AGUSTIN DE CANTERBURY, SAN


Santo a quien se considera como el apóstol de Inglaterra. Como sucede casi siempre, en este caso no fue él el único agente que contribuyó a la extensión del cristianismo en la mayor de las Islas Británicas. Antes que A. arribara a las costas de Inglaterra, ya había habido una Iglesia floreciente. En los cuatro primeros siglos fue la dominación romana la que facilitó la difusión del cristianismo. Después - en el s. v- primitivos habitantes de la isla, bretones, refugiados en las regiones occidentales de Gales y Cornualles mantuvieron su fe, a pesar de las, invasiones de anglos y sajones paganos, con la ayuda de algunos obispos francos, como S. Germán, quien les preservó de las herejías pelagianas y les animó a la perseverancia. En tiempos de A., existían restos de una antigua tradición cristiana e incluso el culto a un mártir nativo -S. Albano -. Pero con las invasiones de los anglos - que son los verdaderos ingleses- y por las luchas internas, la isla se encontraba en la más abyecta barbarie.
      Fue el papa S. Gregorio 1 quien, en él a. 596, envió a A., con un grupo de monjes de su mismo monasterio romano de S. Andrés, a predicar el Evangelio a los ingleses. Cuenta la tradición, que recoge el Venerable Beda (Historia Ecclesiástica, lib. 11, cap. l), que Gregorio, antes de ser Papa, concibió la idea de ir a predicar a Inglaterra cuando vio en el mercado de Roma a unos esclavos, jóvenes rubios, que más bien le parecieron ángeles que anglos, como le dijeron que se llamaban, y le dio mucha pena saber que estas gentes eran paganas. Cuando A. se dirigía a su misión, al pasar por Francia, sus compañeros sintieron un gran temor, pensando en las dificultades de su cometido, y rogaron a A. que volviese a Roma y pidiera permiso a Gregorio para no proseguir con la peligrosa labor que se les había encomendado. El Papa envió una carta con A., en la que le nombraba abad y exhortaba a todos a que se armasen de valor y acometieran su propósito con celo y confianza en- el Señor.
      A., con sus compañeros, llegó a las costas de Kent, al sudeste de Inglaterra, uno de los siete reinos de la Heptarquía, y mandó a los intérpretes que llevaba de la nación de los francos, para anunciar al rey de aquellas tierras las buenas nuevas de salvación que les enviaba la Iglesia de Roma. El monarca, Etelbetio , les acogió con gran cortesía, pues, aunque era pagano estaba favorablemente dispuesto hacia el cristianismo y se había casado con Berta, princesa cristiana de la familia real de los francos. Poco después les permitió que se acomodaran en la ciudad de Canterbury, que era la capital de sus dominios, dándoles libertad para que predicasen su religión y proporcionándoles todo lo necesario para su sustento.
      A. y sus compañeros, por medio de la predicación, mortificación, oración, y el ejemplo de sus vidas recogieron pronto los primeros frutos de su apostolado. En los comienzos utilizaron una antigua iglesia romana a la que la reina solía acudir, pero después de la conversión del rey empezaron a construir y reparar otras iglesias. Por consejo de A., el rey, aunque favorecía a los que se convertían al cristianismo, no obligó a nadie a que se bautizara. Una vez establecidos de un modo definitivo en Canterbury, y siguiendo las instrucciones recibidas del papa Gregorio, A. volvió a Arlés, en Francia, para ser allí consagrado arzobispo de la nación británica A su vuelta a Inglaterra, envió cartas a Roma con noticias del éxito de su empresa y algunas preguntas sobre dificultades que habían encontrado en su labor pastoral. Beda ( o. c., lib. I, cap. XXVII ) las transcribe junto con las contestaciones que recibió del Papa. En ellas se ve la mentalidad práctica a la vez que el espíritu 1 sobrenatural de A. en cuestiones de liturgia, moral y disciplina. Gregorio le confirió suprema