Tema 2.3

PROYECTO DE EVANGELIZACIÓN
desde la E U C A R I S T Í A.
Etapa segunda

LA LITURGIA DE LA PALABRA

ORACIÓN INICIAL

¡CONFIAD SIEMPRE EN DIOS.
ES EL CAMINO RECTO!

A menudo nada sabes del mañana,
estás desorientado y lleno de cuidado.
Nada ves, todo te parece estar sin salida,
pero tú sabes que el señor te ayudará.

Tú ves a la gente llena de codicia,
trabajar tan sólo para ganar oro.
Tú también sientes ganas de tener como ellos,
pero tú sabes que tu oro es el Señor.

Estás sin descanso hasta por la noche,
todo acobardado y te falta ánimo.
Siempre vas muy de prisa, siempre vas como huyendo,
pero tú solamente hallas paz en El.
                                                    (Pastor y Sánchez)

INTRODUCCIÓN

Queremos enfocar el tema de la Liturgia de la Palabra desde la perspectiva de la Eucaristía como “sacramento de reconciliación”.

Recordamos que, en el tema anterior, veíamos cómo la Eucaristía nos quiere “reconciliar” desde la raíz. Se trata de una reconciliación total: de arriba a bajo, o de dentro a fuera. Y que un elemento importante en esta dimensión es la Palabra de Dios que es como “lluvia que empapa la tierra”, o “como espada de doble filo” que entra en lo más profundo de nosotros mismos.

Por eso, queremos acercarnos al siguiente

Objetivo: Experimentar y ver cómo la Palabra de Dios nos sana y nos alimenta desde nuestra raíz.

Queremos decir, antes que nada, que la Liturgia de la Palabra no se reduce a una “ante-misa”, haciendo que la celebración se reduzca a su segunda parte; convirtiendo sus primeros momentos en meros preparativos. En el espíritu de la Iglesia actual, la Liturgia de la Palabra forma parte integrante de la Eucaristía.
El encuentro de hoy va a tener tres momentos, con dos interlocutores cada uno: Dios y nosotros. Según el siguiente cuadro:

D I O S - N O S O T R O S

1. Dios habla a su pueblo.

2. Le descubre el misterio de la redención y salvación.

3. Le ofrece alimento espiritual. 

1. El pueblo hace suya esta Palabra.

2. El pueblo muestra su adhesión.

3. El pueblo se nutre con ella.

1ª PARTE
Ejercicio:

Todos bien sentados, vamos a tomar conciencia de nosotros mismos. Yo estoy aquí. ¿Cómo me siento? ¿Estoy tranquilo, nervioso, a la expectativa, deseando que acabe cuanto antes, con ganas?
Me centro en la respiración. ¿Cómo es mi respiración? No se trata de enjuiciarla; simplemente, observarla.
Voy a pensar que soy un gran trozo de tierra. Imagínate como campo. ¿Cómo eres? ¿Grande, pequeño, con ondulaciones, llano, con árboles, limpio?
Y, de pronto, empieza a llover. Pero a llover con ganas. Te vas sintiendo, poco a poco, empapado. Empapado por todas partes. Cada vez, más profundamente empapado. ¿Cómo te sientes?

Acabado el ejercicio, se pregunta a los presentes cómo expresarían la sensación que han experimentado. (Se apunta en un encerado todo lo que vayan diciendo. Pero, vamos a tener en cuenta, especialmente, todo aquello que hace referencia a la interiorización: “ he sentido una sensación profunda”; “me he sentido totalmente empapado”....).

Catequesis

La Constitución “Dei Verbum” del Vaticano II, en su número 2 nos dice: “... Dios invisible, movido de amor, habla a los hombres como amigos, trata con ellos...”

Lo que mueve a Dios a ponerse en contacto con nosotros es el amor. Dios no nos habla para ponernos a prueba. Ni para encargarnos una tarea en la que nos juguemos el tipo. Lo hace porque en su interior siente hacia nosotros un profundo amor que le impulsa a salirse en nuestra dirección.

