Tema 3.1

PROYECTO DE EVANGELIZACIÓN
desde la E U C A R I S T Í A.
Etapa tercera

Practica de oración contemplativa
El espíritu de la época despierta la necesidad de la mística

I N T R O D U C C I Ó N

Antes de dedicarnos al ejercicio de la oración, vamos a decir unas pocas palabras sobre la oración contemplativa y el método que vamos a utilizar en la misma.

En la práctica de la oración nos encontramos, en primer lugar, con la “oración vocal” que consiste en el rezo de oraciones. Después está la “meditación” que es la reflexión sobre un texto o pasaje evangélico o la visualización del mismo (“composición de lugar” que se decía antes). Nosotros nos vamos a ejercitar en la “oración contemplativa”, también llamada “oración sin objeto”.

Queremos no pensar en nada para que Él nos llene del todo. Y en este camino la mente juega un papel muy importante. Ella va de un lugar a otro, de un pensamiento a otro, de un recuerdo a otro, etc... y nos va llenando de todo “lo nuestro”. Y así la “oración sin objeto” está, cada vez, más lejos.

Se trata de centrar la mente para que se vaya acostumbrando a estar quieta y a dedicarse a lo que, en cada momento, tiene que hacer. Por eso, en nuestra oración intentamos centrarnos en un punto.

En cada encuentro vamos a leer un texto del evangelio, y cada uno va a entresacar una palabra, una frase, un sentimiento de dicho texto. Y, durante el tiempo de la oración, nuestra mente intentará estar centrada en eso.

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Si el tiempo de la oración es la línea recta, yo me centro, desde el principio, en un punto. Si oigo un ruído y mi mente se distrae (A), tan pronto como me dé cuenta de eso, vuelvo al punto. Después resulta que en piso de arriba siento pasos (B) y comienzo a pensar en quién puede ser (C), cuando me doy cuenta que estoy distraido, vuelvo al punto. Sigo meditando y me viene el sueño (E), si me doy cuenta de ello, vuelvo al punto. Pasan unos minutos y me viene el sueño, y me duermo. En el momento de darme cuenta, vuelvo al punto.

Y así durante el tiempo que dura la oración.

O R A C I Ó N

(Se expone el santísimo en la forma que mejor parezca)

A m b i e n t a c i ó n
“Jesús vivió toda su existencia,
sobre todo su misterio pascual,
en un intenso clima de oración”.

Era una vez un maestro de escuela que en medio de la clase llenó un bote con piedras un poco gruesas. Cuando lo hubo llenado, preguntó a los alumnos: “¿qué os parece, está lleno o no”? Todos asintieron que sí estaba lleno. Tomo arena y lo vertió en el bote, otra vez, hasta arriba. Volvió a preguntar a los alumnos: “ahora ¿está lleno o no”? Dijeron: “ahora sí esta lleno”. Tomó el profesor una jarra con agua y la tiró al bote hasta arriba.

El profesor dijo: “¿qué lección podemos sacar de este experimento”? Alguno contestó: “que nunca debemos decir ´ya no puedo más´, porque siempre es posible algo más”.

Replicó el maestro: “lo que hemos de aprender es lo siguiente: la vida la tenemos que llenar, en primer lugar, de las cosas gordas, las importantes; porque, de lo contrario, no habrá sitio para ellas”.

Comenzar llenando la vida de lo importante. Todos los maestros espirituales han dado importancia en su vida a la meditación, a la oración. También Jesús. No sólo de palabra (cuando nos habla de ella), sino en la práctica: “Una vez que despidió a la gente, subió al monte a solas, para orar; al caer la tarde estaba sólo allí” (Mt 14,23); la oración en el Huerto; “él se retiraba a los lugares solitarios para orar (Lc 5,16); “por aquellos días fue Jesús a la montaña a orar, y pasó la noche orando a Dios” (Lc 6,12).

Pero como hemos dicho al principio, “sobre todo su misterio pascual” lo vivió en un intenso clima de oración. Desde la última cena, hasta el final.

