ANTIGUA, EDAD

Historia de la Iglesia


El estudio y la reconstrucción del pasado de la Iglesia supone necesariamente el conocimiento claro de la naturaleza íntima de la misma. Su noción más exacta la ofrece la Teología de la Iglesia o Eclesiología (v.), siendo de interés en nuestro caso aludir sólo a aquellos aspectos que presentan interés para la Historia, es decir, para situar científicamente la realidad eclesial en el marco más general de los acontecimientos humanos. El plan salvífico concebido por Dios para la humanidad cubre su etapa definitiva con el Misterio de la Iglesia, compleja realidad humanodivina que tiene su comienzo en la Encarnación del Verbo y su expansión primera en Pentecostés (a. 29-30 d. C.). Ahora bien, la incorporación de la humanidad a la Iglesia, se verifica a diversos niveles. En el ámbito de la interioridad personal ofrece aspectos que escapan a la experiencia directa humana y, por lo mismo, no constituyen objeto inmediato de la Historia, mas también presenta una vertiente externa, estrechamente unida al proceso interior y resultante de él, que cae dentro de la más estricta materia historiable. Por otra parte, el carácter esencialmente sensible y social de la nueva institución salvadora, instaurada por Cristo, hace de ésta un objeto adecuado para el historiador. Consiguientemente, la exposición de la vida de esta sociedad singular atenderá de una parte a su desarrollo más externo (difusión sobre la tierra, relación con los diversos pueblos y estados, persecuciones y luchas), y de otra a su interna evolución, abarcando en esta perspectiva el desenvolvimiento de la doctrina o historia del Dogma y de la Teología, su interna organización, sus costumbres y las diversas formas en que se ha manifestado el dinamismo espiritual de los cristianos, deduciendo todo ello de las huellas que han quedado en los documentos escritos, en los monumentos arqueológicos y en otras diversas fuentes históricas fehacientes.
      1. Era apostólica. a) La fuente básica para conocer esta primera etapa es el N. T. Por los Hechos de los Apóstoles (cap. 1-12), cuyo valor histórico es incontrovertible, y por las Epístolas de Santiago y Judas, se constata la existencia de un cristianismo que pudiéramos llamar judío, cuyas características esenciales serían: una estrecha relación con el templo de Jerusalén, aunque con sus propias funciones de culto (oración, Bautismo, fracción del pan), y una firme esperanza escatológica. En efecto, la predicación apostólica se desarrolla inicialmente entre judíos palestinienses, saduceos y fariseos, judíos helenistas, prosélitos y gentiles simpatizantes con el judaísmo. La comunidad cristiana de Jerusalén intentó hasta el final mantener su contacto con los judíos y trabajar para convertirlos. Desde el a. 66 en que el nacionalismo israelita provoca la guerra judía, la comunidad cristiana se retira a Transjordania abandonando prácticamente a Israel a su propio destino (a. 70, destrucción de Jerusalén).
      b) Los mismos Hechos nos atestiguan también la penetración del cristianismo entre los gentiles. Aunque Pedro es el primero que se abre, de hecho, a la gentilidad, en Cesarea de Palestina (Act 10), el relato de los Hechos parece centrarse en torno a la acción de Pablo. Éste ha recibido como encargo especial la evangelización de los gentiles, lo que motiva sus viajes misioneros (Act 13 ss.). Su labor apostólica origina un cristianismo gentil básicamente idéntico al judío, aunque con ligeros matices. En estos momentos iniciales de la Iglesia se registra ya una primera corriente cismática de signo judaizante que exigía a los cristiano-gentiles que se acomodasen a la Ley mosaica como condición necesaria para salvarse. Ello ocasiona la celebración del conc. de Jerusalén (a. 49), en el que prevalece el recto criterio apostólico de la libertad cristiana (Act 15). Conviene observar que los Hechos describen pormenorizadamente la acción apostólica de Pablo en la región oriental del mundo romano, mas apenas ofrecen datos sobre la organización interna de las comunidades paulinas. Éstos hay que buscarlos, aunque esporádicamente, en las cartas del apóstol, sobre todo en las pastorales.
