4. Los Primeros Pasos de la Poesía Cristiana.

 

1. Los Primeros Himnos Cristianos.

Uno de los elementos esenciales del culto cristiano, desde los mismos orígenes, fueron los himnos. Los salmos y cánticos del Antiguo Testamento desempeñaron un papel muy importante en la liturgia cristiana primitiva. Pero los cristianos no tardaron en producir composiciones similares nuevas. San Pablo nos habla (Col. 3,16) de salmos, himnos y cánticos espirituales.

El Nuevo Testamento contiene cierto número de estos cánticos o himnos, como son el Magnificat (Lc. l,46ss), el Benedictus (l,68ss), el Gloria in excelsis (2,14) y el Nunc dimittis (2,29ss), que siguen todavía formando parte de la liturgia de la iglesia en el Occidente. El Apocalipsis de San Juan habla de un "himno nuevo" (5,9ss) que cantan los justos en el cielo en alabanza de Cordero. Es probable que en este pasaje el autor se inspirara en la liturgia de su tiempo, pues se imagina la liturgia del cielo como un eco de la liturgia de la tierra. Además de este "himno nuevo," hay en este libro un gran número de breves himnos, que nos dan una idea de la naturaleza y del contenido de los primitivos himnos cristianos (cf. Apoc. 1,4-7. 8-11 etc.). Naturalmente, todos estos cánticos no responden a la definición griega de la poesía, puesto que no siguen ningún canon métrico regular. Están escritos en un lenguaje solemne y exaltado y conservan el parallelismus membrorum. Pero siguen siendo prosa. Mas, ya dentro del siglo II, los gnósticos, que estaban en contacto con la literatura helenística, compusieron gran número de himnos métricos para difundir sus doctrinas. Muchos de ellos los encontramos en los Hechos apócrifos de los Apóstoles. Recordemos, por ejemplo, los dos ya mencionados más arriba (p.139s), el himno del alma en los Hechos de Tomás, y el himno que Cristo canta con sus Apóstoles en los Hechos de Juan. El mejor ejemplar de esta himnología gnóstica es el himno de los naasenos, conservado por Hipólito (Philosophoumena 5,10,2). No es, pues, mera coincidencia que Clemente de Alejandría, que se esforzó por reconciliar el cristianismo con la cultura y luchó por un gnosticismo católico, compusiera un himno métrico en anapestos en honor de Cristo. El himno a Cristo Salvador se halla al fin de su Paidagogos. En él se alaba a Cristo como

Rey de los santos, Verbo todopoderoso

Del Padre, Señor altísimo,

Cabeza y príncipe de la sabiduría,

Alivio de todo dolor;

Señor del tiempo y del espacio,

Jesús, Salvador de nuestra raza.

El famoso Himno vespertino Fos Hilarion (Luz Serena), que aún subsiste en el oficio vespertino de la liturgia de los presantificados de la Iglesia griega, es del siglo II:

Luz serena de la gloria santa

del Padre Eterno,

¡oh Jesucristo!:

Habiendo llegado a la puesta del sol,

y viendo aparecer la luz vespertina,

alabamos al Padre y al Hijo

y al Santo Espíritu de Dios.

Es un deber alabarte

en todo tiempo con santos cánticos,

Hijo de Dios, que has dado vida;

por eso el mundo te glorifica.

 

El año 1922 se halló el fragmento de un himno cristiano con notación musical, en Oxyrhynchos (Oxyrh. Pap. vol. 15 n.1786). Parece que el himno es de fines del siglo III. Se han conservado solamente algunas pocas palabras: "Todas las gloriosas criaturas de Dios no deberían permanecer silenciosas y dejarse eclipsar por las radiantes estrellas... Las aguas del arroyo que murmura deberían cantar las alabanzas de nuestro Padre, del Hijo y del Espíritu Santo."

En su Historia eclesiástica (7,30,10), Eusebio refiere que Pablo de Samosata fue acusado de haber suprimido los himnos dirigidos a Jesucristo por ser modernos y compuestos por autores modernos. Cada día se iba introduciendo más la costumbre de cantar himnos, incluso en casa, con el fin de suplantar los himnos a los dioses paganos. Así, pues, el himno desempeñó un papel importante no solamente en el desarrollo de la liturgia cristiana, sino también en la penetración de las ideas cristianas en la cultura de la época.

