Abraham


El primero de los patriarcas de Israel, raíz genealógica del pueblo hebreo, una de las figuras más relevantes de la historia religiosa del mundo, eslabón entre la gentilidad idolátrica y el pueblo de Israel creyente en la Revelación sobrenatural del único Dios verdadero.

Etimología del nombre. El nombre A. parece responder al acádico A-ba-ra-ma, de Abu, padre y ra-ma o ra-am, de la forma verbal ramn (amar): el que ama a su padre; esta palabra, en efecto, se encuentra como nombre personal en la literatura acádica de la III dinastía de Ur. Según otros autores, el sentido etimológico de este nombre (Abram, Abiram) puede ser el de «el padre es elevado», es decir, de noble linaje; aunque también podría ser un nombre teofórico: «el padre (Dios) es excelso». El relato del Génesis (17, 5-6) recoge el cambio de nombre del patriarca de Abram en Abraham («padre de multitudes») que tiene lugar cuando Yahwéh le ofrece la alianza; ese cambio refleja la elección que de él ha hecho Dios.

A Abraham también se le llama en Gen 14, 13 el hebreo; para la etimología -incierta- de este nombre, v. HEBREOS I.

1. Vida. Los datos sobre la vida de A. se encuentran principalmente en el Génesis, cap. 11-25, que resumimos a continuación.

El Génesis enlaza a A. y a su familia con los arai-neos, habitantes de la baja Mesopotamia ca. 2000 a. C. A. nació en Ur ca. 2100 a. C. (según otra cronología ca. 1900 a. C.), de familia idolátrica (los 24, 2). La familia de A. abandonó Ur probablemente durante las revueltas ocurridas a la caída de la 111 dinastía, y se trasladó a Jarán, hacia el Norte. Allí, muerto su padre, Terab, recibe la revelación de Dios: «Sal de tu tierra, de tu parentela... para la tierra que yo te indicaré. Yo te haré un gran pueblo... Y serán bendecidas en ti todas las, familias de la tierra» (Gen 12, 1 ss.). A. entra en Canaán, la región que Dios le había indicado, y con él Sara su esposa, Lot su sobrino y todos sus siervos y rebaños (Gen 14, 14). Fija su residencia en las cercanías de Siquem, bajando desde Betel y cambiando de lugar según la costumbre de los seminómadas.

A causa del hambre en aquella región, desciende a Egipto, donde Dios protege visiblemente a A. y Sara de la corrupción que allí domina (ib. 12, 10-20); A. vuelve incluso a Canaán enriquecido. Entonces, para evitar luchas entre sus pastores y los de Lot, se separa de su sobrino y le invita a que elija la región que prefiera. Lot se dirige hacia Sodoma y Gomorra y A. se establece en la región de Hebrón, junto al encinar de Mambré, donde levanta un altar a Yahwéh.

Después de la separación, tropas procedentes de Mesopotarnia, atacan a los ejércitos de la Pentápolis y además del botín, se llevaron a Lot y a su familia como rehenes. Informado A., persigue la retaguardia con 300 de sus siervos, la sorprende y logra recuperar cuanto se habían llevado los salteadores. Melquisedec, rey de Salem (Jerusalén), sale al encuentro del vencedor, presentando a los combatientes pan y vino, que antes ofrece al Dios Altísimo.

Dios renueva a A. sus promesas; le promete la tierra de Canaán, descendencia numerosa, etc. Pero Sara, estéril, no tenía la fe de A., y le entrega a Agar, esclava suya, con el fin de que tenga de ella un hijo (que según el derecho de la época era considerado como hijo del ama, cfr. Código de Hammurabi. Así nace Ismael. Pero éste no es el elegido de Dios para realizar sus designios salvadores, sino el hijo que nacerá más tarde de la estéril Sara.

Yahwéh concreta su promesa a A. con un pacto solemne, en el que empeña su santidad y su omnipotencia. En una visión, le dice a A. que no tema, ya que El es su escudo protector y que su recompensa será muy grande. A. descuartiza una ternera y dos cabritos; pone sus respectivas mitades una frente a otra y un fuego del cielo las consume. Es el sacrificio que ratifica el pacto; como señal exterior del compromiso, se establece la circuncisión.