¿Por qué es tan importante la oración para los maestros espirituales? En ellos hay una llamada fundamental a la “unificación” con Dios: “El Padre y yo somos uno”. Y más que a conseguirla, a experimentarla como algo que siempre ha sido así en ellos y en nosotros.
Para esto, cualquier momento de la vida es el adecuado. Pero, hemos re reconocer, que los momentos de oración nos acercan y nos posibilitan dicha experiencia.

La vida de Jesús y la de todos sus seguidores estuvo centrada en ser transparencia de la voluntad del Padre. “Este es mi alimento” llegó a afirmar.

En la oración vamos acercándonos, cada vez más, a una sintonía con Dios. “No se cumpla mi voluntad sino la tuya”, manifestaba Jesús en el huerto de los olivos. Y, en otro lugar, : “quien me ve a mí ve al Padre”.

L e c t u r a  d e l  e v a n g e l i o

Primero, se lee en alto.

Después, cada uno lo lee a nivel personal cuantas veces sean necesarias hasta que haya algo que le llame la atención, le impacte, le diga algo. Y se va poniendo en común.

Cuando todos han terminado de expresarse, cada uno elige el “punto” en que va a concentrarse durante la oración. Puede durar unos veinte minutos.

Terminada la oración, se puede intercambiar impresiones, experiencias, dudas, etc...

(Se termina con la bendición del Santísimo o la reserva simplemente)

Después se reparte las hojas del tema y se pueden leer en común. Mientras se va leyendo, se pueden comentar, presentar interrogantes, pareceres, etc... 

EL ESPÍRITU DE LA ÉPOCA DESPIERTA
LA NECESIDAD DE LA MÍSTICA

¿Qué le mueve al hombre de hoy a la búsqueda espiritual?

Muchas mujeres y hombres ya no se encuentran a gusto en su entorno cristiano tradicional. Nada o muy poco les aporta la enseñanza impartida por las iglesias. Porque ni les ayuda a vencer sus problemas de la vida cotidiana ni concuerda con su cosmovisión.
Hace tiempo que sabemos por la astrofísica que los seres humanos no somos el ombligo del mundo. Nuestra tierra es una mota de polvo en el borde del universo, ubicada en una pequeña galaxia, una más entre los cerca de doscientos cincuenta mil millones que probablemente existen. Este universo comenzó seguramente en tiempos inmemoriales con el Big Bang y, desde entonces, va dilatándose casi a la velocidad de la luz.
Todo esto lo sabemos hoy y no encaja en absoluto con lo que las iglesias llevan enseñando durante siglos y lo que aún creen muchos cristianos, pues la mayoría de los dogmas surgió en una época en la que se creía que la tierra era un disco y las estrellas agujeros en el firmamento.

Carl G. Jung se dio cuenta de este hecho con gran claridad. Una vez escribió: “Nuestras confesiones religiosas, con sus ritos y conceptos anticuados, reflejan, aunque justificadamente, una concepción del mundo que no suponía grandes dificultades en la Edad Media, pero que al ser humano de hoy se le ha vuelto incomprensible, a pesar de que un instinto profundo aún le sigue induciendo a aferrarse a ideas que están en conflicto con la cosmovisión moderna y que, tomadas en sentido literal, no se corresponden con el desarrollo mental que se ha producido en los últimos cinco siglos. Esto ocurre obviamente para no caer en el abismo nihilista de la desesperación”.

Hay, también, cristianos creyentes y practicantes que han empezado a dudar de su fe; que se han dado cuenta de que la fe de su infancia ya no les sirve como guía a través de la vida y, sobre todo, a través de la muerte.