 

2. Las "Odas de Salomón."

Las Odas de Salomón son en el terreno de la literatura cristiana primitiva el descubrimiento más importante, después del hallazgo de la Didaché. El primero a quien cupo la suerte de dar con ellas fue Rendel Harris, en 1905, en un manuscrito siríaco. Aunque fueron publicadas ya en 1909, han desafiado todos los esfuerzos hechos desde entonces para determinar exactamente su carácter. Es cierto que algunos de estos cuarenta y dos himnos reflejan ideas gnósticas (cf. Odas 19 y 35), pero no se puede llamar a esta colección, con absoluta certeza, "Himnario de las iglesias gnósticas"; falta en ellas el dualismo gnóstico (cf. Odas 7,20ss; 16,10ss). Aún se puede sostener menos la teoría de que estas Odas en su forma original eran puramente judías y que, alrededor del año 100, un cristiano habría hecho extensas interpolaciones. En apoyo de esta teoría se aducen dos razones:

1) En el manuscrito donde se hallan las Odas, éstas aparecen yuxtapuestas a los Salmos de Salomón, de carácter marcadamente judío.

2) El segundo argumento es de tipo lingüístico. El autor de las Odas emplea un lenguaje que recuerda muy de cerca al Antiguo Testamento; emplea con frecuencia el paralelismo de los miembros, las parábolas y las figuras. Todas estas características, sin embargo, pueden explicarse perfectamente por el deseo paladino del autor de imitar los salmos y su estilo.

El argumento decisivo contra toda suposición de procedencia judía y de interpolación cristiana de las Odas estriba en su unidad de estilo. Tienen que ser obra de un mismo autor, aunque ignoramos su identidad. Ya no se piensa más en Bardesano como posible autor de las Odas. Tampoco pueden ser atribuidas a Afraates o a Efrén Siro; las numerosas alusiones a la doctrina y al ritual del bautismo no bastan a demostrar que sean himnos bautismales. Tampoco existen razones convincentes para suponer que sean de origen montañista. Lo más probable es que expresen las creencias y las esperanzas de la cristiandad oriental. Esto no excluye la posibilidad de que la mitología y la filosofía griegas hayan influido hasta cierto punto en el autor. Hay sólidos indicios de que fueron escritas durante el siglo II, probablemente en su primera mitad. La lengua original fue, probabilísimamente, el griego — no el hebreo, ni el arameo, ni el siríaco — . Burkitt descubrió un segundo manuscrito de estos himnos, que data del siglo X y pertenece a la colección nitriana del Museo Británico (Add. 14538). Este documento es más reducido que el publicado por Rendel Harris, conservando solamente el texto siríaco desde la oda 17,7 hasta el fin.

Hasta el año 1909, todo lo que se conocía de las Odas era lo siguiente:

1) Una sola cita de Lactancio (Instit. IV 12,3) de la oda 19,6;

2) Se hablaba de ellas en la Synopsis Sacrae Scripturae del Pseudo-Atanasio, catálogo de libros sagrados del Antiguo Testamento, del siglo VI, que enumera los libros canónicos del mismo. Se dice allí: "También hay otros libros del Antiguo Testamento que no se consideran como canónicos, pero que se leen a los catecúmenos... Macabeos... Salmos y Odas de Salomón, Susana." La Esticometría de Nicéforo, lista de libros de la Escritura que en su presente forma data del 850 poco más o menos, cita las Odas en términos parecidos.

3) Un tratado gnóstico llamado Pistis Sophia cita como Sagrada Escritura el texto completo de cinco de estas Odas. Tanto la traducción copta, que se halla en esta obra, como la narracion siríaca de los manuscritos de Harris y Burkitt parecen hechos a base del original griego, que se ha perdido, a excepción de la oda 11.

 

Contenido de las Odas.

El contenido de estos himnos respira por doquier un exaltado misticismo, en el que se cree reconocer la influencia del Evangelio de San Juan. La mayoría son alabanzas divinas de un carácter general, sin trazas de pensamiento teológico o especulativo. Algunos, sin embargo, enaltecen temas dogmáticos, como la encarnación, el descenso al limbo y los privilegios de la gracia divina. La Oda 7, por ejemplo, describe la encarnación:

 

Como el impulso de la ira contra la iniquidad,

así es el impulso del gozo hacia el objeto amado;

sirve sus frutos sin restricción:

mi gozo es el Señor y mi impulso es hacia El.

