AMÉN
Etimología y
sentido. Es palabra hebraica, derivada de la raíz 'mn, que evoca
estabilidad, solidez y seguridad. La idea fundamental es la de una
realidad capaz de sustentar (Num 11, 1112), apoyándose en ella los
demás sentidos de esta raíz. Es un sustantivo que significa un
acto por el cual la persona se apoya en una realidad capaz de
realizar su ser y su vida. Se usa como respuesta individual (1 Reg
1, 36) o colectiva (Neh 5, 13); el profeta Jeremías explica el
sentido salvador de esta respuesta: es una actitud ante la Palabra
de Dios (v. PALABRA II) que instaura la Alianza (Ier 11, 5), y una
respuesta a la Palabra que compromete el futuro de un pueblo con
el fin de darle la salvación (Ier 28, 6). Es, pues, un acto de
aceptación y de comunión con la voluntad divina que quiere salvar
a su Pueblo (v. PUEBLO DE DIOS).
En el Antiguo Testamento. El empleo de a. es exclusivamente
cultual. Se usa en Dt 27, 15 ss. en las llamadas maldiciones de
Siquém. Dt 27 recoge la conclusión del esquema de la Alianza (v.),
cuyas cláusulas se encuentran en Ex 2023, de modo que aquí a.
tiene el sentido de aceptación de la Alianza que exige un
compromiso personal y colectivo (los 24, 15.16.19). Como respuesta
a una maldición, a. es un compromiso personal frente a la
posibilidad que se abre para el pueblo ante la vida o la muerte (Dt
27, 15 ss.; Dt 30, 15 ss.). En Num 5, 22 tiene ese mismo sentido.
En Num 5, 1131 es respuesta a un tipo de ordalía que propone el
juicio divino como una alternativa entre la bendición y la
maldición. A. es una aceptación de la Palabra de Dios que juzga (ls
65, 16).
Neh 8, 6 emplea a. en una liturgia que consiste
fundamentalmente en una lectura de la Palabra de Dios que lleva al
arrepentimiento y a la conversión (Neh 89); es una aceptación de
la Palabra que obra en la historia para realizar entre los hombres
los beneficios del amor y de la fidelidad divinos. Aceptación
también de la Palabra y del Amor divinos que salvan y constituyen
al Pueblo (Neh 9., 3233).
Es significativo el uso de a. en 1 Par 16, 36 como respuesta
del pueblo que concluye toda la liturgia del traslado del Arca a
Jerusalén, fundamento de la organización del culto levítico en la
ciudad santa (1 Cron 13; 16, 443; v. TEMPLO II). Efectivamente el
cronista nos dice que la historia es una sucesión de generaciones,
recordadas en las genealogías, que terminan en la tribu de Judá y
de los levitas; y toda la historia converge en David (v.), el
fundador del único y verdadero culto celebrado en Jerusalén. En
torno a David se congrega el Pueblo (1 Cron 11, 13). Y es David el
instaurador del culto de Jerusalén por el hecho del traslado del
Arca, a cuyo servicio están los levitas (1 Cron 13, 1 ss.). De
este modo 1 Cron 16, 4 ss. aparece como una liturgia final que da
sentido a este culto. Esa liturgia final se caracteriza por el
nuevo empleo de los salmos 105, 15 y 96, 1 ss., que son una
meditación del pasado a fin de reforzar la esperanza en la
salvación definitiva. Así, pues, el a. de 1 Cron 16, 36 es una
participación en la acción litúrgica que consiste en alabar,
narrar y recordar las maravillas divinas que realizan la salvación
(1 Cron 16, 9.12.15.35). A. es una aceptación del designio de Dios
de salvar a su Pueblo, que le tributa culto en Jerusalén y espera
la realización plena de la promesa hecha en su día al rey David:
la aparición del Mesías (1 Cron 17, 1 ss.).
A. aparece también como conclusión sacral en el Salterio (Ps
41, 14; 72, 19; 89, 53, 106, 48). En la Biblia griega la palabra
a. significa en Tob 8, 8 un deseo, y en Tob 14, 15 se usa como
conclusión del libro. En Idt 13, 20 y 15., 10 tiene un sentido
cultual. En la comunidad de Qumrán (v.), a. está empleado en el
aspecto cultual de la aceptación de la bendición y de la maldición
(en 1QS 1, 20; 2, 10, 18).
En el Nuevo Testamento. En los Evangelios sinópticos a.
sirve para introducir alguna palabra o frase (logion) de Jesús.
