ALFONSO MARIA DE LIGORIO, San
I.Biografía. II.
Doctrina moral.
I. BIOGRAFIA. N. en Marianella, cerca de Nápoles, el 27 sept.
1696, en el seno de una familia acomodada. A los 16 años y con
dispensa de cuatro es proclamado doctor en leyes el 21 en. 1713.
En 1723 elige el estado eclesiástico, ordenándose sacerdote el 21
sept. 1726. Después de pensar seriamente en dedicarse a las
misiones de infieles, funda en 1732 la Congregación Misionera del
Santísimo Redentor, CSSR, que cuenta en la actualidad con cerca de
9.000 miembros distribuidos por todo el mundo. A partir de 1750 se
define claramente su vocación de escritor en casi todos los campos
del saber eclesiástico, pero particularmente en el de la Moral y
la Pastoral. Sin renunciar por completo a las misiones populares,
se dedica de un modo especial, a partir de este momento, a
consolidar el fruto de las misiones y a preparar a sus misioneros
por medio de una importante serie de publicaciones. El 11 jul.
1762 es nombrado obispo de Santa Águeda de los Godos, en cuya
diócesis lleva a cabo una profunda renovación religiosa.
Sintiéndose anciano y enfermo, presenta repetidamente la dimisión
del obispado, siendo por fin aceptada el 9 mayo 1775. M.
santamente en la comunidad redentorista de Pagani el 1 ag. 1787.
Es beatificado el 15 sept. 1816 en la basílica de San Pedro y
canonizado en el mismo lugar el 26 mayo 1839. El 23 mar. 1871 es
proclamado doctor de la Iglesia y el 26 abr. 1950 se le nombra
patrono de confesores y moralistas.. Su fiesta se celebra el 2 ag.;
en 1969 se traslada al 1 del mismo mes.
El hombre. Como buen meridional, A. es rápido, ágil,
emotivo. Vive en una época de crisis, cuando el bisecular
virreinato español está dejando el paso a la autonomía de los
Borbones napolitanos. La influencia española es todavía muy
intensa y vital, aunque la sustitución de los Austrias por los
Borbones abre el reino de Nápoles a la influencia cultural
francesa, que trae consigo una acentuación del absolutismo, del
jansenismo y de la campaña antijesuíticla. Los padres de A., José
de Liguori y Ana Cavaliero, ambos con ascendientes españoles,
pertenecen a una familia de abolengo. D. José es capitán de las
galeras reales, ocupando este puesto durante la guerra de Sucesión
española, tanto bajo el dominio austríaco como borbónico. A lo
largo de su vida, A. aparece como extraordinariamente humano. Es
el hombre de la síntesis y del equilibrio. Vive abierto a todos
los valores. Se interesa incluso, por la pintura y por la música.
Ya hemos dicho que a los 16 años es proclamado doctor en leyes;
además, posee una sólida formación humanista de base: matemáticas,
arte, filosofía, lenguas modernas (conoce el francés y domina el
español). Trabajador infatigable, hace voto de no perder un minuto
de tiempo. Es cordial y sensible, como aparece en su diario
íntimo, todavía inédito, y, sobre todo, en su epistolario
particular. Y, sin embargo, tiene un carácter enérgico, como se ve
al principio de la fundación, cuando le abandonan sus primeros
compañeros y más tarde, cuando, a propósito de la escisión entre
redentoristas napolitanos y pontificios, por causa de las
injerencias del gobierno de Nápoles, llega a ser prácticamente
excluido de la Congregación aprobada por Roma.
El fundador. La vocación sacerdotal de A. tarda unos cuantos
años en cristalizar definitivamente. Después de diez años de
ejercicio de la abogacía, la pérdida estrepitosa de un importante
pleito por un descuido de A., reconocido lealmente, le hace
plantearse de un modo radical el problema de su vocación. No se
trata de una fuga del mundo, sino de una toma de conciencia en
profundidad. Y decide ordenarse sacerdote (1726). Pero sigue
viviendo en la casa paterna. Hasta que vuelve a plantearse una
nueva crisis vocacional: sacerdote en casa o sacerdote misionero.
