ASIA. HISTORIA DE LA IGLESIA.
En A., en su parte más próxima
al Occidente, se desarrolló toda la historia del Pueblo de Israel, y en
A. también, en Palestina, y tierra de Belén, nació Jesucristo, el
fundador del cristianismo y de nuestra Iglesia. Es una particularidad
que no olvidan muchos orientales, en sus quejas contra el modo general
de proceder de la Iglesia occidental, cuando nos recuerdan y nos
reprochan que Jesucristo fue un asiático, habló en arameo, y los
occidentales han hecho de Él un occidental. No conviene olvidarlo cuando
se trata de integrar en el catolicismo, o cristianismo en general, las
culturas de muchos pueblos orientales.
Jerusalén constituye la primera etapa del desarrollo evangélico:
«Seréis testigos míos en Jerusalén» (Act 1, 8), y efectivamente en
Jerusalén comenzó a vivir la primera comunidad cristiana (v. CRISTIANOS,
PRIMEROS). En Jerusalén (v.) asimismo se congregaría el primer concilio
ecuménico de la cristiandad, cuando se trataba de integrar, en la nueva
organización eclesiástica, también a los pueblos de la gentilidad. De
Palestina pasaría el cristianismo a otra región asiática, a la de Siria,
con un centro de tanto relieve como el de Antioquía (v. ANTIOQUÍA DE
SIRIA V), donde tanto S. Pablo como algunos otros Apóstoles montaron su
centro de operaciones para la evangelización del Asia Menor. Allí
nacieron y vivieron, en los primeros siglos, las primeras Iglesias o
Comunidades cristianas (v. ASIA MENOR). Y una buena parte de la
actividad de los Apóstoles y sus inmediatos sucesores habría de
desarrollarse asimismo dentro del continente asiático. Siguió el
desarrollo progresivo y floreciente en toda el Asia Menor, hasta que, a
principios del s. IV, se catalizase toda la vida cristiana en torno a la
capital del Imperio y a la Iglesia y Patriarcado de Constantinopla (v.
CONSTANTINOPLA III).
1. La penetración hacia el interior. Prescindimos aquí, pues se
trata más ampliamente en el artículo de la Iglesia malabar (v.) y del
cristianismo en la India (v.), del apostolado personal del apóstol S.
Tomás (v.) con los indios, actuales cristianos malabares, conocidos en
la historia con el sobrenombre de cristianos de S. Tomás. En todo caso,
parece que el cristianismo hubo de establecerse en la misma India desde
los primeros siglos de la Iglesia, al menos ya consta a partir del s. Iu.
En cambio, sí que nos quedan datos más objetivamente históricos de esa
primera penetración del cristianismo desde el Asia Menor hacia el
interior. Nos referimos concretamente al llamado reino de Osrhoene. Este
reino no quedaba propiamente dentro del Asia Menor, ni pertenecía en un
principio al Imperio romano, pero sí tuvo una gran conexión con ambos.
Estaba ubicado entre la Mesopotamia, Armenia y Siria, y fue ciertamente
de los primeros territorios en abrazar el cristianismo. Su capital era
Edessa, que figura ya como cristiana en el cristianismo primitivo. Una
tradición muy antigua tiene como apóstol de estas Iglesias a S. Tomás.
La recoge ya el historiador Eusebio, y no puede ser recusada aunque
estén entremezclados algunos elementos de leyenda. Lo que sí puede
afirmarse históricamente es que a finales del s. II ya todo el reino de
Osrhoene, había recibido el Evangelio, entrando como tal en el
cristianismo, el primero, sin duda, como unidad política total. Para el
a. 201 había sido ya proclamado el cristianismo su religión de Estado.
La Iglesia edessana reconoce a Addai, discípulo de S. Tadeo, como el
verdadero fundador de estas Iglesias. Probablemente la primera
predicación la debió recibir desde Siria, aprovechando quizá las
numerosas colonias judías. De hecho, desde el s. III, la Iglesia de
Osrhoene quedaba ya dentro de la influencia siria, cuando su obispo
Palout, de Edessa, recibía la consagración episcopal de manos del obispo
de Antioquía. En la primera mitad del s. III, el reino de Osrhoene
pasaba a formar parte integrante del Imperio romano. Para fines del s.
iI consta que había ya varios obispos en este territorio, o al menos
varias cristiandades, aunque carecieran quizá de obispo propio.
