ANGLICANISMO
Es la forma de la
religión cristiana que caracteriza a las Confesiones de la
comunión anglicana. El conc. Vaticano II, hablando de las
comuniones cristianas separadas de Roma, dice «Entre las que
conservan en parte las tradiciones y las estructuras católicas
ocupa lugar especial la comunión anglicana» (Decreto sobre el
Ecumenismo,. 13). lista se define a sí misma como «una asociación
de aquellas diócesis, provincias, etc., en comunión con la Sede de
Canterbury (v.), que tienen en común las características
siguientes: sostienen y propagan la fe y el orden católicos tal y
como están manifestados en el Libro de la Oración Común (V. COMMON
PRAYER BOOK); se consideran iglesias nacionales y, como tales,
promueven dentro de cada uno de sus territorios una expresión
nacional de la fe, vida y culto cristianos; y están ligados entre
sí, no por una autoridad legislativa y ejecutiva central, sino por
una lealtad mutua sostenida a través de la deliberación en común
de los Obispos en conferencia» (extraída de una resolución
adoptada por la Conferencia de Lambeth (v.), de 1930). Lo que
distingue el a. de las confesiones surgidas de la Reforma (v.) es
que, según su propio concepto, no es una «iglesia separada» ni
tiene una doctrina particular, sino que se considera una parte de
la Iglesia una, y su doctrina no se remite a un autor o a un
documento confesional, sino a los primeros concilios y a los
Padres de la Iglesia.
1. Extensión. La Comunión anglicana abarca actualmente unas
350 diócesis, con 42 millones de fieles, esparcidos por todos los
continentes del mundo. La madre de todos los anglicanos es la
Iglesia de Inglaterra con las dos provincias de Canterbury y York. Con el crecimiento del Imperio
británico empezó la fundación de comunidades sobre el modelo ya
establecido en Inglaterra. De ahí la extensión del a. por todas
las naciones de habla inglesa y por todos los territorios que han
estado sujetos a la corona británica. Componen la Comunión
anglicana: l) La Iglesia de Inglaterra (Church of England), la
única religión oficial del Estado. En otras partes, el a. queda en
pie de igualdad con las demás denominaciones religiosas. 2) La
Iglesia de Irlanda, la Iglesia en Gales, la Iglesia episcopaliana
escocesa (V. EPISCOPALIANOS). 3) La Iglesia de Inglaterra en
Canadá, en Australia, en Nueva Zelanda, y la Iglesia de la
provincia de Sudáfrica. 4) The Protestant Episcopal Church of
America, la Iglesia episcopal en los Estados Unidos, la única
parte de la Comunión anglicana que se llama protestante. 5) Las
muchas diócesis misioneras y las Iglesias establecidas en las
antiguas colonias británicas, ahora naciones independientes.
En los últimos años, la Comunión anglicana ha establecido
relaciones de plena intercomunión con varias pequeñas confesiones
separadas de Roma, que tienen comunes con el a., ya que si bien no
están en comunión con la Santa Sede, se consideran distintas del
protestantismo y mantienen la idea de continuidad apostólica con
la Iglesia primitiva. Tales son: las Iglesias viejo-católicas, la
Iglesia episcopal reformada española, la Iglesia lusitana y la
Iglesia filipina independiente. Es de notar que éstas no son
confesiones anglicanas, aunque están en plena comunión con la
Comunión anglicana (v. viFlos CATÓLICOS).
2. La Reforma en Inglaterra. Según la confesión anglicana
misma, su origen e historia son los de la Iglesia católica en
Inglaterra hasta el s. xv, y al encarar el tema de la Reforma en
Inglaterra, debemos recalcar que este movimiento se produjo allí
por causas y medios distintos, y con resultados diferentes, que el
movimiento correspondiente en el continente. Allá, aunque
explotada sin duda con fines políticos, fue en gran parte el fruto
de una acción individual que prendió, de una u otra forma, en
grandes masas de gente humilde. En Inglaterra, al contrario, la
Reforma fue impuesta desde arriba sobre un pueblo renuente; y el
protestantismo característico de la Inglaterra moderna es un
fenómeno que se debe a motivos más bien políticos que religiosos.
Que el cisma de Inglaterra con Roma se haya producido al
mismo tiempo que Lutero (v.) dirigiera su revuelta contra la
Iglesia, es un hecho que a menudo da la impresión errónea de que
en este momento Inglaterra se hizo luterana. En cambio, el rey
Enrique VIII (v.), que era un teólogo bastante capaz, se opuso
firmemente a la nueva herejía y, por su libro contra Lutero,
mereció del Papa el título de Defensor de la Fe,,que todavía
ostentan los monarcas ingleses. Pero Enrique tuvo un problema
personal: no tuvo hijo varón que heredase el trono, y se enamoró
de una joven dama de la Corte. Alegó que tenía motivos suficientes
para divorciarse de su esposa -Catalina de Aragón, tía del rey
Carlos 1 de España-, pues ésta estuvo casada antes con un hermano
del rey ya muerto, y, aunque el matrimonio no fue nunca consumado,
todo ello bastaba no obstante para constituir un impedimento. El
papa, Clemente VII (v.), estimó que no era así y no concedió el
decreto de nulidad, decisión a la que el rey, hombre despótico y
testarudo, se opuso con la promulgación de una serie de leyes
(1534) que rompieron las relaciones normales de la Iglesia
católica en Inglaterra con Roma, y colocaron a la corona como
última fuente de jurisdicción en asuntos eclesiásticos ingleses.
