ALIANZA EN LA SAGRADA ESCRITURA.
A. corresponde al
término hebreo berit, de etimología incierta, que procede de la
raíz brh. Unos se inclinan por el significado de cortar, aludiendo
al sacrificio de los animales que eran partidos. Otros piensan que
la raíz brh puede significar atar, mientras que una tercera
opinión se inclina por comer como su significado propio, dando
como razón la de que la a. llevaba consigo una comida sacrificial.
No obstante, la segunda opinión parece la más probable. Y
ciertamente el sentido principal de la a. hay que ponerlo en la
unión que se deriva de esta institución. Por la a. los pactantes
venían a ser una misma familia., produciéndose una unión semejante
a la que existe entre los que tienen un mismo vínculo de sangre.
De todos modos tiene un sentido mucho más amplio que el que
normalmente se le da en nuestro idioma, creándose una relación de
mutua pertenencia. Así Jorán, rey de Israel, solicita de Josafat,
rey de Judá, un pacto contra el rey de Moab, y Josafat contesta:
«Subiré; pues tú y yo, tu pueblo y mi pueblo, tu caballería y mi
caballería, somos una misma cosa» (2 Reg 3, 7).
Las alianzas humanas. La a. tiene un papel muy importante en
la vida de los hebreos (v.). Su finalidad no siempre es la misma.
Podemos, sin embargo, afirmar que siempre se intenta estrechar las
relaciones entre los pactantes, pero de distintas formas y con
resultados diversos. Así en Gen 14, 13 tenemos una a. de paz de
Abraham con Eskel y Aner; en Gen 21, 27 también Abraham hace una
a. de paz con Abimelek, rey de Gebbar (v. Gen 21, 28; 31, 4344; 1
Reg 5, 26; 15, 19). En Am 1, 9 se habla de una a. de fraternidad.
En 1 Sam 23, 18 se narra la entrañable a. de amistad que concluyen
entre sí David y Jonatán. En Mal 2, 14 se llama mujer de la a. a
la esposa. De otras a. se habla en Ios 9, 327; 2 Sam 3, 1221; 2
Reg 11, 48; 1 Reg 5, 1012; 1 Sam 11, 1; Ez 17, 13; etc.
Todas estas a. realizadas entre hombres tenían hondura
religiosa y se llevaban a cabo ante la presencia de Yahwéh. No
siempre suponen la igualdad de las partes aliadas. Así, en los
pactos de vasallaje el inferior pedía la a. comprometiéndose al
cumplimiento de determinadas cláusulas. Por su parte el soberano
se compromete a proteger a su vasallo. Los ritos que acompañan a
la conclusión de la a. son altamente significativos. Las partes
se. obligan bajo juramento (Ez 17, 18), se estrechan las manos (2
Reg 10, 15), se intercambian dones que simbolizan la mutua entrega
(1 Sam 18, 4: Jonatán que ama a David como a sí mismo le entrega
su manto, su propia armadura, su espada, su arco y su cinturón,
estableciendo con él un pacto). Otro rito consiste en despedazar
los animales del sacrificio y pasar por medio de ellos asumiendo
así la maldición de ser partido en dos en caso de infidelidad (Ier
34, 18: «Y a aquellos que han quebrantado un pacto, que no han
observado los términos de la a. concluida por ellos en mi
presencia, los voy a dejar como el novillo que cortaron en dos y
por entre cuyas dos mitades pasaron»). Otro rito es el de la
sangre, sede de la vida, que se derrama sobre el altar y se
asperge sobre los participantes, simbolizándose así la unidad
vital que existe entre los pactantes (Ex 24, 38; Gen 15, 9). El
rito más corriente era el del banquete sacrificial (Gen 26, 2830;
31, 46; los 9, 14; 2 Sam 3, 20). Por la común participación de una
misma comida se establecía una relación íntima entre los
comensales, considerando horrenda traicióry la del que quebranta
una a. habiendo participado en este rito. Esto permite comprender
mejor la queja del salmista: «Hasta mi amigo, en quien yo
confiaba, el que mi pan comía, levanta contra mí su calcañar» (Ps
40, 10), y que después Jesucristo repite en la última Cena (lo 13,
18). También se comparte en estos pactos la sal poniendo una nota
de perennidad a las a. (Num 18, 19; 2 Par 13, 5). Finalmente, se
erige un memorial plantando un árbol, o erigiendo un altar o
estela (Gen 21, 33; 31, 48).