      Sobre la actividad de los restantes apóstoles en Oriente, prácticamente nada nos dicen los Hechos, hay que recurrir a textos apócrifos de los primeros siglos cristianos, que si bien no son fuentes totalmente fidedignas, contienen tradiciones fundamentalmente históricas. También para la implantación del cristianismo en el Occidente latino carecemos de una fuente de la categoría de los Hechos. Pero datos como la estancia de Pedro en Roma y la acción misionera de Pablo en Occidente, su probable venida a España y la muerte de ambos en Roma (ca. 67) se apoyan razonadamente en indicios de sus cartas (1 Pet 5, 13; Rom 15, 20), en argumentos arqueológicos (numerosas inscripciones sepulcrales en las catacumbas de S. Priscila con el nombre de Pedro, desconocido en la epigrafía pagana de Roma, así como grafitos en honor de Pedro y Pablo recientemente descubiertos) y en testimonios antiquísimos -Clemente Romano (v. CLEMENTE I, sAN), Papías de Hierápolis (v.) e Ireneo (v.), para la estancia de Pedro en Roma, y el mismo Clemente y el fragmento de Muratori (v.) para la venida de Pablo a España.
      Tras la muerte de Pedro y Pablo el cristianismo se desarrolla gracias a la labor misionera de los discípulos de los Apóstoles, cuya historia no se conserva en absoluto (el envío de Varones Apostólicos (v.) a España, cuestión algo problemática, se apoya en la existencia de calendarios mozárabes y de varios documentos que remontan sólo al s. v). Poseemos en cambio dos documentos escritos, uno de Oriente y otro de Occidente, en que se testimonia el desarrollo ulterior interno del cristianismo en esta época: La Didaqué (a. 80-90; v. DIDAJÉ) y la carta del papa Clemente a la Iglesia de Corinto (a. 95-96). En ambos escritos se encuentran las líneas maestras del catolicismo incipiente: jerarquía, con situación prevalente y central de la Iglesia de Roma, el pensamiento sacramental y el sacrificio eucarístico. Por lo que se refiere al judío-cristianismo, según los estudios de J. Daniélou, en la época que va del 70 al 140, se observa una gran expansión y al mismo tiempo una fuerte crisis interna, fruto de una corriente dualista que recibe el nombre de gnosticismo (v.).
      c) Todavía dentro de la época estrictamente apostólica se señala un momento de profundización del cristianismo primitivo gracias a la aparición del Evangelio de S. Juan, cuya finalidad primaria es demostrar la divinidad de Jesucristo, y también poner en claro para judío-cristianos y cristiano-gentiles la independencia del cristianismo (lo 1, 17) y su carácter de religión universal. Albert Ehrhard ha subrayado el valor histórico del Evangelio de S. Juan como perfeccionamiento del cristianismo y fundamentación del catolicismo, al poner de relieve la importancia de la fe dogmática, el culto de la Eucaristía, el valor del sacramento como signo salvador y el carácter jerárquico de la Iglesia con la transferencia real del oficio de pastor supremo a Pedro, según el rélato del capítulo conclusivo del evangelio joánico (lo 21, 15 ss.).
      2. La Iglesia y el Imperio. Se inicia entonces una etapa de la Iglesia que constituye en cierto modo una unidad que se cierra con el Edicto de Milán (a. 313; v.) y que ofrece características muy definidas. Se da una fuerte expansión apostólica, la comunidad cristiana se afirma en su originalidad, con su estructura jerárquica y el pueblo laico, distinguiéndose los que participan plenamente de la comunión eclesial y los que participan sólo parcialmente, catecúmenos y penitentes. La Iglesia imparte los medios sacramentales de santificación, especialmente el Bautisinó y la Eucaristía, y admite a los penitentes a la reconciliación. Se practica la oración y el ayuno; hay vírgenes y ascetas, y esposos que buscan la perfección cristiana. El Pastor de Hermas (v.) es una buena fuente para conocer todos estos aspectos (Visión III y Semejanza IX). Pero el cristianismo ha de defenderse ante las persecuciones externas, dando ocasión a la llamada época heroica de los mártires, y ante los enemigos internos, los gnósticos y montanistas. La fuente principal de toda esta época es el historiador Eusebio de Cesarea (v.).
