La
conversión de un médico abortista brasileño
La
estación de radio Rainha da Paz transmitió recientemente el testimonio de un médico
brasileño que se dedicaba a realizar abortos y que cayó en la cuenta de sus crímenes
cuando su propia hija murió al intentar abortar. Éstas son sus palabras:
«Mi
madre era una simple costurera que trabajaba hasta las madrugadas para ayudar a
mi padre. Mi padre era una guardia nocturno. Por eso se pueden imaginar el
sacrificio que hicieron para tener un hijo médico. Luego escogí la ginecología
y la obstetricia.
«Entre
las mayores dificultades enfrentadas como médico recién formado, choqué con
la realidad de lo que es mi profesión. En un largo tiempo los médicos se
vuelven ricos, y yo quería más, quería enriquecerme y tener más dinero. Fue
así como violé el juramento que hice cuando me formaba para dar la vida, para
salvar la vida. Ayudé a muchos niños a venir al mundo, pero también a muchos
de ellos no les permití nacer y me enriquecí escondido tras la máscara de la
vitalidad.
«Puse
un consultorio que en poco tiempo se convirtió en el más visitado de la región.
¿Y saben qué es lo que hacía? Abortos. Y, como todos los que cometen el
crimen, me decía a mí mismo que todas las mujeres tienen el derecho de escoger
y que era mejor que fueran ayudadas por un médico para no correr los riesgos de
ir a una clínica clandestina donde los índices de muertes son alarmantes.
«Y
fue así, en un ciego e inhumano oficio de medicina, que construí una familia
con muchos bienes, muy rica, a la que nada le faltaba. Mis padres murieron con
la ilusión de que su hijo era un doctor bien logrado, exitoso. Crié a mis
hijas con el dinero manchado con la sangre de inocentes y fui el más
despreciable de los humanos. Mis manos, que debieron ser bendecidas para la
vida, trabajaron para la muerte.
«Sólo
paré cuando Dios, en su sabiduría infinita, rasgó mi conciencia e hizo
sangrar a mi corazón con la misma sangre de todos los inocentes que no dejé
nacer. Mi hija menor, Leticia, dejó de respirar por una infección generalizada
luego de haberse sometido a un aborto. Ella, de 23 años de edad, salió
embarazada y buscó el mismo camino de tantas otras que me fueron a buscar: el
camino del aborto. Y sólo supe de esto cuando ya nada se podía hacer. Al lado
del lecho de muerte de mi hija vi las lágrimas de todos esos angelitos que yo
maté. Mientras ella esperaba la muerte, yo agonizaba junto a ella. Fueron seis
días de sufrimiento para que, en el séptimo, ella partiese hacia el encuentro
con su hijo, al cual un médico asesino le impidió nacer.
«Cansado
por las noches que pasé al lado de mi hija, yo soñé que andaba por un lugar
absolutamente oscuro y muy húmedo, en el que quería respirar pero no podía.
Yo quería salir desesperadamente, pero fui envuelto por un lugar en donde el
estruendo me dejaba atónito. Eran los llantos dolidos de los niños que, como
si un rayo me cortase por la mitad, veía en mi entendimiento: los llantos eran
de dolor, eran los lamentos de los angelitos que yo no dejé nacer. Era la
triste consecuencia de mis actos sin pensar, esos llantos que gritaban: ¡Asesino!,
¡Asesino!
«Asustado
para salir de aquel lugar, pasé mi mano por mi rostro para secar mi sudor, ¡y
mis manos se mancharon de sangre! Aterrorizado grité con toda la fuerza que me
quedaba un pedido de perdón: ¡Dios me perdone! Sólo así logré respirar
nuevamente y me acordé de que era tiempo de acoger y valorar el último respiro
de mi hija, que murió por las consecuencias de la infección que le produjco el
aborto.
«Dios
me hizo entender que a partir del momento de la fecundación del óvulo existe
vida, por lo que entendí que soy un asesino. No sé si algún día Dios me va a
perdonar, pero para restar mi culpa y mi dolor vendí mi consultorio y todos los
bienes que conseguí con la práctica del aborto; con ese dinero construí una
casa de amparo para madres solteras, y me dedico hoy a atender y practicar ¡una
medicina de verdad!
«Hoy
soy médico de los pobres, de los desamparados y desvalidos, y los niños que
vienen al mundo a través de mis manos son hijos que adopto pues sé que tengo
una sola misión: traer la vida al mundo y dar condiciones para que los niños
tengan un lugar feliz donde el padre es Jesús. Recen por mí, recen para que
Dios tenga piedad de mí y me perdone, porque tengo la seguridad de que
participaré del juicio final».