AGUSTINOS
HAGIOGRAFIA.
El santoral
agustiniano es relativamente reducido si : e compara con el de
otras órdenes; sin embargo, entre: las Santos de la orden
agustiniana figuran no pocos de gran fama e influencia, tanto
durante su vida como después de su' muerte. Destaca sobre todo la
figura gigantesca del santo fundador (v. AGUSTíN, SAN), que atrae
poderosamente ,y que ha significado un tipo de santidad que la
Orden agustiniana ha procurado imitar con todo celo, de tal modo
que podemos expresar en un principio fundamental aun con peligro
de generalizar demasiado la forma de santidad de los beatos y
santos: el amor a Dios en el prójimo.
Encontramos dos etapas principales en el santoral: la
primera, que corresponde al tiempo que media entre S. Agustín y la
llamada Gran Unión (1256). La segunda a partir de ésta.
Primera etapa. La primera parte, que podemos llamar
propiamente agustiniana, muestra una gran influencia del santo
obispo de Hipona en las personas que trataron con él
personalmente. Entre los santos de esta primera etapa se
encuentran: S. Agustín; su madre, S. Mónica (v.), que, por su
influencia en la conversión de su hijo, es justamente numerada
como representante del santoral agustiniano; S. Posidio, S. Alipio,
S. Melania, S. Fulgencio (v.) y otros introducidos en épocas
lejanas. Prescindiendo de señalar a muchos, santos y mártires, que
destacaron en África, nos reducimos en esta época a aquellos de
los que nadie puede negar razonablemente su neta filiación
agustiniana.
S. Alipio. Fue el «hermano de corazón» de S. Agustín y uno
de los principales instrumentos de que Dios se valió para su
conversión espiritual y moral. Sus vidas son inseparables. Por eso
S. Agustín en sus Confesiones le identifica consigo mismo no
formando más que una sola alma con él. N. en Tagaste como Agustín
y era un poco más joven que él. Cuando Agustín volvió de Cartago y
estableció escuela en Tagaste, Alipio fue inscrito entre sus
alumnos. En el 364 estableció cátedra de retórica en Cartago y
allí se fue también Alipio. Era alegre de espíritu y moralmente
recto; ignoraba, sin embargo, la rigidez. Agustín le consultaba
con frecuencia por la claridad de sus juicios. Al ser nombrado
Agustín por el prefecto Símaco profesor de retórica de Milán,
Alipio renunció a una brillante carrera para consagrarse con aquél
a la búsqueda de la verdad. Alipio discutía con frecuencia con su
amigo sobre el valor de la vida de castidad y le animaba a no
casarse para dedicarse de lleno a la verdadera sabiduría. Fue S.
Alipio copartícipe en las luchas íntimas de Agustín y estaba a su
lado en la batalla final de su conversión. El descubrimiento de
Dios acabó de elevar a un nivel superior la amistad entre Alipio y
Agustín. Después de la conversión, los dos amigos pasaron algún
tiempo de retiro en la finca de Casiciaco como preparación para el
bautismo de manos de S. Ambrosio, obispo de Milán. Luego volvieron
a Tagaste, donde establecieron el primer monasterio, viviendo en
unión de fraterna caridad, consagrados a la oración y al estudio,
en compañía de otros amigos que compartieron este ideal. En el
394, Alipio fue elegido obispo de Tagaste. Desde entonces, con
frecuencia pedía a su amigo que le ayudase a comprender mejor los
valores espirituales, a la vez que procuraba encontrarse con él
para comunicarse sus alegrías y sus problemas. En el curso de un
viaje a Palestina, visita a S. Jerónimo presentándose delante de
él cual si fuera otro Agustín, «pues no forman más que un solo y
mismo espíritu» (Epist. 28, 1). S. Agustín tuvo un gran apoyo en
S. Alipio en las luchas contra los maniqueos, pelagianos y
donatistas. En la conferencia de Cartago (411) fue uno de los
padres que más sobresalieron junto con S. Agustín. Intervino en la
conversión de Gabiniano y de Dióscoro. M. Alipio después del 429,
sin que se pueda precisar la fecha concreta.
