AMBROSIASTRO
Libro anónimo,
conocido con tal nombre a partir de Erasmo, que contiene un
acertado Comentario a las cartas de S. Pablo (excepto la epístola
a los Hebreos). Atribuido durante siglos a S. Ambrosio de Milán
(v.), bajo cuyo nombre aparece en los códices, su verdadero autor
no puede ser señalado con certeza, ni siquiera con firme
probabilidad. La atribución al santo obispo de Milán parece
provenir de que Casiodoro (De institutione divinarum litterarum,
cap. 8) refiere que S. Ambrosio dejó escritos en los que comentaba
todas las epístolas paulinas. No habiendo sido hallados tales
escritos, se comprende con relativa facilidad que le fueran
atribuidos estos otros. Pero no hay duda de que no le pertenecen;
no sólo el estilo literario y la redacción del Ambrosiastro
(Le. PseudoAmbrosio), sino también sus ideas, incluso en puntos
estrechamente vinculados con el dogma, difieren netamente del
estilo y doctrina ambrosianos. Ciertos enfoques del A. en torno al
tema de la gracia y la predestinación han hecho conjeturar que su
autor fuera un representante del pelagianismo (v. PELAGIO Y
PELAGIANISMO), tal vez, en concreto, Juliano. Otros eruditos, la
mayoría, localizan cronológicamente esa obra en tiempos del papa
Dámaso (a. 366384, v.), señalando diversos nombres posibles de
autor, entre los que destaca el diácono romano Hilarlo, contra
quien escribió S. Jerónimo (v.). Finalmente, hay quien hace al A.
posterior a S. Jerónimo, estimando a aquél como un simple
compilador y ordenador de textos exegéticos tomados de éste y de
S. Juan Crisóstomo (v.).
El comentario bíblico del A. es de gran valor. De toda la
literatura exegética patrística constituye quizá lo más parecido a
un moderno libro de exégesis. La suya es una interpretación
literal e histórica, que sólo en contadísimas ocasiones deriva
hacia lo alegórico. Se separa, por consiguiente, de la tradición
hermenéutica de Filón (v.) de Alejandría y de Orígenes (v.). Al
comentar la Escritura se sirve ante todo y casi exclusivamente de
la Escritura misma, acudiendo a pasajes ilustrativos o paralelos
del que está explicando. Su comentario es siempre sobrio, breve,
constante en su ritmo general, sin desarrollos propiamente
dogmáticos, ni exhortaciones moralizadoras, ni digresiones
polémicas. El A. aparece como autor muy consciente de su oficio,
buen sabedor de su menester de exégeta, cuya función estriba en
explicar la Biblia, no en aprovecharla para sus consideraciones
personales. Sabe desaparecer detrás del texto bíblico y su obra
obtiene así cierto carácter, impersonal y hasta intemporal. No
hace mención directa de las graves controversias de su tiempo,
tampoco de la del arrianismo (v. ARRIO Y ARRIANISMO), ni siquiera
a propósito de los grandes textos cristológicos de S. Pablo.
Apenas hace sino una alusión a las herejías y esto comentando 1
Cor 1, 13: «Cristo, ¿está dividido?». Dentro de la brevedad
general de todo el comentario, resulta algo más extenso el que
consagra a las cartas a los Romanos, Corintios y Gálatas. La
exégesis va haciéndose cada vez más rápida a medida que avanza por
las epístolas paulinas, hasta llegar a ser poco más que una glosa
en las cartas pastorales. El A. cita cada vez, según un texto
latino independiente y anterior al de S. Jerónimo, uno o dos
versículos de S. Pablo, comentándolo luego sencillamente y sin
hacerlo preceder de introducciones temáticas ni concluirlo tampoco
con enfoques sistemáticos. Al comienzo de cada epístola hay un
corto prólogo de escasas líneas. Este prólogo está relativamente
ampliado en Rom y 1 Cor, explicando muy certera e inteligentemente
las causas que movieron a S. Pablo a escribir esas epístolas.
Del A. resulta difícil extraer una doctrina personal. Quizá
lo más significativo suyo está en que parece interpretar la
predestinación divina como presciencia. El A. entiende, además,
que el pecado no destruyó todo bien humano. El pecado puede
corromper la voluntad, no la naturaleza humana; ésta permanece
buena como testimonio siempre actual de la bondad del Creador que
la plasmó. En cuanto al difícil texto de Rom 9, 1113, el A. hace
destacar que Dios no realiza acepción de personas. Dios no condena
a nadie antes de haber pecado, ni da a nadie el premio antes de
haber vencido en la lucha de esta vida. Todos estos puntos de
vista resultan interesantes para la historia de la exégesis
paulina anterior a S. Agustín (v.). También se muestra de sumo
interés la interpretación que el A. proporciona del sentido y
valor de la ley antigua. La ley del A. T. no debe considerarse
mala, sino simplemente justa, pues justamente condena al pecador.
La ley nueva lo es del espíritu y se identifica con la ley de la
fe; consiste no ya en las obras, sino. en creer con el corazón.
Respecto a otro tema paulino importante, el de la «carne», escribe
así el A. sobre Rom 7, 89: «Todo cuanto es contra la ley de Dios
es carnal porque procede del mundo». Esta frase pone en
paralelismo la categoría paulina de «carne» con la juanea de
«mundo». Lo que se opone a la fe y a Dios, es designado por S.
Pablo como «carne» y por S. Juan como «mundo».
V. t.: PELAGIO Y PELAGIANISMO.
BIBL.: El A. figura en PL, vol. 17, como apéndice a las obras auténticas de S. AmbrosioEstudios: W. MUNDLE, Die Exegese der pauliner Briefe im Kommentar des A., 1919; C. MARTINI, Ambrosiaster, Roma 1944; H. 1. VOGELS, Das corpus paulinum des Ambrosiaster, Bonn 1957; !D., Die Überlieferung des Ambrosiasterkommentars zu den Paulinischen Briefen, Gotinga 1959; W. DÜRIG, Der theologische Augangspunkt der mittelalterlichen liturgischen Auffasung des Herrschers als Vicarius Dei, «Historiches Iahrbuch» 77 (1958) 174187; P. CouRCELLE, Critiques exégétiques et arguments antichrétiens rapportés par Ambrosiaster, «Vigiliae Christianae» 13 (1959) 133169.
A. FIERRO BARDAIL.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991