Martin Rhonheimer:

''Hay que hacer presente el cristianismo
en los corazones de los hombres''

Este sacerdote, profesor de Ética en la Universidad de la Santa Cruz de Roma, defiende la laicidad que se nutre del humanismo cristiano

Ignasi Miranda 18/12/2003
e-cristians.net

 

Martin Rhonheimer, profesor de Ética y Filosofía Política en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz de Roma, es un suizo alegre, profundo y con sentido del humor. Nacido en Zurich en 1950 y ordenado sacerdote en 1983, combina actualmente su labor docente con la atención pastoral a universitarios en Friburgo (Suiza). Tiene muy claro que el sujeto cristiano puede estar cada día más presente en la vida pública desde la laicidad y desde la separación entre la Iglesia y el Estado. El gran principio que rige su actividad diaria es "intentar hacer presente el cristianismo en los corazones de los hombres", y eso, para él, está muy por encima de textos legales que mencionen el cristianismo. Rhonheimer, autor de varios libros sobre moral (el último, Ética de la procreación, Rialp), es miembro de la Academia Pontificia de Santo Tomás de Aquino y del Consejo Editorial de LA REVISTA AMERICANA DE JURISPRUDENCIA. Del 27 al 29 de noviembre, participó en el Congreso Internacional de Teología Moral, organizado por la Universidad Católica San Antonio de Murcia (UCAM), exponiendo una ponencia sobre el hombre como sujeto de la experiencia moral. Poco después de su intervención, aceptó gustosamente repasar para E-Cristians algunos temas de actualidad.

-La futura Constitución Europea es últimamente una de las grandes cuestiones para el debate. ¿Cómo ve usted la posible inclusión, en el preámbulo, de una referencia a las raíces cristianas?

-Pienso que se está dando demasiada importancia a esta cuestión. La nueva evangelización, que es lo más importante, no se hace con leyes ni con frases en los tratados constitucionales, sino cambiando el corazón de los hombres. Yo, como cristiano, podría vivir perfectamente en una Europa con una Constitución que no haga referencias explícitas a sus raíces cristianas. Tenemos que hacer presente el cristianismo en los corazones de los hombres y en el conjunto de la sociedad, no tanto en textos legales. La Iglesia reconoce el Estado no confesional como un valor muy comprensible en nuestro tiempo. Evidentemente se trata de una laicidad que no significa laicismo a la francesa, una corriente procedente de un determinado contexto histórico que hay que superar. En cualquier caso, pienso que, como cristianos, tenemos que aprender a vivir con los valores laicos y con una visión secular del bien común. La nueva evangelización pasa necesariamente por una auténtica secularidad cristiana, que requiere un reconocimiento de los valores de la vida pública para vivir en ella cristianamente desde el respeto a la libertad, a los derechos y a la responsabilidad de cada uno. Desde esa estructura social, se puede penetrar muy bien con el espíritu cristiano, algo que no es un trabajo exclusivo de la vida política, sino de un apostolado que pasa por la formación y el testimonio de vida cristiana.

-Acaba de hablar de "laicismo a la francesa". ¿Le sorprende que, en Francia, estén creciendo las comunidades cristianas mientras los políticos quieren prohibir por ley los símbolos religiosos?

-Al hablar de transmisión de la fe, no importa el número porque los cristianos tenemos que ser fermento y sal. Unos pocos cristianos auténticos pueden cambiar el mundo. Lo que ocurre en Francia, donde se quiere imponer el laicismo excluyente pero también donde están funcionando importantes comunidades cristianas, tiene su causa en una crisis por la que ha pasado la Iglesia después del Concilio Vaticano II en lo que se refiere al anuncio de la fe. Los pastores y los laicos tenemos que hablar con claridad cuando damos a conocer a Jesucristo y, además, presentar el cristianismo no sólo como una alternativa, sino sobre todo como un camino de salvación. Este camino, ciertamente, no va contra el mundo moderno. Se incultura en ese mundo que también tiene unos valores que pueden ser asumidos, pero (claro está) siempre que no expulsen de la sociedad la dimensión sobrenatural del hombre.

-¿Los nuevos movimientos son ahora el principal signo de la presencia del sujeto cristiano en la sociedad?

-Yo creo que sí porque, lógicamente, la Iglesia ya no tiene hoy en día, a diferencia de lo que ocurría antes, tantos apoyos públicos de las instituciones del Estado. Pero esto también es positivo, porque el cristianismo debe centrarse en lo esencial, que es ser fermento para la sociedad, y no tanto en adquirir un protagonismo más o menos relevante entre las estructuras temporales y las administraciones civiles, unas realidades que pueden regirse perfectamente por la laicidad siempre que en ellas haya personas que viven el ideal cristiano. Es un tema complejo pero, de todas formas, el hecho de que ahora haya tantos movimientos, que hacen mucho más vivo el espíritu cristiano en la sociedad, es un signo de que la vida cristiana es y siempre será atractiva. La intensa actividad de estos grupos también es una señal de que se está llenando un vacío: el que debe ocupar el cristianismo vivido por el ciudadano corriente en medio de una civilización moderna que busca el bienestar. Necesitamos un nuevo tipo de cristiano, un hombre solidario y de fe en una sociedad moderna y desarrollada.

-Del 27 al 29 de noviembre, usted participó en el Congreso Internacional de Teología Moral que acogió la Universidad Católica San Antonio de Murcia (UCAM). Entre muchas otras cuestiones, se habló de la familia fundamentada en un matrimonio al que seguramente le fallan los fundamentos. ¿Considera usted urgente la intensificación de una buena pastoral del noviazgo para superar la crisis de la institución familiar?

-El noviazgo es una preparación para la fidelidad, que significa sacrificio, saber amar a pesar de todo al otro tal y como es, precisamente porque es el marido o la esposa. La sociedad actual intenta hablar de amor sin hablar de sacrificio y renuncia, valores para los cuales también prepara la fase del noviazgo. En nuestra civilización y en nuestra cultura, se está presionando a la juventud para que piense que el amor son las diversiones y la consumación del placer, pero el amor necesita una fase de noviazgo que pasa por el espíritu de sacrificio en el terreno corporal, sexual y en muchos otros. La sexualidad y el sentimiento personal de gozo corporal es algo bueno, pero hay que aprender a renunciar y a buscar el bien del otro. Si se vive el amor prematrimonial como una consumación total de las relaciones corporales, el amor verdadero, fiel y entregado, no puede madurar ni desarrollarse. El gran problema es resistir a la presión a que nos somete una cultura que confunde el amor con el erotismo y los sentimientos. Hay que promover ese amor de pareja que es, en definitiva, darse al otro con generosidad y espíritu de sacrificio.

-¿Cómo argumenta usted la afirmación de que la sexualidad humana es moralmente buena exclusivamente dentro del matrimonio?

-No es una cuestión de prohibiciones. El matrimonio es la verdad fundamental de la sexualidad, que no es en el hombre solamente un hecho biológico y pasional, sino que tiende a ser amor. Y el amor es, como ya he dicho, darse mutuamente con fidelidad, para siempre y desde una apertura a la trasmisión de la vida. Por tanto, el matrimonio es la realización auténtica de esa sexualidad. Si es prematrimonial, estamos hablando de una falsificación de la sexualidad, de una forma infrahumana de vivirla y de una visión equivocada sobre la verdadera naturaleza del amor humano.