Dios descubre a A. la inminente destrucción de Sodoma y Gomorra, merecida por los graves pecados de sus habitantes. En atención a la plegaria de A., Dios salva a Lot y a sus hijas, mientras que toda la comarca, rica en betún y azufre, se incendia, a consecuencia de una erupción, se hunde y queda sumergida bajo las aguas del Mar Muerto. La mujer de Lot se detiene en la huida y queda convertida en una estatua de sal (hecho para el que algunos buscan una explicación natural, diciendo que, alcanzada por las emanaciones del azufre, muere y su cadáver fue recubriéndose de incrustaciones salinas, de ahí el aspecto de estatua de sal).

Luego A. pasa de Mambré al Negueb; siendo ya anciano, tuvo de Sara al prometido Isaac, heredero las promesas divinas. Pero Dios quiere probar la fe de y le ordena que inmole a Isaac. Abraham obedece, cuando está a punto de sacrificarlo, un ángel le detiene al lado se encuentra un carnero que le servirá para sacrificio: «Ahora he visto que en verdad temes a Dios pues por mí no has perdonado a tu hijo, a tu unigénito. En tu descendencia serán bendecidos todos los pueblos de la tierra» (Gen 22).

Sara muere en Hebrón y A. la sepulta en la caverna Macpela, que a tal fin compra a los hijos de Jet, dueños del lugar. Después envía a su siervo Eliezer a Jarán, para buscar una mujer de entre sus parientes, para Isaac. Se casa luego con Cetura, de la que nacieron los padres varias tribus nómadas y seminómadas que habitaban el Sur de Palestina. Finalmente, muere a los 175 a (cifra que podría ser sólo simbólica) y sus hijos Isaac e Ismael le entierran junto a Sara en la misma gruta de Macpela.

2. Fuentes y tradiciones en el texto bíblico. El tema las fuentes del texto del Génesis es un tema conocido de antiguo, ya que entre la época en que ocurrieron hechos que allí se narran (la vida de A. y los otros patriarcas) y la consolidación de Israel bajo Moisés ocurre un periodo de más de 400 años. En ese periodo no consta que se redactaran documentos escritos, por que la vida de A. y los patriarcas sería narrada probablemente sólo por tradición oral. Diversos críticos del s. XIX, entroncados con las escuelas históricas racional sostuvieron la tesis de que el Pentateuco, tal y como ha llegado a nosotros, no habría alcanzado su seda definitiva en tiempos de Moisés, como se pensaba racionalmente, sino en época posterior hasta la cual ha continuado perviviendo tradiciones en parte orales parte escritas que habrían sido luego unidas. Wellhausen sistematiza esa teoría, distinguiendo entre tradición yahwista, elohísta y sacerdotal, etc.; a la par que la desarrolla uniéndola a una interpretación de conjunto historia de Israel. La teoría de Wellhausen es, en su globalidad, inaceptable y fruto de un apriorismo; en mucho puntos ha sido por lo demás desmentida incluso a nivel historiográfico. El intento de analizar posibles capas redaccionales en el texto del Pentateuco y de distinguir entre las tres tradiciones mencionadas ha pervivido y encontrado seguidores aunque tampoco faltan críticas y se señale en general que es una hipótesis sujeta a revisión. El Magisterio de la Iglesia ha intervenido advirtiendo frente al trasfondo racionalista que muchas veces supone y declarando que, si bien puede admitirse que haya habido aportes redaccionales, etc., debe mantenerse la sustancial autenticidad mosaica de toda la obra.

 

BIBL.: F. SPADAFORA, Diccionario bíblico, 2 ed. Barcelona 1968, 2-5; l. PRADO, Enciclopedia de la Biblia, 1, Barcelona 1963, 60-83; A. COLUNGA, El problema del Pentateuco y los últimos documentos pontificios, «Estudios bíblicos» 10 (1951) 313-331; A. COLUNGA y M. GARCÍA CORDERO, Pentateuco, en Biblia comentada, 2 ed. Madrid 1962.