A los tres años de su ordenación, en 1729, deja la casa paterna y
se va a vivir al Colegio de la Sagrada Familia, fundado poco antes
en Nápoles por Mateo Ripa para la formación de los sacerdotes
destinados a China. Ripa asegura que hubo un momento en que A.
parecía decidido a irse a China, pero termina dedicándose a las
misiones populares a favor de los campesinos más abandonados del
reino de Nápoles. Sin embargo, el deseo de irse a las misiones de
infieles le queda profundamente grabado en el corazón, hasta el
punto que en diversas ocasiones sus directores espirituales deben
tranquilizar su conciencia.
En 1732 funda la CSSR con la colaboración de la Madre
Celeste Crostarosa y Tomás Falcoia. La Madre Crostarosa, religiosa
contemplativo en Scala, monasterio fundado por Falcoia, aporta a
la CSSR el elemento que podríamos llamar místico. Vive
profundamente el misterio de Cristo y siente, en el silencio de la
vida contemplativo, un llamamiento irresistible a entregarse por
completo a Cristo, imitando del modo más vital posible al Verbo
Encarnado. El ven. Tomás Falcoia, obispo de Castellamare y antiguo
general de los oratorianos, aporta como padre y director
espiritual de A. y de su primer equipo misionero, lo que podríamos
llamar experiencia comunitaria, que después de un lento proceso de
maduración canónica, haría que lo que en un primer momento fue
simplemente un equipo de sacerdotes seculares, se convirtiera en
una verdadera comunidad religiosa. A. comunica a la CSSR su
dinámica vocación misionera. Es un apóstol cien por cien. Conoce a
Falcoia en la residencia de los «Chinos» de Nápoles y a través de
él a la Madre Crostarosa en Scala. Se entusiasma con la idea de
pasar la vida, como Cristo, evangelizando a los pobres e integra
en una realidad orgánica y coherente los tres elementos de la
fundación: la mística, la experiencia comunitaria y la vocación
misionera. Es él quien, finalmente, pone en marcha la CSSR, cuya
regla recibe la definitiva aprobación papal en 1749. Durante la
vida de A., la CSSR se extiende por el reino de Nápoles y por los
Estados Pontificios. A. tiene la alegría de conocer la entrada en
Roma de dos jóvenes austríacos, S. Clemente Hofbauer y Tadeo Huebl,
que extenderían la Congregación por Europa central. Pocos
fundadores han tenido una personalidad tan rica y compleja como A.
Su rápida canonización, y sobre todo la extraordinaria difusión de
sus obras, han creado una atmósfera de simpatía a la CSSR en su
propagación por el mundo, En octubre de 1967 había 8.777
redentoristas, en 755 residencias distribuidas por todos los
continentes.
El obispo. A. es un obispo renovador en muchos aspectos,
como la promoción de la piedad sacerdotal (misa, breviario,
retiros en casas de la CSSR), formación de los seminaristas, sobre
todo en lo referente a la Teología moral, revitalización de las
comunidades contemplativas (instala como experiencia piloto a los
redentoristas de clausura en su diócesis) y animación de los
seglares, mediante activas asociaciones de vida cristiana. Su
insistencia en pedir la renuncia al obispado, cuando se siente
enfermo y anciano, revela su honda manera de ver el episcopado, no
como un beneficio, sino como un servicio al Pueblo de Dios. Y
siente, como obispo, una auténtica preocupación por los intereses
de la Iglesia universal, que se manifiesta sobre todo en la
defensa del Papa y de los jesuitas, hasta el punto de correr el
riesgo de que se identifique a su joven Congregación con la
Compañía de Jesús, en el momento de la supresión de esta última.
