ANTILLAS
Historia de la Iglesia
Se comprende bajo
el término de indios antillanos la población indígena de las A. en
el momento del descubrimiento de América por España. Ciboneys,
aravacos (v.) y caribes (v.) eran los tres grupos étnicos que
ocupaban estas islas, también denominadas Indias Occidentales. El
área de los indios antillanos es parte de la llamada área caribe,
a cuyo mar se asoman otras dos áreas culturales: Mesoamérica (v.
mÉxICo; MAYAS) y el área Intermedia (v. AMÉRICA CENTRAL I). La
existencia en las A. de ciertos rasgos culturales más o menos
semejantes a los de otras áreas y la facilidad de comunicación del
continente con las islas y de éstas entre sí plantean interesantes
problemas a la arqueología americana sobre el origen y la difusión
de estas culturas. Los antillanos fueron los primeros indígenas
americanos con quienes estableció contacto Cristóbal Colón y a
ellos les tocó sufrir de la manera más radical los naturales
efectos del encuentro entre sociedades y culturas muy distintas.
En efecto, el desnivel cultural que existía entre antillanos y
españoles y la inexperiencia de España en orden a la colonización
de unas tierras totalmente ignoradas hasta entonces agravaron las
consecuencias trágicas de todo choque cultural. La población de
las A., calculada entre 200.000 y 325.000 según los autores más
conservadores, entró en vías de rápida extinción por efecto de las
enfermedades, errores y abusos que acompañaron a la colonización,
aunque en favor de los indios no -faltaron las voces enérgicas de
españoles como el P. Las Casas (v.) y la acción de la corona.
Ciboneys. Representaban el nivel cultural más primitivo y
constituían la población más antigua. A fines del s. xv se
hallaban confinados bajo la presión de los aravacos en el oeste y
sur de Cuba, pequeñas islas próximas y península del sudoeste de
La Española. De la cultura ciboney se conoce especialmente lo que
afecta a la arqueología; nada se sabe de su lengua y su mismo
nombre es probablemente de origen aravaco. Los ciboneys vivían en
pequeños grupos formados por una o varias familias que obtenían el
alimento del mar y lo completaban con la caza de reptiles y
pequeños mamíferos y con la recolección de frutos silvestres. Se
distribuían a lo largo de la costa, en cuyos refugios rocosos
establecían su habitación; otras veces levantaban refugios
provisionales al aire libre. En los amontonamientos formados por
la acumulación de conchas y otros restos se han hallado
enterramientos. El vestido se reducía a una especie de faja para
la mujer y un taparrabos para el hombre, hechos de fibras
vegetales; llevaban adornos de concha y piedra, se pintaban la
cara y el cuerpo, pero no se deformaban el cráneo. Su organización
social no debió superar el nivel de bandas formadas por la
agrupación de varias familias que se moverían de un lugar para
otro en busca de alimentó. De sus creencias religiosas, como de
tantos otros rasgos de su cultura, apenas sabemos nada; lo que más
podemos decir de ellos es qué es lo que no tenían, que sí tenían,
en cambio, los aravacos.
Arauacos (v.). Debieron pasar a las Antillas poco antes del
comienzo de nuestra Era, procedentes de la costa norte de
Venezuela. A la llegada de los españoles ocupaban la mayor parte
de las A. Mayores en un movimiento de expansión realizado a costa
de los ciboneys. El grupo aravaco más importante era el de los
tainos de Puerto Rico, La Española y este de Cuba. Vivían
fundamentalmente de la agricultura según la técnica de tala y
quema del terreno en el que cultivaban mandioca, maíz y otras
plantas y frutos. La caza y la pesca tenían un lugar secundario en
su dieta. Los hombres aparecían prácticamente desnudos y las
mujeres usaban una especie de delantal; unos y otros se pintaban
el cuerpo, se perforaban las orejas y la nariz y practicaban en
los niños la deformación del cráneo. Fabricaban cestos, cerámica,
adornos de metal, recipientes e instrumentos cortantes de piedra y
diversos objetos de madera. El transporte lo realizaban
principalmente en canoas con capacidad hasta para 80 hombres. Su
dependencia de la agricultura determinaba generalmente su asiento
en el interior, ,junto a las mejores tierras. Las viviendas eran
de troncos y con cubierta de materia vegetal; las de los jefes
eran grandes y rectangulares con tejado en gablete y las demás
circulares y de tejado cónico.