Mi senda es excelente:

porque tengo quien me ayuda, el Señor.

Se me ha dado a conocer con liberalidad

en su simplicidad;

su bondad ha humillado su grandeza,

se hizo como yo,

a fin de que yo pudiera recibirle.

Exteriormente fue reputado semejante a mí

a fin de que yo pudiera revestirme de El;

y no temblé cuando le vi:

porque fue bondadoso conmigo:

se hizo como mi naturaleza,

a fin de que yo pudiera comprenderle,

y como mi figura,

para que no me aparte de El.

El Padre de la ciencia

es la Palabra de la ciencia:

El que creó la sabiduría

es más sabio que sus obras:

y el que me creó

cuando yo aún no era,

sabía lo que yo haría

cuando empezara a existir:

por eso tuvo compasión de mí

por su gran misericordia:

y me concedió que le pidiera

y que recibiera de su sacrificio:

porque El es el inmutable,

la plenitud de los tiempos

y el Padre de ellos.

 

La oda 19 es un canto que ensalza la concepción virginal; lo mismo que la Ascensión de Isaías (XI 14), insiste en el parto sin dolor, buscando evidentemente el contraste con el parto de Eva:

 

El seno de la Virgen concibió

y dio a luz:

y la Virgen vino a ser Madre con mucha misericordia:

y estuvo preñada

y dio a luz un hijo sin dolor.

Para que no sucediera nada inútilmente,

ella no fue en busca de comadrona

(porque fue El quien hizo que ella concibiera),

ella dio a luz

como si fuera un hombre,

por su propia voluntad,

y dio a luz abiertamente,

y lo adquirió con gran poder,

y lo amó para salvación,

y lo guardó con cariño,

y lo mostró con majestad,

Aleluya.

 

La oda 12 canta al Logos:

Me llenó con palabras de verdad:

para que yo le pueda expresar;

y como un manantial de aguas fluye la verdad de mi boca,

y mis labios muestran su fruto.

Y El hizo que su ciencia abundara en mí,

porque la boca del Señor es la Palabra verdadera,

y la puerta de su luz,

y el Altísimo la dio a sus mundos,

que son los intérpretes de su propia belleza,

y los narradores de su gloria,

y los confesores de su consejo,

y los pregoneros de su pensamiento,

y los que guardan puras sus obras.

Porque la sutileza de la Palabra no se puede expresar,

y su agudeza corre parejas con su rapidez;

y su carrera no conoce límites.

No cae jamás, mas tiénese firme,

no sabe lo que es el descenso, ni su camino.

Porque tal como es su obra, así es su expectación:

porque es luz y aurora del pensamiento;

en ella los mundos se hablan unos a otros,

y en la palabra existían los que guardaban silencio;

y de ella vino el amor y la concordia;

y se hablaban mutuamente

todo lo que era suyo:

y fueron penetrados por la Palabra:

y conocieron al que los había hecho.

porque estaban en paz:

porque la boca del Altísimo les habló;

y su explicación corrió por medio de ella;

pues la morada del Verbo es el hombre;

y su verdad es amor.

Bienaventurados los que por medio de ella

lo han entendido todo,

y han conocido al Señor en su verdad:

Aleluya.

 

La oda 28 ofrece una descripción poética de la Pasión con alguna que otra reminiscencia escriturística. Es Cristo el que habla:

 

Los que me vieron se maravillaron,

porque yo era perseguido,

y creyeron que había sido aniquilado:

pues les parecía que yo estaba perdido,

pero mi opresión fue causa de mi salvación;

y yo fui su reprobación,

porque no había envidia en mí;

porque yo hice el bien a todos los hombres

fui odiado,

y me rodearon como perros rabiosos,

que sin saberlo atacan a sus propios amos,

porque su pensamiento está corrompido y su entendimiento pervertido.

Por mi parte, yo llevaba el agua en mi mano derecha,

y con mi dulzura aguanté su amargor;

y no he perecido

porque no era su hermano

ni mi nacimiento era como el suyo,

y me buscaron para darme muerte

y no pudieron lograrlo:

porque yo era más viejo que su memoria;

e inútilmente echaron suertes sobre mí;

en vano los que estaban detrás de mí

se esforzaron por aniquilar la memoria de Aquel

que existía antes que ellos:

porque no hay nada anterior al Pensamiento del Altísimo:

y su corazón es superior a toda sabiduría. Aleluya.

