ANTIGUA, EDAD


1. Las culturas del Antiguo Oriente. Egipto. La actividad historiográfica en el antiguo Egipto, se refiera a monarcas o a particulares, incide en la vida pública, en su aspecto religioso y civil; la privada se reconstruye indirectamente a través de tales fuentes o de los hallazgos arqueológicos (v. ARQUEOLOGÍA). La literatura historiográfica egipcia adopta preferentemente la forma de anales. Su origen se remonta al periodo predinástico y quizá, como entre los primitivos actuales, pudo desarrollarse por transmisión oral antes del establecimiento de la escritura. El documento más antiguo es la lista de reyes, redactada hacia el 2550 a. C. y conocida por su fragmento principal como piedra de Palermo (otros cuatro se conservan en El Cairo y uno en Londres). Este documento contiene listas separadas de los reyes del Alto y Bajo Egipto antes de la unificación y algunos del Egipto unido. Carácter análogo tiene el papiro de los Reyes del Museo de Turín (ca. 1300 a. C.), que contiene la lista de reyes desde el periodo mítico de los dioses hasta el s. xvi a. C., indicando la duración de sus reinados. Similar, aunque el contenido varíe, es la lista de Manetón compilada en el s. IIi a. C. durante el reinado de Ptolomeo II y que alcanza hasta Alejandro Magno (v.).
      Se conservan otras listas menores redactadas durante el Imperio Nuevo, cuyos propósitos son específicos: la lista de Tutmosis III, selectiva, centra su interés en monarcas, de otro modo desconocidos, de las dinastías XIII y XIV (s. xvlli-xvll a. C.); la lista de Set! I en Abidos comprende hasta la dinastía XIX; otra de Sakkara llega hasta Ramsés II (v.) y es de carácter análogo. La explicación de la frecuencia de tales listas (la de Manetón es puramente erudita) se halla en el cálculo de la cronología por los años de los monarcas. Las listas incompletas o selectivas se vinculan a otro tipo de documentación: las genealogías de reyes y sacerdotes. Generalmente, abarcan espacios de tres a ocho siglos, correspondiendo a las últimas dinastías las más extensas y menos fidedignas.
      La lista de los sacerdotes de Menfis comprende desde 2100 al 750 a. C. aproximadamente. La cronología se establece por la indicación de los reyes reinantes. Una serie de acontecimientos, campañas militares, expediciones a canteras, etc., se conmemoraron con la construcción de monumentos, templos, etc., en los cuales se indica la causa o razón de los mismos. Las inscripciones en las tumbas tienen carácter autobiográfico; generalmente estos textos se redactan en primera persona y se centran en la vida pública y carrera del difunto. Reyes, sacerdotes, funcionarios y aun particulares narran de modo análogo su vida. Para las dinastías XVIII-XIX disponemos de documentos originales o copias de cancillería de los archivos de Tell-el-Amarna, singularmente la correspondencia con reyes asiáticos, gobernadores egipcios, etc. Varios templos han conservado el texto del tratado entre Ramsés Il y el hitita Hattusili. No existe, sin embargo, una obra histórica tal como se entiende hoy o como se entendió en Grecia después de Heródoto (v.). La ya apuntada de Manetón es una creación extraña al sentir egipcio nacida en un ambiente griego, Alejandría, e inspirada en modelos griegos.
      Mesopotamia. La literatura historiográfica en las culturas mesopotámicas presenta los géneros apuntados al tratar de Egipto. Se observa una mayor complejidad debido a la multiplicidad de pueblos y estados, p. ej., las listas reales de las ciudades sumerias, y un nuevo género, el de los omina u oráculos y las interrogaciones de las divinidades. La materia escriptoria, generalmente tabletas de arcilla, ha permitido la conservación de gran número de documentos privados, contratos, etc., pero, con la excepción de la documentación de reyes, sacerdotes y funcionarios (se han conservado también algunos archivos reales como los de Mari) o algún caso aislado, es menor la tendencia autobiográfica que se observaba en Egipto. Otra novedad es, sin duda, la codificación legislativa, cuya forma más conocida es el Código de Hammurabi (v. HAMMURABI), que carece de equivalente en Egipto. La preocupación por el pasado, vinculado en sus fases más lejanas al mito, es más viva aquí y menos instrumental que en Egipto. Esto se debe, en parte, a la inexistencia de soluciones de continuidad en lo cultural. El astrólogo de tiempos de AsurbanipaI (v.) utilizaba textos de la época de Hammurabi como algo plenamente actual y válido para la vida cotidiana. Sin embargo, bajo el Imperio asirio, lo que hoy llamaríamos documentación e investigación históricas se comprenden con unas perspectivas más amplias que el conocimiento del pasado, la cronología o la genealogía. La formación de la biblioteca de AsurbanipaI y sus constantes demandas de textos, rituales, copias de inscripciones, etc., se concibe desde el punto de vista de su necesidad para el ejercicio de la realeza. Es ya un tanto, la idea de la necesidad del conocimiento del pasado para la comprensión del presente y la previsión del futuro.