A partir de la muerte de S. Agustín nuevos frutos de
santidad se produjeron en los ambientes agustinianos, p. ej., en
la Galia meridional: S. Cesáreo (v.), S. Aureliano, círculo de
Lerins. Todo ello a causa de la gran influencia espiritual de las
obras del santo, principalmente de la Regla. Las reglas monásticas
posteriores hasta S. Benito Aniano (Codex regularum) son un
testimonio de esta influencia espiritual, en la que se inspiraron,
y a través de la cual se santificaron tantas almas en esos centros
agustinianos.
Segunda etapa. La segunda parte del santoral podríamos
llamarla agustiniana-congregacional, en cuanto la Orden se halla
organizada a semejanza de los franciscanos o dominicos. Es una
segunda fase jurídica de los a., como herederos de un patrimonio
espiritual proveniente del santo obispo de Hipona. Pero en los
primeros siglos de esta organización (xiii y xiv) florece una
santidad de forma predominantemente eremítica.
Los a. que merecen un recuerdo particular en esta época son:
b. Juan Bueno, b. Juliana de Monte Cornelio, S. Nicolás de
Tolentino (v.) y S. Clara de Montefalco.
B. Juan Bueno (m. 1249), cuyo proceso es de los pocos que se
encuentran editados de esta época (Acta Sanct., 22 oct. 771885) y
que se realizó en 125154, n. en Mantua; allí prosiguió una vida
demasiado libre hasta que una enfermedad fue motivo de conversión,
que plasmó en su retiro en los montes Apeninos, junto a Cesena.
Por su fama de santidad se unieron a 61 muchos monjes en el
convento que había fundado bajo la regla de S. Agustín. Edificó
otros conventos agustinianos en Italia. M. al parecer en 1249 en
Mantua.
B. Juliana de Monte Cornelio (11931258). Juliana de Rétine
fue priora del convento de Monte Cornelio, junto a Lieja. Debido a
sus inspiraciones y por medio de su confesor Juan de Lausana,
canónigo de Lieja, el obispo de Lieja Roberto de Thorote introdujo
en 1246 la fiesta del Corpus Christi. El primer oficio de la
fiesta lo hizo el a. Juan de Lieja a ruegos de la b. Juliana.
Sufrió posteriormente muchas vejaciones por parte de sus mismas
hermanas. M. en santidad fiel a su hábito en 1258. Su culto fue
aprobado por Pío IX.
En el último santoral agustiniano (ed. Ratisbona 1956) se
celebraba la fiesta del b. Ugolino de Gualdo de Captania, que m.
en 1260. El b. Santiago de Viterbo (m. ca. 1308), n. en 1255,
ingresó en los a. en 1272. En 1281 estudiaba en París, enseñó en
aquella Universidad y consiguió el doctorado en 1293, en donde
prosiguió enseñando hasta 1299. A partir de 1300 estuvo enseñando
en Nápoles, siendo obispo en 1302. Gran defensor del Papado,
destacó notablemente en las cuestiones De Ecclesia con su célebre
libro De regimine christiano. M. en 1308. Otros beatos fueron
Felipe de Placentia (n. 1306) y Santiago de Querceto (m. 1307).
S. Clara de Montefalco (m. 1308) n. en Montefalco (Umbría).
Sobresalió principalmente por su penitencia y por su amor a la
Pasión de Cristo. Ingresó en el convento donde su hermana estaba
de priora y más tarde ella dirigió durante muchos años la misma
comunidad con muestras de gran sabiduría. Dio grandes ejemplos de
humildad y liberalidad para con los pobres. Fue canonizada por
León XIII el 8 dic. 1882. Los fenómenos especiales de su vida, y
el aspecto sobrenatural después de su muerte en cuanto a las
insignias de la Pasión de Cristo impresas se pueden leer en
cualquier vida de la santa, aunque no existe ninguna con crítica
histórica (L. Tardy, Vita di santa Chiara di Montefalco, Roma
1881).