Finalmente, de Edessa misma comenzaría a irradiar el cristianismo hacia
el reino Partho, donde ya existía en el s. III, y hacia Armenia a partir
del s. IV (v. PERSIA; ARMENIA).
Poco se conoce de esta Iglesia de Osrhoene de los s. in y iv.
Desde el s. v comenzó a estar trabajada por la herejía nestoriana,
contra la que se defendió valientemente el célebre obispo Rábula. Ya
antes había tenido que luchar contra otros diversos errores que
pretendían inocularse en la Iglesia de Edessa: barcesanitas, marcionitas,
arrianos, judíos y mesalianos. En el 604 los persas penetraron una vez
más en territorio bizantino, y Edessa vino a ser una de sus primeras
conquistas; y como ellos eran ya nestorianos, se apresuraron a colocar
sobre la sede Edessana a un obispo nestoriano. En el 640 se presentaron
los árabes y, como en otros territorios por ellos ocupados, vendría a
desaparecer el cristianismo. Actualmente Edessa de Osrhoene no es más
que un arzobispado titular. En todo caso, en el primitivo cristianismo
tuvo gran importancia e influencia la Escuela de Edessa, primero para
los nativos mismos de Osrhoene, y luego también para los persas. Se
llamaría incluso «Escuela de los persas», y lumbrera de la misma habría
de ser el conocido S. Efrén (v.).
Sobre la progresiva penetración del cristianismo en Armenia,
Persia y Mesopotamia, y Georgia o Iberia, véanse sus artículos
respectivos. Unas palabras tan sólo sobre el cristianismo primitivo en
la península arábiga. Por lo que se refiere a la antigua cristiandad de
Arabia, conviene distinguir una Arabia romana, y otra Arabia peninsular.
El nombre de la Arabia romana queda justificado no tanto por la posición
geográficopolítica, pues no pertenecía ciertamente a la Arabia
peninsular, sino por el hecho de habitar allí elementos árabes en buena
proporción. Su capital, Bostra, era un importante nudo de
comunicaciones, por donde habían de pasar las caravanas camino del golfo
Pérsico y del Oriente. Es natural que la predicación evangélica
aprovechara esta oportunidad, y que una vez evangelizada la región,
viniera a constituir una provincia o metrópoli eclesiástica, aunque en
sus repetidas reorganizaciones no es fácil delimitar los límites
exactos. No puede fijarse con exactitud la fecha del establecimiento del
cristianismo en esta Arabia romana. Sabemos que, después del asedio y
destrucción de Jerusalén el a. 70, los judíocristianos de Palestina se
refugiaron en Pella, una de las ciudades de la Decápolis; y es muy
posible que algunos de ellos irradiaran la luz del Evangelio en las
regiones vecinas, que pasarían más tarde a formar parte de la Arabia
romana. Pero no quedan pruebas documentales. Ciertamente, para
principios del s. ni había ya varios obispos en esta Arabia, de la que
se habla en el viaje de la peregrina Eteria (v.) cuando se dice que
quiso llegarse a Arabia para conocer el monte Nebo, donde murió Moisés.
Luego quedarían estas Iglesias integradas dentro del Patriarcado de
Jerusalén. ¿Qué decir de la Arabia actual, que hemos llamado la Arabia
peninsular? Por lo que se refiere a la región meridional, el historiador
Philosterge nos habla ya de una misión hacia el a. 356 llevada por el
arriano Teófilo de Dibons, en el país de los homeritas. Su población era
pagana, pero existía una minoría judía. Por ella comenzaría la
penetración cristiana en el sur de la península de. Arabia. Según el
citado historiador llegaron a levantarse iglesias en Safar, la capital;
en Aden, y aun en Ormuz, entrada ya del golfo Pérsico. No son muy de
fiar todos estos datos, por el afán del autor en enaltecer el apostolado
arriano. Pero debe aceptarse todo su fondo histórico. (v. ARABIA Iv y
v). Del Yemen actual, pasarían los primeros misioneros al vecino reino
de Etiopía ya en el continente africano. También consta de cristianos
aislados, no de Iglesias formadas, en la región central de la península
o Al Hijáz, donde había de tener su origen el mahometismo. Todo acabaría
con la aparición de Mahoma, que de hecho vino a cambiar en muchos
aspectos el curso mismo de la historia.