Generalmente se trata de frases en las que Jesús dice algo sobre
su Persona o sobre su misión de instaurar el Reino de Dios. Bastan
algunos ejemplos: Mt 5, 18 muestra la autoridad personal de la
palabra de Jesús; en Mt 11, 26 y Lc 10, 21 las palabras iniciales
primitivas arameas eran ciertamente Amen Abba que resumen el
sentido de la relación de Jesús con el Padre; en Mt 24, 2 sirve
para plasmar la certeza de lo que es anunciado. En Juan aparece la
forma reforzada «Amén, amén» como introducción de las palabras de
Jesús, testigo del juicio y verdad reveladora de vida.
S. Pablo, en 2 Cor 1, 20, emplea a. con un sentido
teológico. El apóstol quiere mostrar el significado de su
predicación sobre Cristo. Y conforme a la característica propia
del anuncio del mesianismo de Jesús (Mt 5, 37) la predicación de
Pablo se caracteriza por un «sí», pues anuncia a Cristo como el
realizador de todas las promesas. Cristo es el A. del Padre. Es la
afirmación de la voluntad del Padre que la comunidad debe aceptar
como la confirmación sólida del designio trinitario de salvación
(1 Cor 1, 21).
En el Apocalipsis, a. aparece igualmente con un sentido
teológico. Primeramente Apc 3, 14, en la línea de Is 65, 16 (LXX),
dice que Cristo es el A. Esta afirmación es paralela a otras
representaciones de Cristo, en las que los atributos de Dios,
contenidos en Is 4066, son aplicados a Cristo, Hijo del Hombre,
nuevo Adán y principio de la nueva vida de la humanidad por su
muerte y resurrección. É1 es el Vivo (Apc 1, 18), el Santo (Apc 3,
7), el Verídico (Apc 3, 7). El es A. en cuanto testigo victorioso
que realizará el juicio definitivo, que el Apocalipsis presenta
con terminología inspirada en la ley de talión: si la ramera
embriagó a las naciones con su copa (Apc 17, 1 ss.), el Hijo del
Hombre, que es el juez escatológico, prepara la copa de la cólera
de Dios (Apc 14, 10 ss.). Cristo A. es el juez; Él es el Verbo
fiel que por medio de su victoria en la muerte y resurrección
venció al mal y mudó el sentido de la marcha de la historia. Es A.
como Juez que viene a juzgar; y juzgar es decir la verdad sobre la
historia, sobre los hombres y sobre sí mismo. Su palabra es el
testimonio fiel. Lo que Cristo dice de sí mismo en cuanto A. es
recordado siete veces en el Apocalipsis: «Yo soy el Alfa y Omega»
(v. ALFA Y OMEGA); es decir, Yo soy la totalidad, la realidad
verdadera y trascendente. A. es la realidad capaz de salvar.
Cristo A. es, pues, el misterio de su vida victoriosa de Verbo de
Dios que da sentido y realiza la vida de los hombres.Se emplea
también la palabra a. en el Apocalipsis con sentido cultual en la
liturgia celeste (Apc 5, 14; 7, 12; 19, 4), y como aceptación del
testimonio de Jesús que sustenta la esperanza de su triunfo
definitivo (Apc 22, 20).
En los otros libros del N. T., a. se utiliza como una
aclamación y respuesta de la comunidad en el culto (1 Cor 14, 16),
como conclusión de oraciones y doxologías (Rom 1, 25; 9, 5; 11,
36; 16, 27; Gal 1, 5; Eph 3, 21; Philp 4, 20; 1 Tim 1, 17; 6, 16;
2 Tim 4, 18; Heb 13, 21; 1 Pet 4, 11; 5, 11; Ids 25). En los
manuscritos más recientes, a aparece como conclusión de los libros
del N. T.; en los mejores manuscritos solamente en Rom 15, 33 y
Gal 6, 19.
De la S. E. y de la liturgia judía (v. JUDAÍSMO II) a. ha
pasado a la liturgia cristiana. En la liturgia antigua a. se decía
en tres lugares: después de la consagración, en el momento de la
comunión y al final de las doxologías (v.); actualmente se dice en
los dos últimos. S. jerónimo afirma que el a. resonaba como un
trueno celestial en las basílicas romanas (PL 26, 355) y S.
Ambrosio indica su significado en el momento de la comunión: «Es
verdadero. Y lo que la lengua confiesa, que la convicción lo guarde»
(De Sacramentis V, 25).
V. t.: ACLAMACIÓN II; III.
BIBL.: Amén, en TWNT I, 339342; G. DALMAN, Die Worte lesu, 2 ed. Leipzig 1930, 185187; G. M. BEHLER, Amen, «La Vie Spirituellen (mayo 1965) 545 ss.; P. HuFTIER, Corpus Christi. Amen, «La Vie Spirituellev (octubre 1964) 477501.
L. BERTIN GORGÜLHO.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991