      Persia. El Elam desarrolló una historiografía análoga a la mesopotámica en cuanto temática y géneros. A partir de Ciro (v.), la historiografía cobra un carácter especial triunfalista: así el cilindro de Ciro, con fragmentos bíblicos de inspiración persa; el soberano, cuya titularidad es traducción de la mesopotámica, es un monarca carismático y su actuación está orientada por los dioses para establecer la victoria de la justicia sobre la injusticia ajena. Este carácter aparece, aunque de modo autobiográfico, en la famosa inscripción trilingüe de Darío I en Bisutun. Es una vez más la historia oficial, contada a su gusto por el vencedor, pero su concepción del mundo no es ya el mantenimiento del pasado o su imitación, sino la perspectiva de su mejora.
      Israel. La producción historiográfica de este pueblo, aparte alguna inscripción de la época real, se reduce a la Biblia. Su concepción se centra en un concepto religioso cardinal y exclusivo, la alianza, aunque la forma y el estilo recojan elementos propios de la literatura mesopotámica. Por ello, una serie de hechos históricos son presentados de forma- eminentemente simbólica. El recuerdo del pasado es explicación y justificación del presente. Las circunstancias políticas que acompañaron la redacción de algunos libros, p. ej., la cautividad en Babilonia, justifican las reiteraciones evocativas del pasado. Éste explica el presente y el futuro, puesto que la suerte de Israel depende de la obediencia a la ley de Yahwéh. Incluso los libros de los Macabeos, pese a sus elementos helenísticos, se hallan subordinados a esta idea.
      2. Grecia. Introducción. Nuestro conocimiento actual de la historia griega se basa en una parte insignificante de lo que existió. De muchos autores conocemos sólo el nombre y el título o el tema de su obra. De bastantes, sólo fragmentos en compilaciones bizantinas como la Enciclopedia de Constantino VII Porfirogéneta (de cuyos 56 libros se han conservado seis) o el Lexicon de Suidas (s. x). Método habitual fue el llamado de tijeras y goma (Collingwood), que implicaba la utilización amplia de la obra de autores precedentes. Los primeros intentos adoptan el sistema cronológico, listas de reyes o magistrados epónimos, o genealógico. La Teogonía de Hesíodo (v.) puede ser ejemplo de estas obras perdidas. Pese a su origen lejano, este género tuvo numerosas versiones y continuadores en la historiografía griega (logógrafos).
      Historiografía jonia. Heeateo de Mileto, además de unas Genealogías, dejó una cumplida descripción de las tierras que visitó (en parte fuente de Heródoto) o periegesis. Con 61 se sentó el principio metodológico, mantenido durante tiempo, de que el historiador se ocupara únicamente de hechos contemporáneos y aquellos de los que hubiera sido testigo. El viaje a la India de Scilax de Carianda tiene este carácter. Surge la historia local con Carón de Lámpsaco, que escribió' una historia de su patria.
      La obra de Heródoto, Historias, concebida como prolegómeno a una historia no escrita de las guerras Médicas, es una suma de los procedimientos habituales. La periegesis (p. ej., la descripción de Egipto) se une a lo contemporáneo, las guerras abarcan hasta el 479 a. C. Su obra parece, visto su plan, una colección de ensayos ordenada más tarde con vistas a un tema fundamental. La historia (v.) es para Heródoto, pese a prescindir del mito, una sucesión de anécdotas, curiosidades y sentencias. No pretendió una crítica histórica, pero tampoco fue reacio a mostrar su escepticismo. Un contemporáneo, Helénicas, cultivó la genealogía, la lista de sacerdotisas del Heraion de Argos y la historia mítica, historia de Atenas de la guerra de Troya, etc., pero no sin cierto propósito de crítica racionalista (p. ej., la fecha de la guerra de Troya).
