Alegoría. Arte
En sentido general es todo aquello que natural o convencionalmente nos acerca a una realidad de modo distinto a su esencia o apariencia. H. Kress en el prólogo del libro de Ferguson: Signos y símbolos en el arte cristiano, nos da una definición plástica de lo que debemos entender por a. Preguntábale a aquél su hija por el significado del pajarito en el lienzo de la Madonna del jilguero, de Tiépolo. He ahí una a. Aquel jilguero que se alimenta de cardos y espinas no es sino el símbolo de la unión de los misterios de la Encarnación y Redención. La a. ha sido camino normal en la didáctica de los pueblos y por ello ha pasado a ser patrimonio muy notable del arte. Todos los artistas han encontrado realidades más bellas o más felices con que expresar un deseo o un simple hecho. Podemos recorrer el reino vegetal, mineral o animal, o el conjunto de elementos obra del hombre, y en gran parte de ellos hallaremos un trasunto de otras cosas. Ya en el libro de Daniel hallamos simbolizados alegóricamente los evangelistas por unos seres que luego se repetirán continuamente en el arte cristiano. Pero no sólo es patrimonio del cristianismo este peculiar modo de concepción de los hechos, cosas y personas, sino que todos los pueblos lo utilizaron como elemento muy especial de sus creencias y aconteceres.
Egipto en sus pirámides no es sino una a. de lo
eterno; hasta en las medidas de las mismas, medidas enigmáticas, encontramos
relaciones con el tiempo y con el espacio. El juicio de Osiris no es sino una
representación alegórica de un conjunto de concepciones de la realidad moral.
Persia, que según el Avesta no puede representar a sus dioses ni plasmar sus
perfecciones, y encerrarlas en templos: «... basta la bóveda de los cielos...»,
llegó no obstante a alegorizar a su Dios en el fuego y de ahí los numerosos
altares de NakshéRuste. Del mismo modo se llegó á imprimir la idea de la
crueldad asiria, heredada de Caldea en los bajorrelieves de Behistum del rey
Darío. Roma también utiliza ya desde los tiempos etruscos este elemento y las
divinidades tienen su puesto en ella más o menos idealizadas: el Emperador llegó
a ser la imagen del todopoderoso; hasta la loba del Capitolio no es sino la a.
del nacer de un pueblo con ansias de fortaleza y dominio, símbolo luego adoptado
por la Ciudad Eterna. Lo mismo nos dirá Grecia con su arte figurativo. Una de
las pinturas más antiguas de las que se conserva mención es una a.; la de La
Calumnia de Apeles.
El cristianismo siguió tras las mismas huellas y adaptó multitud de elementos
totalmente alegóricos a su liturgia y a su historia (v. SIMBOLISMO RELIGIOSO).
Muchas tablas, lienzos o esculturas están plagadas de a. Tendremos que espigar
por cada parcela del arte para darnos una somera idea de este patrimonio
alegórico tan frecuente. En el medievo la a. es utilizada sobre todo en la
decoración artística. Tendríamos que recorrer capitel por capitel los ricos
claustros de Silos, Poblet, Ripoll, etc., para darnos una idea. En la decoración
de los templos, sobre todo en los modillones de los ábsides, hay multitud de
elementos alegóricos: catedrales de León y Burgos. ¿Qué son los biches y
gárgolas de los templos románicos y góticos sino a. arcanas de un periodo lejano
y difícil de descifrar? El elemento animal parece que subyugaba entonces al
artista no menos que el vegetal. También se alegorizan profesiones y
ministerios. A. del mal son los monstruos diabólicos de la catedral de Nótre
Dame de París. Miles de episodios de los códices miniados civiles y religiosos
son enteramente alegóricos y su interpretación es difícil por pertenecer al
arcano de aquellos siglos. Episodio alegórico es el de la tapa de una caja de
marfil del s. xiv que alude a un roman francés de la época medieval. En este
caso se trata de una a. amatoria. Se conserva en el Museo de Nueva York.
La época más fecunda en a. es la comprendida entre el Renacimiento y el Barroco.
Ambrogio Lorenzetti (v.) pintó una de singular belleza en el palacio comunal de
Siena. Se trata del fresco del buen y mal gobierno, donde se representan la Paz,
la Fortaleza y la Prudencia, simbolizadas por sendas figuras jóvenes que, por
sus posturas y atributos, son de una percepción inconfundible. El triunfo de la
Muerte del Camposanto de Pisa tiene en Orcagna (v.), o más certeramente en
Francisco Traiano, un maestro de este género que tendrá eco en todo el Medievo
sobre todo en la literatura. En el anexo de Santa María Novella de Florencia, en
la capilla degli Spagnuoli, existe una a. de la Iglesia militante de Andrés de
Florencia. Botticelli (v.) parece ser un maestro consumado en este arte. Su
cuadro de la Primavera, con todos los encantos de forma y contenido y sus
trabajos en este sentido, lo delatan como tal. La Caridad y la Gramática del
Museo Ochier de Cluny son otra muestra más de las a. dentro de la escultura.
Miguel Ángel (v.) en el sepulcro de la capilla Medicea tiene sendas a. de la
Aurora y del Ocaso, de una perfección escultórica que no tiene parangón con
ninguna otra escuela. Los pintores españoles tampoco olvidaron este tema; Luis
de Vargas (v.) lo adopta en el cuadro La Gamba, de la catedral de Sevilla,
siguiendo huellas italianizantes. Este lienzo describe la genealogía de Cristo y
su concepción. Durero (v.), pintor y grabador de gran talla, en su grabado en
cobre La Melancolía, recoge con este título una representación plástica del
estado de ánimo que produce. Guido Reni (v.) es reconocido universalmente por su
a. de La Aurora que avanza sobre un carro esclareciendo el horizonte. Un maestro
incomparable de la a. es Rubens (v.). Su imponente cuadro El triunfo de la
Iglesia, del Museo del Prado, da idea suficiente de lo que puede un pincel
conducido por las auras de lo imaginativo.
A. en el más puro sentido de esta palabra son las incomprensibles creaciones de
El Bosco (v.), cuyo máximo exponente es su jardín de las Delicias, del mismo
museo. Toda la miniatura desplegada en la tabla que aludimos es una pavorosa
mezcla de realidades y sueños, de colores y formas que la mente humana no puede
llegar a descifrar, si bien cada trazo de esta obra maestra del gran pintor
flamenco tiene un estudio detenido y una significación alegórica precisa y
distinta. El mismo pintor nos da una imagen perfecta de los pecados capitales,
ya más inteligible en su mesa del Prado. Toda la pintura flamenca, o mejor dicho
la mayor parte de los pintores de esa escuela, fueron excelentes alegoristas.
Véanse la de Van Eyck (v.), Fuente de la Gracia del Prado y otras muchas. A. son
también las del italiano G. da Ponte de Las Siete Artes Liberales (Museo del
Prado). Abundan las a. geográficas de las cinco partes del mundo. Una más
precisa es la de Goya (v.) que representa a Madrid.
V. t.: SIMBOLISMO RELIGIOSO IV; SIMBOLISMO III.
F. SAGREDO FERNÁNDEZ.
BIBL.: G. FERGUSON, Signos y símbolos del arte
cristiano, Buenos Aires 1956; Catálogo. Museo del Prado, Madrid 1956; L. REAU,
Iconographie de l'art chrétien, París 195658; J. F. ROiG, Iconografía de los
santos, Barcelona 1950; A. PANOVSKI, Studies on Iconology. Humanistic themes in
the art of the Renaissance, Londres 1962.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991