Apostasía


I. Teología moral. II. Derecho canónico.

I. TEOLOGÍA MORAL. Etimológicamente del griego apo-istamai, afistamai, separación; incluye una cierta separación debida a una sustitución de algo por otra cosa, o de una persona por otra.

La apostasía en el Antiguo Testamento. La noción de a. y su enjuiciamiento moral, dependen de la noción de creer en el A. T., que se reduce a decir «amén», signo de asentimiento a Dios que es fiel a sus promesas a pesar de todas las apariencias en contra. Las dificultades del pueblo de Israel para creer, le vienen dadas de la dificultad para cambiar su vida nómada por una vida sedentaria; es la tentación proveniente de los pueblos limítrofes y sus dioses. Dios, sin embargo, no admite sustitución ni partición alguna (1 Reg 18, 21). La otra tentación, más peligrosa, es el apoyo en lo humano que le lleva a renegar de su fe en Yahwéh; Israel se esfuerza por apoyarse en la grandeza de los pueblos poderosos, para enorgullecerse de su propia fuerza y para calmar su temblor ante ellos. La historia del pueblo de Israel se entreteje con una serie de traiciones que motivan los desastres nacionales, atribuidos a su propia infidelidad. La predicación de una fe más pura, por parte de los profetas, irá dirigida contra esta a. de los orgullosos y de los pusilánimes (Is 2, 12-17; 30, 15 ss.; 7, 2; 8, 17).

La apostasía entre los primeros cristianos. Ya en tiempos de S. Juan comenzó a haber apóstatas, a los que el apóstol denomina anticristos (cfr. 1 lo 2, 18-19). En los siglos sucesivos, el problema de la a., con motivo de las persecuciones a los cristianos, tuvo una especial vigencia y fue el motivo de controversias doctrinales y disciplinaras. Era frecuente la a. por debilidad, por miedo, al arreciar la persecución, con el propósito de una posterior reconciliación con la Iglesia; es el caso de los llamados lapsi, cuya posible readmisión dio origen a una conocida controversia. Poco después, el sacerdote romano Novaciano provocó un cisma al renovar un error montanista, según el cual, la a., junto con el homicidio y el adulterio, era irremisible.

La apostasía en la Teología tradicional. El planteamiento de S. Tomás de Aquino está en el orden intelectual. Indica que la a. entraña un cierto retroceso de Dios que se actúa según los diversos modos con que el hombre se une a Él. Si se da una unión por la fe, se dará una a. por separación de la fe; asimismo, si existe una unión con Dios por la obediencia a sus leyes o por una entrega especial en el estado clerical o en las órdenes sagradas, se dará una a. en estas respectivas maneras de unirse con Dios. La a. en sentido estricto y absoluto se da en aquel que abandonó la fe y se define como a. de perfidia.

Para S. Tomás, la a., propiamente dicha, pertenece al pecado de infidelidad que «nace de la soberbia, por la que el hombre no somete su entendimiento a las reglas de la fe» (S. Th. 2-2 qlO al ad3). La infidelidad es calificada como el mayor de los pecados, ya que es «lo que más aleja de Dios, porque priva hasta de su verdadero conocimiento, y el conocimiento falso de Dios no acerca, sino que- aleja al hombre de Él» (ib. qlO a4).

El hombre apóstata se convierte, para S. Tomás, en un ser inútil y muerto. Como en la vida corporal, el miembro muerto, el apóstata infunde el desorden en la vida comunitaria a través de sus manifestaciones, movimientos retardatarios y de su voluntad proclive al mal. Por ello, con la pérdida de la fe, se convierte en un elemento de discordia y de separación para los demás (S. Th. 2-2 ql2 al ad 2). La a. adquiere, en este marco, un matiz de infidelidad agravada, que responde a las palabras de S. Pedro: «mejor les fuera no haber conocido la verdad que alejarse después de conocerla» (2 Pet 2, 21). Este planteamiento es recogido posteriormente por los autores tradicionales, hasta nuestros días (cfr. D. M. Prümmer, Manuale Theologiae Moralis, 1, 12 ed. Barcelona 1955, 363 ss.; A. Lanza - P. Palazzini, Principios de Teología Moral, II, Madrid 1958, 31 ss.).

La apostasía en la época moderna. Hoy, sin embargo, no puede plantearse esta cuestión como un mero problema intelectual. Es un problema de hecho, sociológico y masivo, a resolver en un orden más práctico. Los síntomas de sensibilización, en la esfera eclesial, aparecen en Pío XI al hablar de «apostasía de la masa obrera» (enc. Quadragesimo anno, no 54) preocupado porque «el ateísmo ha invadido ya grandes masas del pueblo» (Caritate Christi Compulsi, no 5). Es un hecho que ha motivado la preocupación de congresos y conversaciones entre cristianos y ateos: «en silencio, sin pronunciar una sola palabra, millones de personas han abandonado la Iglesia y el Cristianismo. Se han despojado de un traje que ya no nos cae bien. Han abandonado la Iglesia como si fuera una ruina, una tumba, un cementerio, adonde se acudirá alguna vez que otra por un motivo concreto, pero adonde no se puede habitar ni vivir» (F. Heer, El Ateísmo, ¿tentación o estímulo?, Madrid 1965, 186). Tiene, a la vez, caracteres de huida industrializada, la más monstruosa que nunca haya podido darse; en esta huida se halla instalada la más terrible maquinaria de la duda y de la a. (cfr. M. Picard, o. c. en bibl., 19 y 2 1 O).