 

El tema de la oda 42 es la resurrección de Cristo y su victoria en el limbo. Es particularmente notable el grito que las almas del mundo inferior dirigen al Salvador pidiendo su liberación de la muerte y de las tinieblas, que se halla al final del himno:

 

Yo extendí mis manos y me acerqué a mi Señor:

porque la extensión de las manos es su signo:

mi extensión es el árbol extendido

que fue colocado en el camino del Justo.

Y vine a ser inútil

para los que no se apoderaron de mí;

y yo estaré con los que me aman.

Todos mis perseguidores han muerto:

y me han buscado

los que pusieron su esperanza en mí;

porque yo vivo:

y resucité y estoy con ellos;

y hablaré por su boca.

Porque ellos menospreciaron

a los que les persiguieron;

y he puesto sobre ellos el yugo de mi amor;

como el brazo del esposo sobre la esposa,

así fue mí yugo sobre los que me conocen,

y como el lecho tendido en la casa del esposo y de la esposa,

así es mi amor sobre los que creen en mi.

Y yo no fui reprobado,

aunque lo pareciera.

Y no perecí

por más que ellos así lo maquinaron contra mí.

El Sheol me vio y quedó vencido;

la muerte me vomitó

y a otros muchos conmigo.

Yo era hiel y vinagre para ella,

y bajé con ella hasta lo más hondo de sus profundidades:

y ella dejó escapar los pies y la cabeza,

porque no podían soportar mí rostro:

y celebré una asamblea de vivientes entre muertos

y hablé con ellos con labios vivos:

porque no será vana mi palabra.

Y los que habían muerto corrieron hacia mí:

y gritando dijeron:

Hijo de Dios, ten piedad de nosotros

y haz con nosotros según tu misericordia,

y sácanos de las cadenas de las tinieblas:

y ábrenos la puerta para que podamos salir hasta ti.

Seamos también nosotros redimidos contigo:

porque tú eres nuestro Redentor.

Y oí su voz:

y sellé mi nombre sobre sus cabezas:

porque ellos son hombres libres y me pertenecen.

Aleluya.

 

3. Los Oráculos Sibilinos Cristianos.

Bajo el nombre mítico de la Sibila aparecieron catorce libros de poemas didácticos en hexámetros, compuestos la mayor parte durante el siglo II. Los compiladores fueron cristianos orientales que se sirvieron de escritos judíos como base. Ya desde el siglo II antes de Jesucristo, los judíos helenísticos adoptaron la idea de la Sibila o Vidente para hacer propaganda de la religión judía en los círculos paganos. Es Posible que incorporaran a sus escritos oráculos paganos, tales como las sentencias de la Sibila de Eritrea. La misma idea propagandística movió a los escritores cristianos a componer los oráculos sibilinos del siglo II de nuestra era. La obra, en Su forma actual, es una compilación y mezcla de material pagano, judío y cristiano de carácter histórico, político y religioso. Los libros VI, VII y grandes secciones del VIII son de origen exclusivamente cristiano; probablemente también los libros XIII y XIV. Los libros I, II y V parecen de origen judío, con interpolaciones cristianas. Los libros IX y X aún no han podido ser hallados. Los libros XI al XIV fueron descubiertos en 1817 por el cardenal A. Mai.

El libro VI contiene un himno en honor de Cristo. Los milagros de los evangelios canónicos aparecen como profecías del futuro. Al final se anuncia la asunción al cielo de la cruz del Salvador. El libro VII (162 versos) profetiza infortunios y calamidades contra las naciones y ciudades paganas, y hace una descripción de la edad de oro que vendrá al fin de los tiempos.

El libro VIII es escatológico. La primera parte (del 1 al 216) respira toda ella odio y maldiciones contra Roma, y habla de Adriano y de sus tres sucesores, Pío, Lucio Vero y Marco. Ello prueba que esta parte fue compuesta poco antes del 180, probablemente por un judío. Lo restante del libro es de carácter cristiano, y en él encontramos el famoso acróstico Ιησος Χριστός θεού Υιoς σωτήρ …, del que hablan Constantino (Ad coetum sanctorum 18) y Agustín (De civ. Dei 18,23). Después de una descripción escatológica siguen unos pasajes sobre la esencia de Dios y de Cristo, sobre la Natividad y el culto cristiano.

