Tema 3.2

PROYECTO DE EVANGELIZACIÓN
desde la E U C A R I S T I A.
Etapa tercera

Vivir la experiencia de la fe

O R A C I Ó N

(Se expone el Santísimo. Bien en la custodia o de otra forma adecuada)

A m b i e n t a c i ó n
“Interiorizamos la celebración de su Pascua con una oración que hace de toda nuestra vida una prolongación de nuestras eucaristías”.

 

Uno de los objetivos de nuestra oración es el de interiorizar la celebración de la Pascua de Jesús. La “Pascua de Jesús” es el paso definitivo, el último. Aquel en el que Jesús se siente liberado de todo condicionamiento humano, y pasa a ser pura realidad de Dios.

Eso que celebramos en la eucaristía, lo interiorizamos en la oración.

“Interiorizar” hace referencia a “interior”, al nuestro. Por consiguiente, es “dar cabida”, “posibilitar que entre”. O, simplemente, “abrirnos” para que salga.

No olvidemos que somos imagen y semejanza de Dios. Somos su sello. Lo divino está insertado en nuestra profundidad. Entonces, en la oración a lo que estamos llamados es a “sentirnos”, cada vez, más adentro. Para así ir descubriendo nuestro auténtico ser. Somos como el iceberg. Sabemos de nosotros un poco. Nuestra auténtica realidad está por descubrir.

Hemos de ir superando las distintas “capas” que se nos han ido acumulando alrededor de nuestro núcleo. De tal manera que, con el “ejercicio” de la oración, vayamos saboreando algo de nuestra realidad Pascual: la libre, la no contaminada.

Para ello contamos con un medio: la concentración en un punto. Es más fácil que algo punzante perfore un papel, que una bola, por ejemplo. Así nuestro punto de atención es como una gota de agua que va cayendo en el mismo lugar muchas, muchas veces. Poco a poco se irá haciendo un agujero, se estará abriendo un camino hacia el interior.

Si algo nos viene de fuera, será sentido muy dentro. Y LO QUE hay dentro será experimentado en nuestro cuerpo.

La entrada y la salida se irán, igualmente, abriendo.

El ejercicio de la meditación nos va haciendo transparentes. Lo “exterior” en nosotros es expresión de lo de “dentro”; y lo “interior” en nosotros es fuente de lo de fuera.

Es por eso que se nos sugiere que “nuestra vida sea una prolongación de nuestras eucaristías”.

En otras palabras, la oración nos transforma. La interiorización en la oración hace que vivamos , cada vez más, desde ahí, desde dentro. Lo cual supone que vivamos la vida con atención. No de manera rutinaria, ni inconsciente. Como dice el Kempis: “haz bien lo que hagas”.
 

L e c t u r a  d e l  e v a n g e l i o

Primero, se lee en alto.

 

Después, cada uno lo lee a nivel personal cuantas veces sean necesarias hasta que haya algo que le llame la atención, le impacte, lo diga algo. Y se va poniendo en común.

Cuando todos han terminado de expresarse, cada uno elige el “punto” en que va a concentrarse durante la oración. Puede durar unos veinte minutos.

(Como final, se puede dar la bendición del Santísimo, o, simplemente, se reserva o se cubre con un paño).

Terminada la oración, se puede intercambiar impresiones, experiencias, dudas, etc...

Después se reparte las hojas del tema y se pueden leer en común. Mientras se va leyendo, se pueden comentar, presentar interrogantes, pareceres, etc...
 


VIVIR LA EXPERIENCIA DE FE
(Ante una experiencia empobrecida y añorada)
 

A)  FENÓMENOS PREOCUPANTES

1. Una cultura marcada por “la ausencia de Dios”

 

“El eclipse de Dios es el hecho característico de la hora en que vivimos” (M. Buber). La experiencia creyente de Dios se ha oscurecido y debilitado en gran medida, sobre todo en el continente europeo. Se han difuminado notablemente en nuestra sociedad las huellas de Dios que nuestros mayores percibían en su entorno. Dios no es rechazado por la gran mayoría de nuestros contemporáneos; pero es colocado “respetuosamente aparte”.

Mucho más intensamente que criaturas de Dios, los hombres y mujeres de nuestro tiempo nos sentimos creadores.

Nuestros intereses se centran más en las leyes de funcionamiento y en la utilidad práctica de las realidades de este mundo que en las preguntas por el Origen primero y el Sentido último de cuanto existe. Para muchos de nuestros conciudadanos “la experiencia predominante en el contexto religioso de nuestro tiempo es la de no haber tenido ninguna experiencia religiosa, de no haber sido afectados, ni mucho menos transformados, por algo que puede ser denominado Dios” (B. Welte).
 