La doctrina aplicada en la práctica, se concentra en el fenómeno del comunismo como factor principal de la a. actual. Pero ha de constatarse, no obstante, que la a. es un fenómeno tan importante, o más, en las sociedades en las que no rige el comunismo como sistema económico y social.

El conc. Vaticano II plantea la cuestión en el terreno práctico - intelectual; recoge el hecho de los profundos cambios producidos en la sociedad moderna que inciden en el pensar y actuar del hombre, incluso en el orden religioso, y que han producido una actitud de negación de Dios exigida por el progreso científico y por un cierto nuevo humanismo (cfr. const. Gaudium et spes, n. 4 y 7). Estas rápidas mutaciones, desordenadas, engendran en la persona un desequilibrio entre inteligencia práctica y pensamiento teórico que impide sintetizar el cúmulo de conocimientos actuales y que hacen nacer en ella una división profunda (cfr. ib., 8 y 10). No cabe duda de que a lo largo de la historia de la Iglesia se han dado movimientos de alejamiento masivo, por lo menos regional, debido a motivos semejantes a los actuales. El montanismo, el donatismo, los movimientos iluministas, nacieron de circunstancias anómalas humanas y pusieron como motivo de su alejamiento de la Iglesia razones afines: la Iglesia verdadera, las nociones del Espíritu, la legalidad jerárquica, etc.

En la a. moderna resulta difícil un enjuiciamiento moral recto. No se trata, para hallar la verdad, de recurrir a la definición tomista de verdad: «ensamblaje de entendimiento y objeto», sino a una nueva definición: «ensamblaje de entendimiento, y vida». Ha surgido una voluntad de vida que sitúa la vida vivida en su plenitud, en lo más alto de la escala de los valores midiendo todo, incluso a Dios, con este módulo. Según esto, «el distanciamiento personal» o bien, la «salud» o la «enfermedad», tomadas de lo vital, han sido elevadas a categorías con capacidad para medir todo y, sobre todo, las posturas religiosas. El hombre de hoy está convencido de que no tiene barreras si una educación fuerte moldea las costumbres humanas. Se halla gustosamente enfoscado en un mundo artificial, creado por él y para él. No es consciente del bombardeo corporal y temporal a que está sometido desde todas las posiciones y ofrece su libertad al profundo vasallaje de un vértigo continuo de sensaciones. «En este sentido físico del vértigo en que se siente el hombre zambullido, le es imposible calibrar el valor de la automación... y así llega a incurrir en un estado patológico colectivo» (G. Siegmund, o. c. en bibl., 12 y 65).

¿Qué remedios aplicar a esta enfermedad? Solamente una fe operativo, encaminada hacia la reafirmación de su personalidad, puede salvar al hombre, ya que «una fe auténtica en Dios es señal y expresión de una postura personal sana» (ib. 258).

 

BIBL.: S. TOMÁS DE AQUINO, S. Th., 2-2 ql2; G. SIEGIDUND, Fe en Dios y Salud Psíquica, Madrid 1966; M. PICARD, La huida de Dios, Madrid 1962; M. BELLET, Los que pierden la Fe, Madrid 1966; R. SCHNACKENBURG Y OTROS, Creer Hoy, Madrid 1967; R. GUARDINI, La fe en nuestro tiempo, Madrid 1965; H. DE LUBAC, El drama del humanismo ateo, Madrid 1967; J. PFMMATTER, Manual de Teología como Historia de la Salvación, Il, Madrid 1969, 985 ss.; L. DUFOUR, Grandes temas bíblicos, 2 ed. Madrid 1968, 132 ss.; A. BEUGNET, Apostasie, en DTC, 16021612.

 

G. ROSCALES OLEA.

 

 

II. DERECHO CANÓNlCO. En sentido teológico - jurídico, apóstata es el bautizado que voluntariamente rechaza toda la fe, de tal forma que si admite alguna verdad propuesta por la Iglesia como de fe, la acepta sólo en su dimensión natural y no como verdad revelada. El apóstata se diferencia del hereje en cuanto que, reniega no ya de una o varias verdades de fe, sino de todo el acervo de verdades reveladas, o lo que es igual, de la fe en su totalidad. En lo demás coincide plenamente con el hereje, por lo que remitimos al artículo HEREJÍA II para las cuestiones jurídico - canónicas.

J. ARIAS GÓMEZ.

 

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991