ANTONIO ABAD, SAN


Vida y obra. N. en Coma - la actual Quemans- junto a Heracleópolis, en la orilla izquierda del Nilo, en el Egipto central, hacia el a. 250, de padres patricios. Al fallecer éstos (270), confía su única hermana a una comunidad de vírgenes y, una vez distribuidos todos sus bienes entre los pobres, se retira a un lugar solitario para emprender una vida de anacoreta. Allí vive cerca de 20 años. Cuando tiene aproximadamente 35, lo encontramos en los montes Pispit, junto al mar Rojo, donde organiza una auténtica comunidad monástica con todos aquellos que desean seguir su ejemplo. Durante la persecución de Maximino (311) se encuentra en Alejandría, consagrado al socorro y consuelo de los mártires cristianos. Él, sin embargo, no llega nunca a ser encarcelado.
      Poco después abandona Alejandría y se establece en Colztum, a unas 30 millas de¡ Nilo, en un lugar totalmente aislado. Sus fieles discípulos del cenobio de Pispit continúan, sin embargo, buscando su nuevo paradero, hasta que lo encuentran. Hacia el 335, A. es requerido en Alejandría por el obispo Atanasio a fin de que combata a los arrianos. Enseguida vuelve a su retiro del mar Rojo. Durante los 15 últimos años de su vida A. accede finalmente a que dos de sus discípulos vivan con él, con la condición de que, una vez acaecida su muerte, no revelaran absolutamente a nadie el lugar de su sepultura. Su muerte se fija según la tradición litúrgica el 17 de enero. Según la leyenda su tumba fue descubierta el 565, y su cuerpo transportado a Alejandría y luego a Constantinopla (635). De allí sus reliquias serían transportadas a Occidente en el s. IX - X, primero a St. Didier-de-la-Motte, y luego a St. julien d'Arles (Francia) en 1491.
      La primera biografía del santo, escrita por el obispo Atanasio, coetáneo y amigo suyo, presenta un A. totalmente sencillo pero, al mismo tiempo, agudo y sutil contrincante en las polémicas con los herejes. En la Leyenda áurea se califica a A. de cándido asceta, «de espíritu sublime» «transportado a las alturas por los ángeles», cuya doctrina se puede resumir en las siguientes palabras: «Aquel que permanezca en la soledad y el sosiego, se verá liberado de tres batallas: la de oír, la de hablar y la de ver, y únicamente en una lucha se encontrará envuelto: la del corazón». Su vida, llena de prodigios y de luchas contra el demonio, le convirtió muy pronto en uno de los santos más populares de la Antigüedad.
      A. es el iniciador de un amplio movimiento espiritual en los primeros siglos del cristianismo. Se le consideró el Abad, es decir, el padre de los ermitaños, que a partir de mediados del s. III abandonan la vida mundana, en número cada vez mayor, para retirarse al desierto, en Egipto o en cualquier otro lugar. Allí viven aisladamente o en pequeños grupos, con un género de vida similar y prácticas comunes, pero sin una regla determinada. Las normas que estableció A. para sus Monasterios ofrecen múltiples analogías con la Regla de la orden benedictina, sobre la cual ejercieron indudablemente una profunda influencia. S. Jerónimo cita como obra de A. siete cartas, escritas en copto y traducidas posteriormente al griego. Estas cartas deben considerarse como perdidas. Las siete cartas - escritas en latín- que han llegado hasta nosotros, no parece que puedan ser identificadas con las citadas por S. Jerónimo. La única carta auténtica que se ha conservado, es la que envió al abad Teodoro y a sus monjes. Los sermones, las reglas Y los tratados editados a su nombre deben ser considerados apócrifos. Su fiesta tiene lugar el 17 de enero.
      Tradiciones populares. El culto popular a A. es uno de los más difundidos y posee manifestaciones ricas Y pintorescas. Se le atribuye protección sobre el cerdo y sobre los animales domésticos en general. Aún hoy, el 17 de enero, en muchos lugares, se celebra una cabalgata en la que aparecen muchos animales, que son bendecidos en la iglesia. En Madrid, p. ej., este acto tiene lugar en la iglesia de San Antón. Origen de esta protección puede ser el siguiente: en el s. XI se fundó en Vienne, Francia, la Orden Hospitalaria de los Antonianos, para atender un hospital allí fundado; para asegurar la subsistencia del hospital, se dispuso que los religiosos criaran cerdos, que vagabundeaban por las calles, mantenidos por la caridad pública. Es probable que, debido a esta ocupación d. e los antonianos, se pusieran bajo la protección de A. primero a los cerdos, y luego, por extensión, a todos los restantes animales domésticos. Según una tradición popular, sin embargo, el cerdo debe considerarse como la imagen del diablo que, vencido por A., fue condenado por Dios a seguir al santo bajo esta forma. Es necesario individuar dos aspectos diferentes en el desarrollo del culto popular tributado a A.: uno que enlaza con las cualidades curativas atribuidas a él y otro que pone, en cambio, el acento en la función tutelar de A. con respecto a los animales.
      Probablemente uno de los factores del desarrollo en Occidente del culto popular a A. se deba a la creencia en sus virtudes curativas sobre el herpes zoster, «fuego sagrado» o «fuego de San Antonio», enfermedad que afecta a las células nerviosas y se manifiesta con fenómenos epidérmicos localizados a lo largo del sistema nervioso. A. suele ser invocado, además, contra la peste, el escorbuto y otras enfermedades que tienen manifestaciones análogas al «fuego de San Antonio». Tal vez tenga relación con esta fama de taumaturgo, la costumbre de levantar grandes pilas de leña, a las que se prende fuego la víspera de la fiesta de A. («hoguera de San Antonio»). Cuando se acaba de consumir la leña, para lo cual en ocasiones son necesarios varios días, debido al gran tamaño de las piras, los fieles recogen las cenizas y los carbones y los conservan como reliquias. Se ha querido ver en esta conexión de A. con el fuego una supervivencia del culto pagano tributado a Prometeo; pero semejante opinión no parece muy digna de crédito. A. es además protector de otras muchas actividades, aparte de la de la crianza de animales. Guanteros, tejedores y esquiladores se ponen bajo su tutela y lo mismo los carniceros y los tocineros. Más curioso todavía, y en ciertos aspectos incluso inexplicable, es el hecho de que los confiteros y los arcabuceros de Reims cuenten a A. entre sus protectores. Los cesteros se han puesto bajo su tutela porque se dedicaba en el desierto a fabricar cestos para combatir el ocio, mientras que los sepultureros se apoyan en el hecho de que A. preparó la sepultura del eremita Pablo.
      Es conveniente todavía recordar que en el sur de Francia, A. es el patrono de algunas cofradías de penitentes. En Oriente la fiesta de A. revestía tal importancia que, durante algún tiempo, el mes de enero recibió en algunas localidades el nombre de antosniaku. La festividad de A. ha dado lugar a formas dramáticas y a originales y verdaderas representaciones sacras. Desde los albores del teatro italiano en lengua vulgar, algunas compañías de Laudenses, no sólo cantaban laudes líricos, sino que incluso interpretaban laudes dramáticos evocadores de algún episodio de su vida.
      Iconografía. La iconografía popular le representa como un viejo con una larga barba blanca, apoyado en un bastón en forma de muleta, con una esquila atada,, y con uno o más cerdos a los pies. La esquila sirve para ahuyentar a los espíritus malignos. En relación con esto es curiosa la costumbre, constatada en Nápoles en el s. XVII por la Vajasseide de Cesare Cortese, según la cual se daba de beber a los niños un poco de agua en «la esquila de San Antón», a fin de que hablaran más pronto y con mayor soltura.
     