Las Convocations, o sínodos de los obispos y clero, protestaron,
pero se vieron reducidas al silencio con la amenaza de una multa
enorme bajo el pretexto de haber violado colectivamente el viejo
estatuto de Praemunire (1393), que prohíbe la injerencia de la
Curia Romana en asuntos legales ingleses. Hubo mártires como
Fisher (v.) y Moro (v:). En el oeste y el norte de Inglaterra hubo
revueltas populares que alcanzaron proporciones inusitadas. Con
promesas, el rey logró persuadir a los rebeldes, les hizo deponer
las armas, los castigó sin piedad y, con la ayuda de algunos
clérigos complacientes, como Cranmer, arzobispo de Canterbury,
impuso sobre la Iglesia de Inglaterra la autoridad real en lugar
de la del Papa. El cisma se realizó.
Desde aquí en adelante, con la excepción de un corto periodo
bajo la reina María, la antigua tradición cristiana en Inglaterra
existiría en dos hebras paralelas: estaban la gran mayoría, que
aceptaron forzosamente los cambios introducidos por el poder
seglar, y que mantuvieron como mejor pudieron la fe católica
dentro del marco de la Iglesia oficial. Y estaban los que
permanecieron fieles a Roma en una vida católica subterránea, y
que, tras un largo periodo de persecución, por fin en 1851
establecieron la jerarquía católica romana actual bajo la primacía
de una nueva sede en Westminster.
Enrique VIII logró consolidar la ruptura con Roma por un
golpe muy astuto. Bajo el pretexto de encontrar ilegalidades e
inmoralidades, se apoderó del patrimonio de las órdenes religiosas
y lo distribuyó entre sus partidarios, quienes, en adelante,
tuvieron un mayor interés en impedir. cualquier reconciliación con
Roma. Muerto Enrique VIII, protestando hasta el fin su ortodoxia
católica y persiguiendo a los protestantes, le siguió en el trono
su hijo Eduardo VI, un niño enfermizo en manos de un grupo de
consejeros sin escrúpulos de los que más se habían beneficiado con
el despojo de la Iglesia. Además, el nuevo rey era hijo de una
unión no reconocida por Roma, y por eso, a los ojos del Papa, su
título al trono era inválido. La totalidad de los esfuerzos de sus
consejeros fueron dirigidos hacia la seguridad y permanencia de la
ruptura entre Inglaterra y Roma. Ahora, por primera vez, empezó
una influencia masiva en Inglaterra de protestantismo extranjero.
En 1552 se impuso a la Iglesia otro Libro de Oración Común, más
susceptible éste de interpretación protestante. Se prohibieron
muchas de las ceremonias tradicionales y muchos de los ornamentos
usuales de las Iglesias cristianas, incluso muchas obras de arte
de valor incalculable fueron arrancadas de las iglesias y
destruidas. Pero hay que notar cuidadosamente que nada de este
movimiento anticatólico fue obra ni de la Iglesia ni de la mayoría
del pueblo de Inglaterra, ni fue aprobada por los mismos; fue
exclusivamente obra del Estado, llevada a cabo por motivos más
políticos que religiosos.
Al morir el joven Eduardo VI en 1553, le sucedió su
hermanastra María Tudor (v.), hija de la primera esposa de Enrique
VIII, Catalina de Aragón, única esposa legítima según el punto de
vista católico. Era una católica muy devota y sincera; en seguida
borró toda la legislación cismática de sus predecesores, e
Inglaterra volvió a la comunión normal con la Santa Sede. La
vuelta a la comunión con Roma era muy deseada por el pueblo de
Inglaterra, aunque naturalmente era muy poco del agrado de la
aristocracia advenediza enriquecida con los despojos de los
conventos. Pero en su corto reinado de cinco años, María hizo, con las mejores intenciones pero con
resultados desastrosos, dos cosas que iniciaron el sentimiento
anticatólico popular en Inglaterra. Una fue su casamiento con
Felipe Il de España. La lucha en el mar por las riquezas de las
Indias ya había enemistado profundamente a Inglaterra con España,
y con este casamiento el pueblo inglés se vio en peligro de ser
convertido en vasallo de la corona española. Fue un paso muy fácil
transferir la hostilidad y miedo contra España a la fe católica,
de la cual España ha sido siempre la defensora eximia a través de
toda su historia. El otro error de la reina María fueron sus actos
indiscretos de persecución. Cuando subió al trono, los
protestantes ingleses de.sincera convicción eran muy pocos y de
influencia muy escasa. Pero al perseguirlos implacablemente,
condenándolos a la hoguera, lo que muchos soportaron con admirable
fortaleza, se les confirió una aureola de gloria, y por primera
vez se suscitó en Inglaterra un interés popular en el
protestantismo, con una veneración hacia sus próceres
martirizados. Por eso la opinión pública inglesa de los siglos
subsiguientes ha llevado tan marcadamente esta nota anticatólica y
aun antiespañola: tiene su origen en el temor a la dominación
política de España y en la persecución religiosa que se asocia con
la idea de la Inquisición, tal como la representan los
propagandistas protestantes.
3. El desarrollo del anglicanismo. A María le sucedió otra
hija de Enrique VIII, la reina Isabel I (v.). Era hija de otra de
las uniones ilegítimas contraídas por el rey en desafío contra el
Papa. Por eso, aunque sus propias convicciones parecen haber sido
más católicas que protestantes, a ella le convenía volver a la
política cismática de su padre; más aún, facilitó la difusión y el
influjo de ideas luteranas y calvinistas. En esa dirección actuó a
pesar de la abierta oposición de los obispos, el clero y el pueblo
de Inglaterra, entre quienes todavía constituían una mayoría
abrumadora los de ideas católicas. Del arreglo de Isabel en
asuntos religiosos, Maitland, reconocido como la autoridad máxima
en materia de historia constitucional inglesa, dice: «La
Convocatoria de Canterbury se reunió cuando lo hizo el Parlamento,
y la cámara del clero se pronunció a favor de la
transustanciación, y el sacrificio de la Misa, y la supremacía
romana; también protestó inútilmente de que los laicos
intervinieran en la fe, culto o disciplina (17 feb. 1559). Los
obispos se mantuvieron firmes: la Reforma sería un golpe de Estado
sin precedentes» (Maitland, The Cambridge Modern History,
Cambridge 1907, 11, 566).