Comienzos de la alianza divina. Esos usos y costumbres van a
ser asumidos por Dios como cauce para el cumplimiento de su
designio de comunicarse a los hombres. La S. E. nos dicé que, ya
desde el principio, el Creador manifestó su benevolencia y amor de
predilección a los hombres. Y esto a pesar de que el hombre no
sabe reconocer y corresponder plenamente a ese amor entrañable de
Dios. Existe un momento en que la maldad del hombre es tan grande
que entristece el corazón del Creador hasta el punto de que
declara arrepentirse de haberlo creado. Pero bastó la presencia de
un hombre justo (v. NOÉ), para que la aniquilación total no se
llevara a término. Y después del largo correr de las aguas hasta
cubrir toda alma viviente (v. DILUVIO)', Yahwéh establece una a.
con Noé por la que se compromete a no volver a castigar a la
tierra de ese modo; y como señal pone su arco que abraza tierra y
cielo, recuerdo perenne de su promesa (Gen 9, 817). Aquí, como en
otras ocasiones, Yahwéh no es garante de la a. sino parte de la
misma. Y también, ahora como después, la a. que nos testimonia la
Biblia partirá de la iniciativa amorosa y gratuita de Dios, que
«hace gracia a quien hace gracia, y se compadece de quien se
compadece» (Ex 33, 19).
La historia de los hombres sigue su curso de grandeza y de
miseria. Y después de la dispersión originada por la soberbia
humana en Babel (v.), Dios llama a un hombre al que concederá una
a. maravillosa: «Yo soy ElSaddai, anda en mi presencia y sé
perfecto. Yo estableceré mi a. contigo y te multiplicaré en modo
extraordinariamente grande» (Gen 17, 12). Se trata de Abraham
(v.), el padre de una muchedumbre incontable, el depositario de
las promesas, del que había de nacer el descendiente por el que
serían «benditas todas las na¿iones de la tierra» (Gen 22, 18).
Abraham se acoge a la a. con fe y gratitud. Dios se ha acercado de
nuevo hasta el hombre para hacerle confidente de los íntimos
designios de su corazón, le ha descubierto sus secretos (Gen 18, 17),
confiándole un papel decisivo en la historia de la salvación. Dios
le protegerá a él v a su descendencia (Gen 17, 7). Y a la caída
del sol, Abraham contempla con temblor cómo una llama viva pasa
entre las partes de los animales sacrificados (Gen 15, 17). La
señal de la a. será la circuncisión a la que han de someterse
todos los nacidos de Abraham, como él mismo había hecho y todos
los de su casa (Gen 17, 10, 23; v. CIRCUNCISIóN II). Desde este
momento toda la historia de Israel estará marcada por este gran
acontecimiento, tanto que se llamará el pueblo de la a. (Dan 11,
22) y a sus instituciones se les dará el nombre genérico de a.
santa (Dan 11, 28.30.32). (v. HEBREOS L)
Pero el pueblo aún no existe como tal. Va a ser después de
sufrir bajo el yugo egipcio, cuando los descendientes de Jacob
(v.) recurran con grandes clamores al Dios de sus padres. Y
nuevamente Yahwéh, de modo gratuito, saldrá al encuentro de este
pueblo heredero de las promesas de la antigua a. Antes del momento
decisivo, una serie de intervenciones divinas irán preparando la
a. del Sinaí (v.), tan decisiva para la salvación. Esta vez será
Moisés (v.) el hombre de confianza que actuará de Mediador. A él
le revela su Nombre, sus planes de liberación, la intimidad de sus
deseos de redención, su elección de Israel (Ex 3, 710.16 ss.). A
este pueblo le tiene reservada la tierra de promisión. Dios
interviene desplegando la fuerza de su brazo contra el poder de
los enemigos de. Israel. Estos hechos constituyen el prólogo
histórico de la a. que justifica la intervención gratuita de
Yahwéh: «Ahora pues, si escucháis atentamente mi voz y observáis
mi a., vosotros seréis mi especial propiedad entre todos los
pueblos; porque mía es toda la tierra; vosotros seréis un reino de
sacerdotes, un pueblo santo» (Ex 19, 56). Israel ya no se
pertenece, es propiedad de Dios. Y esto sin mérito propio (Dt 9,
4), como fruto de un gesto libre y autónomo de Yahwéh (Dt 7, 7).