MIGUEL ÁNGEL MONGE

 

3. Historia de Abraham según las tradiciones. Habiendo sido ya trazada una visión de conjunto de lo que el texto bíblico nos dice sobre A. (V. 1), vamos ahora a exponerlo de nuevo señalando lo que, asumiendo la teoría de las tradiciones, puede atribuirse a cada una de ellas. Se debe advertir previamente que en todo ello hay mucho de hipotético, y que sobre numerosos puntos hay discrepancias entre los autores.

a. La Alianza y las promesas divinas. Toda la historia de A. gira en torno a dos capítulos: su vida de emigrante en busca de una tierra definitiva; su deseo de una descendencia que lo perpetúe. Ambas cuestiones capitales, de tierra y descendencia, son objeto de promesas divinas a A. Esto es lo que da a la historia dimensiones teológicas. La penetran de tal manera, que no es posible entenderla, si se la desnuda de ellas. El sentido de la figura del patriarca, tal como la tradición bíblica la diseña, radica en la consecución de esos dos objetivos, precisamente en cuanto son objeto de promesa. La historia señala obstáculos que dificultan o hacen humanamente imposible la llegada del hombre a la meta. Ancianidad y esterilidad de la esposa, solución sólo aparente y momentánea en el hijo de la esclava, los cananeos en posesión firme del país, A. pasa en condición de ger o extranjero toda su vida. Pero todo ello sirve para avivar la tensión de la esperanza y para mostrar que es Dios quien abre todas las puertas.

Las promesas que animan a A. y que guían su historia se ratifican con una alianza que relatan el historiador yahwista y el sacerdotal. En la versión yahwista (Gen 15) se dice que la alianza da seguridad a A., que se aflige de no ver nada que apoye sus esperanzas. Dios le renueva las promesas como recompensa a su fe. La alianza tuvo lugar en medio de un rito que se usaba en general, para concertar pactos, y que consistía en partir la víctima del sacrificio en dos mitades y pasar por el medio los que concluyen la alianza, imprecando sobre sí, en caso de infidelidad, la suerte de la víctima (ler 34, 18); aquí pasa por el medio una llama, que es signo de la presencia de Yahwéh (Ex 3, 2; 13, 21; 19, 18); sólo Él se compromete en esta alianza unilateral (Gen 9, 9). Contenido de la alianza es la promesa del país. A la descendencia se alude en un oráculo intermedio (Gen 15. 13-16), que pronostica la esclavitud de los descendientes de A. en Egipto, antes de poseer el país. La narración sacerdotal de la alianza es diversa en estilo (Gen 17, 1-14) y se refiere sólo a una teofanía, en que Dios habla, prometiendo establecer alianza eterna con A. y su descendencia. Signo de la alianza es la circuncisión impuesta como obligación al receptor. Aquí está en su contexto el cambio de nombre de A., signo de nacimiento de una nueva persona llamada a altos designios.

b. El itinerario de Abraham. El relato sacerdotal, detallado en genealogías, encuadra a A. en las familias de los pueblos (entre los patriarcas posdiluvianos) y nombra a sus ascendientes más directos (Gen 11, 10-32). A. -se nos informa- procede de Ur y se establece en Harrán, al norte de Mesopotamia. Es hijo de Terah y hermano de Nahor y Harán, una familia de la que tomarán mujeres Isaac y Jacob. Desde Harrán Naharaim emigra, con Sara su esposa y su sobrino Lot a Canaán. Se hace referencia al ambiente general en Gen 14, que tal vez recoja recuerdos de un episodio, encuadrado en el mismo «movimiento arameo» en que parecen moverse los patriarcas. A. - se nos informa -, ante el ataque de unos reyes que capturan a Lot mueve su gente desde el sur y rescata a su sobrino. Con ese motivo entra en contacto con Melquisedec, rey de Salem y sacerdote del Altísimo. Este detalle interesará a la historia posterior por el lejano contacto del patriarca con la que será la capital de Israel. El relato no pierde la ocasión de destacar dos rasgos de la persona de A.: su valentía de guerrero y su generosidad, al rehusar su parte en el botín.

