posible sin la confrontación de formas. Bernini, al afirmar
que «el hombre es tanto más semejante a sí mismo cuanto más se mueve»,
nos invita a medir con un mismo criterio estilístico plasticidad y
humanismo. Gracián nos describe al hombre como constante cambio, con lo
que concuerda con Montaigne, que considera la criatura humana como un
juguete en manos de los dioses, el homo bulla de Erasmo. De' aquí la
angustia y el sentimiento agudo de la inconstancia de todo, lo que nos
explica la aparición en la tragicomedia del personaje de las cien
máscaras: Proteo. El b. no sólo es apariencia cambiante, es también
forma de vida. El b. es la época áurea de los moralistas, los cuales
construyen al hombre como si fuera una iglesia barroca; la virtud
aparente sustituye a la interior, se justifican todas las formas morales
de disimulo, el parecer importa más que el ser; el pavo real,
protagonista del célebre apólogo de Gracián, es el símbolo ejemplar de
la época. Contemporáneo de Gracián, Torcuato Acetto escribió, en 1641,
en Nápoles, un tratado sobre Della simulazione onesta.
El b. europeo, en general, coincide con la depresión económica del
s. XVII y la crisis social en la que la sociedad burguesa es suplantada
por otra de tipo agrario y señorial. La guerra de los Treinta Años (v.)
marca un estallido de dos tendencias antagónicas: _de un lado, los
partidarios del orden tradicional que pretenden imponer los ideales de
la Contrarreforma; y de otro, los países protestantes del Norte apoyados
por la Francia del card. Richelieu que propugnan una organización del
Imperio bajo principios difundidos por el Renacimiento, es decir,
racionalisma, un cierto movimiento nacionalista y un equilibrio
mecanicista entre los Estados independientes. El nuevo orden europeo
creado por la paz de Westfalia abandona la concepción jerárquica y
organicista tradicional (la monarquía hispana), y la sustituye por un
mosaico de Estados independientes.
El marqués de Lozoya dice que «el Barroco lusohispánico es el
resultado de la síntesis de dos factores contradictorios: la pobreza y
el anhelo de magnificencia». El ideal sereno del Renacimiento se vio
interrumpido por la revolución religiosa que supuso el protestantismo.
Históricamente, en España puede servir de punto de partida del b. la
coincidencia cronológica (1568) que marca el viraje de la política de Felipe II, en respuesta a la presión calvinísta e
islámica, creando un reducto que tenía como foco a Castilla como
elemento diferenciador de la Europa moderna, y la construcción por
Vignola de la iglesia jesuítica del Gesú. El b. en la España del s.
XVIII es, según define D'Ors, «una constante histórica» cuyo
florecimiento estuvo condicionado por la tensión espiritual del país en
la lucha por los ideales ecuménicos. Sin embargo, visto en la
perspectiva de Europa, el b. representa una «crisis de sensibilidad».
La trayectoria internacional española en el s. XVII (imperialismo
de Olivares, derrota de Westfalia) encaminan hacia una actividad
publicista en la que se acomete el tema de la significación de los
ideales hispánicos en Europa. Hay una primera etapa de optimismo «austracista»
que se refleja en la generación de 1635 representada por Guillén de la
Carrera, Céspedes y Meneses y Pellicer, que exaltan los ideales
hispánicos en el momento crucial de la guerra de los Treinta Años y
preconiza la monarquía universal representada por la casa de Austria
bajo los auspicios del Papado y el Imperio. Después se efectuará un giro
hacia una postura realista que aceptará el orden resultante de Westfalia,
es decir, el equilibrio de los Estados europeos frente a principios de
orden superior preconizados por España. El fracaso de estos ideales de
magnificencia espiritual provoca una crisis y un repliegue de España
sobre sí misma que se hace patente en todas las manifestaciones de la
vida española. El b. popular y conservador opone el empirismo a la
especulación renacentista. En la segunda mitad del s. xvii, un pequeño
grupo de españoles toma conciencia de la ausencia de España en el
nacimiento de la ciencia moderna. Recibirán el nombre de novatores.
V. t.: MODERNA, EDAD I y III.
J. VILA SELMA.
BIBL.: I. M. JOVER, Historia de una polémica y semblanza de una generación, Madrid 1959; E. D'ORS, Lo barroco, Madrid 1952; V. TAPIE, Le Baroque, París 1961; Estudios sobre el Barroco, «Rev. de la Univ. de Madrid» XI (1962) 4243; J. M. LóPEZ PIÑERO, La introducción de la ciencia moderna en España, «Rev. de Occidente» 37, Madrid 1966; H. WSLFFLIN, Conceptos fundamentales de la historia del arte, Madrid 1915.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991