2. El cristianismo hacia el corazón del Asia. A partir del s. VII
comenzó una penetración del cristianismo hacia el corazón de A.,
siguiendo dos líneas de penetración: por el sur y por el centro. Los del
sur eran nestorianos monjes procedentes probablemente del reino de
Persia. En el 635 debieron de llegar a las primeras ciudades chinas del
sur, y desde allí comenzaron un despliegue hacia el norte, llegando
incluso hasta Pekín (v. CHINA VII).
No puede dudarse de que por toda el A. central existían
comunidades nestorianas bien arraigadas y organizadas, desde el golfo
Pérsico hasta Manchuria, algunas de las cuales eran cristianas en su
totalidad. Eran numerosos los turcos de rito caldeo, y estaban
esparcidos por toda el A. interior. Por eso existían diversas Iglesias o
diócesis con sus propios metropolitas y obispos, que eran elegidos y
consagrados por el mismo katholikós o patriarca, y luego enviados como
pastores propios de estas Iglesias. Es ello cierto con respecto a la
Iglesia malabar (v.) y para el resto de A. suelen citarse diversas
Iglesias, como las de Aljaligh, Tangut, etc. No eran estas Iglesias como
las malabares de la India, simples colonias de mercaderes, ni
cristiandades híbridas como las que se describen en la lápida de
SiNganfu (China), donde a los nativos chinos se agregaban muchos otros
sacerdotes y fieles de Persia. Las cristiandades del centro de A.
estaban formadas por agrupaciones homogéneas en las mismas poblaciones
nativas, sobre todo entre los nómadas o seminómadas de la raza altaica:
turcos, tártaros y mogoles. La actividad misionera debió de comenzar muy
pronto, en cuanto quedó ya constituida la Iglesia de Persia. A comienzos
del s. vi un obispo acompañado de otros siete sacerdotes marchaba a la
tribu de los hunos en la región del río Oxus; a comienzos del vii
estaban establecidos en la Transoxiana entre las tribus turcas, y desde
aquí ya iban extendiéndose hacia el oriente, acompañando comúnmente a
los mercaderes en sus caravanas. Estas cristiandades turcas se
desarrollaban bien ya desde el s. VIII, y muchos turcos cristianos
servirían como soldados mercenarios en los ejércitos chinos. A partir
del 1007 las tribus keraitas que habitaban en la Mongolia septentrional
comenzaron a abrazar colectivamente la religión cristiana, de modo que
para aquel tiempo podrían contarse cerca de los 200.000. Al mismo tiempo
recibían la fe las tribus Ongüt, en los límites entre Mongolia y China.
Ambas tribus, la Ongüt y la Keraita fueron derrotadas por Gengis Khan
(v.), cuando hizo la confederación mongólica con todos estos
territorios, y que nos dan pie para tratar luego de la actividad
cristiana con sus legaciones y misiones mongólicas. Faltan, ciertamente,
documentos para seguir toda la evolución de estas cristiandades
centroasiáticas, pero no podemos dudar de su existencia, pues se
conservan abundantes monumentos, que han ido descubriéndose a partir del
1890. Pertenecen a una época que debe colocarse entre 1249 y 1345, y de
ellos puede deducirse que existía una buena organización eclesiástica,
pues se citan expresamente: corepíscopos, periodeutes, visitadores,
sacerdotes, etc. También rectores de Iglesias, profesores de escuelas y
monasterios, etc. Las poblaciones se complacían en ser llamadas
cristianas, y diversas lápidas o estelas y monumentos dan fe de estos
datos, con inscripciones diversas, encabezadas siempre con el signo de
la cruz. Entre 1890 y 1930 se descubrieron más de 200 de estos
monumentos.
Al centro de A. han de referirse también las actividades
misioneras llevadas a cabo con los mogoles, una vez que el célebre
Gengis Khan llevó sus soldados desde el corazón de A., Karakorum y Pekín
o Khambaliq hasta casi el corazón de la misma Europa (V. MONGOLIA III).
