Anticristo


En la tradición cristiana es un personaje de características escatológicas que marca el fin del tiempo, en cuanto que, se manifestará al fin de la Historia; su venida coincidirá con la Parusía de Cristo y será destruido por éste. El nombre A. es bíblico; se encuentra tan sólo en 1 lo 2, 18.22; 4, 3 y 2 lo 7; pero su figura emerge en diversos lugares del N. T.; merecen señalarse 2 Thes 2, 3-12 y Apc 13. La forma griega antríjristos quiere decir «contrario a Cristo». En la Antigüedad se le dio también el sentido de uno que usurpa o toma el lugar de Cristo (Didaié, XVI, 4; cfr. Mc 13 5,., 21 y paralelos).

Elementos del Antiguo Testamento. Una idea teológica que late en todo el A. T., a partir de Gen 3, es que los planes de Dios encuentran siempre oposición en el mundo. Es también claro que quien se opone, en último término, es el demonio, pero en el plano inmediato los que se oponen son seres humanos. Esta realidad aparece con líneas más definidas en la historia del Pueblo de Dios, Israel, que constituía el Reino de Dios. La oposición a este pueblo y su opresión a través de su historia fueron teológicamente evaluadas como una resistencia al plan salvador de Dios. Por eso aparecen como contrarios a Dios el antiguo faraón opresor, Senaqucrib, Nabucodonosor Il y, especialmente, Antíoco IV Epífanes. Las realidades inmediatas que se confrontan son entidades sociales y religiosas, naciones y sistemas religiosos con un jefe, al frente.

Con la aparición de la apocalíptico judía, surge la teología de la Historia. Y con ella nacen dos principios teológicos importantes: a) de los casos concretos se abstraen las constantes y leyes básicas teológicas de la Historia; b) la abstracción del pasado se proyecta, como un vaticinio, en el futuro, y éste se describe como una reproducción ampliada del pasado. Este procedimiento puede adivinarse ya en Ez 38-39 que para «el fin de los tiempos» (38, 16) anuncia la gran invasión de Gog contra el pueblo de Dios. Al mismo tiempo Ezequiel formula otra verdad: también Gog será derrotado; la oposición a Dios nunca triunfará. Todavía es más clara la teologización de la Historia en Daniel (v.) que razonando a base de los cuatro «reinos» (2, 37 ss.) o «reyes» (7, 17) describe «lo que sucederá en el futuro, lo que vendrá» (2, 29), que es, ante todo, la opresión de Antíoco Epífanes y, a continuación, porque Dios aniquila a éste, el establecimiento del «reino eterno» (7, 27) del Hijo del Hombre. La apocalíptico intertestamentaria acentúa estas tendencias. Al dominador romano, y en especial a Pompeyo, se le llama «el pecador», «el sin ley», «el dragón» (Salmos de Salomón, 2; 17; 19). Los Oráculos Sibilinos introducen la idea dé Nero redivivus al servicio de Belial (Sybill. IV, 119-139; V, 33 ss. 104-110. 215.246.361 ss.); en la misma perspectiva, 4 Esd 5, 5, habla de que sube al poder uno «que los habitantes de la tierra no se esperan» (cfr. Asunción de Moisés, 8; Testamento de Leví, 18).