      Durante el reinado de Nerón, en el a. 64, aparecen las primeras medidas contra los cristianos. Suetonio (Vida de los Césares, Claudio, XXIX, 1; Nerón, ,XVI, 3) y Tácito (Anuales, XV, 44) reflejan un primer estadio de la opinión de los paganos sobre los cristianos. listos empiezan a ser diferenciados de los judíos, mas son involucrados con ellos a la hora de las acusaciones. Tras la persecución espórádica de Nerón, la dinastía Flavia (69-96) no registra persecuciones hasta el advenimiento al poder de Domiciano (81-96), quien por diversos motivos, aún inciertos, persigue a los cristianos en Palestina, en Roma y sobre todo en Asia Menor. El Apocalipsis de Juan es testimonio de este último hecho y también del cambio de actitud de los cristianos frente al Emperador, considerado ahora como perseguidor del cristianismo. Bajo los Antoninos (96-162) la Iglesia experimenta una suerte desigual.
      El advenimiento de Nerva (96-98) supone una tregua, mas el reinado de Trajano (98-117) nos ofrece un documento que atestigua la existencia de medidas anticristianas: La Carta de Plinio el Jorren (v.) (Epist. X, 96). Fuente interesante para la persecución en este reinado es también Ignacio de Antioquía (v.). Caracteriza la situación de los cristianos durante este periodo el hallarse continuamente bajo la amenaza de una denuncia. Por testimonios de tiempo de Antonino y Marco Aurelio (138-180) los cristianos aparecen como seres al margen de la sociedad (Minucio Félix, Octavius IX, 6; XXXI, 1-2. Justino, la Apología XXVI, 7) e incluso como personas sin escrúpulos, plagiadores ineptos del saber tradicional (cfr. Celso, El discurso verdadero). Resulta sorprendente que emperadores liberales como los Antoninos registren mártires en sus reinados [Policarpo de Esmirna (v.), Justino de Roma (v.), mártires de Lyon (v.)]. La argumentación de Justino en sus Apologías da en el nervio del problema: tras su capa humanista la civilización grecorromana escondía una enorme crueldad. Con los Severos (193-235) las relaciones del Imperio con la Iglesia toman un nuevo rumbo. Septimio (193-211) tendrá cristianos en su corte y los protegerá en la medida en que éstos sirvan al Estado, mas en el a. 202 publica un decreto contra el proselitismo judío y cristiano, primer acto jurídico de alcance general, que desencadena una nueva persecución, principalmente contra los neófitos y catecúmenos, aunque no de mucha violencia ni duración. Se poseen noticias de Egipto gracias a Eusebio y de África por información de Tertuliano. Los emperadores llamados sirios (211-235) dieron un respiro a los cristianos, pero Maximino Tracio (235-238) ordenó una nueva persecución, afortunadamente breve, contra la jerarquía eclesiástica para desarticular la comunidad cristiana. El papa Panciano y el docto Hipólito (v.) fueron deportados entonces a Cerdeña.