La narración en la tradición yahwista comienza refiriendo las andanzas de A. (Gen 12-13). Entra en Canaán por Siquen, la ciudad que encuentra en el camino el que viene de Harrán, por Tadmor, Damasco y los pasos naturales de Yabboq y el wadi Far'a. De Siquen lleva la ruta a Betel, en el centro del país. A. erige altares que serán lugares santos para sus descendientes. Luego baja hacia el Negueb. En el episodio de su desplazamiento a Egipto (Gen 12, 10-20) el historiógrafo intenta ponderar la sabiduría de A., la belleza de Sara, el enriquecimiento del patriarca y la intervención de Dios en su favor. Se narra luego que el patriarca vuelve a Betel, para atender a Lot, que en esa coyuntura se separa de A. (Gen 13). Las muchas posesiones de ambos hacen incompatible la cohabitación. A. se muestra generoso, dando a Lot a elegir la región que más le satisfaga. Lot elige el rico valle del jordán, nominalmente la zona de Sodoma, en donde se instalará hasta que sobrevenga la catástrofe. A. mira todo el país con sus ojos, y con ello da a entender el historiador que toma, de alguna manera, posesión. Es Canaán, a lo largo y a lo ancho (Gen 13, 14 ss.). A. baja a Hebrón, al encinar de Mambré. Ése es realmente el centro geográfico del clan de A. (Gen 13, 18; 18, 1.33; 23; 25, 9 ss.). Desde ahí conecta con Beerseba, con los ismaelitas, más al sur, y hasta con los descendientes de Lot en Transjordania, a través de la historia de Sodoma.

c. La descendencia de, Abraham. Como solución al problema de la descendencia, las leyes del país ofrecen al patriarca, con esposa estéril (Gen 16, l), la posibilidad de constituir una familia con un hijo de la esclava egipcia Agar. Los historiógrafos yahwista y elohísta dan sendas versiones de esta tradición; actualmente están en secuencia y parecen continuidad una de otra (Gen 16 y 21, 8 ss.). Al principio parece como si A. se mostrara satisfecho con esa solución (Gen 17, 18), pero surge el conflicto entre las dos mujeres. El historiador deja entender que la solución es sólo aparente. El nacimiento de Isaac, el hijo de la esposa, trae consigo el alejamiento del hijo de Agar, de Ismael. Isaac es el hijo anunciado desde antiguo y prometido de nuevo a la mujer estéril (Gen 18, 1 ss.): el yahwista refiere la visita de tres personajes misteriosos a A. en Mambré; a lo largo de la escena hospitalaria de A., el relator llama Yahwéh a uno de los huéspedes; la hospitalidad adquiere tonos religiosos, la visita es una teofanía; se promete a Sara un hijo.

En toda esta historia, A. se presenta como persona cercana a Yahwéh, que no le oculta nada. Será cabeza de un pueblo fiel, en contraste con el de Sodoma, por el que intercede sin respuesta (Gen 18, 16 ss.). Sodoma personifica los pueblos corruptos, que Israel ha de desplazar. Se preparan desde aquí las situaciones posteriores. La promesa de Isaac en la versión sacerdotal es esquemática (Gen 17, 15-22). Bendición para Ismael, pero el hijo de la promesa es Isaac. Las dos versiones se funden para relatar el nacimiento de Isaac y su circuncisión (Gen 21, 1-7). Con él tiene por fin A. un heredero, principio de descendencia numerosa. Pero un día Dios le pide a Isaac en sacrificio sobre el monte (Gen 22). A. se pone en marcha con el hijo, que es el heredero, el prometido, el que habrá de perpetuar su nombre. El lugar nos es desconocido; en el relato se le llama Moria (mori-Yah, de ra'ah y Yah), que, por un juego etimológico indeciso, se interpreta como «Yahwéh se deja ver» y «Yahwéh proveerá». Desde 2 Par 3, 1, se identificará con Jerusalén. Dios «provee» una sustitución para el sacrificio de Isaac.