El Anticristo en la segunda epístola a los Tesalonicenses y en el Apocalipsis. En esa corriente de pensamiento se encuadra la faceta del A. presentada por 2 Thes 2, 3 ss., y Apc. En aquélla, el A., que coincide con «la defección», es «el hombre de la iniquidad», actúa sin respeto alguno a las normas de Dios; es «el hijo de la perdición», porque su derrota y desgracia es segura; es el que se opone y se yergue por encima de todo, Dios o cosa venerada, hasta el punto de entronizarse en el templo de Dios proclamándose tal. Éste A. tendrá una «manifestación» y una «parusía» o venida, si bien serán por virtud y a la manera de Satán: «con toda clase de milagros, señales, prodigios engañosos, y todo tipo de maldades que seducirán a los que se han de condenar» (2 Thes 2, 9-11). Con esta descripción concuerda también el relato de las dos «fieras», en Apc 13 principalmente. De ellas, la primera (vers. 1-10) representa el poder terreno (que Satán, el Dragón, da a quien quiere, Le 4, 6) que se arroga prerrogativas divinas y persigue a los «santos» (vers. 7), «a los que moran en el cielo» (vers. 6 ss.), mientras es adorado por «los que están domiciliados en la tierra» (vers. 8). La segunda es un símbolo de todos los sistemas e instituciones doctrinales que hacen posibles, de una manera o de otra, los desmanes del poder temporal. Es evidente en el Apocalipsis (v.) que las entidades antagonistas, en el plano inmediato, son la comunidad cristiana (capitaneada por Cristo: 14, l; 17, 14; 19, 1 1 ss.) y el poder del Imperio romano encabezado y dirigido por el emperador.

A las pretensiones divinas del A. se refiere también Me 13, 14, si bien los paralelos sinópticos sugieren otra cosa; y lo 5, 43, nada tiene que ver con el A. Podemos añadir que 2 Thes 2, 3 ss., y Apc 13 guardan entre sí la relación de vaticinio y realización. En efecto, en el Apocalipsis la lucha entre el reino de Dios o «el tabernáculo» de Dios (13, 6) y el poder temporal (el imperio) es abierta y declarada. Es un caso en que la abstracción teológico realizada en el A.T. tiene -plena aplicación. Pero al mismo tiempo, el autor del Apocalipsis sigue manteniendo la abstracción, proyectándola en el futuro aun después de la destrucción de Roma (cfr. 17, 11-18), hasta el punto de que en los tiempos que el Apocalipsis presenta como el término absoluto de la Historia, vuelve a describir un nuevo asalto contra «el campamento de los santos y de la ciudad amada» (20, 9). Y es curioso que esta vez recurre no sólo al lenguaje general de Ezequiel (v.) (cap. 38-39), sino que incluso toma de él el nombre de los caudillos de las fuerzas hostiles a Dios: «Gog y Magog» (Apc 20, 8). Es una curiosa prueba de que el A. es una figura tradicional que puede tomar también nombres tradicionales.

La perspectiva futura de Ez 38-39; Dan 2 y 7 ss., y Apc 20, 7-10, es precisamente la de 2 Thes 2, 3-12. Pablo hereda de su pueblo una constante teológico, según la cual el Reino de Dios (ahora la comunidad cristiana) encontrará siempre oposición en el mundo; y eso mismo se va a realizar también ahora. Los datos históricos que dieron base a esta abstracción teológico ofrecían siempre un personaje concreto que dirigía las fuerzas hostiles a '.Dios y ejecutaba los planes de la oposición. Es evidente que un personaje tal, opuesto a Dios, tiene que ser un «sin ley»; en la perspectiva teológico tradicional, tiene que ser también «el hijo de la perdición», porque contra Dios no le queda sino perder y ser condenado. Es «el opositor» en verdad contra Dios y sus planes. Pablo, en un lenguaje tradicional, expresa una fe también tradicional. Describe, en su perspectiva, el asalto último del poder del mundo contra el reino de Dios; es el caso de Ez 38 ss. y de Apc 20, 7.10. El «opositor» es también la expresión y el caudillo de todo un sistema de fuerzas que luchan contra Dios, o contra Cristo, que es lo mismo. Su manifestación será por virtud y a la manera de Satán (2 Thes 2, 9), porque de él le viene el poder temporal (Apc 13, 2; Le 4, 6) y además la capacidad y los medios de engañar (cfr. Apc 13, 11 ss.).