Por eso le ayudará y protegerá, lo llevará sobre sus alas como el
águila lleva sus polluelos (Dt 19, 4), le pondrá al frente un
Ángel que le abrirá camino y combatirá contra sus enemigos (Ex 23,
2031), le colmará de bendiciones de vida y de paz.
La moral de la alianza y sus renovaciones. El matiz gratuito
de la a., su carácter fuertemente afectivo y amoroso por parte de
Dios, determina la esencia de la moral de la a., las cláusulas que
Dios soberano impone a su pueblo. Ante todo, el culto exclusivo,
el amor a Dios sobre todas las cosas (Ex 20, 3; Dt 5, 7). Como
consecuencia se condena enérgicamente la contaminación con las
naciones paganas (Ex 23, 24; 34, 1216), se obliga a la observancia
rigurosa de la voluntad divina (Ex 19, 17) (V. LEY DE MoisÉs). Son
unos compromisos que determinarán continuamente los destinos de
Israel. La prosperidad brillará en su vida si es fiel, la
maldición de Dios le azotará si rompe la a. (Ex 23, 2033; Dt 28;
Lev 26). El rito que concluye este acto tan importante es narrado
por Ex 24 en el que aparecen diversos elementos. Así Ex 24, 48
describe el rito de la sangre mediante el que, según vimos, la
misma sangre, la misma vida, une a Dios y al pueblo. En Ex 24,
1.2, 911 se dice que son invitados a subir al monte Moisés, Aarón,
Nadab, Abiú y setenta ancianos, que en presencia de Dios comieron
y bebieron. También aquí se cristaliza de manera perfecta la
unidad de Yahwéh con su pueblo. Una vez concluido el pacto, se
perpetúa su memoria. El arca servirá para guardar las tablas de la
Ley (Ex 25, 1022; Num 10, 3336), y la Tienda donde se custodia el
arca, el Templo (v. TEMPLO II), es el lugar sagrado del encuentro
entre Yahwéh y su pueblo (Ex 33, 711).
La á. estará, pues, presente de modo permanente. Sin
embargo, no se puede afirmar que se hiciera una renovación anual.
La renovación de que nos habla Dt 27, 226 y 31, 913.2427 estaba
prevista para cada siete años. Se leen una serie de maldiciones a
las que el pueblo responde amén (v.), y también se lee
solemnemente la Ley. No obstante, esta práctica en los tiempos
antiguos no está del todo clara. Sí lo es, en cambio, la
renovación de la a. en determinados momentos. Así, Josué (v.) la
renueva en Siquem, junto al monte Ebal, ante un altar de «piedras
sin labrar no tocadas por el hierro» (los 8, 3035; 24, 18).
Después será David (v.) el que, tras el pacto con los ancianos de
Israel (2 Sam 5, 3), recibirá las promesas de la a. sinaítica (Ps
89, 4.2038; 2 Sam 7, 816). Más tarde la plegaria y la bendición de
Salomón (v.) se conecta con la a. de David y la del Sinaí, siendo
el templo su ceremonial (1 Reg 8, 1429.5261). También se renueva
bajo Joás (2 Reg 11, 17), y bajo Josías (2 Reg 23) con una
solemnidad especial. En Neh 8 la lectura solemne de la Ley por
Esdras (v.) tiene un contexto semejante. Así la a. va siendo el
hito por donde corre todo el nervio de la renovación religiosa.