      Historiadores áticos. Tucídides (v.) se presenta como auténtico contemporáneo, en realidad protagonista, de los hechos que narra, la guerra del Peloponeso. Se ciñó a sus conocimientos, la política y la guerra. Su propósito es pedagógico, la historia como ejemplo, y alcanzó notable éxito en la romana. Abundan en su obra los elementos subjetivos, desde la alabanza de la democracia ateniense hasta la justificación personal. Sentó con su obra una pauta común a la historiografía clásica, preocupación por lo político y militar con desinterés absoluto por lo socio-económico, religioso o cultural. Varios autores continuaron su obra narrando hechos contemporáneos, así Jenofonte (v.) con sus Helénicas o el episodio autobiográfico de la Anábasis. Se inició con ello una historiografía moralizante en la que el historiador actúa como juez y emite su juicio sobre hombres y cosas. Elemento positivo de esta historiografía fue su interés por la vida privada, aunque con frecuencia se extienda a lo anecdótico. La figura más destacada de esta interpretación historiográfica es Teopompo: Helénicas e Historias Filípicas.
      Alejandro Magno (v.). Su empresa provocó una hipertrofia historiográfica de contemporáneos y admiradores. La historia se presenta de nuevo como biografía (es fama que Alejandro escribiera sus memorias) y como obra retórica, destinada a recrear y convencer. La historia como biografía (v.) de grandes personajes se presentó como ejemplo a imitar. Éste es el caso de la historia de Grecia de Éforo (s. iv), cuyas prolijas digresiones fueron criticadas por los contemporáneos. El mismo camino debió seguir la obra perdida de Jerónimo de Cardia, fuente de Plutarco, que trató de los sucesores de Alejandro (s. ui a. C.) al igual que Duris de Samos y Filarco. Un tanto misterioso aparece el cronista privado de Alejandro, Calístenes, y otro historiador oficial, Clitarco, que responden más al panegírico que a la historia. Cundieron por la misma razón los libros de memorias y las historias de hechos particulares, como las guerras púnicas (Filino, Sosilo y Sileno) o la historia local, singularmente Timeo para Sicilia. Contemporáneo es el citado Manetón o, para Mesopotamia, Beroso.
      3. Historiografía romana. Polibio (v.) es la figura más destacada y una de las más significativas en la historia de la historiografía. Su obra es una justificación de su concepto de un Estado universal: Roma. Es por ello una historia universal centrada en lo político-militar que, frente al concepto moralizante, introduce, pese a su irracionalismo, la idea de fortuna. No dudó en utilizar archivos oficiales y privados. Su continuador Posidonio se preocupó más por la historia cultural, aunque como estoico su concepción es moralista. Con él termina la gran, historiografía griega y se multiplican los compiladores como Diodoro (v.) o Timágenes, Dionisio de Halicarnaso (v.) o los cronógrafos como Apolodoro y Cástor.
      La historiografía de época imperial produjo el enciclopédico Plutarco (v.). Su obra biográfica Vidas paralelas, aparece subordinada a la admiración del pasado y a la tesis moralizante. Por ello, desde el Renacimiento hasta el s. xx, ha sido utilizado, quizá abusivamente, como obra educativa. El hebreo Flavio Josefo (v.), Historia de la guerra contra los judíos, Antigüedades judías, es un ejemplo de la obra histórica como instrumento político. Durante el s. ii d. C. la historiografía en lengua griega se inspiró en los autores del s. v a. C. Una sátira de Luciano de Samosata (v.) califica adecuadamente esta producción de la que se aparta el funcionario romano Arriano. Abundaron los compiladores como Apiano, Historia de Roma, y los eruditos como Pausanias. Grupo aparte forman los historiadores de hechos contemporáneos, como el senador Dión Casio (v.), Herodiano y Dexippos y, en el s. iv, los historiadores eclesiásticos como Eusebio de Cesarea (v.) y S. Jerónimo (v.) o el pagano Zósimo.
      Analística. La historiografía nace en Roma en un ambiente religioso, en cuanto competía a los pontífices fijar el calendario. Un esquema cronológico anual con hechos principales, funcionarios epónimos, pontífices, prodigios, etcétera, fue archivado y reelaborado hasta constituir, annali maximi, la base de la historiografía romana. Fue el conocimiento de la historiografía griega de los s. v y iv el principal estímulo de una nueva historiografía romana. Ejemplo de esta renovación es la obra de Fabio Píctor.