El escritor. Las obras de A. ofrecen una verdadera síntesis
de las ciencias eclesiásticas con vistas a la formación del pastor
de almas y del Pueblo de Dios: Historia y Dogma, Moral,
Espiritualidad, Pastoral. Pocos doctores de la Iglesia presentan
una síntesis tan rica y armoniosa. En el campo histórico-dogmático
adopta una actitud polémica en contra del filosofismo de su
tiempo, poniendo de relieve la trascendencia de la fe en
Jesucristo, el origen divino de la Iglesia y el papel del Papa en
la misma. Sus obras dogmáticas son más positivas que escolásticas.
La doctrina de A. sobre la infalibilidad pontificio ha tenido una
enorme influencia en el conc. Vaticano 1, mientras que su doctrina
sobre la Gracia ha llamado la atención por su originalidad y
equilibrio. Entre sus obras sobre cuestiones dogmáticas,
apologéticas o ascéticas, podemos citar: Veritú della fede (1767);
Vindiciae pro suprema pontificis potestate contra Febronium
(1768); Trionfo della Chiesa ossia istoria delle eresie colle loro
confutazioni (1772); Le glorie di Maria (1750); Modo di conversaro
continuamente ed alla familiare con Dios (1753); Del gran mezzo
della preghiera (1759); Selva di materie predicabili (1760);
Pratica di amar Gesú Cristo (1768); Sermoni compendiati per tutte
el dameniche del anno (1771); Del sagrificio di Gesú Cristo
(1775).
Indiscutiblemente, A. ha pasado a la historia de la Iglesia
y de la Teología ante todo como moralista. Sus obras han tenido
más de 20.000 ediciones en las lenguas más variadas del mundo.
Mencionemos las siguientes: Medulla theologiae neuralis (1748:
edición de una obra de Busenbaum con abundantes e importantes
notas); Theologiae moralis (1753: es la obra capital, que
adquirirá en la tercera edición, de 1757, su fisonomía
definitiva); Pratica del confessare per ben esercitare il suo
ministero (1755); Istruzione e pratica per confesori (1757;
traducida luego al latín, 1759, con el título de Homo apostolicus);
Dell'uso moderato dell'opinione probabile (1765: tal vez la más
importante de las 18 disertaciones que dedicó a exponer su visión
del tema de la formación de la conciencia).
El santo. Quizá el gran carisma de A. sea su espíritu de
síntesis y equilibrio, entre lo humano y lo divino (Gracia), entre
la exigencia del Evangelio y la condescendencia con las humanas
limitaciones (equiprobabilismo). A. vive hondamente para Cristo
como centro de todo. De ahí su insistencia en los misterios
cristianos, sobre todo la Navidad y la Pasión. Lo que importa
sobre todo es amar a Jesucristo. María ocupa un lugar capital en
su piedad, poniendo una nota maternal de misericordia en la vida
cristiana. La salvación es ante todo una cuestión de entrega en fe
y amor: hay que hacer en todo momento la voluntad de Dios. Para
eso es necesario un diálogo tú a tú con Dios. «Quien reza se salva
y quien no reza se condena». Esta radical disponibilidad nos hace
dejarlo todo por el Reino de los cielos (distacco), conscientes de
que la vida es una marcha hacia el más allá.
La vida de A. se desarrolla en un clima natural y sencillo.
La tradición, sin embargo, nos ha transmitido ciertos
acontecimientos de su vida, que podríamos llamar extraordinarios:
las apariciones eucarísticas en el monasterio de Scala, cuando la
fundación, algunos éxtasis presenciados por sus cohermanos y por
el pueblo, y, sobre todo, la famosa bilocación, que le permitió
asistir a la muerte del papa Clemente XIV en Roma, sin abandonar
el reino de Nápoles.
