Tema 4.7

PROYECTO DE EVANGELIZACIÓN
desde la E U C A R I S T I A.
Etapa cuarta

CELEBRAR LA EUCARISTÍA
COMO FUENTE DE JUSTICIA Y DE AMOR

A la luz de lo que hemos venido diciendo, podemos ahondar más aún en el contenido concreto de la liturgia eucarística y en el modo de celebrarla como fuente de justicia y de amor.
 

1. La liturgia del perdón

Por lo general, solemos considerar el “acto penitencial” con que se inicia la celebración eucarística como un rito de entrada, o preámbulo, que nos permite adentrarnos en la celebración de una manera “más digna”. Pedimos persón para poder acercarnos purificados al Señor.

Sin embargo, esta liturgia penitencial puede ser ya un momento importante, pues nos pone en contacto con nuestra vida real de injusticia, desamor e insolidaridad y nos recuerda las contradicciones que se dan entre nuestra celebración cristiana y nuestro comportamiento real.

Los que nos acercamos ala Eucaristía somos pecadores e injustos y vamos a celebrar la Cena del Señor, que se sentaba a la mesa con publicanos y pecadores. Esta liturgia inicial nos hace presente nuestro pecado y nos ayuda a no pervertir el sentido de la celebración.

Desde el comienzo hemos de entender la Eucaristía como lugar de perdón, pero también – y precisamente por ello – como experiencia que nos ayuda a convertirnos de nuestro pecado y a concretar nuestro compromiso cristiano.

2. La liturgia de la Palabra

Es el momento de escuchar, no nuestros intereses egoístas, nuestras justificaciones o nuestra indiferencia, sino la Palabra de Dios, que interpela a nuestra apatía e insolidaridad y puede introducir un profundo cambio en nuestras vidas.

Esta liturgia de la Palabra culmina siempre con al lectura del Evangelio, donde se nos recuerda el mensaje y la praxis de Jesús que nos invita al seguimiento. En la escucha sincera de esta Palabra se juega en gran parte la posibilidad de que la Eucaristía sea verdadero “memorial” de Cristo, recuerdo vivo de su persona y su mensaje, acogida de su Espíritu, llamada al seguimiento... o se reduzca más bien a culto vacío y carente de fuerza transformadora.

Escuchar la Palabra de Dios es preguntarse concretamente qué luz arroja sobre nuestra vida individual y colectiva, a qué compromiso concreto nos urge, qué esperanza puede despertar hoy en los pobres y desheredados de la tierra. La escucha de la Palabra nos ayuda a discernir desde qué actitud y desde qué compromiso de amor y justicia vamos a compartir la Cena del Señor y a comulgar con El.

3. La oración de los fieles

Esta oración de toda la comunidad creyente reunida para celebrar la Eucaristía nos permite evocar las injusticias, abusos, conflictos, marginaciones y miserias que deshumanizan a las personas y a los pueblos.

No es Dios el que necesita ser informado de todo ese sufrimiento, sino que somos nosotros los que tenemos que tomar conciencia del mismo. No es Dios el que tiene que cambiar, reaccionar y “hacer algo” por esos hombres y mujeres; somos nosotros – la comunidad allí reunida para celebrar la Eucaristía – los que hemos de cambiar y acercarnos a ese sufrimiento en actitud amorosa y solidaria.

En esta oración han de ser recordados aquellos sectores, clases sociales y personas por los que podemos actuar de manera directa, pero también los países y pueblos con los que no estamos en proximidad inmediata y que, sin embargo, han de ir entrando en el horizonte de nuestras preocupaciones y de nuestra lucha.

Esta “oración de los fieles” obliga a la comunidad cristiana a adoptar una postura abierta y solidaria con “los crucificados” de la tierra, impidiendo que se transforme en “secta” que celebra “su” Eucaristía, exclusivamente preocupada “de sí misma” y de “sus” problemas.

4. La presentación de las ofrendas

Antiguamente, éste era el momento en que los creyentes presentaban sus ofrendas y aportaban los bienes que más tarde serían compartidos o servirían para ayudar a los más pobres y necesitados.

Hoy ofrecemos ritualmente el pan y el vino, “fruto del trabajo de los hombres”, pero también “signos” que evocan los conflictos, las luchas y los enfrentamientos entre ellos. Los hombres luchan y compiten por el pan y el trabajo. Los pueblos se enfrentan por su bienestar. Los más fuertes y poderosos explotan a los más débiles. Son muchos los que se quedan sin pan y sin medios para obtenerlo.

En la liturgia eucarística ofrecemos este pan y este vino con la fe y la esperanza de que se conviertan en “pan de vida” y “bebida de salvación”. Esta esperanza se hace realidad en Jesucristo, pero ha de hacerse realidad también en nuestra vidas. Si sabemos celebrar la Eucaristía con el mismo espíritu del Crucificado, será realmente “pan de vida” y “bebida de salvación” para nosotros y para nuestros hermanos.