B. Clemente de S. Elpidio o Clemente de Osimo (m. 1291) fue
general de la Orden, con fama de prudencia y estimado por todos.
Fue beatificado por Clemente XII. B. Ángel de Furcio, que estudió
en París y enseñó especialmente en Nápoles. Su culto fue
confirmado por León XIII; m. a los 80 años (1321). B. Federico de
Ratisbona (m. 1329), hermano de obediencia y patrón de los mismos
hermanos. B. Agustín de Tarano (m. 1339), llamado también Agustín
Novello por sus extraordinarias dotes intelectuales y
espirituales. Fue célebre por su santidad, como lo muestra su
iconografía. B. Juan de Rieti (m. 1347) se distinguió por su
humildad y su caridad para con los enfermos. También merecen
citarse los beatos Antonio de Patricio (m. 1311) y Simón de
Turdetania (m. 1322). B. Simón de Casia (m. 1348) es uno de los
principales escritores a. italianos de este tiempo. Su incansable
dedicación a la conversión y dirección de las almas, lucha contra
los vicios aun de los poderosos sin temer sus represalias. Su
devoción a la Virgen María fue acompañada de su defensa por la
doctrina inmaculista. Son también dignos de mención Lucía de
Castro Porciano (m. 1350), Julia de Certaldo (m. 1367), Guillermo
de Toulouse (m. 1369), Ugolino de Zefirino (m. 1370) y Santos de
Cora (m. 1392), que fue un gran orador..
Si quisiéramos reducir en breves nociones la tonalidad de la
santidad de los santos de los s. XIII-XIV, podemos decir en
general que su tendencia es la observancia estricta de la Regla
con un deseo hacia la soledad y una dura penitencia. Sobresalen en
este periodo, como puede verse, los santos y beatos italianos.
En los s. XV-XVI destacan santos conocidos como S. Rita de
Casia (v.), S. Juan de Sahagún (v.), S. Tomás de Villanueva (v.);
entre los beatos merece especial mención el b. Alfonso de Orozco
(v.) (m. 1591). Al participar con gran energía, especialmente las
provincias españolas, en las misiones ofrecen los primeros frutos
del martirio por la evangelización del mundo pagano. También hay
representantes martirizados por los protestantes.
B. Pedro y Juan Becket (Bechetti), fueron familiares y
siempre vivieron estrechamente unidos. Procedentes de Inglaterra,
enseñaron en Perusa. Murieron en 1420 y 1421, respectivamente. B.
Gonzalo de Lagos (m. 1422) tomó el hábito agustiniano en Lisboa y
sobresalió por su virtud e inocencia. Su culto inmemorial fue
aprobado por Pío VI. B. Antonio de Amándula (m. 1450) fue gran
devoto de S. Nicolás de Tolentino. Le beatificó Clemente XIII. B.
Cristina de Spoleto (m. 1458), después de haberse quedado viuda
entró en el convento agustiniano sobresaliendo por sus virtudes de
penitencia y sacrificio. B. Querubín de Avilina, en el Piamonte
sobresalió por su candor. M. a los 30 años de edad (1479). B.
Antonio Turrano (m. 1494), después de haberse graduado en
Medicina, ingresó en el convento de Milán a partir de su
conversión ante la tumba de S. Agustín en Pavía. B. Pedro Santiago
de Pésaro (m. 1496), profesó en el convento agustiniano de su
misma ciudad, estudió en Perusa y, por fin, quiso terminar su vida
en soledad. B. Verónica de Binasco, entró en el convento de Milán
con gran penitencia que demostró a través de su vida. M. a los 52
años (1497). B. Gracia de Cátáro (m. 1508) fue por su sencillez de
vida un ejemplo de santidad. Es actualmente, en unión con el b.