11. DOCTRINA MORAL. Visión general. El estudio de las leyes
le sirvió para su futura actuación como moralista. Su formación
eclesiástica moral la adquirió, como él mismo declara, de la mano
de la más rígida de las escuelas que existían en su tiempo,
caracterizado precisamente por el desarrollo de sistemas o
síntesis de Teología moral centrados en el tema de la formación de
la conciencia. «El primer autor, que me pusieron en las manos, fue
Genet, caudillo de los probabilioristas, por lo cual durante algún
tiempo fui yo también acérrimo defensor del probabiliorismo»
(Respuesta apologético, 1764, 14). Después, poco a poco la vida y
la experiencia pastoral le llevaron a posiciones más matizadas y
comprensivas. Adopta una forma corregida del probabilismo, que se
ha designado con el nombre de equiprobabilismo en cuanto que
sostiene que, en la situación de duda de si una ley obliga o no,
es lícito seguir la opinión contraria a ley en el caso de que sea
al menos igualmente probable de la opuesta. En realidad A.
trasciende el marco estricto de los sistemas de moralidad en su
sentido restringido (probabiliorismo, probabilismo, etc.), para
proponer una actitud basada en una prudencia cristiana animada e
informada por una honda aspiración ascética. Y desde esa
perspectiva aborda las numerosas cuestiones morales que estudia en
sus obras.
Formación cristiana y Teología moral. Recordando acaso los
problemas que tuvo a propósito de su formación moral, A. dio gran
importancia al estudio de la Teología moral en relación con los
jóvenes misioneros redentoristas. Pocos centros de estudios podían
parangonarse en este orden a la casa redentorista de Pagani. Desde
Nápoles, por indicación del card. Sersale, acudían alumnos a
participar en sus cursos (Lettere I, 419) y lo mismo ellos que los
jesuitas usaban el Homo Apostolicus como libro de texto (Lettere,
III, 86.88.101). «El profesor de Moral, dice S. Alfonso, ha de ser
el religioso más competente del Instituto, dad<) que para nosotros
ésa es la ciencia más imprescindible» (Lettere, 1, 598).
Solidez doctrinal. La doctrina moral de S. Alfonso se
caracteriza, ante todo, por su solidez. No es el fruto de una
improvisación, sino el resultado de un largo y difícil proceso de
maduración teológico y pastoral. La Theologia Moralis, decía, «me
ha costado años y aiíos de fatigas; especialmente en los últimos
cinco años le he dedicado ocho, nueve y diez horas diarias, de
suerte que, cuando lo pienso, me espanto yo mismo». En efecto, en
la Teología Moral encontramos la flor y nata de los escritores
moralistas desde S. Tomás a Roncaglia, pasando por Lesio, Lacroix,
Lugo, Laymann y Bonacina, y deteniéndose especialmente en la
escuela carmelitana de Salamanca. Hay en la Teología Moral más de
80.000 citas de diferentes autores. A esto hay que añadir que la
Moral de A. contiene, remansada, una larga y riquísima experiencia
pastoral, que da a su doctrina un carácter profundamente vívido y
realista. Supo unir armoniosamente en la Teología Moral erudición,
experiencia y reflexión personal. De ahí el carácter de solidez y
seriedad que encontramos siempre en su obra moral.
Síntesis teológica. Siguiendo el uso de su tiempo, A. separa
en sus escritos los diversos aspectos de la Teología, Dogmática,
Moral y Espiritualidad, pero no de un modo absoluto. Así, p. ej.,
las Glorias de María y el Gran Medio de la Oración, que son dos
obras fundamentalmente espirituales, tienen, sin embargo, una
importantísima base dogmática, que constituye una verdadera
aportación a la Mariología y a la Teología de la Gracia
respectivamente. Pero, en general, A., como los demás teólogos de
su tiempo, presentan por separado los diferentes aspectos del
misterio cristiano. Por eso, si queremos quedarnos en última
instancia con la visión integral de A. sobre la Moral, no podremos
limitarnos al estudio de sus obras estrictamente morales, sino que
hemos de tener también en cuenta las dogmáticas y las
espirituales, especialmente la Práctica del Amor a Jesucristo, que
constituye una verdadera moral cristiana de la Caridad.