La colecta que se realiza en este momento puede ser ocasión para compartir algo de lo nuestro con los necesitados, pero debe ser, ante todo, un gesto que nos estimule a replantearnos nuestro nivel de vida y a una mayor comunicación de nuestros bienes.

5. La plegaria eucarística

La “plegaria eucarística” está transida toda ella de acción de gracias y de alabanza al Padre. Pero, como decíamos, esta actitud sólo es posible cuando se descubre la vida y la tierra entera como don del Creador y gracia del Redentor. Esto exige una disponibilidad y un esfuerzo real para lograr una redistribución más justa de los bienes de la tierra. No podemos “levantar el corazón” a Dios y unirnos a toda la creación en un canto de alabanza y acción de gracias desde una actitud egoísta y acaparadora.

Por otra parte, en la “plegaria eucarística” hacemos memoria de Jesús y de su gesto de entrega radical: “Este es mi cuerpo, que será entregado...” “Esta es mi sangre, que será derramada...” El núcleo de la Eucaristía lo constituye esta donación de Jesús, cuyo compromiso con los últimos, los pecadores y los humillados fue tan concreto e incondicional que vio comprometida su propia vida.

Jesús da la vida por el establecimiento del Reino de Dios, es decir, por la construcción de un mundo donde se impongan la justicia de ese Dios que no puede reinar entre los hombres si no es haciendo justicia a aquellos a quienes nadie se la hace. Celebrar el “memorial” del Crucificado es recordar y actualizar este compromiso radical por el Reino. Por eso hemos de preguntarnos hasta qué punto podemos decir con él: “Esta es mi vida, entregada por los demás”.

Precisamente por eso se pide en la “plegaria eucarística” la acción del Espíritu que transforme a la comunidad: para que “nos congregue en la unidad” (Plegaria II) arrancándonos de la insolidaridad; para que haga de nosotros “ofrenda permanente” (Plegaria III) liberándonos del egoísmo acaparador; para que seamos “víctima viva para la alabanza del Padre” (Plegaria IV) y no crucificadores de nuestros hermanos.
La Plegaria Vb (Jesús nuestro camino) se expresa en estos términos tan significativos: “Danos entrañas de misericordia ante toda miseria humana, inspirándonos el gesto y la palabra oportuna frente al hermanos solo y desamparado; ayúdanos a mostrarnos disponibles ante quien se siente explotado y deprimido. Que tu Iglesia, Señor, sea un recinto de verdad y de amor, de libertad, de justicia y de paz, para que todos encuentren en ella un motivo para seguir esperando”.

6. La comunión

La comunión queda vacía de contenido si no es exigencia concreta de amor y de justicia.

El rito comienza con la oración del “Padre nuestro”, recomendada por Jesús. Toda la comunidad invoca a Dios como Padre desde una actitud de fraternidad y reconciliación, pidiendo a Dios la venida del Reino y la realización de su voluntad entre los hombres. Desde esta actitud fraterna nos acercamos a la mesa del Señor.

El “gesto de la paz” viene a hacer más visible esa actitud fraterna exigida por la comunión. Nos intercambiamos la paz del Señor. Paz que sólo es posible en la justicia, la solidaridad y el amor. Si nos damos la mano, es porque estamos dispuestos a echar una mano a todo el que nos puede necesitar.

Levantarnos de nuestro lugar, acercarnos a compartir el mismo pan y el mismo cáliz y comulgar todos con el mismo Señor es un gesto vacío si no es expresión de nuestra voluntad de construir una “humanidad nueva”, más justa y reconciliada.

El silencio y la oración después de la comunión han de servir para que el misterio de la celebración cale hondamente en nosotros y nos impulse a seguir más fielmente a Jesucristo.

(Tomado de “La Eucaristía, experiencia de amor y de justicia”
de José Antonio Pagola, pág 20-23).

C U E S T I O N A R I O

1.- El grupo se divide en seis; tantos subgrupos como apartados tienen este tema. A cada uno se le asigna un momento de la celebración.

2.- Cada subgrupo tiene que preparar la parte de la Eucaristía que le ha tocado para poder realizarla en una celebración de la parroquia. Puede tratarse de una explicación del momento celebrativo, y una manera un poco amplia de realizarlo. Por ejemplo, si nos toca “La liturgia de la Palabra”, se comunica a la asamblea el significado de la misma, y después se puede comenzar este momento con una pequeña procesión presidida por el libro de Lecturas; se puede incensar el leccionario cuando comienza el evangelio, etc...

3.- Se comparte lo preparado con el grupo en general. Se reciben sugerencias, añadiduras, correcciones, etc...

4.- Nos comprometemos a llevarlo a cabo en seis domingos consecutivos (uno por cada apartado) y en una o varias eucaristías.

por José Cruz Igartua sss
Fuente: Religiosos Sacramentinos