      Decio (249-251) arreciará la persecución por vía indirecta, ordenando sacrificar a los dioses para conjurar los peligros que amenazaban al Imperio. Dionisio de Alejandría (v.) es la fuente principal para la situación de hechos en esta ciudad y en Cartago, y por Cipriano (v.) conocemos las tres categorías de apóstatas que se dieron en esta ocasión: los sacrificati, que ofrecían un auténtico sacrificio a los ídolos; los turiferati, presentes sólo al sacrificio del incienso; y los libellatici, más numerosos, que obtenían mediante soborno los certificados de haber sacrificado, sin haberlo hecho en realidad. Valeriano (251253) promulga nuevos edictos contra el clero. A esta época pertenece el martirio del diácono Lorenzo (v,.) y del obispo Cipriano de Cartago. Desde el 260 al 303 los cristianos gozan de una larga paz. Sin una posición legal definida, ya que el cristianismo seguía siendo en principio una religión prohibida, se da un reconocimiento de hecho.
      La Iglesia aprovecha esta paz para desarrollarse en extensión y en profundidad. Geográficamente el cristianismo se constituye en fenómeno mediterráneo. Sociológicamente la fe se ha infiltrado poco a poco en los diversos estratos de la población romana. Diocleciano (284-305), al final de su reinado, vuelve a promulgar una serie de edictos anticristianos contra el culto y las personas de la Iglesia, especialmente las constituidas en jerarquía. Eusebio atribuye este cambio de política a la iniciativa del César Galerio. La violencia y duración de esta crisis fueron distintas según las regiones, haciéndose muy severa y prolongada en Oriente. Su sucesor Galerio (305-311) sigue la misma política, si bien una semana antes de morir promulga un edicto de tolerancia. Magencio (306-312), por su parte, concede plena libertad a los cristianos de sus Estados en Occidente y ordena se les restituyan los bienes confiscados en la persecución.
      3. La Iglesia de Roma y la heterodoxia. Desde el principio, la Iglesia encuentra en el campo doctrinal la dificultad más seria para su supervivencia. En los primeros siglos los desvíos obedecen fundamentalmente al sincretismo gnóstico y a los grupos de tendencia rigoristas. En estas luchas, mas también en el caso de confrontación de distintas tradiciones ortodoxas (p: ej., controversias pascuales), Roma juega un papel decisivo. Bajo el nombre de gnosticismo (v.) se agrupan muy variadas escuelas y comunidades religiosas, muchas de ellas anteriores al cristianismo, que tienen como denominador común el afán de ofrecer una explicación «científica» (gnosis) de la creación, del dolor y del pecado. Trátase de una arriesgada mezcla de teología oriental y de conceptos cristianos, de especulaciones filosóficas alejandrinas y de doctrina revelada. Destacan la escuela del gran organizador Marción (v.) y la del místico y teólogo Valentín (v.). La fuente excepcional de todos estos conflictos es Ireneo de Lyon (ca. 180, Adversus Haereses y Demostración; v.). Él nos ofrece además una profunda reflexión teológica sobre la oposición de las diversas escuelas, concluyendo por negar toda autoridad que no concuerde con la «tradición» episcopal que se remonta a los Apóstoles. Frente a la multitud, división y contradicción de las escuelas gnósticas, la enseñanza de los obispos es única en toda el orbe, y único también el símbolo de la fe. El gnosti. cismo como fenómeno conjunto cumplió un papel positivo, pues forzó a la jerarquía y a los teólogos a un estudio intenso de la esencia cristiana y a una toma de conciencia de la realidad del catolicismo.
      La corriente de espiritualidad exagerada está representada por el frigio Montano y el movimiento profético que lleva su nombre (V. MONTANO Y MONTANISMO). La exaltación exagerada de la continencia y el ansia de martirio tienen base en la inminente parusía que esperaban. El montanismo es la experiencia de un profetismo que, aislado del conjunto armónico de la Iglesia, desemboca en un iluminismo condenable. La fuente para su estudio es Eusebio.