Parece que los cristianos utilizaban las profecías de la Sibila ya en el siglo II, porque Celso, hacia el 177 ó 178, se esfuerza en hacer ver que los cristianos las interpolaron (Origenes Contra Celsum 7,53). En el siglo IV, Lactancio rechaza esta idea. Cita versos de autores cristianos como profecías de la Sibila de Eritrea y los coloca al mismo nivel que los oráculos de los profetas del Antiguo Testamento. Durante la Edad Media, los oráculos sibilinos fueron tenidos en muy alta estima. Teólogos como Tomás de Aquino y poetas como Dante y Calderón no escaparon a su influjo. Asimismo, artistas como Rafael y Miguel Ángel (capilla Sixtina) se inspiraron en ellos. El Dies irae cita el testimonio de la Sibila junto al del profeta David en su descripción del juicio universal.

 

4. Los "Oráculos de Sexto."

Los llamados Oráculos de Sexto son una colección de máximas morales y normas de conducta de origen pagano, que fueron atribuidas al filósofo pitagórico Sexto. Un autor cristiano (¿de Alejandría?) las revisó a fines del siglo II. Orígenes es el primero que menciona estos oráculos. En su Contra Celsum (8,30) recuerda "una hermosa máxima de los escritos de Sexto, que conocen casi todos los cristianos: Comer animales, dice, es cosa indiferente; pero abstenerse de ellos está más puesto en razón." Rufino vertió 451 de estas sentencias del griego al latín. En el prefacio de su traducción identifica sin razón al filósofo pitagórico Sexto con "el obispo de Roma y mártir Sixto II (257-58). Pero Jerónimo (Comm. in Ez. ad 18,5ss, Comm. in Ier. ad 22,24ss, Ep. 133 ad Ctesiph. 3) protestó enérgicamente contra tamaño desatino.

La mayoría de estos oráculos están inspirados en ideas platónicas sobre la purificación, iluminación y deificación, y en el concepto platónico de Dios. Se aconseja moderación en la comida, bebida y sueño. No se recomienda el matrimonio. Muchas de estas máximas nos recuerdan la filosofía de la vida de Clemente de Alejandría. Nada tendría de extraño que fuera él el autor cristiano que las revisó.

 

5. Epitafios Cristianos en Verso.

La poesía cristiana hace su aparición en los epitafios muy pronto. Destacan dos por su antigüedad e importancia.

 

A) El epitafio de Abercio.

La reina de todas las inscripciones cristianas anticuas es el epitafio de Abercio. En 1883, el arqueólogo W. Ramsay, de la Universidad de Aberdeen, en Escocia, descubrió cerca de Hierópolis, en la Phrigia Salutaris, dos fragmentos de esta inscripción. que ahora se encuentran en el Museo de Letrán. Un año antes había hallado un epitafio cristiano de Alejandro, del año 216, que es una imitación de la inscripción de Abercio. Con la ayuda de este epitafio de Alejandro y de la biografía griega de Abercio, del siglo IV, publicada por Boissonnade en 1838, fue posible restaurar el texto íntegro de la inscripción. Comprende 22 versos, un dístico y 20 hexámetros. Narra brevemente la vida y acciones de Abercio. El texto fue compuesto hacia finales del siglo II, ciertamente antes del 216, fecha del epitafio de Alejandro. El autor de la inscripción es Abercio, obispo de Hierópolis, que lo compuso a la edad de setenta y dos años. El gran acontecimiento de su vida fue su viaje a Roma, que describe. La inscripción está redactada en un estilo místico y simbólico, según la disciplina del arcano, para ocultar su carácter cristiano a los no iniciados. Su fraseología metafórica dio origen a una viva controversia luego de descubierto el monumento. Muchos sabios, como G. Ficker y A. Dieterich, trataron de probar que Abercio no era cristiano, sino un adorador de la diosa frigia Cibeles, mientras que A. Harnack llamó a Abercio un sincretista. Sin embargo, De Rossi, Duchesne, Cumont, Dölger y Abel lograron demostrar con éxito que tanto el contenido como el estilo revelan indudablemente su origen cristiano. Traducido al español, dice así:

 

Yo, ciudadano de una ciudad distinguida, hice este monumento

en vida, para tener aquí a tiempo un lugar para mi cuerpo.