Un número variable de aldeas bajo la autoridad de un mismo
jefe constituía un territorio y la unión de varios territorios
formaba un cacicazgo. Los jefes de cada una de estas unidades
sociopolíticas habían alcanzado sus puestos por herencia materna y
gozaban de bastante poder y de una alta consideración. Junto a los
jefes actuaban los nobles, y el resto de la población lo componían
el pueblo común y los esclavos. El matrimonio se efectuaba
generalmente entre personas de igual categoría social. Eran
normales las relaciones prematrimoniales y practicaban la
poligamia los que podían sostener más de una esposa. Tenían
templos y una profusión de ídolos o zemis que, en los lugares
sagrados y en los hogares. recibían culto de sus dueños, quienes
esperaban obtener por su mediación poderes sobrenaturales. Los
zemis eran representaciones de seres humanos, animales y a veces
figuras geométricas hechas en piedra, oro, madera, hueso, concha,
barro o algodón; los aravacos creían también en espíritus
residentes en el cuerpo y en elementos de la naturaleza.
Celebraban ceremonias públicas presididas por el jefe y centradas
en el culto y ofrendas a los zemis. El diagnóstico y curación de
enfermedades correspondía a la figura del chamán, tan frecuente en
culturas americanas. Este especialista contaba con la asistencia
de su zemi y el uso de plantas y otras técnicas. Se adelantaba la
muerte a los moribundos, en particular a los jefes, y los restos
se incineraban, se guardaban como fetiches o se depositaban en
cuevas o tumbas.
Caribes. Su penetración en las A. tuvo lugar en el s. xiv y
habrían logrado la total ocupación del área de no haber
interrumpido los españoles su expansión. A diferencia de los
aravacos, eran muy belicosos y practicaban el canibalismo. A fines
del s. xv dominaban todas las A. Menores de las que habían
eliminado a la población masculina aravaca. De cruces posteriores
con población africana surgieron los caribes negros. Tampoco se
libraron los caribes del final que fue común a toda la población
indígena antillana. Cultivaban una notable variedad de productos y
eran al mismo tiempo muy marineros. Construían excelentes canoas y
entre el resto de sus manufacturas destaca la cestería. Vivían a
lo largo de la costa en aldeas de no más de 200 personas en las
que se daba una clara diferenciación entre hombres y mujeres: los
primeros ocupaban una gran casa en el centro del poblado, mientras
las mujeres se distribuían en varias más pequeñas a su alrededor.
Los hijos vivían con sus madres hasta la pubertad, en cuyo momento
los varones pasaban a la casa de los hombres después de sufrir una
ceremonia de iniciación que tenía por objeto principal probar sus
cualidades como guerreros. Cada isla tenía uno o dos jefes
elegidos vitaliciamente y había también jefes de guerra para cada
expedición. La posición de las mujeres era de marcada
inferioridad, ya que los hombres seguían comportándose como
vencedores sobre la población femenina superviviente. La
diferencia de status social y la separación de las viviendas
permitió la conservación por parte de cada sexo de su propia
lengua. Los caribes practicaban la poligamia y una de las razones
de su guerra constante era precisamente la adquisición de nuevas
esposas. Los prisioneros eran las víctimas en sus prácticas de
canibalismo, que tenían un sentido ritual. Creían en espíritus a
los que suponían responsables de lo bueno o malo que sucedía,
correspondiendo a los chamanes el control de los espíritus
malignos causantes de enfermedades, naufragios, huracanes y otras
desgracias.
BIBL.: G. FERNÁNDEZ DE OVIEDO, Historia general y natural de las Indias, BAE CXVII, CXVIII, Madrid 1959; B. DE LAS CASAS, Obras escogidas, BAE, XCV, XCVI, Madrid 1957; CV, CVI, -Madrid 1958; Handbook ot South American Indians, 4, Washington 1948, 495-565; J. H. STEWARD y L. C. FAROLA, Native Peoples. of South América, Nueva York 1959, 246-251, 322-325, 435-437; L. PERICOT GARCÍA, América Indígena, 2 ed. Barcelona 1461, 787-789; I. RousE, Prehistory of the West Indies, «Science» 3618, 499-513; I. ROUSE, Handbook of Middle American Indians, 4, Austin (Texas) 1966, 234-242.
ALFREDO JIMÉNEZ.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991