      Mantuvo el cañamazo cronológico de la analística y su orden interno. En cierto modo, cada año constituía un capítulo con temática común: cónsules y pontífices, vida política en Roma, prodigios y guerras o acontecimientos exteriores. Distinta fue, aparte los analistas menores, la obra de Marco Porcio Catón (v.), Orígenes, cuyos capítulos o libros tienen una unidad temática según el probable modelo de obras griegas. La analística continuó manteniéndose, pero su carácter histórico fue sustituido poco a poco por el mítico. Si de la historiografía griega se aceptaba el propósito moralizante, no se acogía la crítica y lo desconocido se sustituía por la invención, con el propósito de aumentar las glorias de ciertas familias. Tendencia no nueva en Roma, puesto que ya la primera obra histórica, los Fastos consulares (s. vi), incluía las glorias de las familias importantes del s. iv. La mayor parte de esta literatura histórica se ha perdido, con la excepción del último analista, Tito Livio (v.). La extensión de su obra dio lugar a que muy pronto se publicaran resúmenes (ya 'en el s. i d. C.), que fueron causa de la pérdida de buena parte de su obra. Ésta no es crítica ni intentó serlo. Su propósito es moralizante y educativo, muy de acuerdo con la ideología oficial de la época augustea. De temas monográficos, como la segunda guerra púnica, trató Antípatro, fuente principal de Tito Livio. De la gran obra de Cayo Salustio (v.), Historias, sólo han quedado fragmentos y monografías, Guerra de Yugurta, Conspiración de Catilina. Su tesis moralizadora se orientaba a la defensa de su partido, los populares, frente a la aristocracia senatorial.
      Historiografía romana de época imperial. Pompeyo Trogo, conocido gracias al resumen tardío de un tal Justino, recogió en su obra algunas de las posturas antirromanas de la historiografía helenística. Veleyo Patérculo, autor de un resumen de historia de Roma, destacó en la descripción de los hechos contemporáneos. Su obra refleja la opinión general durante el reinado de Augusto y Tiberio. Éste es, sin duda, su mayor valor. La gran historiografía romana de época imperial es obra de senadores y refleja la opinión e intereses de su clase. Sus ideas republicanas le hacen oponerse a la institución imperial en general y a atacar y desacreditar a los emperadores en particular, singularmente aquellos que lesionaron los intereses del Senado («los malos emperadores»). El ejemplo más destacado es Cornelio Tácito (v.), no tanto en sus escritos menores, la biografía de Agrícola o la moralizante Germania, como en los Anales (a. 14-68) y las Historias (a. 68-96). El método de Tácito «no consistió en alterar los hechos o silenciar los favorables, sino en el juego de generalizaciones e insinuaciones» (Passerini). Resultado de ello ha sido la imagen negativa que la historiografía moderna presentó durante mucho tiempo, hasta tanto no se utilizaron otros tipos de fuentes históricas como las arqueológicas y epigráficas, de la dinastía Julio-Claudia (v.) o de Domiciano (v.).
      Entre Tácito y Amiano Marcelino (v.) la actividad historiográfica fue intensa, pero es muy poco lo que nos ha llegado. Aparte ciertos epítomes, pues no tiene otro carácter la Historia de Roma de Floro, hay que recordar las biografías. Este género histórico, de inspiración griega, tuvo gran éxito en Roma. Ya en época republicana lo había cultivado M. T. Varrón (v.) en una obra perdida, Imagines, que por su extensión, 700 personajes, podía compararse a las Vidas de Plutarco, aunque las superara en temática, puesto que incluía a poetas y filósofos. Una obra análoga compuso Cornelio Nepote (v.) de la cual se ha conservado una pequeña parte de valor muy desigual.
      Aparte el ya citado Agrícola de Tácito, la obra más significativa en este género es la de C. Suetonio (v.). Comprende, con extensión desigual, las vidas de los emperadores desde César a Domiciano. Su esquema es un tanto personal, muy distinto del de Plutarco, y se ha discutido si refleja modelos históricos helenísticos. Su propósito era moralizante, pero recogió hasta tal extremo la literatura escandalosa contemporánea que ningún soberano, incluso aquellos gratos al Senado, queda bien parado. En este sentido, la obra roza ya el carácter de panfleto. Imitador y continuador suyo fue Mario Máximo, cuya obra se ha perdido. Se plantea además el problema de la llamada Historia Augusta, uno de los más apasionantes de la historiografía romana.
      Esta obra es un conjunto de biografías, varias se han perdido, de los emperadores desde'Nerva a Numeriano. Oficialmente fueron escritas por distintos autores (julio Capitolino, Vopisco, etc.), que parecen hoy ser seudónimos, en tiempos de Diocleciano y Constantíno. Sus fuentes son muy diversas, se ha hablado incluso de un historiador desconocido, «el último gran historiador de Roma» (Seeck), y su inspiración es senatorial. Problema más difícil es su cronología, pues la obra es una fuente básica para la historia de Roma en el s. iit d. C., que hoy tiende a situarse en la segunda mitad del s. iv. Al mismo género corresponde De Caesaribus, de Aurelio Víctor, a quien erróneamente se atribuye un resumen anónimo de esta obra. Ello muestra hasta qué extremo este género se hallaba difundido. Problema principal en el caso de la Historia Augusta es la intención y el propósito de esta falsificación.' Se ha querido ver en ella un documento de propaganda senatorial en la época de los contrastes entre el senado de Roma y Valentiniano II. También se ha querido ver, pero ambos propósitos pueden ir unidos, una apología del paganismo.