Se suele preguntar si Pablo piensa en algo y en alguien determinado. Difícilmente podría pensar en sus días más que en la potencia mundana de entonces con su caudillo: Roma y el emperador. Pero sería erróneo pensar que Pablo trata de escribir Historia, cuando en realidad escribe Teología. Expresa la fe tradicional de la que está seguro, y poco importa si esa realidad adversa va a ser en el futuro Roma u otra potencia; su pensamiento, sin embargo, se encuadra en el horizonte histórico de su tiempo. Se refiere a situaciones actuales: «ya» el misterio de la iniquidad actúa, «ahora» está siendo detenido, el «Día del Señor» está en curso por los signos precursores (2 Thes 2, 2). Y quizá pensase ser él mismo testigo de los acontecimientos que anuncia.

Para expresar su fe no necesitaba Pablo saber si el fin del Imperio iba a coincidir con la venida de Cristo. Lo que él afirma es la actividad insolente y persecutoria del exponente máximo de las fuerzas hostiles a Dios y a Cristo, y la victoria definitiva de Cristo y los suyos. El «hombre de la iniquidad» de Pablo es el Gog de Ezequiel y de Apc 20, 8. Las pretensiones divinas que Pablo le atribuye (2 Thes 2, 4) son trazos de la tradición expresados en lenguaje tradicional (Dan 11, 36; Ez 28, 2; Is 14, 13 ss.), sin que sea posible afirmar que Pablo entienda los clisés literarios rigurosamente a la letra. Lenguaje convencional es también el usado para expresar la derrota del A. por obra del Mesías (2 Thes 2, 8; Is 11, 4). La coincidencia de esta suprema opresión del A. y su venida con la del Señor, se debe a otra idea de la apocalíptico judía: los consabidos «dolores de parto» que precederían a la instauración de la feliz era mesiánica por el Mesías.

Puntos discutidos. Queda siempre dudosa la interpretación de 2 Thes 2, 5-7. En primer lugar, no se sabe si ahí se alude a la «manifestación» de Jesús o del A., pues se emplean las mismas dicciones para uno y otro. En segundo lugar, no se sabe en qué consiste «lo que (o el qué) detiene» esa manifestación, ni si a katejein se le ha de dar el sentido de «detener, impedir» y no el de «retener, mantener, sostener». En cuanto a «el (lo) que detiene», se ha pensado en Pablo y su predicación, en el Imperio romano, en la misericordia de Dios, en S. Miguel (Apc 12), en el Espíritu Santo, en jesús mismo, en un «motivo» apocalíptico tradicional, etc. La discusión sigue a ¡erta. Enigmático es también «el misterio de la iniquidad», si bien parece que Pablo alude a los síntomas concretos de un conflicto abierto entre la comunidad cristiana y las pretensiones del Imperio (cfr. Act 17, 5-9; 1 Thes 1, 6; 2, 14; 2 Thes 1, 4 ss.), «misterio» qué es, precisamente, esa constante histórica de oposición al plan y a la obra de Dios. En la perspectiva antes delineada, adquiere sus debidas proporciones el problema de si el A. es una persona o una colectividad. En las dos cosas, lo mismo que los «reyes», «reinos» y «bestias» de Daniel y el Gog de Ez 36 ss. (Apc 20, 8). Pero la colectividad es la suma total de cuantos sirven en las filas hostiles a Dios y a Cristo.

Las epístolas de S. Juan. El nombre de A. aparece expresamente en la Biblia sólo en 1 lo 2, 18.22; 4, 3; 2 lo 7. Los datos que de estos pasajes se desprender, son: a) que el autor no crea la figura del A., sino que tanto él como los destinatarios la han recibido por tradición («habéis oído»); b) que el A. está relacionado con la «hora última»; c) que al lado del A. singular hay otros «anticristos», en plural; d) que en la mente de 1 y 2 lo la actividad del A. es ante todo - y de hecho exclusivamente- doctrinal y la ejerce propugnando errores cristológicos; e) de hecho, el A. es también llamado «el engañador»; y los anticristos, «engañadores»; l) para 1 y 2 lo está claro que los «anticristos» son falsos maestros de doctrinas, que proceden de las filas de los mismos cristianos; y probablemente se podría decir otro tanto del A.