Dios habla con nosotros “como amigos”, dice el Concilio. Queriendo establecer unos lazos de igualdad. Esto nos lo demostró en Jesús. Dios se hace hombre entre nosotros. Hombre con todas las de la ley. Sin privilegios. Un hombre “manso y humilde” de corazón.

El que Dios sea tan bueno con nosotros, nos tiene que restablecer en nuestra autoestima y en nuestras buenas relaciones con los demás. (Sed con los demás como os gusta sean con vosotros).

En nuestra Regla de Vida, hablando de la Palabra de Dios, se nos dice “que el Espíritu hace resonar(dicha Palabra) en lo más profundo de nosotros mismos...” (22). La “profundidad” debe ser el destino de esa Palabra. Y no como obra nuestra, sino como labor del Espíritu.

Podríamos, ahora, comparar nuestras experiencias de las Liturgias de la Palabra, cuando estamos en la celebración de la Eucaristía, con la experiencia que hemos vivido antes. (Se pueden recalcar las palabras apuntadas que hacer referencia al proceso de interiorización). ¿Hasta qué punto, cuando escuchamos la Palabra de Dios en nuestras eucaristías, vivimos, experimentamos estos sentimientos o sensaciones? (Se puede dialogar y compartir con los presentes).

Sigue nuestra Regla de Vida diciéndonos que esta Palabra “nos interpela de forma siempre nueva” (22). En otras palabras, “nos hace ver”, “nos cuestiona”, “nos empuja a la acción”....

Podemos pensar que somos como una piscina; en cuyo fondo hay de todo: cosas bonitas que adornan, y cosas que repelen, que es mejor no verlas. Nuestra tendencia normal es el mirar lo bonito, lo atrayente. Y pasar de largo de todo lo demás. Pues, cuando la Palabra “nos interpela” nos está haciendo ver, también lo que no nos gusta. Y gracias a eso, podremos sacar de nuestra piscina todo aquello que la afea.

Ahora vemos más claro la acción reconciliadora de la Palabra de Dios en nuestra raíz.

Por eso dice nuestra Regla de Vida: “La celebración de la Palabra en la liturgia es un tiempo privilegiado para los que buscan al Señor” (R.V. 22).

2ª PARTE
Catequesis

En la liturgia de la Palabra “Dios nos descubre el misterio de la redención y salvación”.  En otras palabras, Dios nos descubre su plan.

Conociendo, como conocemos ahora, nuestros orígenes y procesos evolutivos, Dios tiene en cuenta, en primer lugar, el momento de “crecimiento” en el que nos encontramos. Con sus aspectos positivos y sus lagunas.

El plan de Dios no es recriminatorio, porque no estamos dando la talla a la que somos llamados. Sino, un proyecto lleno de amor para ayudarnos a alcanzar aquello a lo que el dinamismo inicial de la evolución nos está orientando.

El amor de Dios, a favor nuestro, es tan grande que él mismo se implica y compromete en nuestra historia. Es así por lo que el pueblo de Israel experimentó a nuestro Dios como el “Dios de la historia”.

En este sentido, nuestra Regla de Vida afirma que “La celebración de la Eucaristía proclama en la alegría las maravillas que Dios ha realizado en nuestra historia” (R.V. 24). “Y las sigue realizando”, podríamos añadir nosotros.

Como ejemplo, bástenos recordar parte del prefacio de la Plegaria Eucarística de la Reconciliación II: “Pues en una humanidad dividida por las enemistades y las discordias, tú diriges las voluntades para que se dispongan a la reconciliación. Tu Espíritu mueve los corazones para que los enemigos vuelvan a la amistad, los adversarios se den la mano y los pueblos busquen la unión. Con tu acción eficaz consigues que las luchas se apacigüen y crezca el deseo de la paz; que el perdón venza al odio y la indulgencia a la venganza. Por eso, debemos darte gracias continuamente...”