Se ve cómo en este momento en que la ruptura con Roma quedó
definitivamente consumada, la voz oficial de la Iglesia de
Inglaterra, la Convocation de sus obispos y clero, protestó
ampliamente su devoción a la doctrina y disciplina católica, y su
lealtad a la autoridad espiritual de la Santa Sede. Nunca hubo la
menor sugerencia de que se fundara una nueva Iglesia o se
introdujera una nueva religión, y la mayoría de los obispos
dimitieron en señal de protesta contra las acciones de Isabel. Sin
embargo, la separación se fue consolidando y agrandando. En primer
lugar, por razón de la misma sucesión en cuanto a lo que respecta
al sacramento del Orden, ya que la introducción de variaciones en
el rito hizo dudar de la validez de las ordenaciones anglicanas (cfr.
León XIII, bula Apostolicae Curae, de 1896). En segundo lugar, por
el influjo de ideas del protestantismo continental.
Después de la separación de Roma, muchos protestantes
extranjeros de arraigada convicción luterana o calvinista se
refugiaron en Inglaterra, formando sectas a espaldas de la Ley de
Uniformidad de Culto, y esforzándose en todo lo posible por
apoderarse de la iglesia nacional, borrar sus tradiciones
católicas y hacerla una secta netamente protestante. De ahí nace
esta tensión entre un ala derecha más católica, o `alta iglesia' (High
Church), y un ala izquierda protestante, o "baja iglesia" (Law
Church), que caracteriza a la Comunidad anglicana. La historia
eclesiástica del periodo Estuardo (1603-88) es una lucha sin
tregua entre la tendencia protestantizante de los puritanos (v.),
y la tendencia catolizante de los reyes, apoyados por la mayoría
del clero anglicano, para la posesión de la iglesia nacional. Los
reyes de la dinastía Estuardo, con la excepción del primero, eran
hombres de sentimientos católicos, y los dirigentes espirituales
como Hooker, Laud y Law, siguieron una tradición más católica que
protestante, con miras más a los Santos Padres de la Iglesia que a
los heresiarcas continentales contemporáneos.
Pero si éste era el concepto más popular entre el clero
durante la época Estuardo, la burguesía, en cambio, ahora por
primera vez consciente del poder político que le confería su
dinero, era de tendencia netamente protestante y puritana. Por
eso, uno de los motivos principales de la guerra civil de 1642 fue
un conflicto religioso. Los puritanos vencieron, y el rey Carlos 1
(v.) pereció en el patíbulo en 1649, siendo considerado por los
anglicanos un santo y mártir, que ofrendó su vida por no
traicionar a la Comunidad anglicana y abandonarla al
protestantismo presbiteriano. Siguió luego un periodo de
persecución para la Iglesia anglicana, promovido por los puritanos
precisamente debido al carácter -a sus ojosdemasiado católico, de
la doctrina y culto de aquélla. Como era de esperar, el pueblo
inglés se cansó pronto del régimen austero impuesto por los
puritanos. Así, al morir el caudillo puritano Cromwell (v.), el
pueblo inglés dio una calurosa bienvenida al hijo del rey
martirizado, Carlos II (v.). Éste, aunque hombre de vida personal
no ejemplar, tuvo simpatías católicas, pero a la luz del destino
trágico de su padre cuidó mucho de no hacerse enemigos por algún
despliegue indiscreto de celo religioso. Ahora la tradición
anglicana estaba bien establecida en el pueblo inglés, que recibió
con júbilo la vuelta de sus antiguos curas párrocos con la
liturgia ya acostumbrada y amada del Prayer Book.
Bien pronto ocurrió otro desastre para la vida cristiana de
Inglaterra. Durante los 100 años de separación de Roma, la opinión
pública inglesa, antes completamente católica, había sido llevada
a pensar que los católicos romanos eran enemigos políticos de la
nación. Por eso, cuando el siguiente rey, Jaime II, que se mostró
abiertamente católico, quiso poner fin a toda persecución de los
católicos romanos, la nación protestó tan enérgicamente que el rey
tuvo que refugiarse en Francia, donde la casa real Estuardo
terminó sus días en el exilio. Como sucesor en el trono, el
Parlamento eligió a Guillermo de Orange, esposo de María, la hija
mayor del rey desterrado. Guillermo III era protestante calvinista
de una familia que destacó en la historia como paladín de la lucha
contra el imperialismo católico de España en los Países Bajos.
Ocupó el trono de Inglaterra precisamente por su oposición al
catolicismo; desde entonces data la ascendencia política netamente
protestante en Inglaterra. En el antiguo rito de la coronación del
rey, todavía en uso, en la cual el monarca jura defender la fe
católica, el Parlamento insertó un nuevo juramento adicional -el
de mantener la religión protestante- evidentemente con una
intención más política que teológica, pues el antiguo juramento de
defender la fe católica, acompañado por la entrega de un anillo
simbólico, subsistió, y subsiste hoy. Entonces, los elementos más
espirituales y doctos del clero de Inglaterra (The Non-jurors, «no
juradores») rehusaron tomar el juramento de fidelidad al nuevo
rey, puesto que todavía vivía el rey legalmente coronado al cual
habían ya jurado fidelidad; se retiraron de sus beneficios, y
puesto que no quisieron fundar una nueva secta por sus
convicciones de orden católico, desaparecieron poco a poco. En su
vida retirada siguieron practicando una interpretación católica
del culto anglicano, si bien orientándose hacia la Iglesia
oriental más que hacia Roma.