No es fácil tarea la de concordar las dos facetas del A. que ofrecen 1 y 2 de lo por una parte, y 2 Thes y Apc por la otra. Sería acertado decir que en este punto, como en tantos otros, la teología joánica concibe lo escatológico no en términos cronológicos sino entitativos y sustanciales; escatológico es un orden de existencia y esencia distinto del histórico, pero paralelo a éste. Puede, por tanto, irrumpir en las realidades históricas aun perteneciendo a otro orden. De hecho, 1 lo 2, 18, entiende que el A. y los anticristos marcan la «hora última», y que el «ahora» que el autor vive es la «hora última».

La disolución doctrinal es, en realidad, una manera eficaz de actuar contra Cristo y ser «anti-Cristo», porque «niega al Padre y al Hijo», niega que Cristo sea Hijo de Dios (1 lo 2, 22), y esto es básico para el cristianismo. También en la perspectiva de Pablo la obra de seducción por el error del A. adquiere notables proporciones (2 Thes 2, 9-12). La 1 lo 4, 3, atribuye estos errores al «espíritu» del A., y Pablo dice que en toda la actividad del A. está muy presente Satán y una «energía de error» (2 Thes 2, 9.1 l). Por otra parte, 1 lo 2, 18, y 4, 3, sabe que «el» A., aunque está ya ahora en el mundo, todavía erietai (va a venir), a pesar de que el autor vive ya en «la última hora». Además, en los errores de su tiempo el autor de 1 lo ve «el espíritu del A.». Este espíritu es el que da unidad e identidad al A. y a los anticristos a través de la Historia: es la fuerza y tendencia de Satán que, en la visión bíblica, es el verdadero opositor de Dios, y lo mismo que es «homicida desde siempre» (lo 8, 44), es también «mentiroso y padre» de la mentira (ib.) y «el engañador del mundo entero» (Apc 12, 9). Esta fuerza adquirirá su máximo poder seductor al fin de la historia (1 Tim 4, 1 ss.; 2 Tim 3, 1 ss.; 4, 3; 2 Pet 2, 1 ss.; etc.). Pero esa misma teología apocalíptica enseña que éstas son realidades de todos los tiempos. Y esto nos debería guardar de imaginarnos los últimos tiempos y la venida del A. como la irrupción súbita de espectaculares gestas apocalípticas.

Aplicaciones históricas. En el pasado hubo gran preocupación por ver en personajes históricos al A. Se le identificaba con un falso mesías oriundo de Gad, con el Nero redivivus, con el emperador romano, etc. En la Edad Media algunos males de la época, como el fracaso de las Cruzadas y el Cisma de Oriente, se consideraron signos precursores del A. Precursor del A. fue también considerado Federico 11 de Alemania en algunos ambientes, mientras que él acusaba al papa Gregorio IX de ser el A. en persona. Lo mismo pensaron otros del antipapa Anacleto II y del papa Juan XXII. Es conocida la postura de Lutero que veía al A. en el Papado, a partir de Gregorio el Grande. Para el mundo de hoy, el A. es un símbolo de todas las fuerzas que apartan al hombre de la idea religiosa y de la doctrina evangélica.

 

BIBL.: P. PAUL, ludische Eschatologie von Daniel bis Akiba, Hildesheim 1966; J. ERNST, Die eschatologischen Gegenspieler in den Schriften des N. T., Ratisbona 1967 (abundante bibliografía); B. G. J. SCHUECH, Das Bild des Antichrist ¡m N. T., Viena 1965; B. RIGAUX, L'Antichrist et l'opposition au Royaume messianique dans l'Ancien et le N. T., París 1932; íD, L'Antichrist (2 Thes 2, 1-12), «Assemblées du Seigneur» 6 (1965) 28-39; M. Rissi, Was geschah und was geschehen soll danach, Die Zeit- und Geschichtsauffassung des johannes, Zurich-Stuttgart 1965; L. SIRARD, La Parousie de l'Antichrist, 2 Thes 2, 3-9, en Studiorum Paulinorum Congressus..., «Analecta Bíblica» XVIIXVIII, Roma 1963, 89-100.

 

M. MIGUÉNS ANGUEIRA.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991