2. Claves culturales para interpretar el eclipse de Dios.

2.1. La razón exaltada y reducida.

 

La razón tiende a ser considerada como la única fuente de conocimiento, la gran solución de los problemas que aquejan a la humanidad. La tradición y la revelación, como fuentes de verdadero conocimiento, fueron primero infravaloradas y después descalificadas.

Paso a paso, esta razón exaltada ha ido reduciéndose de manera preocupante: las ciencias basadas en la experiencia y la técnica que las aplica a la solución de nuestras necesidades serían su único campo legítimo. “De lo que no se tiene experiencia es mejor no hablar” (L. Wittgenstein). Todo lo demás pertenece al mundo de los prejuicios irracionales o al de los sentimientos subjetivos.

En este aspecto, preguntar por el sentido de las cosas no sería científico ni razonable. “La pregunta por el sentido no tiene sentido” (J. Mnod). Como la religión es, entre otras cosas, una respuesta a la pregunta por el sentido de la vida, no es extraño que quede culturalmente marginada.

Pero la experiencia colectiva de la humanidad va descubriendo con el tiempo que las ciencias y la técnica, que tanto problemas ha resuelto y tanto progreso ha acarreado, no resuelven sino que a veces agravan, otros problemas importantes como, por ejemplo, la distribución de la riqueza, las relaciones internacionales, la conservación de la naturaleza.
 


2.2 La libertad adorada y banalizada

 

El extraordinario descubrimiento de la libertad es otro de los grandes logros de los tiempos modernos. Estos se caracterizan no sólo por el hecho de atreverse a pensar por cuenta propia superando todo dogmatismo, sino también por atraverse a ser libres, deshaciéndose de toda esclavitud. La libertad de los ciudadanos frente al poder de la autoridad, la libertad de los trabajadores frente a los empresarios, la libertad de los pueblos sojuzgados por otros pueblos, la libertad de la mujer, la libertad ante la religión impuesta, han supuesto pasos importantes en el verdadero progreso humano.

Pero la libertad se convierte demasiadas veces en un cultivo narcisista de la propia individualidad. En aras de un libertad así vivida, muchos ciudadanos se sienten liberados, o al menos aliviados, de la interpelación que la ética nos dirige a través de nuestra conciencia. Una libertad vivida como franquicia para satisfacer todos los deseos individuales debilita pronto los lazos de la solidaridad. Una libertad así se desentiende pronto de la responsabilidad ante los otros, ante la naturaleza, ante las futuras generaciones. Una libertad así segrega en seguida nuevas esclavitudes.
 


2.3 La mentalidad y sensibilidad predominantes

 

La razón exaltada y reducida, y la libertad adorada y banalizada han contribuido a desarrollar una actitud utilitaria y pragmática que pregunta, casi exclusivamente, para qué sirven las cosas, o bien se desinteresa por Dios, su Origen y su Destino, o bien tiende a reducirlo a un lacayo a su servicio.

La “cultura de la satisfacción” magistralmente descrita por Galbraight acaba degradando la nobleza del deseo humano que tiende no sólo a ver satisfechas sus necesidades inmediatas (a veces artificiales), sino sobre todo a abrirse a grandes inquietudes humanas y religiosas y a buscar no tanto el goce cuanto el gozo que ellas prometen.

La prisa que se ha impuesto, sobre todo en las sociedades industriales, nos vuelve impacientes para contemplar la realidad y formularnos preguntas de calado como las que el viejo filósofo Kant expresaba admirablemente: “¿Qué es lo que podemos saber? ¿Qué es lo que debemos hacer? ¿Qué nos cabe esperar? ¿Qué es el hombre?”. La vida se convierte así en banal y superficial. En este contexto no tienen casi cabida la pregunta por Dios, su búsqueda y su contemplación.

La vida exhaustivamente programada y enfocada a la realización del proyecto que nos hemos forjado para nosotros mismos, nos incapacita para escuchar a nuestro propio corazón, para esperar a Dios, preguntarle cuál es su proyecto sobre nuestra existencia y dejarnos guiar por El.
 