      4. La Iglesia en paz con el Imperio. El reinado de Constantino (306-338) se reconoce en general como represen. tativo del cambio externo más importante en la vida de la Iglesia durante la Edad Antigua. La nueva situación, a partir del Edicto de Milán (a. 313), ofrece aspectos positivos y, ya desde el principio, elementos menos favorables. Mientras se garantizaba la libertad a la Iglesia, ésta se desarrollaba con mayor plenitud; perdían popularidad los cultos asiáticos y se aceleraban las conversiones al cristianismo. Pero la falta de selección rigurosa introdujo un espíritu mundano en la vida de la Iglesia y, de otra parte, se favoreció el proceso de separación entre el área oriental y occidental del cristianismo, sobre todo con la fundación de Constantinopla (a. 326), creándose inconscientemente la base de una rivalidad eclesiástica con Roma.
      Tiene lugar una rápida cristianización del ámbito lingüístico griego, favorecido ciertamente por agentes externos (política religiosa de los Emperadores), pero sobre todo por razones internas (debilidad de los cultos paganos debida al helenismo y al sincretismo religioso, energías espirituales del cristianismo, trabajo de la jerarquía). Se constituyen los cuatro grandes Patriarcados Orientales: primero Alejandría y Antioquía, cada una con su escuela catequética; más tarde, Constantinopla y Jerusalén. Aunque faltan fuentes directas para el estudio de la vida religiosa diaria de los cristianos, pueden hallarse noticias dispersas en escritos teológicos, principalmente en las catequesis de S. Cirilo de Jerusalén (v.). El culto a los mártires está delante del culto a María. También se presta mayor consideración que en la Iglesia latina al culto de los ángeles, arcángeles y santos veterotestamentarios. Surge también un monacato griego con sus características propias (asociaciones laicales, santificación personal sin actividad pastoral, fundamentación en S. Basilio Magno sin ulterior evolución).
      La paz constantiniana favoreció igualmente a la Iglesia latina. La cristianización del Imperio Occidental romano se realizó más despacio, sin alcanzar la intensidad que en la parte oriental. Ello se debió a la situación político-social de Occidente, caracterizada por las invasiones bárbaras (V. BÁRBAROS, PUEBLOS), y a que los cultos paganos opusieron en Occidente mayor resistencia. El genio latino hizo que la Iglesia, a pesar de la coincidencia sustancial con la griega, ofreciera una estructura distinta. En la Iglesia occidental se distinguen dos áreas de interés: África y Roma. Ésta hace aportaciones en el campo disciplinar, la primera principalmente en la fundamentación del dogma.
      5. Controversias teológicas. La elaboración del dogma afecta lógicamente a toda la Iglesia, pero pueden señalarse focos de preocupación teológica que coinciden en la práctica con la problemática característica de Oriente y Occidente. Así, en la Iglesia griega, más especulativa, tienen lugar las luchas por la idea cristiana de Dios, tanto frente al paganismo como frente al judaísmo. La dificultad de conciliar la unidad de Dios, acentuada en la polémica antignóstica, y la divinidad de Jesús, por el miedo de caer en la afirmación de dos dioses, condujo a la teoría subordinacionista (v. SUBORDINACIONISMO) del Hijo al Padre, expuesta en la época de las persecuciones por teólogos griegos y latinos, pero defendida después por el presbítero Arrio (v.). Condenado por un sínodo de unos 100 obispos en Alejandría. (ea. 318), se resistió a la sentencia y fue apoyado, entre otros, por Eusebio de Nicomedia. A instancias de Constantino se convocó el primer concilio ecuménico en Nicea (a. 318; v.), que propuso añadidos sustanciales en la segunda parte del símbolo, precisando las afirmaciones sobre Cristo «Hijo de Dios». El arrianismo prosiguió su lucha, incrementándose gracias a la protección del emperador Constancio (330-337). La definición dogmática de Nicea fue aclarada por los teólogos (v. CAPADOCIOS, PADRES), extendiéndose la controversia al Espíritu Santo. La enseñanza nicena se abrió paso y se fijó el dogma trinitario en el conc. de Constantinopla (a.381). Seguidamente los propios teólogos griegos configuraron el dogma cristológico. Tras un intento heterodoxo de solución propuesto por Apolinar de Laodicea (v.), las escuelas antioquena y alejandrina elaboraron sus respectivas teorías, ambas sustancialmente ortodoxas, pero expuestas a desviaciones extremistas. Antioquía insistirá en la doble naturaleza en Cristo, Alejandría en la unidad sustancial de ambas. El desvío extremista antioqueno representado por Nestorio (v.) fue condenado en el conc. de Éfeso (a. 431; v.), y el extremismo alejandrino monofisita propugnado por Eutiques (v.) lo fue también en el de Calcedonia (a. 451; v.).
