Palas Atenea


Diosa griega, quizá la más importante deidad, después de Zeus, del panteón helénico. Su antiquísimo culto se remonta a los finales de la Edad del Bronce en tierra griega, a juzgar por la lectura de su nombre, junto a los de Zeus y Dioniso, en las tablillas micénicas (según M. Ventris-J. Chadwick, «Journal of Hellenic Studies», XXIII (1953), 84 ss.). Su personalidad de diosa virgen y guerrera se hace notar desde su nacimiento: como un símbolo de su virginidad futura, A. nace directamente de la cabeza de Zeus, y lo hace de una forma que definirá un aspecto de su personalidad, equipada de armas y rompiendo en atronador grito bélico. Interviene junto a Zeus en la lucha contra los gigantes. Las re- presentaciones de esta Gigantomaquia en los grupos escultóricos de los templos o en las pinturas de los vasos, hacen aparecer a A. siempre activa en la batalla. En el mismo sentido se manifiesta la diosa en la Iliada, apoyando sin cesar a los héroes aqueos con su inestimable consejo e incluso con su acción directa. Pero no es, a decir verdad, una diosa de la guerra a la manera, p. ej., de Ares, el dios Marte de los romanos; aunque portadora de armas, A. es la diosa de la sabiduría, y en ella el dominio de las artes bélicas es una faceta más de la inteligencia o del ingenio. Su acción viene a preconizar el triunfo de la inteligencia frente a la fuerza bruta, y su constante apoyo a los héroes en la adversidad simboliza la ayuda de la razón a la fuerza, al valor personal. Arma a Heracles antes de emprender éste sus doce trabajos, y le protege en diversos momentos de los mismos; en la Odisea, A. asiste siempre a Ulises en su accidentado regreso a Itaca tras la guerra de Troya.

Auténtica divinidad de la función inteligente del hombre, A. es la protectora de las artes y la filosofía. Por lo demás, toda invención útil para el hombre se atribuye a la diosa: el arado, la rueca y el telar, así como el carro de guerra o la cuádriga. El escultor, el músico y el cera- mista, lo mismo que el marino o el soldado, la hilandera o la bordadora, todos la tenían por su patrona. En los poemas homéricos, en efecto, se le califica de «experta en todas las artes».

Diosa benefactora, en paz y en guerra, de la comunidad política, A. era, por excelencia, la protectora de las ciudades. y entre todas, singularmente, de Atenas, cuyo nombre y el de la diosa hacen mutua referencia. El culto de A. en todo el Atica es muy antiguo. Según el mito, la región es propiedad de la diosa desde su célebre certamen con el dios de los mares Poseidón. En efecto, habiendo Zeus prometido la soberanía del país a quien proporcionase al mismo el don más útil, Poseidón abrió la tierra con su tridente y de ella surgió el caballo como invención del dios; A., por su parte, hizo brotar el olivo y ganó el certamen. Este tema de la invención del olivo ocupa un frontón del Partenón, el templo mandado construir por Pericles sobre la Acrópolis en honor de A. ( parthenos, virgen). Los relieves esculpidos por Fidias en el friso del templo nos describen evocadoras escenas de la gran procesión del pueblo ateniense a la Acrópolis con motivo de las Grandes Panateneas, las fiestas que cada cuatro años la ciudad celebraba en honor de su patrona: magistrados, jóvenes a caballo, muchachas portadoras de canastillas sagradas con lo necesario para el sacrificio, y el peplo sagrado con escenas de la Gigantomaquia, que las jóvenes de Atenas llevaban como ofrenda a la diosa.

En Beocia y Tesalia el culto a A. es también muy antiguo; y en el Peloponeso adquirió notable importancia, particularmente en Argos y Esparta. Constituye una primitiva manifestación del culto a la diosa la veneración popular a ciertas pequeñas tallas de madera de época muy temprana, que la representaban de pie, con lanza y escudo, y que la piadosa ingenuidad de las gentes creía caídas del cielo. Los atributos constantes con que representan a A. los escultores griegos, tan propensos a hacerla tema de sus obras son el yelmo, la lanza y la égida, el terrible escudo con la cabeza de la Gorgona que deslumbraba a quien lo mirase; suele representarse a veces la égida como una piel que cubre el hombro izquierdo y parte del cuerpo. Los romanos identificaron a A. con Minerva .

 

BIBL. : P. GRIMAL, Diccionario de la mitología griega y romana, ed. españ. revisada P. PERICAY, Barcelona 1966, 59-61; O. SEEMAN, Mitología clásica ilustrada, trad. E. V ALENTÍ, Barcelona 1960, 45-52; M. P. NILSSON, Geschichte der griechischen Religion, I, 2 ed. Munich 1955, 433-444; F. DÜMMLER, Athena, en RE II, 2, 1941-2020.

J. L. PÉREZ IRIARTE.

 

 

 

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991