Sentido pastoral. Toda la producción teológico-moral de A.
está impregnada de un profundo sentido pastoral. Como dijimos
antes, A. recibe una primera formación académica de tendencia
probabiliorista. Pero una vez lanzado al ministerio pastoral,
sobre todo en el campo de las misiones populares, se orienta
pronto hacia un probabilismo moderado, que se concreta en una
serie de reglas originales, que él mismo llama equiprobabilismo,
sabia solución, igualmente opuesta a la moral laxa y a la moral
rígida. Por lo demás, en el conjunto de la moral alfonsiana, el
estudio de las circunstancias concretas de la acción moral domina
siempre sobre la aplicación mecánica de un sistema, todo lo justo
que se quiera. Así, pues, A. es un casuista, pero en el mejor
sentido de la palabra, un hombre dotado de una gran prudencia en
el discernimiento de los casos.
Influencia moral. Éxito de las obras morales de San Alfonso.
La influencia de la Teología moral de A. ha sido verdaderamente
importantísima, a pesar de la oposición que encontró desde un
principio en ciertos ambientes tigoristas. El 15 jul. 1755
Benedicto XIV escribió a A. felicitándole por su Teología Moral y
pronosticándole que «hallaría aceptación general» (Lettere, I,
243-287). Este éxito repercutió favorablemente en la ulterior
actividad literaria de A. al relacionarle con una de las
editoriales más fuertes de Venecia, la de Remondini, quien vio
enseguida la posibilidad de colocar los escritos de moral de A. en
«Alemania, España y otros países» (Lettere, III 31; cfr. R. BAYÓN,
Cómo escribió San Alfonso, Madrid 1942). En Francia, gracias a la
lustification de la morale de Saint Alphonse, escrita por el card.
Gousset, la Teología Moral se extendió rápidamente.
Manuales de Teología Moral inspirados en San Alfonso. Nada
tiene de particular, visto el éxito de la Teología Moral de A.,
que surgiera inmediatamente un grupo de discípulos y
vulgarizadores, que compusieron manuales de Teología moral para
los seminarios «ad mentem Sti. Alphonsi». La última de las obras
inspiradas en A. es la de Aertnys, actualizada primero por Damen
y, finalmente, por Visser (Turín 1967). Para defender la moral
alfonsiana de la acusación de laxismo se publicaron las Vindicae
Alphonsianae (París 1872).
Centros de estudios de Teología moral inspirados en San
Alfonso. Fruto de la obra alfonsiana, y concretamente de la
continuación (y en parte renovación y modificación) de la misma
por parte de diversos redentoristas del s. XX, es la creación en
Roma de la llamada Academia Alfonsiana. Es el primer Inst.
Superior de Teología moral que existe en el mundo y ha sido
erigido bajo el patrocinio de A. para promover I<)s estudios
morales, según las necesidades de los tiempos. El 25 mar. 1957 fue
erigido por decreto de la Sagrada Congr. de Religiosos como
escuela interna pública de la CSSR, mientras que el 2 ag. 1960, en
la fiesta de A., fue incorporado, por decreto de la Sagrada Congr.
de Seminarios y Estudios Universitarios, a la Facultad teológico
de la Univ. de Letrán, con derecho a conceder el doctorado en
Teología moral. Órgano de la Acad. Alfonsiana es la col. Studia
Moralia.
Aprobación pontificio de la moral de San Alfonso. Escogemos
sólo una de las muchas declaraciones pontificias a favor de la
moral alfonsiana. Pío XII, en el breve apostólico de 26 abr. 1950,
en que constituye patrono de confesores y moralistas a A., dice:
«Para formar y dirigir a los confesores nos dejó... una eximia
doctrina recomendada a menudo con graves palabras por los
Soberanos Pontífices, cual norma segura de los que administran el
sacramento de la Penitencia y de los que se ocupan de la dirección
de las almas» (AAS 32, 1950, 595-597).