Comenzó a sentirse en Inglaterra un rápido descenso. El
protestantismo celoso, activo y espiritual de las sectas
disidentes era proscrito por la ley, a la par del catolicismo
romano. Bien pronto el Parlamento tuvo que llamar a un nuevo
príncipe protestante extranjero para suplir una falta en la
sucesión directa. Vino Jorge I, de la casa real de Hannover en
Alemania. Era luterano, y hablaba solamente alemán. Por eso
descuidó completamente la conservación de las tradiciones
espirituales de Inglaterra. Los obispos eran nombrados por el
gobierno por motivos políticos únicamente, y muchos clérigos
consideraban su función como poco más que un medio de vida digno y
cómodo para los hijos menores de las clases pudientes. Así, el s.
xvIII fue una época durante la cual la religión, por lo menos en
sus manifestaciones en la vida pública de la nación, estaba casi
moribunda.
4. Los movimientos de renovación. Ya no quedaba casi nada de
la piedad que había sobrevivido a la separación de Roma, y que
florecía en la época de los Estuardos. El clero era mundano y
sinecurista. Aunque la Iglesia de Inglaterra nunca llegó a
formular una doctrina propia, una gran parte de la doctrina y
práctica católica previstas en el Proyer Book cayó en el olvido, y
el a. adquirió un cariz netamente protestante. En este sombrío
cuadro, casi el único rayo de luz fue el movimiento que dio origen
a una secta que todavía existe, los metodistas (v. METODISMO),
quienes se separaron de la Iglesia de Inglaterra a mediados del s.
XVIII. Los metodistas, al igual que todos los disidentes,
sufrieron cierta persecución por parte de la confesión oficial,
hasta que en 1828 se anularon las leyes que exigían la
conformidad, promulgando en el año siguiente una ley para la
emancipación de los católicos romanos. En la actualidad, solamente
al monarca, al heredero del trono, y al Lord Chancellor (el jefe
del poder judicial) les es exigido pertenecer a la Iglesia de
Inglaterra para ejercer sus cargos. A partir de 1828, en
Inglaterra ya no era un crimen ser católico en comunión con Roma,
pero éstos eran ahora escasos en número, de poca influencia en la
vida nacional, y acostumbrados a largos años de vida clandestina.
Mientras tanto, un pequeño grupo de clérigos anglicanos de la
Univ. de Oxford, entre los cuales los más importantes eran Newman
(v.) y Keble, estudiando la Teología patrística y la Historia
eclesiástica con aplicación y devoción entonces inusitadas,
llegaron a la conclusión, en aquella época casi completamente
olvidada, de que la Iglesia de Inglaterra, a pesar de su
separación de Roma, en todas sus actas oficiales nunca había
hablado de ninguna otra Iglesia más que de la católica, ni de
ninguna otra fe distinta de la fe católica, y de que la verdadera
Iglesia de Inglaterra no es sino la parte de la única Iglesia,
Esposa Mística de Cristo, que vive en Inglaterra; ello condujo a
un acercamiento al catolicismo que, en algunos casos, culminó en
la conversión (v. oxFORD, MOVIMIENTO DE).
Precedente y paralelamente al Movimiento de Oxford se habían
producido otras corrientes que aspiraban también a una renovación,
pero en otras direcciones. Tal era el Movimiento evangélico de los
primeros años del s. xlx, que edificó su tipo de protestantismo
sobre una parte fundamental de la fe católica, como es la
inspiración divina de la Biblia, la divinidad de Cristo, y la
salvación por la Sangre Preciosísima. Pero rechazaron las nociones
de una Iglesia jerárquica docente, de una liturgia sacrificial y
de un sistema sacramental que constituyeron los temas básicos de
la predicación del Movimiento de Oxford. Así los evangélicos (v.
EVANGÉLICA, LIGA) se hicieron los enemigos más enconados del
Movimiento de Oxford, y esta lucha entre los partidos Catholic y
Evangelical en la confesión anglicana ha sido una característica
de la vida religiosa inglesa desde entonces hasta hoy. Puede
señalarse, por lo demás, que es a una serie de Evangelicals
distinguidos (en su mayoría laicos) a quienes Inglaterra debe sus
primeros pasos en el establecimiento de aquella justicia social
que es una de las señales características de un Estado civilizado
de hoy. Entre ellos se cuentan William Wilberforce (1759-1833),
que logró la abolición de la esclavitud en todas las colonias
británicas, y Lord Shaftesbury (1801-85), que auspició las
primeras leyes industriales, regulando el empleo de mujeres y
niños en las fábricas y minas.
5. La Iglesia de Inglaterra en la actualidad. Desde el
Movimiento de Oxford ha cambiado por completo el aspecto externo
de la vida parroquial en Inglaterra. En lo externo y en la forma
de comportarse, etc., se han acercado mucho a los usos católicos,
de manera que gran número de iglesias se asemejan a las iglesias
católicas de cualquier parte del mundo: existe el altar mayor, se
emplean ornamentos sagrados, los ritos se realizan siguiendo las
ceremonias prescritas en el ritual católico, muy a menudo con la
máxima corrección litúrgica y perfección artística, (Muchas
iglesias anglicanas han acatado las reformas litúrgicas del conc.