     

     

BIBL.: Fuentes: La vida de A., escrita en griego por el obispo ATANASiO, entre los a. 357 y 375, y trad. al latín por EYAGRIO DE ANTIOQUÍA, en 388, se encuentra en PG 26, 835-976; la carta auténtica está en PG 40, 1055-1066; los escritos apócrifos se encuentran en PG 401 961 ss. La autenticidad de la Vita Antonii está hoy plenamente admitida. Sobre A.: Acta Sanct., enero II, Venecia 1734, 107-162; G. DA VARAGINE, Leyenda áurea, ed. Th. GRAESE, Leipzig 1850. Sobre las leyendas acerca del hallazgo y el traslado de las reliquias: Acta Sanct., enero 11. Venecia 1734, 148 ss.; F. G. HOLWECK, Biographical Dictionary of the Saints, Londres 1926-38; BAUDOT-CHAUSSIN, Vies des saints et des bienheureux, París 1935-59; M. SCADUTO-K. RATME-P. ToscHi, Antonio Abate, en Enciclopedia cattolica, Ciudad del Vaticano 1948-51, I, 1534-1539; D. ATWATER, Dictionary of the Saints, Londres 1958; F. CARAFFA, A. RIGOLI, M. CIRMENI Bosi, Antonio Abate, en Bibl. Sanct., 2, 106-136; A. RANZON, Sant'Antonio abate, Roma 1966; N. HoVORKA, Leben und versuchungen des hl. Antonius, Viena 1925; L. VON HERTLING Antonius der Einsiedler, Innsbruk 1925; P. B. LAVAUD, Antoine le Grand Pére des moines, Lyon 1943; L. BOUYER, La vie de S. Antoine, St. Wandrille 1950; P. BARGELLINI, 1 santi del giorno, Florencia 1958, 33-34. Sobre el culto popular: A. VAN GENNEP, Le culte populaire de S. Antoine en Savoie, «Actes et Mém. Congres. Hist. Rel.» II, París 1923, 136-65; R. CORSO, 11 porco di S. Antonio, «Folklore italiano» I (1925) 316 ss.; F. PERTINI, Lu nimmice de lu dimonie, Stori e leggenda di S. A. abate, «Lares» V (1934) 118-53; G. B. BRONZINI, S. A. abate in Lucania, «Lares» XVII (1951) 147-149; P. TOSCHI, S. Antonio abate, en Invito al folklore italiano, Roma 1963, 256-69. Sobre la iconografía: K. KÜNSTLE, Ikonographie des christlichen Kunst, II, Friburgo 1926, 66-72; CL. CHAMPION, S. Antoine Ermite, París s.a.; l. ERRERA, Répertoire abrégé d'Iconographie, Wetteren 1929; E. Ricci, Mille Santi nell'arte, Milán 1931; G. COCCHIARA, Le immagini devote del popolo siciliano, Palermo 1940, 68-69; CH. D. CUTLER, The Tentation of St. Anthony in art from earliest time to the quarter of the XVI th. century, Nueva York 1952.

 

AURELIO RIGOLI.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991