Nosotros, sintiéndonos beneficiados por el plan amoroso de Dios, no podemos, por menos, que mostrarle nuestra adhesión. O, tal vez mejor, dejadnos subyugar por esa excelencia de proyecto.

¿Cómo? “En un compartir fraternal y según nuestra capacidad de acogida” (R.V. 22).

Se nos está insinuando la forma de llevar a cabo la “homilía”. Alrededor de la mesa de la Palabra, compartiendo fraternalmente lo que ella hace brotar en nuestros corazones.

“... y según nuestra capacidad de acogida”. Que, ciertamente, la tenemos que poner en ejercicio en cada eucaristía. Es algo así como cuando deseamos tocar el suelo con las palmas de las manos. Nos inclinamos hasta donde podemos. Pero nos inclinamos. Y después, de nuevo. Y así, muchas veces. Eso mismo hemos de hacer con nuestra capacidad de acogida. Lo cual supone una entrega de nuestra parte.

Pues bien, este “compartir” así, “nos ilumina y nos incorpora al misterio de Cristo” (R.V. 22).

La comensalidad de la Palabra “nos ilumina”, es decir, nos hace ver dónde estamos, y hacia dónde quiere Dios que estemos. Es interesante poder resaltar lo beneficiosa que puede ser cualquier intervención, y la actitud de entrega que supone en quienes la ofrecen.

Y así, viendo más claro, el Espíritu “nos incorpora al misterio de Cristo”. Que no es un misterio en sí, sino la realización plena del plan de Dios a favor nuestro. Como aquello que Jesús nos dice en el evangelio de San Juan: “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos: quien permanece en mí y yo en él dará mucho fruto; pues, sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5).

Ejercicio

1. Tomamos el evangelio del día. Lo leemos en alta voz.

2. Cada uno lo vuelve a leer personalmente, cuantas veces sean necesarias.

3. Cuando hay algo que le llama la atención, se comunica al grupo.

4. Cuando han hablado todos, se abre un diálogo sobre lo que creemos que Dios nos está sugiriendo para nosotros hoy.

3ª P A R T E
Catequesis

El resultado final de la trayectoria que Dios realiza a través de su Palabra es el ofrecer al pueblo “alimento espiritual”.

Como veremos dentro de poco, esto no solamente hay que decir, sino lo tenemos que verificar en nuestra experiencia.

Dice nuestra Regla de Vida que “en la mesa de la Palabra de Dios”, “la fe de la comunidad se nutre y su unidad se profundiza” (R.V. 22).

Podemos, en este momento, a partir de la experiencia vivida a lo largo de la reunión, decir si esto ha sido así en nuestro caso. ¿Hasta qué punto nuestra fe se ha sentido alimentada y la unidad del grupo profundizada? (Se abre un diálogo entre todos).

Siguiendo la espiritualidad sacramentina, nosotros podemos decir que la Palabra de Dios “nos arranca progresivamente de las Fuerzas del Mal. El Señor nos revela la presencia del pecado en nuestros egoismos, inercias o complicidades con la injusticia y nos conduce hacia una vida nueva” (R.V. 25).

El proceso que lleva a cabo la Liturgia de la Palabra es un proceso de gracia. No somos nosotros quienes nos vamos liberando; es la Palabra la que nos “arranca”, la que “nos revela”.

Nosotros lo único que tenemos que hacer es “abrirnos” a fin de que su labor se lleve a cabo en lo más profundo de nosotros mismos. Aquella actitud de María: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según su Palabra”.

Para terminar, vamos a rezar juntos el Ave María. Después, cada uno la reza en silencio y se queda durante un tiempo en aquella frase que más desee.
 

por José Cruz Igartua sss
Fuente: Religiosos Sacramentinos