Vaticano II, Misa cara al pueblo, etc., si bien existe la
situación curiosa de que en algunas iglesias anglicanas todavía se
practican ceremonias y usanzas que la Iglesia católica romana ha
abandonado en la reforma posconciliar.) Están también los altares
de Nuestra Señora y de los Santos, con sus imágenes y ofrendas de
flores y velas, los confesonarios, el agua bendita en la puerta,
el vía crucis en las paredes; con el abandono del latín en las
misas parroquiales del rito romano es difícil encontrar algo que
distinga en sus aspectos externos muchos templos de la comunión de
Canterbury de los de la Iglesia de Roma. Aun en las parroquias
donde no se admite todavía explícitamente la influencia del
Movimiento de Oxford, se siente aquella influencia. Hay pocas
iglesias anglicanas hoy donde la Eucaristía no se celebre con
dignidad y reverencia por lo menos todos los domingos. Y casi
todas las catedrales han recobrado mucho del ambiente católico que
corresponde a su arquitectura y a su historia.
6. Inglaterra y la Comunión anglicana. Lo dicho de la
Iglesia de Inglaterra de hoy se aplica igualmente, mutatis
mutandis, a toda la Comunión anglicana. La expansión de la fe
cristiana a las tierras de ultramar conquistadas, colonizadas, o
influidas por los británicos, trajo consigo la misma situación
religiosa que en la Madre Patria (v. EPISCOPALIANOS). En cuanto a
las sociedades misioneras, éstas eran asociaciones privadas
fundadas precisamente para propagar el cristianismo según las
convicciones de sus sostenedores, con tendencias más católicas o
más protestantes, donde no había necesidad de conformarse a la ley
civil inglesa. Por eso se encuentran en el a. fuera de Inglaterra,
en las antiguas colonias, regiones de ambiente eclesiástico
monocromo, donde el a. parece netamente católico o protestante.
Recientemente, en el clima ecuménico actual del mundo cristiano,
estas distinciones tienden a desaparecer, y en las nuevas
provincias anglicanas de África, p. ej., se unen diócesis hasta
ahora de actitudes eclesiásticas muy encontradas. La dirección de
estas comunidades nuevas es confiada a un clero en su mayor parte
indígena, lo cual facilita dicha evolución, que es tal vez un paso
hacia la unión con las misiones de otras comuniones cristianas,
cuyas diferencias han sido importadas desde el extranjero y suelen
aparecer como menos importantes a los nuevos cristianos indígenas.
Lo que distingue a la Iglesia de Inglaterra del resto de la
Comunión, de la que es la comunidad madre, es su relación con el
Estado civil. Decir que la Iglesia de Inglaterra es «establecida
por la ley» (by law established) no implica que en algún momento
determinado el Estado civil estableciera la Iglesia en Inglaterra.
Al contrario, había una sola Iglesia en Inglaterra, bajo la
primacía de Canterbury, cuando aquella isla estaba repartida entre
hasta cinco reinos distintos. En este sentido es más conforme con
la realidad decir que la Iglesia estableció la unidad del Estado
de Inglaterra. Pero durante toda la época medieval había litigios
perennes entre Roma y la corona inglesa sobre los nombramientos de
cargos eclesiásticos y la administración de los bienes de la
Iglesia. IRstos sirvieron de precedente a Enrique VIII cuando, en
1534, se arrogó el título blasfemo de «única cabeza suprema en la
tierra de la iglesia en Inglaterra, llamada Anglicana Ecclesia».
Es de notar que, al separarse definitivamente de Roma en 1559,
Isabel I hizo el cambio muy significativo de declararse solamente
«la única gobernadora suprema de este reino... en causas
espirituales igual que temporales». Es decir, desde entonces hasta
hoy, el monarca inglés no es, como suelen algunos decir
erróneamente, «la cabeza de la Iglesia de Inglaterra», sino más
bien solamente la autoridad máxima en sus asuntos legales regidos
por las leyes del Parlamento.
Es innegable que el establecimiento legal da al a. muchos
privilegios. No recibe ninguna subvención financiera estatal; pero
tampoco, desde la expoliación de las casas religiosas por Enrique
VIII, ha sufrido el despojo de sus bienes como ha ocurrido a los
cristianos muchas veces aun en los países más católicos. Por eso,
la Iglesia de Inglaterra es la entidad más rica en la Inglaterra
de hoy. No está de más recalcar que con estas riquezas tiene que
sufragar la mayor parte de los gastos del mantenimiento del clero,
del culto y de los edificios eclesiásticos, y para estos fines sus
recursos, aunque parecen vastos, son muy insuficientes. Desde la
época de Teodoro de Tarso, arzobispo de Canterbury de 668 a 690,
toda Inglaterra ha sido dividida en parroquias, en las que la
iglesia y el cura están sostenidos por las rentas antiguas de sus
bienes, con apoyo a veces mínimo de las contribuciones de los
fieles. Ahora existe un movimiento fuerte para mejorar esta
situación y hacer a los laicos conscientes de su responsabilidad
financiera hacia el clero. También se discuten actualmente
propuestas para hacer más flexible el sistema de nombramiento de
los beneficios eclesiásticos, hoy vitalicios, y el de instaurar un
gobierno sinodal y escuchar más a los laicos. Otro problema es el
nombramiento de los obispos por el primer ministro en nombre del
monarca. Aunque éste normalmente consulta al arzobispo de
Canterbury, se buscan medios de hacer más activa la participación
de los fieles en la elección de sus pastores. Es verdad que,
aunque la mayoría de los ingleses pertenecen nominalmente a la
confesión nacional, cuenta en realidad con el apoyo activo de sólo
una minoría: de aquella minoría de ingleses que son cristianos
practicantes. En esta situación hay voces que abogan por la
separación de la Iglesia del Estado; pero en contra están los que
recalcan que tal separación implicaría la nacionalización de los
bienes eclesiásticos, y el fin de las pretensiones de Inglaterra
de ser una nación oficialmente cristiana, hecho del que la
coronación del monarca en un rito sagrado es la afirmación
pública.