3. Claves sociales que debilitan la experiencia creyente

3.1 El mal y la injusticia.

 

Cuando este mal revista la forma de una grave injusticia y genera el sufrimiento de víctimas inocentes, se convierte en un escándalo que provoca la pregunta que, ante el niño crucificado en el patio del campo de concentración de Auschwitz, se hizo grito en la garganta de uno de los presidiarios: “¿Dónde está Dios?”. El hombre en el mundo, el exterminio de pueblos enteros, el terrorismo que asesina e intimida, son terribles plagas que oscurecen la experiencia religiosa en las víctimas, en los testigos y en los actores. Las primeras experimentan una fría soledad y un total abandono. Los segundos se preguntan si “merece existir” un Dios que no remedia desgracias y sufrimientos de esta extensión y magnitud. Los terceros se tornan radicalmente incapaces, por la dureza de su corazón, de sentir auténticamente a Dios, puesto que “quien no ama no conoce a Dios, porque Dios es Amor” (1 Jn 4,8).
 


3.2 Las idolatrías actuales

 

Siempre que una realidad humana, por noble y valiosa que pueda ser, se convierte en un absoluto, se vuelve incompatible con el Dios Absoluto. El dinero, el poder, el placer, la patria, la misma familia pueden convertirse en absolutos socialmente reconocidos y desplazar al Único que de verdad es el Primer Valor. “Cuando los hombres erigimos absolutos acabamos crucificando al Absoluto” (J.I. González Faus).
 

4. Claves personales

Resulta que el propio corazón humano “capaz de lo mejor y lo peor” (G.S. 10) está también enfermo.
 


Una de las condiciones que dificultan la experiencia cristiana de muchos es la superficialidad. El encuentro con el Dios de nuestra fe se realiza en las experiencias de nuestra vida cuando ésta tiene alguna profundidad. Si nos empeñamos en “profundizar en la superficie”, viviremos en una frecuencia de onda que no sintonizará con la onda de Dios.

El activismo ensordece también nuestros oídos para escuchar la llamada del Señor. Puede provenir de un exceso de responsabilidad que encubre con frecuencia una dificultad para la actitud confiada, tan importante para sintonizar con Dios. Puede revelar asimismo una huida interesada de nuestro propio interior, lugar eminente para un encuentro con Él. Impide la paz y el silencio interior, requeridos para que su presencia sea percibida y consentida.

El mimetismo social que nos conduce a acomodarnos a las expectativas que nuestro entorno alberga respecto a nosotros tapona asimismo lo poros a través de los cuales podemos percibir la presencia de Dios. El ansia de ser reconocido socialmente y la escasa valoración de nosotros mismos nos predisponen a hacer nuestras las convicciones, las actitudes y los comportamientos socialmente aceptados. Hoy “Dios no está de moda”. Quienes por encima de todo quieran estar a la moda tienen pocas posibilidades de colocarse al alcance de Dios.

En suma: toda idolatría del tener, toda fascinación del poder, toda servidumbre esclavizadora en torno a la utilidad o al disfrute, componen una “capa aislante” que nos insonoriza para percibir los signos de Dios, siempre presente y activo en nuestra vida.
 

5. Claves internas a la comunidad creyente

Afirma el Concilio Vaticano II: “En la génesis del ateísmo puede corresponder a los creyentes una parte no pequeña en cuanto que por descuido en la educación para la fe, por una exposición falsificada de la doctrina o también por los defectos de su educación religiosa, moral o social, puede decirse que han velado, más que revelado al verdadero rostro de Dios y de la religión” (G.S. 19).

Muchas de nuestras concretas comunidades creyentes nos parecen, en su conjunto, pobres en espiritualidad. Tal vez su fe haya realizado el esfuerzo necesario para ser más razonable. Pero parece haber perdido “alma”. No se transparenta en ella la pasión por Dios, la firme adhesión afectiva y efectiva a Jesucristo, el fervor orante, el espíritu evangélico en su comportamiento moral, el vigor del testimonio de su fe.

Encontramos una cierta debilidad religiosa en pastores y en comunidades religiosas. Tal vez la anemia espiritual de bastantes de nosotros sea uno delos problemas preocupantes del actual panorama eclesial. Han penuria de maestros capaces de conducirnos por las vías del Espíritu resulta patente.
 

B) SIGNOS DE ESPERANZA

1. Itinerarios de conversión a la fe.

 

¿Puede la conciencia humana descartar a Dios de manera tan indolora y tan apática? ¿No aparecerá, siquiera por algunos resquicios, que el corazón del hombre no puede marginar a Dios de este modo? Si las condiciones actuales bloquean y reprimen en gran medida la emergencia del deseo de Dios y la experiencia de su presencia, ¿no podremos descubrir aquí y allí signos del “retorno de lo reprimido”.