También existen personas que no pertenecen a ninguna iglesia o confesión, que no están bautizados, pero que son profundamente religiosos. Esas personas intuyen que hay algo que, si bien hasta este momento no había desempeñado ningún papel para ellos, ahora parece imprescindible para encontrar el sentido de sus vidas.
Porque las personas en Occidente disponemos de tantos bienes y artículos de consumo que sl final ya ni sabemos qué sentido tiene todo ello. Además, es difícil orientarse por la cantidad de ideologías que nos invaden desde el mundo entero a velocidades increíbles debido a los nuevos medios de comunicación. Asimismo, los políticos no dicen con frecuencia la verdad pues resultaría demasiado sombría, y tampoco sería buena para una campaña electoral. Finalmente, somos manipulados constantemente tanto por la publicidad como por la selección de las noticias. Todo ello origina en muchas personas una gran inseguridad. Por eso, comienzan a buscar un nuevo orden de valores que pueda servir de base para una convivencia satisfactoria en este planeta.

Además existe la pregunta angustiosa de hacia dónde va la especie del homo sapiens, cuya inmadurez es patente. Ni las religiones, ni el marxismo ni el existencialismo han conseguido convertir a las personas en seres mejores. El humanismo no ha logrado desarrollar a las personas de manera significativa en ninguna de sus manifestaciones históricas, ni en la edad antigua, ni en la cristiana, ni en la de la Ilustración. Más bien parece lo contrario. Por lo menos es lo que se desprende de una mirada al siglo veinte: después de Stalin, Hitler, Mao, etc..., después de todas las luchas tribales de Africa, del empobrecimiento de la población en América Latina y del incremento de la criminalidad en el mundo entero, el ser humano ya no puede evitar preguntarse por el humanismo auténtico.

Nietzsche, en su libro “Así hablaba Zaratustra”, compara a la juventud – y podemos aplicar tranquilamente la comparación a nuestra vida entera – con un camello que se arrodilla dispuesto a que lo carguen. A continuación se levanta tambaleándose y lleva su carga hacia el desierto. Allí se convierte en un león. Cuanta más carga haya llevado, tanto más fuerte se vuelve el león. Y luego tiene que matar a un dragón. El nombre de éste es: “¡DEBERÁS!”. Una vez muerto el dragón, el león se convierte en un niño que se va desarrollando de acuerdo con lo que es él íntimamente. Nietzsche se está dirigiendo a los sacerdotes y maestros que parecen estar en posesión del monopolio del castigo. No significa ningún menosprecio de la educación o de los educadores, se trata más bien de un grito desesperado por haber éstos fracasado en convertir a las personas en seres humanos. Pone de manifiesto el tremendo déficit de la educación recibida por la humanidad a través de la religión, la teología, la filosofía, la escuela y la política. Ese déficit nos lleva hoy día a cuestionarnos el sentido de la educación en general. ¿Existen posibilidades de una socialización del ser humano que garantice realmente una convivencia digna?

Nos encontramos en un callejón sin salida al que nos ha llevado la hipertrofia de la razón, junto con un narcisismo destructor. A la vista de este hecho tan solo hay una solución: no alcanzaremos el humanismo auténtico a través de los mandamientos, sino a través del conocimiento y de la experiencia mística de unidad con todos los seres. Tenemos que avanzar hacia nuestra fuente auténtica, nuestra naturaleza verdadera, nuestro núcleo divino, o como lo queramos llamar. Toda moral impuesta desde el exterior parece estar condenada al fracaso.

Podemos albergar la esperanza en que el ser humano intuye que existe un lugar donde toda pregunta quedará contestada. Cada vez es mayor el número de personas que va en busca de ese lugar. Y son precisamente esas personas las que buscan un camino espiritual.

Lo importante es acompañar a esas personas en un camino que les lleve a la experiencia de lo que anuncian las escrituras sagradas de las diferentes religiones, de lo que celebran los rituales y los sacramentos, de lo que han prometido originalmente las iglesias, o sea, la experiencia de lo que constituye la meta de las religiones: Dios, Divinidad, Vacío, Brahman.