jurisdicción sobre todos los obispos de Gran Bretaña, incluidos los de las cristiandades bretonas, del oeste de Inglaterra, que por el odio profundo que profesaban a los invasores anglosajones jamás habían intentado predicarles el Evangelio. El Papa, junto con estas contestaciones, envió el palio y más sacerdotes para que ayudaran a A. en su labor apostólica, los cuales llevaban consigo ornamentos sagrados y reliquias para los nuevos altares. Con este refuerzo, se comenzó la evangelización del reino de Essex. El rey, sobrino de Etelberto, fue bautizado en el a. 604. Se erigió la sede episcopal de Londres y se nombró a Melitón su primer obispo. Antes, a. 601, habiendo oído que el Señor había obrado muchos milagros por medio de A., Gregorio le escribió para que esto no fuera ocasión de vanagloria, pero al mismo tiempo exhortó a Etelberto que siguiese siempre los consejos de A. quien, apoyado por el rey, comenzó la construcción de la iglesia que después sería la catedral de Canterbury,
      También con la ayuda de Etelberto, A. intentó reunir a los obispos bretones, refugiados en su mayor parte en las montañas de Gales, e intentó que abandonasen sus peculiaridades litúrgicas disciplinaras, que eran contrarias a la práctica de la Iglesia Romana. Los obispos pidieron tiempo para obtener el consentimiento de su pueblo, y que se celebrase un sínodo al que pudieran acudir todos los obispos bretones. Según cuenta el Venerable Beda (o. c., lib. II, cap. II), se presentaron siete obispos y un gran número de monjes. A. les propuso que observasen la Cuaresma a su debido tiempo, que bautizasen según la costumbre de la Iglesia apostólica romana y que predicasen junto con él la palabra de Dios al pueblo inglés. Al no querer seguir su consejo, ni aceptarle como arzobispo, A. predijo que perecerían todos a manos de los ingleses. Y así ocurrió efectivamente en la gran matanza que causó Etelfrido en el monasterio de Bangor, años después de la muerte de A
      A. nombró obispos a dos de los que el Papa había mandado para ayudarle en su ministerio. Melitón fue el primer obispo de Londres, donde edificó la catedral de S. Pablo con la ayuda de Etelberto. Justo fue el primer obispo de Rochester. Después de la muerte de Agustín, otro de ellos, Paulino, fue consagrado obispo de York. Antes de morir, A. consagró a su sucesor, Lorenzo, para que no quedase la sede de Canterbury vacante ni por una hora.
      Hacia el 604, seguramente el mismo año en que murió Gregorio, falleció A. Fue enterrado primero cerca de la Catedral, pues ésta no se había acabado ni consagrado; pero, más tarde, sus restos fueron trasladados con toda solemnidad a la entrada norte de la catedral de Canterbury.
      Según fuentes muy antiguas, que se remontan al mismo s. VII, su epitafio decía así: «Aquí yace el Señor Agustín, primer arzobispo de Canterbury, quien habiendo sido enviado en un principio por el beato Gregorio, obispo de Roma, y con la ayuda de Dios respaldado por milagros, trajo al rey Etelberto y a su nación desde el culto de los ídolos a la fe de Cristo, y habiendo terminado los días de su oficio en paz, murió el 26 de mayo en el reinado del mismo rey. La fiesta de S. Agustín se celebra en esa fecha, que es donde aparece en el Martirologio Romano.
     
     

     

BIBL.: venerabilis Bedae Historia ecclesiastica gentis Anglorum, cd. C. PLUMMER, Oxford 1896, 1, 23-33, II, 2-3; Gregorii I Papae, Registrum epistolarum, ed. P. E. WALD-L. HARTMANN, en MGH, Epistolae, I-Il; A. BUTLER, The Lives of Fathers, Martyrs and Other Principal Saints, 11, Londres 1926, 223-230; J. BROU, Saint Augustin de Cantorbéry et ses compagnons, París 1897; H. HoWORTH, St. Augustine of Cantorbery, Londres 1913; A. AMORE, Agostino di Canterbury, en Bibl. Sanct, 1, 426-427.

 

RICHARD A. P. STORK.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991