APOTEGMA


Con el nombre de Apophthegmata Patrum se designa una colección de sentencias (logoi) y de anécdotas (erga) que se refieren, en su mayor parte, a la vida eremítica que se desarrolló en el desierto de Escitia. Los principales representantes de esta vida monástica en los s. IV y V figuran en ella como testigos: S. Antonio Abad (v.), Arsenio, Juan Colobos, Macario de Alejandría, Poemen, Pambon, Hor, etc., sin contar numerosos anónimos. Con frecuencia la fórmula de introducción es ésta: «El anciano (geron) dice», de donde viene el nombre de Geronticon, Verba seniorum o Patericon.
      Los a. están representados en todas las literaturas antiguas: griega, latina, siriaca, copta, etíope, armenia y georgiana, las cuales, bajo formas divergentes, contienen más o menos el mismo fondo de sentencias y de anécdotas.
      Problema literario. Se supone que el texto griego está basado en la tradición oral copta. Sin embargo, el texto saídico (dialecto del copto) que poseemos es una traducción hecha del griego. Por eso, a pesar de los esfuerzos de Amelineau que reclama la prioridad para el copto, se considera unánimemente al griego como la fuente directa o indirecta de las otras versiones antiguas orientales. En los centros monásticos del Bajo Egipto, de los cuales los más conocidos son los desiertos de Escitia, de Nitria y de Células, se practicaba en el s. Iv lo que se ha convenido en llamar el semianacoretismo. La vida no estaba reglamentada por una estricta organización conventual. Para formar a los nuevos monjes, con el fin de paliar la ausencia de una pedagogía de la regla, la experiencia enseñó una pedagogía de la dirección espiritual. La autoridad de la regla se sustituye por la autoridad de la palabra del anciano. En esta atmósfera es donde ha nacido la literatura apotegmática.
      El a. fue en primer lugar una manera particular de expresarse, que practicaban los ancianos dotados del carisma dé la palabra. Estas palabras se repetían de celda en celda bajo la forma de una tradición oral. Poco a poco el éxito de este modo de enseñanza condujo a una fijación de esta tradición oral en un cierto -número de pequeñas unidades escritas. Es bastante verosímil que los a. citados por Evagrio o Casiano (v.) puedan darnos una imagen de lo que eran estas primeras unidades escritas. Pero bien pronto el número fue demasiado considerable para que su utilización continuara siendo práctica. Fue entonces cuando se realizó un primer reagrupamiénto de todas estas fuentes dispersas. Su fin era solamente reunir en un corpus único elementos que hasta entonces tenían una existencia autónoma.
      Tipos de colecciones. El primer reagrupamiento de los apotegmas, hoy perdido, ha dado origen a las colecciones bajo dos formas principales:
      a) La colección alfabético-anónima que, en una primera serie, contiene los logoi (con su autor) clasificados según el orden alfabético. La obra empieza por Antonio y termina por Hor. Realizó la primera edición J. B. Cotelier, en su obra Ecclesiae graecae monumenta, I, París 1677, 338-713, y fue reimpresa por J. P. Migne en PG 65, 71-840. En una segunda serie están reunidos todos los a. anónimos. Los 400 números de esta serie han sido editados por F. Nau en muchos fascículos de la «Rev. de 1'Orient chrétien», 1907-13.
      b) La colección sistemática, en la que el conjunto de los a. está metódicamente repartido en 22 capítulos (W. Bousset, sin embargo, admite como originales sólo los 19 primeros). Esta colección puede leerse en la traducción latina editada por H. Rosweyde (v. BOLANDISTAS) y reimpresa por J. P. Migne en PL 73, 851-1022. La forma griega de esta recensión se conoce por los manuscritos y un breve análisis de Focio (v.) (PG 103, 663-666).
      Es difícil responder a la pregunta de cuál fue originalmente el contenido de estos dos grandes tipos. Cada monasterio tenía su Geronticon, cuya calidad era apreciada según el número de palabras edificantes; y frecuentemente los monjes no sólo enriquecían su contenido, sino que también modificaban el tipo al que pertenecía anteriormente: tenemos, p. ej., una colección alfab¿ticoanónima derivada del tipo sistemático. El compilador de la colección en su estado actual ha anotado en un prólogo cuál fue su trabajo (PG 65, 73).