San Alfonso en la actualidad. Los citados anteriormente
citados muestran el gran influjo ejercido por A. en la Teología
moral a lo largo de las centurias que anteceden. ¿Conserva hoy la
obra alfonsiana capacidad de influjo? No han faltado, en tiempos
pasados y presentes, críticas a la obra teológica de A. (a algunas
de ellas respondieron unas Vindiciae alfonsianae de 1873). Así, a
partir de la ofensiva que contra él inició Dóllinger, varios
protestantes, viejo-católicos y ortodoxos atacaron a principios de
este siglo la moral de A. Después de la renovación tomista,
consagrada por León XIII en la Aeterni Patris, que da lugar a una
necesaria renovación de la Teología moral sistemática, se
advierten diversos síntomas en campo católico de una evidente
hostilidad contra la casuística y sus métodos, que alcanza de un
modo indirecto a A., representante más calificado.
No es, sin embargo, de ahí de donde vienen las mayores
críticas al magisterio moral de A., sino de aquellas corrientes
que, auspiciando una reforma radical de la Teología, se revuelven
a la vez contra la moral escolástica y contra la moral casuística,
en nombre de una vuelta a las fuentes entendida como ruptura con
la entera tradición teológico posterior a la Patrística (y a veces
incluso con esta misma) y de una adaptación a las que consideran
exigencias o rasgos de la mentalidad o del pensamiento moderno,
tanto de orden filosófico (personalismo, existencialismo,
sociologismo...) como científico (biología, psicología,
sociología, etc.).
Ese abandono de A. es un error: su obra puede y debe seguir
ejerciendo un magisterio fecundo en el campo de la Teología moral.
Esto no quiere decir, obviamente, que esa Teología haya de
reducirse a una repetición de la moral alfonsiana, aumentada
simplemente de una manera cuantitativa con la aplicación de los
principios, tal como se exponían en el s. XVIII, a los nuevos
problemas de nuestra época. Esta concepción es en extremo
simplista. La renovación de la moral puede ser cosa mucho más
profunda y afectar no sólo a la aplicación de los principios, sino
también a los métodos propios de la Teología moral e incluso a la
estructuración de la misma. Tratar de estudiar y exponer la
Teología moral como si no hubiera ocurrido nada a partir del s.
XVIII, como si los estudios sobre la Patrística y la Escolástica y
las nuevas ciencias humanas no hubieran aportado al acervo
científico cosas de valor, es una ilusión y un error. El mismo A.
es contrario a este inmovilismo en Teología moral. Durante su
vida, en las sucesivas ediciones de la Teología Moralis tuvo
siempre muy en cuenta la evolución del pensamiento contemporáneo y
el influjo de los acontecimientos históricos más importantes.
El moralista del s. XX no puede ignorar a A., ni puede
tampoco contentarse con copiarle al pie de la letra. Los
moralistas han de hacer ahora lo que haría A. si viviera en
nuestro tiempo. Hemos de distinguir entre lo que hay en A. de
permanente y lo que hay en él de dependiente de su época y del
país en que vivió. Hecha esta distinción, dejemos de un lado los
valores contingentes y quedémonos con lo que podríamos llamar la
moral eterna de A. y según ella juzguemos de la renovación de la
Teología moral. Sin temor a equivocarnos, podemos afirmar que A.
aceptaría muchas cosas de la Teología contemporánea, p. ej., una
adecuada vuelta a las fuentes de la Revelación, el empleo
criteriado de la Filosofía, Psicología, etc., la orientación de la
moral al kerigma , etc. Otras cosas, en cambio, las rechazaría de
plano, p. ej., la moral de situación, el relativismo moral, el
desprecio hacia el Magisterio eclesiástico o la tradición, etc.
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Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991