      La Iglesia latina, aunque participó también en las polémicas trinitarias (el obispo Osio de Córdoba (v.) presidió en Nicea) y cristológicas griegas, de acuerdo con su carácter, más pragmático, se ocupó de cuestiones más existenciales, que constituyen el ciclo dogmático llamado soteriológico. El donatismo (v. DONATO Y DONATISMO) en África, nacido de la persecución, niega a la Iglesia como institución objetiva de salvación, refugiándose en un subjetivismo religioso y en un rigorismo ético ya con precedentes en la Iglesia africana. Varios sínodos provinciales se ocuparon de 61 y S. Agustín (v.) lo refutó teológicamente. Unos 100 años después apareció el pelagianismo (V. PELAGIO Y PELAGIANISMO), que planteaba la cuestión de la relación de los dos factores de la vida moral del cristiano, la gracia y la libertad. La polémica se inició en Cartago, cuyo sínodo (ea. 418) lo condenó. El papa Zósimo, en la llamada Epistota tractoria, confirmó esta condenación. S. Agustín impugnó teológicamente este error, poniendo además la base doctrinal del dogma de la Redención.
      La vitalidad de la Iglesia se manifiesta en esta época de paz por el afán de mantenerse frente al enemigo interior, representado durante este periodo por los Emperadores romanos convertidos y por las corrientes heréticas que han surgido en su propio seno. El Papado romano y la unidad doctrinal del episcopado universal como criterio de fe han vuelto a jugar un papel decisivo, si bien han adoptado formas nuevas de expresión: concilios ecuménicos, Patriarcados en Oriente y Patriarcado Romano de Occidente con una preponderancia sobre los demás y con una mayor libertad de acción, sobre todo desde la caída del Imperio romano de Occidente (a.476). V. t.: CATACUMBAS I; ELVIRA, CONCILIO DE; ESPAÑA VIII, 1; JERUSALÉN, CONCILIO DE; MILÁN, EDICTO DE; PAPADO, HISTORIA DEL; PATRIARCADO; PERSECUCIONES A LOS CRISTIANOS; VÍRGENES PRIMITIVAS; CRISTIANOS, PRIMEROS.
     
     

BIBL.: Fuentes: Nuevo Testamento (ed. críticas); G. BARDY, Eusébe de Césarée: Histoire ecclésiastique, «Sources Chrétiennesu 31, 41, 55, 73, París 1952-60 (Reproduce el texto crítico de E. SCHARTz, Leipzig 1903-09); W. DEN BoER, Scriptorum paganorum I-IV Saec. de Christianis Testimonia, Leiden 1948; A. SANTOS OTERO, Los Evangelios Apócrifos, Madrid 1963; C. KIRCH, Enchiridion fontium historiae ecclesiasticae antiquae, 9 ed. Barcelona 1965; B. SÁNcHEz ALONSO, Fuentes de la Historia de España e Hispanoamérica, Madrid 1952.-Obras: A. EHRHARDW. NEUSs, Historia de la Iglesia, I y II, Madrid 1962; 1. DANIÉLou-H. I. MARROu, Nueva Historia de la Iglesia, I, Madrid 1964; B. LLORCA, Historia de la Iglesia Católica, I, 4 ed. Madrid 1964; Z. GARCÍA-VILLADA, Historia eclesiástica de España, I y II, Madrid 1929.

F. MENDOZA RUIZ.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991