      Después de esta recopilación de tradición oral continuó alimentando esta literatura, pero su aportación se hizo cada vez más restringida. En adelante se comienzan a incorporar a la colección extractos de otras obras monásticas independientes, como p. ej. de Hyperequios, y más tarde de Isaías de Escitia, Daniel de Escitia, Juan Moschos y otros. La tradición oral primitiva ha perdido su carácter personal para venir a ser una literatura de edificación para uso de comunidades monásticas. Este cambio explica también por qué se designan con el nombre de a. diversas anécdotas edificantes, extractos de exhortaciones espirituales, relatos de cariz biográfico, de milagros, etc. Es preciso tener en cuenta esta evolución del género si se quiere comprender la originalidad de los a.
      Doctrina espiritual. A pesar de algunas extravagancias, los a. revelan una espiritualidad elevada. La vida cristiana aparece en ellos en su complejidad, en la variedad de sus usos y de sus tendencias y en su adaptación a las diversas clases. Sería un error intentar buscar una concepción de la vida monástica unificada, a través de las 1.600 piezas de la colección completa. Solamente la serie alfabética relata las palabras de más de 120 monjes, cuyas vidas se escalonan a lo largo de dos siglos aproximadamente. Un rasgo caracteriza, sin embargo, el espíritu de todas estas colecciones: los a. no son concebidos como un libro instructivo, sino como un libro útil. No se intenta hacer la didaskalia, sino la ofeleia. Es un libro esencialmente práctico que responde a la pregunta ¿cómo salvarse?; y la respuesta es que la salvación no reside en un conocimiento nocional, sino en la experiencia de Dios que proporciona una práctica esclarecida de la vida en el desierto. «Hablar de la fe y leer exposiciones doctrinales deseca la compunción del monje y la hace desaparecer, mientras que las vidas y las palabras de los ancianos iluminan el alma» (Manuscrito Coislin, 126, folio 293). Esta desconfianza respecto a toda especulación intelectual se manifiesta también en el uso que estos monjes hacían de la S. E.: no se debía considerar como un objeto de discusión, sino como la palabra de Dios a la que el hombre debe conformarse.
      Otro rasgo característico de los a. puede decirse que es la fe firme en la palabra del abad. Según K. Heussi (Der Ursprung des Mónchtums, Tubinga 1936, 164-168), el a., en su forma más pura, aparece como un carisma. En efecto, el joven hermano no irá a interrogar a cualquier anciano. Es llamado anciano (geron) o antiguo, «no aquel cuya cabeza está adornada de blancos cabellos», sino aquel que, habiendo adquirido por una práctica vigilante el don del discernimiento, está suficientemente experimentado para dirigir a algunos discípulos (cfr. Juan Casiano, Collationes, II, 13: PL 49, 543). La palabra abbas, padre, tiene frecuentemente el mismo sentido.
      Influencia. En la literatura monástica de los primeros siglos, los a. ocupan un lugar especial. Son distintos de la Histoire Lausiaque o Historia monachorum y de los tratados de la vida monástica. Pero, por otra parte, apenas hay escrito monástico que explícita o implícitamente no haya sacado partido de las colecciones de a. Si leemos las Conferencias de Casiano, las Didascalias de Doroteo de Gaza o el Prado espiritual de Juan Moschos, encontraremos citadas y comentadas numerosas palabras de los ancianos que provienen de las colecciones de a. A la vista de estos hechos se comprende sin dificultad la importancia de primer orden que les atribuyen los historiadores de los orígenes de la espiritualidad monástica. «Representan lo que podría llamarse el material bruto, a partir del cual se ha constituido la espiritualidad posterior o, como muy bien lo expresa una expresión inglesa: 'the monasticism in the making'» (J. C. Guy, en Théologie de la vie monastique, 82).
      Las colecciones de a. fueron traducidas y leídas tanto en los monasterios de Oriente como de Occidente. Sin duda, su influencia se dejó sentir más allí donde el monaquismo se encontraba en condiciones semejantes, es decir, en evolución, sin regla fija. Así se comprende la aparición de las colecciones análogas que utilizaban la propia tradición local. El Patéricon de Pecersk, del famoso monasterio de Kiev en Ucrania (trad. francesa de Maria Viktorovna, Kiev 1870) constituye su mejor ejemplo.
     
     

BIBL.: Ediciones griegas: Aparte de las ed. de J. B. COTELIER, J. P. MIGNE y F. NAU citadas en el texto ver también adiciones en R. GRAFFIN y F. NAu, Patrologia orientalis. 8. 164-181 y en E. C. TAPPERT, A Greek Hagiogical Manuscript in Philadelphia. «Transactions and Proceedings of the American Philological Association» 68 (1937) 264-276; Gerontikon, ed. griega de TH. DIONYSIATEs, Atenas 1961.

TOMÁS SPIDLIK.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991