Infidelidad del pueblo y actitud de Dios. El pueblo y sus
gobernantes rompen de tiempo en tiempo la a. Dios castiga llevado
siempre por el deseo paternal de corregir a los suyos. Y siempre
volverá al perdón porque su misericordia es eterna (Ps 136) y su
fidelidad dura por siempre (Ps 117). Los profetas van a clamar en
nombre de Yahwéh ante la infidelidad del pueblo, poniendo de
relieve con acentos fuertes la bondad y la lealtad de Yahwéh (v.
PROFECÍA Y PROFETAS I). Hesed y 'emet, amor y fidelidad, serán dos
notas que se repetirán sin cesar para referirlas al Dios de la a.
Los presagios y maldiciones proféticas buscan el arrepentimiento y
la conversión de Israel a su Dios. Ahondan en el contenido de la
a. poniendo de relieve aspectos que. se hallaban sólo de forma
virtual en las realizaciones anteriores de la a., y que llevan a
percibir cada vez mejor la riqueza de los dones que Dios promete.
Diversos símbolos y metáforas lo expresan. Todo el vocabulario
amoroso de los hombres pasará a expresar los sentimientos de Dios
para los suyos. Símbolos que encierran en cierto modo la idea que
se quiere expresar, pero que resultan pobres para encerrar en sí
la grandeza del Dios de Israel. Isaías dice que aunque todas las
madres olvidaran al hijo de sus entrañas, Yahwéh jamás olvidará a
su pueblo (49, 15), al cual consolará con la misma ternura que una
madre consuela a su pequeño (66, 13). El mismo Isaías podrá decir
a Dios: «Tú eres nuestro Padre, nosotros somos la arcilla y tú
nuestro alfarero, todos somos obras de tus manos» (64, 7). Oseas
dirá: «Cuando Israel era niño, yo le amaba, y de Egipto llamé a mi
hijo... Y yo enseñaba a Efraim a caminar, le llevaba sobre mis
brazos... y fui para él como quien alza a un niño sobre su propio
cuello y se inclina hacia 61 para darle de comer» (Os 11, 14).
Otra imagen muy querida será la del labrador que cuida de su viña,
protegiéndola y mimándola (Is 5), o la del pastor que incansable
cuida de sus ovejas (Ez 34), que las conduce hacia los buenos
pastizales (Is 40, 11).
Entre todas esas imágenes hay una especialmente querida por
los profetas, la imagen de los esponsales. Sobre todo Oseas y
Ezequiel tendrán palabras de una subida emoción al hablar de los
amores de Dios para con la virgen de Sión, su pueblo. Oseas, por
mandato de Yahwéh, se casa con Gomer la prostituta, y cuando ésta le abandona,
el profeta siente, en su carne, el drama de los celos de Dios.
Lenguaje atrevido y crudo, pero lleno de una fuerza apasionada de
amor. Yahwéh se presenta incapaz de olvidar a la esposa de su
juventud (Os 2, 17), a la que amó con la ternura del primer amor.
Y Ezequiel narrará ampliamente la historia de los amores de Yahwéh
con Jerusalén: «Yo pasé junto a ti y te vi. Estabas ya en la edad
del amor; entonces extendí el vuelo de mi manto sobre ti y recubrí
tu desnudez; luego te presté juramento, me uní en a. contigo, dice
el Señor Yahwéh, y tú fuiste mía» (Ez 16, 8). Y cuando la esposa
olvide los beneficios y el amor de que fue objeto, el esposo la
castigará para reducirla de nuevo al amor, para renovar una vez
más la a. de los primitivos tiempos, la del amor de adolescencia.
Todo el Cantar de los Cantares (v.) es un poema maravilloso de
amor en el que las relaciones de Dios y los suyos son cantadas con
tonos encendidos de amor. Y con todo, la fidelidad de Dios, el
sentido de su a. rebasa con mucho el contenido de esas imágenes de
esos símbolos que a pesar de toda su belleza son sólo sombra y
figura de la realidad.