7. La Teología anglicana. Es difícil distinguir en el a. un
sistema de Teología independiente, pues debido a su situación
histórica, su clima intelectual es el de una tensión permanente
entre el catolicismo y el protestantismo, con mucha libertad para
especulaciones heterodoxas. Por eso, en los estantes de un
sacerdote anglicano se encontrarán los libros usuales de Teología
católica o protestante, mezclados según las convicciones propias
de su dueño. La vida y pensamiento de muchos clérigos anglicanos
son idénticos a los de cualquier sacerdote católico, mientras hay
otros cuyas actitudes son parecidas a las de un pastor
protestante. Existe una tradición clásica de la Teología
anglicana, que representa una manera de enfocar los temas más bien
que un sistema doctrinal.
Esta tradición tiene sus orígenes en la situación en que se
encontró la confesión anglicana después de la separación de Roma.
En las comunidades protestantes aparecieron primero los sistemas
teológicos, p. ej., los de Lutero y Calvino, que provocaron la
ruptura con la Santa Sede y la fundación de una Iglesia nueva. En
Inglaterra, en cambio, la separación de Roma se produjo por
razones más bien políticas que teológicas, y una vez consumado el
cisma, los teólogos anglicanos tuvieron que buscar razones
intelectuales para justificar la existencia de una iglesia sin
doctrina propia pero separada de Roma. Pensaron encontrar esta
justificación en las mismas fuentes que la Iglesia ortodoxa
oriental; es decir, en la apelación no solamente a las Sagradas
Escrituras, como las sectas protestantes, sino también al
testimonio de los Santos Padres y de los concilios de la Iglesia
antigua indivisa. Es innegable que, al mismo tiempo, existían los
que quisieron una importación masiva de las doctrinas netamente
protestantes de los heresiarcas continentales. Pero no triunfaron,
y la tradición clásica de la Teología anglicana se ha establecido
en aquella via media entre el catolicismo de Roma y el
protestantismo de Ginebra (V. CALVINO Y CALVINISMO), que es l0 más
característico del a. El terminus a quo de esta tradición
teológica anglicana puede fijarse en la publicación en 1594 de la
Ecclesiastical Polity de Richard Hooker (¿1554?-1600).
Durante el periodo de controversia que siguió a la
separación de la comunión de Roma, los reyes, con la ayuda de
clérigos complacientes, hicieron varias tentativas de imponer la
uniformidad doctrinal en la Iglesia nacional en una serie de
formularios que recibieron forma definitiva en los XXXIX Artículos
de 1571. Es erróneo considerar este documento como la confesión de
fe de la comunidad anglicana, pues no contiene más que unas
observaciones sobre determinados temas controvertibles de la
época, impuestos solamente por la coacción del poder secular, y
más tarde aceptadas por las Convocations del clero. Aceptar sus
enseñanzas nunca ha sido obligatorio para los laicos, aunque una
declaración de conformidad con los XXXIX Artículos ha sido, y es
todavía, exigida al clero para ocupar algún oficio eclesiástico.
En la actualidad, ésta no es más que una declaración general
verbal de que son «conformes a la Palabra de Dios». Los términos
"de los XXXIX Artículos acusan una imprecisión notable, quizá
intencional, con el propósito de albergar dentro de la única
confesión nacional la máxima variedad de opiniones. No obstante
sus deficiencias desde el punto de vista católico, representan una
acción paralela a la del conc. de Trento (1545-63), y competentes
teólogos anglicanos conceden que son capaces de una interpretación
en un sentido de tipo católico conforme a las enseñanzas de S.
Tomás de Aquino y de dicho concilio (Forbes, obispo de Brechin,
The XXXIX Articles, Oxford 1871; H. E. Symonds, The Council of
Trent and Anglícan Formularies, Oxford 1933). Nótese, p. ej., cómo
el texto del art. XXXVII tiene a primera vista un aspecto
anticatólico: «El Obispo de Roma no tiene jurisdicción alguna en
este Reino de Inglaterra», pero en realidad no niega la primacía
espiritual del Papa, sino solamente su intromisión en los asuntos
del Estado secular (realm, `reino'). De la misma manera los
artículos que parecen a primera vista negar algunas doctrinas y
prácticas católicas, al estudiarse más detenidamente resultan o
basados en conceptos falsos de lo que es la doctrina católica, o
condenaciones de los mismos abusos medievales que condenó el conc.
de Trento. En el pensamiento anglicano de hoy los XXXIX Artículos
son de poca importancia, y su interés es poco más que histórico.
Con muy contadas excepciones, no se usan los XXXIX Artículos en la
Comunión anglicana fuera de Inglaterra misma.
Vista la situación histórica de la confesión anglicana,
resulta evidentemente más correcto hablar de teólOgos anglicanos
que de Teología anglicana, pues ésta, en el sentido de un cuerpo
de doctrina propia, no puede existir. Teólogos distinguidos sí hay
una larga lista, desde el Richard Hooker ya referido, a Michael
Ramsey, nombrado arzobispo de Canterbury. Puede decirse que no hay
ninguna doctrina de la fe ortodoxa que no haya sido en algún
momento expuesta y defendida por teólogos anglicanos, al mismo
tiempo que hay que admitir que muchas ideas heterodoxas han
recibido cobijo dentro del panorama teológico anglicano. ¿En qué
se funda, entonces, la unidad del a.? Para la Comunión anglicana,
más que ninguna otra comunidad eclesial, es verdad que la lex
orandi es lex credendi. Con variaciones muy leves, que no cambiail
su contenido doctrinal, los formularios del Libro de Oración Común
se usan en todas partes. Allí se encuentran los credos de la
cristiandad católica afirmados y usados diariamente en la
Eucaristía y el oficio divino, en oficios litúrgicos cuya forma
queda dentro de la tradición del cristianismo occidental y romano.