El episodio es muy rico e incluye diversos puntos: importancia del lugar sagrado; exclusión de sacrificios humanos -práctica en vigor entre pueblos circundantes a A.-; prueba de la fe y obediencia de A. Es la prueba de un justo, y pone su obediencia a plena luz. A. recobra de nuevo al hijo por la fe, se le renueva la promesa y se le anuncia bendición. El yahwista completa el tema de la descendencia, haciendo ver cómo el patriarca busca esposa para el hijo (Gen 24). En el relato incluye estos episodios: A. hace jurar a su criado Eliezer que irá a Mesopotamia, a buscar mujer para Isaac; Eliezer gana para esa causa a Rebeca; Isaac y su esposa crean una familia. Todo ello está encuadrado 'en el marco de la alianza abrahamítica. Dios dispone los acontecimientos en gracia a A.

d. La posesión del país. El remate de la otra línea de la promesa, la posesión del país, la narra el escritor sacerdotal cuando habla de la adquisición de la gruta Macpela (Gen 23). Por esa compra, A. adquiere un título de propiedad y derecho de ciudadanía en Canaán. El contrato tiene todas las requisitorias de un contrato de compra según la ley del tiempo: ubicación de la propiedad, especificación de lo que implica, acuerdo del propietario, pago en moneda corriente; todo ello delante de testigos. El lugar se dice ser para sepulcro de Sara. Allí irán también a descansar A., Isaac, Rebeca, Lía y lacob (Gen 23, 19; 25, 9; 35, 29; 49, 31; 50, 13). Es una primicia de posesión, símbolo de más. Con ello dejan los patriarcas de ser gerim o extranjeros en Canaán (Gen 17, 8; 28, 4; 36, 7; 37, l; 47, 9; Ex 6, 4). Con la extensión de la familia y la pequeña propiedad, A. ve realizado algo de su esperanza. La totalidad es superior a la capacidad de un hombre. El historiador sacerdotal atiende al último momento del patriarca y le ve morir «en buena ancianidad... lleno de días» (Gen 25, 7-1 l); la expresión significa que su vida fue lograda. La tensión de las promesas queda abierta hacia la historia ulterior.

4. Semblanza espiritual. /A. es «llamado» y «elegido» con este signo teológico: «Por ti se bendecirán todas las familias de la tierra» (Gen 12, 3). Una familia es tomada de en medio de la humanidad caída para ser principio de nueva bendición. El pleno sentido de la fórmula se puede ver a la luz de Eccli 44, 21, de la interpretación de los Setenta al traducir los pasajes que la repiten, y del N.T. El tema de la elección, en cuanto implica tierra, descendencia y bendición, se repite constantemente (Gen 12, 1.3.7; 13, 14-16; 15, 5.7.18; 17, 4-8; 19, 10; 22, 17; 24, 7). Sobre su dinámica se asienta la línea teológica que une toda la tradición israelita, abriéndose en esperanza, una vez que se apoya sobre la asistencia protectora del «Dios de los padres».

En A. mismo las promesas se ven puestas a prueba. Su vida es un arco tenso entre la palabra que promete y el evento que cumple. El patriarca es paradigma del hombre religioso, que cree, obedece y espera. A la vista de tantos imposibles naturales se viene a constatar que todo se le concede como don. Al final de su vida A. ha recibido sólo los anticipas de la promesa. Quienes narran su historia han recorrido ya singladuras más plenas, conociendo cómo las promesas de Dios ganan en grandiosidad.