Me llamo Abercio, soy discípulo del pastor casto

que apacienta sus rebaños de ovejas por montes y campos,

que tiene los ojos grandes que miran a todas partes.

Este es, pues, el que me enseñó... escrituras fieles.

El que me envió a Roma a contemplar la majestad soberana

y a ver a una reina de áurea veste y sandalias de oro.

Allí vi a un pueblo que tenía un sello resplandeciente.

Y vi la llanura de Siria y todas las ciudades, y Nísibe

después de atravesar el Eufrates; en todas partes hallé colegas,

teniendo por compañero a Pablo, en todas partes me guiaba la fe

y en todas partes me servía en comida el pez del manantial,

muy grande, puro, que cogía una virgen casta.

y lo daba siempre a comer a los amigos,

teniendo un vino delicioso y dando mezcla de vino y agua con pan.

Yo, Abercio. estando presente, dicté estas cosas para que aquí se escribiesen,

a los setenta y dos años de edad.

Quien entienda estas cosas y sienta de la misma manera, niegue por Abercio.

Nadie ponga otro túmulo sobre el mío.

De lo contrario pagará dos mil monedas de oro al tesoro romano

y mil a mi querida patria Hierópolis.

 

La importancia teológica de este texto es manifiesta. Es el más antiguo monumento en piedra que hable de la Eucaristía. El pastor casto, del cual Abercio dice ser discípulo, es Cristo. El fue el que le mandó a Roma a ver a la Iglesia, "la reina de áurea veste y sandalias de oro," y a los cristianos, "pueblo que tiene un sello resplandeciente." El término sello (σφραγί) para significar el bautismo era muy conocido en el siglo II. Por todas partes, en su viaje a Roma, encontró correligionarios, que le ofrecieron la Eucaristía bajo ambas especies, pan y vino. El pez de la fuente, muy grande y puro, es Cristo, según el acróstico ΙΧΘΥΣ. La Virgen inmaculada que tomo el pez es, según el modo de hablar de aquel tiempo, la Virgen María, que concibió al Salvador.

 

B) El epitafio de Pectorio.

El epitafio de Pectorio fue hallado en siete fragmentos en un antiguo cementerio cristiano cerca de Autún (Francia) el año 1830. El primero en publicarlo fue el cardenal J. P. Pitra, quien, al igual que J. B. Rossi, lo data a principios del siglo II, mientras que E. Le Blant y J. Wilpert opinan que es de fines del siglo III. La forma y el estilo de las letras hacen pensar en el período que va del 350 al 400. Pero su fraseología es exactamente igual a la del epitafio de Abercio, que es del siglo II.

Esta inscripción es un bello poema de tres dísticos y cinco hexámetros. Los primeros cinco versos están unidos entre sí por el acróstico ΙΧΘΥΣ. El contenido se divide en dos partes. La primera, que comprende los versos del 1 al 7, es de carácter doctrinal y va dirigido al lector. Se llama al bautismo "fuente inmortal de aguas divinas," y a la Eucaristía, "alimentó, dulce como la miel, del Salvador de los santos." La antigua costumbre cristiana de recibir la comunión en las manos explica las palabras "teniendo el pez en las palmas de tus manos." Cristo es llamado "la luz de los muertos." La segunda parte, que comprende los cuatro últimos versos, es más personal. Ruega aquí Pectorio por su madre y pide a sus padres y hermanos difuntos una oración "en la paz del Pez." Es muy posible que la primera parte fuera una cita de un poema mucho más antiguo. Esto explicaría la semejanza de lenguaje con el epitafio de Abercio. El texto de la inscripción es como sigue:

 

¡Oh raza divina del Ichthys! (el Pez),

conserva tu alma pura entre los mortales,

tú que recibiste la fuente inmortal de aguas divinas.

Templa tu alma, querido amigo, en las aguas perennes

de la sabiduría que reparte riquezas.

Recibe el alimento, dulce como la miel, del Salvador de los Santos,

come con avidez, teniendo el Ichthys (el Pez) en las palmas de tus manos.

Aliméntame con el Pez, te lo ruego, Señor y Salvador.

Que descanse en paz mi madre,

te suplico a ti, luz de los muertos.

Ascandio, padre carísimo de mi alma,

con mi dulce madre y mis hermanos,

en la paz del Pez, acuérdate de tu Pectorio.