El monstruoso Imperio mogol de Gengis Khan quedó dividido a su muerte
entre sus hijos en cuatro reinos o imperios distintos: Persia, Kiptziak,
Turquestán y China. El reino de Kiptziak (Horda de Oro) queda más bien
dentro de Europa, en Rusia y países limítrofes. El de Persia se localiza
en el territorio de su mismo nombre, y la misión que en él se organizó
trabajaba más con los separados que se intentaba volver a la fe
católica, que con los invasores mogoles, o con los mahometanos. Parece
que la misión vivió floreciente durante un siglo, pues sus khanes
tuvieron frecuentemente madres y esposas cristianas, inclinándose
durante algún tiempo más o menos al cristianismo. Finalmente cayeron en
un abierto islamismo, con espíritu fanático además. La misión católica
estuvo encomendada a los dominicos, que casi desde la fundación de su
Orden habían misionado con armenios, georgianos y caldeos. En 1318 se
establecía la jerarquía residencial en Persia con un arzobispado en
Sultanieh y seis obispados sufragáneos, cuyas sedes se designarían más
adelante. Les ayudaban algunos franciscanos, y en 1329 había en la
región persa 15 casas de dominicos y otras tantas de franciscanos. Pero
en 1349 no quedaban en la misión más que tres dominicos. La Peste Negra,
que arreció sobre todo de 1348 a 1350, y luego la tempestad bélica del
gran Tamerlán, arrasaron las misiones católicas de Persia. Aquí trabajó
la llamada Sociedad de Hermanos o Frailes Peregrinantes. Los centros
principales de misión fueron en estos tiempos Tabriz, Maragah,
Dehiterkan, Sultanieh y Sivas. También aparecerían Tiflis en Georgia, y
Quilón en el sur de la India (V. ARMENIA III y IV; CHINA VII).
Reino de Turquestán. Pocos datos se tienen, y muy confusos, de
toda esta región, en parte debido a que durante todo un siglo se debate
en medio de revoluciones que se siguen casi sin interrupción. Hasta 25
reyes distintos llegaron a ocupar el trono en ese siglo, y no pocos de
ellos acabaron asesinados. Sus reyes fueron musulmanes casi todos, pues
parece que el mahometismo era la religión más arraigada en la región
antes de la invasión y ocupación mogola. En el régimen eclesiástico
quedaba, sometido desde 1318 al arzobispado de Sultanieh. Las misiones
católicas siguen periodos de alternancia feliz o desgraciada, según que
los príncipes fueran amigos o adversarios de los cristianos. Misioneros
eran dominicos, y franciscanos. Se erigió en 1329 el obispado de
Samarkanda (Seminiscant de los documentos pontificios), capital del
reino por entonces, antes de que se trasladara a Almaligh. Su primer
obispo, el P. Mancasole, dominico. Los franciscanos fueron más bien
misioneros esporádicos, más como misión de paso para las que por
entonces iban a comenzar otros franciscanos, con Juan de Montecorvino
(v.), en China. Entre esos misioneros hubo uno español, el P. Pascual de
Vitoria, misionero en Almaligh. En 1339 una insurrección de los
mahometanos acabaríacon todos los misioneros. En cuanto a los
cristianos, no creemos que muchos pudieran sobrevivir a la invasión de
Tamerlán.
3. La penetración cristiana del siglo XVI. Esta nueva penetración
cristiana va íntimamente ligada a la acción de los Patronatos ibéricos,
sobre todo el de Portugal, en todas sus relaciones con el Extremo
Oriente: Indonesia, India, Indochina, Japón y China. Asimismo en parte
con el Patronato español, cuyas expediciones, procedentes de México,
establecerían su centro de colonización y de evangelización en las
Filipinas, y desde ellas irradiarían su acción a parte de Indonesia (v.)
actual, del Japón (v.), de China (v.) y de Indochina (v.), sin olvidar
Siam.
La responsabilidad principal recaería sobre el Patronato
portugués, teniendo en cuenta que para la obra de la evangelización
actuaba con comisión o delegación de la Santa Sede. Desde un primer
momento comenzaban su labor de evangelización los mismos capellanes de
las naos portuguesas, a los que seguirían en seguida nuevas levas de
misioneros, particularmente franciscanos, dominicos, agustinos y
jesuitas. El centro de operaciones estaba en Goa, que vino a ser la
capital de todo el Imperio portugués del Extremo Oriente. La acción
misionera tomaría particular relieve a partir de la llegada de S.