Algunos estudios de grandes especialistas (A.Vergote, A.Hardí) revelan que no sólo una insignificante minoría, sino un porcentaje no desdeñable de personas alejadas de la fe no encuentran otra manera de formular lo que han vivido en determinados acontecimientos de su vida que esta confesión. “Dios existe; yo me he encontrado con él” (A. Frossard).
 


2. Una insatisfacción que conduce a la búsqueda religiosa.

 

Un número creciente de personas que han crecido en ámbitos alejados de la fe y de la comunidad creyente, o al menos han vivido durante largos años en la lejanía, experimentan la insatisfacción de una vida sin perspectiva religiosa y piden ser acompañados en un proceso de iniciación a la fe. Diez mil adultos franceses recibieron el Bautismo en la última Noche Pascual tras haber recorrido un camino de introducción a la fe. Estamos asistiendo, probablemente, en la vida de muchas personas a los comienzos de un itinerario esperanzador.
 


3. Algunas corrientes religiosas de nuestro tiempo.

 

Es por todos reconocido que en la actualidad se está dando, lo que se llama, un “despertar religioso”, protagonizado por “los nuevos movimientos religiosos”.  En ellos se privilegian la experiencia religiosa subjetiva, subrayan mucho el valor de la comunidad afectiva y efectiva entre sus miembros y la conciencia de ser diferentes de la sociedad. Valoran excepcionalmente a sus líderes y muestran un extraordinario afán de atraer a nuevos adeptos.

A pesar de sus carencias y ambigüedades, la extensión, el vigor y la persistencia de estos movimientos, lejos de revelar una descomposición de lo religios, parece expresar una resistencia y una protesta ante un clima cultural y social empeñado en explicar, dominar y parcelar la realidad en vez de contemplarla como un todo, respetarla y preguntarse por su origen y su sentido. Constituirían un retorno de la inquietud religiosa reprimida en nuestra sociedad occidental. Revelarían la apertura básica e irreductible del ser humano a Algo o Alguien que le desborda. Mostrarían que aunque enconsertado por un cúmulo de condiciones desfavorables, el ser humano, es, indefectiblemente, un ser que busca a Dios porque Dios le busca a él.
 


4. La otra cara de la “ausencia de Dios”

 

Hace pensar el hecho de que algunos de los grandes signos que favorecen el oscurecimiento de Dios en muchos de nuestros contemporáneos propician en algunos otros un descubrimiento profundo de la fe en él o al menos un deseo de que exista Dios.

Las atroces inhumanidades de nuestro tiempo han suscitado en algunos espíritus representativos de la sensibilidad contemporánea al menos la nostalgia de la existencia de un Dios garante de que los verdugos de la historia no prevalezcan sobre sus víctimas.

La experiencia del sufrimiento en una enfermedad duran y sin salidas despierta en algunos increyentes un movimiento de confianza y esperanza en Alguien a quien entrevén a través de su dolorida situación existencial. La misma sensación, bastante extendida, de que “nada vale, nada merece la pena”, suscita en determinadas personas la añoranza de Alguien que sea de verdad Valor Personal y garantice la consistencia y la perpetuidad de otros valores.

Hace mucho tiempo que los estudios de Psicología de la Religión vienen constando con alguna sorpresa que ante un mismo acontecimiento vital que sacude a una persona, su reacción al no sentirse “•ayudado” por Dios puede consistir en alejarse de la fe o en acercarse más a ella.
 


5. Una manera “religiosa” de vivir valores humanos

 

Muchas personas honestas y coherentes se adhieren a valores importantes (la vida humana, su dignidad, su libertad, la solidaridad, laigualdad), como a algo que tien para ellos un halo de absoluto. Comprometen su vida con estos valores, promoviéndolos en mil formas de voluntariado. Tales valores no son simplemente objeto de una elección que puedan cancelar sin más. Ejercen sobre ellos una atracción, una interpelación. Constituyen un imperativo para su vida. Son llevados y desbordados por estos valores. Dependen de ellos y les guardan fidelidad. ¿No se barrunta, siquiera oscuramente, en el corazón de esta adhesión una analogía e incluso una proximidad de la adhesión creyente a Dios?
 


(De la carta de los Obispos Vascos “Vivir la experiencia de la fe” – Cuaresma – Pascua, 2003, pág. 4-9)
 

por José Cruz Igartua sss
Fuente: Religiosos Sacramentinos