Se leen las mismas Santas Escrituras y se recitan los mismos
salmos que en el resto de la cristiandad, y se administran los
mismos siete sacramentos.
En cuanto a la situación actual del diálogo entre los
teólogos de Canterbury y los de Roma, el clima ecum¿nico
posconciliar está borrando muchos de los malentendidos de las
controversias del pasado. Quedan, no obstante, ciertos puntos por
clarificar. Tales son los dogmas de la- fe que han sido definidos
después de la separación entre Canterbury y Roma: la infalibilidad
del Papa, la Inmaculada Concepción y la Asunción de Nuestra
Señora. En estos asuntos, la actitud anglicana es muy parecida a
la de la ortodoxia oriental, y es de esperar que los abrazos
simbólicos que el papa Pablo VI ha intercambiado con el arzobispo
de Canterbury y el patriarca de Constantinopla simbolicen la
apertura de nuevos caminos hacia el entendimiento mutuo en el
campo teológico y hacia la unidad.
8. Relaciones ecuménicas. Como se ha reconocido en el conc.
Vaticano II, entre los «hermanos separados» ocupa lugar especial
la Comunión anglicana. Por su parte los anglicanos, dadas las
peculiaridades de su historia y la misma variedad que hay en su
seno, se consideran como una vía media o puente entre las diversas
comunidades cristianas, y han promovido de hecho numerosos
movimientos unionistas (V. UNIÓN CON ROMA Y UNIÓN DE LOS
CRISTIANOS II), aunque a veces con un cierto tono ecléctico. Esos
intentos se mueven en varias direcciones en el interior del propio
a. o sus derivados, con respecto a las confesiones protestantes,
con relación a los ortodoxos, con respecto a Roma.
Volver a restablecer la comunión de la sede de Canterbury
con Roma no es tarea fácil como consecuencia de los diversos
hechos a los que se ha ido haciendo referencia al narrar la
historia y, sobre todo, como consecuencia de un dato fundamental:
Roma no puede aceptar una unión con merma de la profunda
conciencia de la unidad de la fe y de la comunión jerárquica de la
que es depositaria. Una cuestión -de carácter más bien
emblemático- ha surgido después del restablecimiento de la
jerarquía católica en Inglaterra: ¿quién es el sucesor de S..
Agustín de Canterbury (v.): el arzobispo anglicano de esa sede,
que lleva el palio en su escudo de armas, o el arzobispo de
Westminster, que ha recibido el palio de Roma? A pesar de todo
ello, los años posteriores a 1960 han visto un cambio importante
en el tono de las relaciones: la visita que hizo el arzobispo de
Canterbury, Dr. Fisher, al papa Juan XXIII, la presencia de
observadores anglicanos en el Conc. Vaticano II y otros contactos
posteriores abren perspectivas halagüeñas. No deben, sin embargo,
abrigarse ilusiones ingenuas: la vía hacia la unidad será larga y
compleja. No conviene olvidar, de otra parte, que una cosa es la
sede de Canterbury y otra la totalidad del a., en cuyo seno hay
una múltiple variedad de situaciones, lo que, obviamente, no
facilita la tarea.
En términos generales cabe decir que los decretos y
declaraciones del Conc. Vaticano II han contribuido a disipar
diversos malentendidos. Así, p. ej., la amplia doctrina sobre el
episcopado y sus relaciones con el papado expuesta en la Const.
Lumen gentlum, así como el resumen de la doctrina mariológica que
se hace en esa misma Constitución pueden llevar a un acercamiento
de la mentalidad anglicana hacia esos temas. Las divergencias no
obstante permanecen. El acercamiento es tal vez más marcado en la
esfera de -la liturgia. Otro problema es el de los matrimonios
mixtos entre anglicanos y católicos y las promesas exigidas al
cónyuge anglicano. Como primer paso en el largo camino hacia la
unidad, en 1967 se iniciaron conversaciones exploratorias entre
grupos de teólogos católicos y anglicanos con la intención de
continuarlas en años sucesivos.
Con los cristianos ortodoxos orientales la confesión
anglicana tiene una larga historia de relaciones amistosas. Muy
notables han sido las declaraciones de siete iglesias orientales
autocéfalas que parecen reconocer la validez de las ordenaciones
anglicanas: Constantinopla (1922), Jerusalén (1923), Chipre
(1923), Alejandría (1930), Rumania (1936) y Grecia (1939). El
intercambio de visitas en 1966 entre el patriarca Justiniano de
Bucarest y el arzobispo de Canterbury, Michael Ramsey, subraya la
notable simpatía ya existente entre ambas comunidades, pues en
cada país el prelado visitante fue recibido por el otro en pleno
pie de igualdad. Aunque en la actualidad no existe la
intercomunión entre las comunidades orientales y anglicanas como
práctica normal, una y otra autorizan la intercomunión en
determinados casos individuales cuando un ortodoxo o un anglicano
se encuentre aislado del ministerio de su propia confesión. El
progreso hacia relaciones aún más estrechas parece entorpecido
solamente por consideraciones políticas en el mundo ortodoxo.
Merecen atención especial las relaciones de la Iglesia
anglicana con las agrupaciones viejo-católicas (v. VIEJOCATÓLICOS),
pues aunque éstas son pequeñas, han conservado la sucesión
apostólica y con ésta una vida sacramental cuya validez es
reconocida por Roma. Es notable que la única intercomunión
completa lograda hasta el momento por el movimiento ecuménico en
la confesión anglicana es con los viejo-católicos y sus asociados.