      En el s. IV hubo varios epitomadores. La obra de Macrobio tiene su modelo en el epítome de prodigios que redactó Obsecuente (s. IIi), basándose en T. Livio. Tal fue el caso de Justino con la obra de Pompeyo Trogo o el Breviario de Eutropio. En el mismo ambiente puede circunscribirse el autor anónimo del Cronógrafo del año 353 o Calendario Filocaliano. Desde el punto de vista metodológico pudiera pretenderse igual carácter para historiadores cristianos como Orosio (v.) o S. jerónimo (v.). La originalidad del texto de Orosio no se halla en sus fuentes sino en su forma de pensamiento y su filosofía de la historia vinculada al hecho cristiano y la concepción cristiana de la historia en cuanto historia universal que, pese al precedente de Polibio, se abandonó en la historiografía romana centrada en el «hecho romanó». Pese a cuanto tenga de la «crónica» de Eusebio la «crónica» de S. jerónimo, mantiene su carácter analístico y la asociación del año a un acontecimiento histórico. No el hecho nacional, sino la Creación pasan a ser el origen de la historia.
      La producción panegírica del Bajo Imperio no carece de interés histórico, pese a su carga retórica y al abuso de imágenes poéticas. Éste es el caso de C. Claudiano (v.) en su De Bello Gildonico. La periegesis griega tiene su equivalente romano en algunas páginas de Plinio. En tiempo y espacio se halla muy alejado de éste el anónimo autor de la Descriptio totius mundi (s. iv) o las descripciones de viajes como la Peregrinatio de Eteria (inicios del s. vi). El género autobiográfico fue muy cultivado en Roma. Ya M. P. Catón (v.) describió sus- campañas y C. J. César (v.) supo utilizar este género histórico como instrumento de propaganda política. Igual carácter oficial tienen las Res Gestae, testamento político de O. Augusto (v.). Éste, al igual que muchos. otros emperadores, escribió sus memorias. Tales elementos abundan, aunque su propósito no es histórico, en la obra de Séneca (v.) y, con carácter distinto, en la de Ovidió (v.). En realidad, entre las noticias de obras perdidas abundan mucho las referencias a obras de este tipo que, en general, como las de Domicio Corbulon, de Suetonio, etc., parecen destinadas a justificar una actuación personal. Muy distinto es el caso de los Pensamientos de Marco Aurelio (v.), aunque su carácter no sea propiamente histórico, al contrario, en cierto modo, de las Confesiones de S. Agustín (v.) o la obra de F. V. Juliano (v.).
     
     

BIBL.: A. PASSERINI, Questioni di storia antica, 2 ed. Milán 1968; R. G. COLLINGWOOD, Idea de la Historia, México 1951; R. C. DELATAN y oTRos, The Idea of History in the Ancient Near East, 3 ed. New-Haven 1966; S. MAZZARINO, 11 pensiero storico classico, PRI, 2 ed. Bar¡ 1967-68; E. MANNi, Introduzione alío studio della storia greca e romana, 2 ed. Palermo 1958; H. J RosE, A handbook of Latin Literature, 7 ed. Londres 1967; H. BARDON, La littérature latine inconnue, I-II, París 1952-56; VARIOS, Histoire et historiens dans Pantiquité, Ginebra 1958; A. MolvtiGLIANO y oTRos, Il conflitto tra paganesimo e cristianesimo nel IV secolo, Turín 1968.-Colecciones de fuentes clásicas: Les Belles Lettres ed. Association G. Budé, París 1921 y ss. (Texto antiguo y trad. francesa); con trad. inglesa y texto original está la publicada por la Loeb Library, Harvard 1890 y ss.; Colección Teubner, Leipzig 1875 y ss. (sólo texto antiguo); Clásicos Hernando, Madrid 1880 y ss. (trad. española y texto antiguo; con lagunas); varios autores han sido editados con texto antiguo y trad. Catalana por la Fundació Bernat Metge, Barcelona 1925 y ss.; BAC., Madrid 1942 y ss. (para el mundo cristiano). Sigue siendo imprescindible la Patrologia graeca (161 volt y la Patrologia latina (217 vol.), ed. J. P. MIGNE, París 1857 ss. y 1878 ss. respectivamente.

ALBERTO BALIL.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991