Francisco Javier (v.) a la India con los miembros de la recién fundada
Compañía de Jesús. En lo que es actualmente la India y el estado de
Pakistán, pueden considerarse diversas clases de misión. Primero la
actividad con los llamados Cristianos de Santo Tomás en la costa del
Malabar, donde se hizo canónicamente la unión con Roma en el sínodo de
Diamper, y se organizó una jerarquía latina, a pesar de ser una Iglesia
de rito oriental, con sede primero en Angamale y luego en Cranganor, y
cuyo primer obispo latino fue el jesuita español P. Francisco Ros. Luego
las misiones de la India oriental, comenzando primero por la
evangelización de los habitantes de la costa llamada de la Pesquería y
Cabo de Comorín, muchos de los cuales emigrarían hacia el interior y
región oriental, dando pie al establecimiento de diversas misiones: la
del Maduré, donde tendría lugar luego de comenzada la llamada
Controversia de los Ritos Malabares (v. MALABARES, IGLESIA II); la de
Marava, donde se distinguiría y moriría mártir S. Juan de Britto; la de
Mysore; la de Karnatic o Karnática; la de Bengala, donde con los
jesuitas trabajaron también franciscanos, agustinos y dominicos; y
finalmente la de Birmania. De la India se atendía asimismo a la isla de
Ceilán, cuya evangelización deberá ser considerada en tres periodos
sucesivos, el portugués de 1505 a 1658, luego el holandés, y
posteriormente el británico, hasta su independencia (v. CEILÁN III).
Dentro de la India, en la región más interior, la célebre misión llamada
del Gran Mogol, de la que fue héroe y fundador el español P. Jerónimo
Javier (Jerónimo de Ezpeleta y Goñi), sobrino de S. Francisco Javier,
misión establecida en 1595 tras dos tentativas fallidas anteriores, y
que se distinguió en sus principios por su actividad en la corte, con
pocos resultados por cierto. De ella partió el jesuita Bento de Goes, a
través del corazón de A., en busca del legendario Kathay (sería China),
y en relación con ella estarían unos primeros intentos de evangelización
de la región del Tibet. A la región de la actual Indonesia, puede
referirse en parte el apostolado ejercido en la península y ciudad de
Malaca, y la evangelización de las Molucas, con intervención de
misioneros del Patronato español radicado en Filipinas, y de las islas
de Java, Sumatra, C6lebes, islas de la Sonda, Borneo y Timor (v. art.
correspondientes). La misión del Japón fue iniciada por S. Francisco
Javier en 1549 y, tras un periodo de relativo esplendor, entró en una
época de persecuciones sangrientas con abundancia de mártires (v. JAPÓN
VII). China tuvo tentativas de evangelización por parte de misioneros de
ambos patronatos: agustinos, franciscanos y dominicos procedentes de las
Filipinas, y jesuitas del Patronato portugués, que al fin pudieron
adentrarse hasta Pekín bajo la dirección del italiano P. Mateo Ricci.
Unos 50 años después llegarían dominicos y franciscanos españoles desde
las Filipinas, y la diversa metodología empleada daría origen a la
Controversia de los Ritos Chinos (v. CHINOS, RITOS). Finalmente
misioneros lazaristas, y del Seminario de Misiones Extranjeras de París,
bajo la jurisdicción de la S. C. de Propaganda Fide.
4. En los siglos XIX y XX. Tras la decadencia temporal de la
actividad misional en las postrimerías del s. XVIII y primeros años del
xix, debida en gran parte a la doble controversia de los ritos chinos y
malabares y otras causas de malestar particular en Europa, a mediados
del s. XIX recomenzaba en A. una nueva actividad misional, sobre todo en la India y en China, y más tarde en el Japón,
sin olvidar Indonesia, que se ha ido desarrollando hasta nuestros días,
cuando se ha vuelto a sentir un handicap particular, a medida que muchos
de sus países han ido accediendo a la independencia.
A. SANTOS HERNÁNDEZ.
BIBL.: A. SANTos, Bibliografía Misional, II, Santander 1965, 273668 (con numerosas obras y artículos); G. CRESSEY, Asia's Lands and Peoples, 2 ed. Londres 1952, 597; J. SCHMIDLIN, Das gegenwürtige Heidenapostolat in Fernen Osten, III, Münster 1930; G. B. TRAGELLA, Panorami missionari d'Asia, Milán 1961, 281.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991