En 1930, la Lambeth Conference (v. LAMBETH, CONFERENCIAS DE)
adoptó una fórmula para servir de base de unión entre cristianos
separados. Según ésta, lo esencial mínimo del cristianismo se
resume en cuatro puntos, el llamado Lambeth Quadrilateral, es
decir, La Biblia, los dos credos, el de Nicea y el de los
apóstoles, los dos sacramentos esenciales, el del Bautismo y de la
Eucaristía, y la sucesión apostólica de los obispos. Sobre la base
del Lambeth Quadrilateral se negoció en 1932 el Acuerdo de Bonn
con la comunidad viejo-católica. Posteriormente se han negociado,
también sobre la misma base, relaciones de intercomunión con otras
tres comunidades cristianas no-anglicanas del tipo viejo-católico,
es decir, la Iglesia episcopal reformada española, la Iglesia
lusitana, y la Iglesia filipina independiente. La importancia del
Acuerdo de Bonn es que prueba la sinceridad de la voluntad de la
comunidad anglicana de entrar en comunión con otros cristianos
cuando le parece a ella que existen bases teológicas suficientes;
y que en la actualidad obispos en la sucesión apostólica de
Utrecht, cuya validez es admitida por Roma. a menudo toman parte
en las consagraciones de obispos anglicanos, un hecho que puede
cambiar la actitud de Roma hacia las ordenaciones anglicanas.
A algunos les parece que la unión con las sectas
protestantes inglesas es más factible. Pero ello roza con la
misión que se atribuye el a. de confesión-puente, que debe
fortalecer los contactos en ambos extremos, sin cortar el de uno
de ellos. He aquí la dificultad. En la actualidad la Sede de
Canterbury sostiene conversaciones con la confesión metodista, que
por ser su hija es la más cercana doctrinalmente. El problema es,
¿cómo unirse con una comunión no-episcopal sin perder la sucesión
apostólica de los obispos que es su lazo con el cristianismo
histórico? Se ha propuesto una forma de ordenación mutua que
incluya la imposición de manos episcopales, pero sin definir el
significado de la sucesión episcopal. Esta propuesta ha levantado
una fuerte oposición en grandes sectores de ambas comuniones, y
las perspectivas de solucionar este problema y llevar a cabo tal
reunión sin crear al mismo tiempo dos nuevas confesiones
disidentes, no parecen muy alentadoras.
También existe la solución de la Iglesia de India del Sur.
Esta comunidad se formó en 1947 cuando cuatro diócesis anglicanas
negociaron una unión con otras confesiones metodistas, reformadas
y luteranas, sobre la base doctrinal del Lambeth Quadrilateral. En
cuanto a la sucesión episcopal, la nueva comunidad aceptó los
ministros de las confesiones constituyentes sin exigirles otra
ordenación, pero-con la condición de que en adelante todas las
ordenaciones serían episcopales. Por eso, en la actualidad, la
intercomunión con la Comunión anglicana es restringida, pero se
espera que después de 30 años todos los clérigos habrán recibido
ordenación episcopal anglicana y la Iglesia de la India del Sur
podrá entrar en plena intercomunión con la Comunión anglicana (v.
INDIA VIII).
La tarea ecuménica tiene, pues, para los anglicanos
dimensiones desconocidas a otros cristianos, por vivir ya en su
propia comunión con hermanos cuyas actitudes son idénticas a las
de otros hermanos de confesiones diversas. Sin embargo, se hallan
dentro de la misma comunión y, aunque su vida diaria parroquial
suele desarrollarse en ambientes distintos, tienen los mismos
obispos y administración eclesiástica, y se reúnen en un solo
cuerpo para acontecimientos diocesanos oficiales. Puede ser que,
en la providencia de Dios, esta situación anómala sirva a la causa
de la reunión última en un solo cuerpo visible de todos los
hermanos cristianos separados (V. ECUMENISMO. V. t.: GRAN BRETAÑA
V; EPISCOPALIANOS; PRESBITERIANOS; CANTERBURY; JUAN FISHER, SAN;
TOMÁS MORO, SANTO; WOLsEY, THOMAS.
BIBL.: S. NEIL, Anglicanismo, Barcelona 1967; A. D. TOLEDANo, El anglicanismo, Andorra 1966; K. ALGERMISSEN, Iglesia Católica y confesiones cristianas, Madrid 1963, 864-883, 891 ss., 951 SS., 1019 SS.; F. L. CROSs, The Oxford Dictionary of the Christian Church, Londres 1957; S. L. OLLARD y G. CROSSE, A Dictionary of English Church History, Londres 1919; P. E. MORE y F. L. CROSs, Anglicanism, Londres 1935; fD, The Official Yearbook of the Church of England, Londres 1967; W. K. LowTHER CLARKE y C. HARRIS, Liturgy and Worship, Londres 1932; H. E. SYMONDs, The Council of Trent and Anglican Formularies, Oxford 1933; A. H. REss, The Faith in England, Londres 1941; H. O. WAKEMAN, History of the Church of England, Londres 1897; SPENCER JONES, England and the Holy See, Londres 1902; E. MOLLAND, Christendom, Londres 1959; D. STONE, Outlines of Christian Dogma,_ Londres 1933; C. B. Moss, The Christian Faith, Londres 1957; P. FERRIs, The Church of England, Londres 1964; J. W. C. WAND, What the Church of England stands for, Londres 1955; R. CARTEA, O. P., Claustros de Canterbury y Ecumenismo, «Oriente» 59, Ávila 1966; Y. M. CONGAR, Breve histoire des courants de pensée dans l'Anglicanisme, «Istina» 4 (1957) 132-164; W. H. VAN DE PooL, La Communion anglicane et Poecumenisme, París 1963.
RONALD BARON.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991