Redemptoris Missio
DPE
 

El 7 de diciembre de 1990 el Papa Juan Pablo II publica una de las encíclicas más voluminosas de su largo pontificado, dedicada a la misión.

Y trata de subrayar el valor permanente de dicha misión hacia los gentiles ("ad gentes").

Resumimos los ocho grandes capítulos. En el primero, se sitúa a Jesucristo como único salvador. La Iglesia es signo e instrumento de salvación y ésta va dirigida a todos los hombres.

El capítulo segundo trata expresamente del "Reino de Dios". Cristo hace presente dicho reino y está unido a su persona y a la Iglesia.

El Espíritu Santo como protagonista de la misión centra la tercera parte de la Encíclica. Dicho Espíritu hace misionera a toda la Iglesia y está operante en todo tiempo y lugar. Incluso se puede decir que la actividad misionera está aún en sus comienzos.

Por eso el cuarto capítulo, enlazando con el anterior, habla de "los inmensos horizontes de la missio ad gentes" que hoy debe dirigirse sobre todo al Sur y a Oriente.

Para responder a cuáles son los caminos de la misión, se insiste, en un quinto capítulo, en el testimonio como primera forma de evangelización, en el primer anuncio, en la formación de las Iglesias locales, y en la encarnación del evangelio en todas las culturas. Es necesario el diálogo interreligioso, siempre teniendo la caridad como fuente y criterio de la misión.

El sexto capítulo habla de los responsables y agentes de la pastoral misionera, y menciona expresamente a los misioneros e Institutos misioneros, a los sacerdotes diocesanos, a los laicos, a los catequistas y a las Congregaciones misioneras.

Un séptimo capítulo trata de la cooperación en la actividad misionera por parte de los cristianos, de las Iglesias locales y de las Obras Misionales Pontificias. Insiste el Papa en que no sólo hay que dar misión sino también recibir, y que Dios está preparando una nueva primavera del Evangelio.

Finalmente, el octavo capítulo trata expresamente de la espiritualidad misionera que consiste en "dejarse guiar por el Espíritu, vivir el ministerio de "Cristo enviado", amar a la Iglesia y a los hombres como Jesús los ha amado y, en definitiva, llegar a la santidad porque el verdadero misionero es el santo.

BIBL. — JUAN PABLO II, Encíclicas, Edibesa, Madrid 1995.

Raúl Berzosa Martínez