Federico de Ratisbona, patrón de los hermanos de obediencia. B.
Juan Stoney (m. 1538), mártir en la persecución de los anglicanos
en contra de los católicos. Otros beatos: Magdalena de Albrizie
(m. 1465), Catalina de Palanzia (m. 1478) y Andrés de Monte Regio
(m. 1479).
B. Fernando de S. José (m. 1617), n. en Ballesteros (Toledo)
y entró en el convento de Montilla a los 17 años. Fue a México
como misionero, de allí pasó a Filipinas y, por último, se dirigió
al Japón, en donde murió mártir. Pío IX le beatificó en 1867. B.
Pedro de Zúñga (m. 1622), n. en Sevilla y entró en la Orden muy
joven. Tuvo grandes ansias de evangelizar, por lo que pidió ir al
Japón. Fue expulsado de la isla y volvió de nuevo. Fue martirizado
en Nagasaki. B. Bartolomé Gutiérrez, n. en México. Se trasladó
posteriormente a Filipinas, desde donde pasó al Japón. Trabajó
intensamente, estableciendo en aquellas tierras la Orden tercera y
la confraternidad de la Correa. M. mártir (1632) en compañía de
los a. descalzos b. Vicente de S. Antonio, portugués, y del
español b. Francisco de Jesús en Nagasaki. Pío IX les beatificó.
Entre los mártires a. hay que contar a los terciarios fundados por
el b. Pedro de Zúñiga, que murieron por profesar la fe de Cristo:
el b. Juan de Chocumbuco y compañeros, cuya fiesta se celebraba el
28 de septiembre. Pío IX les beatificó en 1867.
B. Josefa María de S. Inés (m. 1696), n. en Benigánim
(Valencia), de padres pobres, y fue educada con gran piedad.
Ingresó en el convento de a. descalzas de su villa natal. Tuvo
grandes favores divinos, y su consejo fue buscado por muchos para
circunstancias difíciles. Dotada de una gran humildad, su
virginidad fue ejemplar. Se conservó una gran devoción hacia ella
en su pueblo natal, y fue recibida su beatificación con gran
alegría. León XIII la beatificó, otorgando su oficio y Misa para
la orden agustiniana y para el pueblo valenciano.
Entre los beatos de los últimos tiempos sobresale la figura
del italiano Esteban Bellesini. N. en Trento, estudió filosofía en
Roma y teología en Bolonia. Invadidos los Estados pontificios por
las fuerzas francesas se vio obligado a abandonar el convento
patrio. Se le prohibió predicar, y entonces se encargó con celo
incansable. de la educación de los niños abandonados. Restaurada
la paz, fue nombrado por el mismo Emperador austriaco presidente
de las escuelas del Tirol. Volvió a su Orden en Roma, y se dedicó
a la educación de los novicios y profesos. Por fin, fue nombrado
párroco de Genazano, en el santuario de N. S. del Buen Consejo. Su
devoción a la Virgen fue sincera y profunda. Su predicación y cura
de almas fue extraordinariamente ejemplar. M. el día de la
Purificación de 1840. Pío X le beatificó.
La devoción a la Virgen ha sido nota especial dentro de la
Orden, influyendo en la santidad de sus miembros. La devoción a la
Pasión de Cristo en los a. ha sido recogida en breves
indicaciones, aun cuando sin espíritu crítico, por el P. Fariña,
Agustinos devotos de la Pasión, El Escorial 1929.
BIBL.: D. GUTIÉRREZ, Érémites de saint Augustin, en DSAM IV, 9831018; Sanctus Augustinus vitae spiritualis Magister, II, Roma 1959; F. ROTH, The present Status of Augustinian Hagiography, «The Tagastan» (195354) 4759; S. DE PORTILLO, Chronica espiritual Agustiniana. Vida de Santos, beatos y venerables religiosos de la Orden de su Gran Padre S. Agustín, para todos los
I. ARÁMBURU CENDOYA, O. S. A.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991