La figura de A. hace palpable, para el que entra en su «lógica», la intervención de Dios en la historia. La Biblia recuerda constantemente su figura como paradigma de creyente y de justo. Le muestra en el plano del que obra siempre con la luz de la fe y con el impulso de la confianza en su Dios. El pueblo de Israel considera a A. como su padre (Is 41, 8; Ier 33, 26; Ps 105, 6); es beneficiario de sus promesas (Ex 6, 8; Dt 6, 10; Is 51, 2; Neh 9, 7 ss.). A . es llamado «profeta», con poder de interceder (Gen 20, 7), siervo de Dios (Gen 26, 24), su príncipe (Gen 23, 6), su amigo (Is 41, 8; 2 Par 20, 7). En el N. T. goza de atención singular en las palabras de Jesús (Mt 8, ll; Lc 16, 22 ss.; lo 8, 52 ss.). Los judíos se glorían, a justo título, de ser hijos de A. (Lc 13, 16; 16, 24; Rom 11, 1 ss.; 2 Cor 11, 22; Heb 2, 16). S. Pablo aclara que ese privilegio reconocido puede pasar a los que no son hijos de la carne, sino de la fe de A.: los hijos de la carne lo son de la sierva; los de la fe lo son de la esposa libre, es decir, los herederos (Rom 9, 7 ss.; Gal 3, 7.29; 4, 22 ss.; Heb 6, 12 ss.). Algunos lugares del N. T ponderan las obras buenas de A. y su mérito por ellas (lac 2, 21 ss.). Otros acentúan su figura de creyente (Rom 4, 1 ss.; Gal 3, 16 ss.; Heb 11, 8 ss.), viendo en él, como dirá S. Pablo, al «padre de todos los creyentes» (Rom 4, 11).

 

BIBL.: W. F. ALBRIGHT, Abram the Hebrew: a new Archaeological Interpretation, «The Bulletin of the American Schools of Oriental Research», 163 (1961) 36-54; A. ALT, Der Gott der Väter, «Kleine Schriften zur Geschichte Israels» I (1953) 1, 78; D. BARSOTTI Il Dio di Abramo, L'esperienza di Dio nella Genesi, Florencia 1152; A. GEORGE, Le sacrifica d'Abraham, «Études de critique et d'histoire religieuse» 2 (1940) 104 ss.; A. GONZÁLEZ, Abraham, padre de los creyentes, Madrid 1963; H. GRESSMANN, Sage und Geschichte in den Patriarchenerzdhlungen, «Zeitschrift für die alttestamentliche Wissenschaft» 30 (1910) 1-34; l. M. HOLT, The Patriarchs of Israel, Nashville 1964; R. KILIAN, Die vorpriesterlichen Abrahamsüberlieferungen literarkritisch und traditionsgeschichtlich untersucht, Bonn 1966; l. LECUYER, Nuestro padre Abraham, Madrid 1955; l. MUILENBURG, Abraham and the Nations. Blessing and World History, «Interpretation» 19 (1965) 387-398; H. S. NYBERG, Abraham, «Svenskt Bibliskt Uppslagsverk» I (1948) 8-11; A. PARROT, Abraham et son temps, Neuchátel 1962; L. PIROT, Abraham, DB (supl.) 1, 1928, S-28; l. PRADO, Abraham, en Enc. Bibl. I, 1963, 60-83; H. H. ROWLEY, Recent Discovery and the Patriarchal Age, «The Bulletin of the john Rylands Library» 32 (1949) 44-79; R. H. SmiTH, Abram and Melchisedek (Gen 14, 18-20), «Zeitschrift für die alttestamelitliche Wissenschaft» 77 (1965) 129-153; VARIOS, Abraham, pére des croyants, «Cahiers Sioniens», V (1952); F. VATTIONI, Nuovi aspetti del problema de¡ Patriarchi biblici, «Augustinianum» 4 (1964) 331-357; R. DE VAUX, Les patriarches hébreux et I'histoire, «Rey. Biblique» 72 (1965) 5-28; L. H. VINCENT, Abraham Jérusalem, «Rev. Biblique» 58 (1951) 306-371; A. WEISER, Abraham, en RGG I, 68-71; L. WooLLEY, Abraham: Recent Discoveries and Hebrew Origins, Londres 1936.

GONZÁLEZ NÚÑEZ

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991