Un problema central de nuestras iglesias hoy en día consiste en el hecho de que apenas enseñan el gran tesoro de su tradición mística y espiritual. Los elementos místicos del cristianismo están apenas presentes en las iglesias. Resulta significativo que los grandes científicos del siglo veinte, hombes como Heisenberg, Pauly o Schrödinger, en su búsqueda por un lenguaje para expresar la dimensión espiritual de sus descubrimientos físicos, no se acercarán al cristianismo, sino al hinduismo y al budismo. ¡Quién sabe, por ejemplo, que en el cristianismo tenemos una tradición mística espiritual que no desmerece en nada de la sabiduría y profundidad de las enseñanzas de oriente? Durante mucho tiempo han quedado en el olvido pensadores místicos tales como el maestro Eckhart, Juan Tauler o Nicolás de Cusa.

En la teología oficial de las grandes confesiones se menciona la experiencia mística, como mucho, de forma marginal. En el catecismo romano, que tiene 800 páginas, no se menciona la palabra “mística” ni una sola vez. En la iglesia católica, la mística es adjudicada a la dogmática. Es controlada por la pedagogía racional de la fe y tan sólo tiene la posibilidad de hacerse oír si se adapta a su conceptualización abstracta. Esto les ha ocasionado bastantes dificultades a los místicos cristianos. Si querían transmitir sus experiencias tenían que hacerlo a través del filtro de la dogmática. Como consecuencia de ello, la vivencia directa, la experiencia originaria, se vio frenada y suavizada. Por esta razón la mística cristiana ha desempeñado siempre un papel secundario en el panorama mundial de la mística.

Sin embargo, existen, por ejemplo, analogías importantes entre la filosofía platónica y la mística.
Entre ellas no existe ningún abismo que separe a Dios del mundo; ambas consideran que el mundo no es otra cosa que la manifestación de Dios y que, en consecuencia, la salvación no consiste en conciliar los dos, sino en despertar a la naturaleza esencial. Bien mirado, la meta verdadera de todos los sabios y fundadores de religiones consistía en conducirlas a la experiencia de lo divino. La salvación consistía, para ellos, en caer en la cuenta, en el conocimiento. He ahí donde radica la verdadera importancia de Jesús. No en su muerte expiatoria en la cruz por una humanidad pecadora, sino en habernos señalado un camino hacia la experiencia de unidad con el principio divino originario, una experiencia que él mismo tuvo y que le permitió no sólo llamar a Dios familiarmente “Padre”, sino también decir “el Padre y yo somos uno”, o “quien me ve a mí, ve al Padre”, o “antes de Abraham, era yo”. Por ello, sería absolutamente legítimo para los cristianos, imitando a Cristo, entregarse al proceso del conocimiento a través de una consciencia mística.

No se trata de adaptaciones al espíritu de la época sino de la disposición a tomarse en serio los conocimientos de las ciencias modernas que interpelan a la teología; tomárselos en serio hasta el punto de estar dispuestos incluso a pasar de los dogmas antiguos, insostenibles por más tiempo o, por lo menos, a reinterpretarlos. Pero esto no es más que un primer paso, porque otro problema de las Iglesias consiste en que la idea de Dios que propagan está influenciada por un concepto anticuado del mundo. Con el fin de llegar a las personas actuales, influidas por las ciencias modernas, las Iglesias deberían revisar sus ofertas teológicas sin exigir demasiadas acrobacias intelectuales.

“La persona del futuro será mística”. El siglo XXI será el siglo de la metafísica. Y sus propulsores no serán los filósofos y teólogos, sino los científicos. Pues son ellos los que apuntan unívocamente a una realidad que no puede demostrarse. Dicho de otro modo: remiten a aquello que hasta ahora todas las religiones han denominado, con todo derecho, Dios. Nos encontramos efectivamente en una situación de cambio tremenda. Intuyo que estamos al comienzo de una evolución acelerada de la especie humana, sin que podamos saber adónde nos va a llevar.

(Entresacado del libro “La ola es el mar” de Willigis Jäger, pág. 19-43)

por José Cruz Igartua sss
Fuente: Religiosos Sacramentinos