Las promesas de una nueva alianza. Ante la violación
repetida de la a. sinaítica, se va vislumbrando en el horizonte la
luz esplendente de una a. nueva, una a. que no se rompa jamás, que
lleve en sí la fuerza necesaria para ser comprendida. Y la esposa
infiel, se convertirá en la esposa «gloriosa, sin mancha ni arruga
ni cosa parecida, sino santa e inmaculada» (Eph 5, 27).
Los profetas lloran amargamente la conclusión dramática de
las infidelidades del pueblo escogido. Y ante el exilio, ante la
llegada del invasor, surgen nuevamente cantos de esperanza: «He
aquí que vienen días dice Yahwéh en que yo concluiré con la casa
de Israel y la casa de Judá una a. nueva. No como la a. que hice
con sus padres cuando los tomé de la mano y los saqué del país de
Egipto, a. que ellos violaron y por lo cual yo los rechacé...
llsta es la a. que haré con la casa de Israel después de aquellos
días...: Pondré mi ley en su interior, en su corazón la escribiré:
y seré su Dios y ellos serán mi pueblo» (ler 31, 3133). Oseas
evocará nuevos esponsales que supondrán en la esposa amor,
justicia, fidelidad, conocimiento de Dios, una nueva era de paz
que alcanzará al hombre y a la creación entera (Os 2, 2024).
También Ezequiel se pronuncia en el mismo sentido; así dice que la
a. antigua será renovada por una a. eterna (Ez 16, 60), y que un
nuevo David conducirá el rebaño con el que concertará un nuevo
pacto de paz (Ez 34, 25); en el cap. 36, en términos de a., habla
de un tiempo futuro en el que Dios dará a los hombres un corazón
nuevo, un corazón de carne a cambio del corazón de piedra, les
será infundido un nuevo espíritu: «Infundiré mi Espíritu en
vosotros, y haré que viváis según mis preceptos, observando y
guardando mis leyes» (Ez 36, 27).
Por su parte el profeta de los cantos de la consolación nos
habla también de esa a. escatológica que vuelve a tener el
colorido de unos esponsales (Is 54) entre Yahwéh y Jerusalén. Una
nueva a. que será tan inquebrantable como la concedida a Noé (Is
54, 9) y la pactada con David (Is 55, 3); a. que será realizada
por el siervo de Yahwéh (v.). Él será puesto como a. del pueblo y
luz de las naciones para que la salvación llegue hasta los
confines de la tierra (ls 42, 6; 49, 6). Los ,límites de la a. se
ensanchan para alcanzar hasta los últimos reductos de la
gentilidad (v. ISRAEL, RESTO DE). Y así la a. antigua se
perfeccionará al fin de los tiempos, cuando llegue el que ha de
venir.
La alianza del Nuevo Testamento. Los escritos
neotestamentarios toman de los Setenta la traducción de la palabra
berit por diateke, en griego; esta palabra indica el acto por el
que uno dispone de sus bienes, o por el que se declaran las
disposiciones del que entrega algo gratuitamente. El acento no
está tanto en la naturaleza de la convección jurídica, cuanto por
la autoridad del que determina el curso de los acontecimientos.
Utilizando este vocablo de traductores griegos subrayan la
trascendencia y condescendencia de Dios, su iniciativa libre y
gratuita, su amor.
Las profecías se cumplen con Cristo (v. JESUCRISTO I Y II),
el perfecto mediador (Heb 8, 6; 12, 24) que es Dios y hombre, el
nuevo Templo (lo 1, 14) que habita de modo permanente entre los
hombres. Y así como la Ley vino por Moisés, la gracia y la verdad
(hesed y 'emet) vienen por Cristo (lo 1, 17). Los poemas de Isaías
sobre el Siervo cantaron el sacrificio que redimiría a los
hombres, la sangre derramada por 61, hablaron del cordero
conducido al matadero, cargando sobre sí las miserias ajenas,
realizando en sí la a. que reuniría al resto de Israel y a todas
las naciones (Is 48, 6; 53, 1011). Y cuando la Pascua se celebra
en el templo, en el Calvario se sacrifica el nuevo Cordero. Así
presenta Juan la muerte de Cristo en un paralelismo con el cordero
sacrificado para remisión de los pecados (lo 19, 36; v. CORDERO DE
DIOS i). Los cuatro relatos de la institución eucarística utilizan
la palabra diateke (Mt 26, 2628; Me 14, 2224; Lc 22, 1920; 1 Cor
11, 2426). Su vocabulario recuerda la a. de Ex 24, en donde
también la sangre fue derramada, en donde hubo un banquete
sacrificial. Pero aquí el sentido nuevo desborda el contenido de
la antigua a. Ahora el alimento comido que une y sella la a. es el
mismo cuerpo de Cristo, y la sangre que vivifica y anima es su
misma sangre. En la Epístola a los Hebreos se recordará este
hecho, subrayando la diferencia con la a. antigua en la que la
sangre era de animales (Heb 9, 1314). Aquella a. era sólo sombra y
figura de la que debía venir, la unión con Dios era incompleta.
Por el contrario la nueva a. permite el acceso a Dios por siempre
(Heb 10, 122). La a. nueva limpia totalmente los pecados y une a
Dios. Y como memorial queda el sacrificio mismo, que se repetirá
hasta el fin de los tiempos por manos de los apóstoles a quienes
se da el poder de hacer el mismo acto sacrificial que realiza
Cristo. Y por la participación en este sacramento, en este
misterio eucarístico, se renovará la corriente de vida que une a
Dios con su pueblo, y a su pueblo entre sí (1 Cor 10, 17; V.
EUCARISTÍA; MISA).
La promesa del Espíritu (Ez 36, 27) se repite en la última
Cena (lo 16, 713); en el corazón de los hombres se derrama el amor
de Dios por medio de ese espíritu que les ha sido dado (Rom 5, 5).
Contra los judaizantes que se aferraban a la a. mosaica, Pablo
hablará de las promesas que fueron hechas a Abraham y que se
cumplen en Cristo (Gal 3, 15; 2 Cor 3, 6). Dios está más cerca que
nunca (2 Cor 6, 16), la nueva es la a. del Espíritu (2 Cor 3, 6),
la que trae la libertad a los hijos de Dios (Gal 4, 24), la que
alcanza a todo el género humano derrumbando el muro de la
separación (Eph 2, 14). Por la cruz Cristo destruye en sí mismo la
enemistad y «por Él los unos y los otros tenemos acceso al Padre
en un mismo Espíritu» (Eph 2, 18). Un nuevo pueblo ha sido
conquistado con la sangre de Cristo, pueblo de sacerdotes, linaje
escogido, nación sanea (1 Pet 2, 9).
Pueblo formado por gentes de todas las razas (Apc 5, 9) (V.
IGLESIA I y III).
La culminación de la alianza. La voz del Esposo ha sonado y
el amigo se ha llenado de júbilo (lo 3, 29). Las bodas reales se
llevarán a cabo en los tiempos nuevos del Reino de Dios (v.).
Cristo ama a la esposa y se entrega por ella, la santifica y la
purifica (Eph 5, 2526). La nueva Jerusalén, baja del cielo,
«dispuesta como esposa ataviada para su esposo. Y oí venir del
trono una gran voz que decía: He aquí la morada de Dios con los
hombres. Él habitará con ellos; ellos serán su pueblo y Dios mismo
morará con los hombres. Le enjugará toda lágrima de sus ojos y no
habrá más muerte, ni luto, ni clamor, ni pena, porque el primer
mundo ha desaparecido» (Apc 21, 24). Y mientras llega la plenitud
de los tiempos (v. PARusfA), ya incoada, «el Espíritu y la Esposa
dicen: Ven» (Apc 22, 17).
V. t.: SALVACIÓN II y III; ANTIGUO TESTAMENTO; NUEVO TESTAMENTO; PUEBLO DE DIOS; ALIANZA, TEOLOGÍA DE LA.
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