Tema 2.2

PROYECTO DE EVANGELIZACIÓN
desde la E U C A R I S T Í A.
Etapa segunda

LA EUCARISTÍA NOS RECONCILIA

ORACIÓN INICIAL

Lo más importante no es:
Que yo te busque, sino que tú me buscas en todos los caminos; que yo te llame por tu Nombre, sino que tú tienes el mío tatuado en las palmas de tus manos; que yo te grite cuando no tengo ni palabra, sino que tú gimes en mí con tu grito.

Lo más importante no es:
Que yo tenga proyectos para ti, sino que tú me invitas a caminar contigo hacia el futuro;
que yo te comprenda, sino que tú me comprendes a mí en mi último secreto; que yo hable de ti con sabiduría, sino que tú vives en mí y te expresas a tu
manera.

Lo más importante no es:
Que yo te guarde en mi caja de seguridad, sino que yo soy una esponja en el
fondo de tu océano; que yo te ame con todo mi corazón y todas mis fuerzas, sino que tú me amas con todo tu corazón y todas tus fuerzas;
que yo trate de animarme, de planificar, sino que tu fuego arde dentro de mis huesos.

Porque, ¿cómo podría yo buscarte, llamarte, amarte... si tú no me buscas, me llamas y me amas primero? El silencio agradecido es mi última palabra y mi mejor manera de encontrarte.

INTRODUCCIÓN

Cuando leemos o escuchamos la palabra “reconciliación” ¿qué nos viene a la cabeza? Posiblemente, la confesión.

Conviene tener en cuenta que la práctica de la confesión individual nace en la Iglesia hacia los siglos VIII y IX.

Antes, los pecados tenían su lugar de reconciliación en la asamblea de la celebración eucarística.

Únicamente había tres pecados que excluían de la celebración eucarística: el asesinato, la apostasía y el adulterio.

Podemos afirmar que el primer sacramento de reconciliación es la Eucaristía.

Cuando, por ejemplo, al principio de la misa decimos: “Señor, ten piedad”, si lo hacemos desde el corazón, bastante perdón estamos pidiendo a Dios. Cuando el sacerdote nos responde con : “Que Dios todopoderoso tenga misericordia de vosotros....”. Evidentemente, que nosotros no podemos exigir nada a Dios, pero tal como le conocemos por Jesús, el sacerdote nos podría decir: “Dios todopoderoso tiene misericordia de vosotros, perdona vuestros pecados y os lleva a la vida eterna”. Cuando rezamos el “Cordero de Dios...” lo concluimos: “ten piedad de nosotros”. Antes de comulgar, afirmamos: “Señor no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme”. Expresiones, todas ellas, que, dichas sinceramente, suponen una toma de conciencia seria de nuestra situación de pecadores, y un pedir, de verdad, perdón.

Por otra parte, la práctica habitual de la confesión nos llevaba a hacer hincapié en el “cuántas veces”, “dónde”, “con quién”, etc... Cuando estamos convencidos de que la reconciliación nos debe afectar de “arriba” a “abajo” o de “fuera” a “dentro”, y, también, a lo “ancho”.

Detrás de los “hechos” que nosotros hacemos, hay unas “actitudes” que son la fuente de los hechos. Estas actitudes son como el tronco del árbol. La reconciliación va entrando en profundidad. Y por debajo del tronco, están las raíces del árbol. En nuestro caso de personas, en lo más profundo de nosotros mismos están las raíces de nuestra “pecaminosidad”. Ahí también quiere llegar la Reconciliación.

Hasta aquí, la Reconciliación de arriba abajo; o de fuera a dentro. Ahora vamos a ver la anchura que debe abarcar la Reconciliación.

La persona humana tiene tres niveles de relación:

- DENTRO (ad intra): Relación conmigo mismo; es la relación intrapersonal. Aquí se vive la AUTOESTIMA.

- ENTRE (inter.): Relación con otras personas significativas; es la relación interpersonal. Aquí se vive la CONFIANZA.

-  ENTRE (ad extra): Relación con otros grupos de personas; es la relación comunitario-social. Aquí se vive la ARMONÍA.

Cuando hablamos, pues, de Reconciliación, la estamos ampliando a todas estas dimensiones: verticales y horizontales.

El objetivo, pues de este tema es:
Cómo puede nuestra participación en la Eucaristía provocar y conseguir esta reconciliación.

Para verlo más claro, vamos a contar una historia.

HISTORIA DE JULIA

Julia es la séptima de once niños. El padre tiene doble oficio para poder obtener el dinero suficiente para llevar la familia adelante. Raramente está en casa, y cuando está lo único que hace es dormir. Cuando nace Julia, la madre tiene ya otros seis niños menores de doce años. Muy a menudo la madre está agotada. Los padres de Julia no son negligentes con los niños, no quieren descuidar a Julia, pero al estar tan superocupados, no tienen tiempo para dedicarlo a los hijos.

Como niña normal que es, Julia siente necesidad del cariño de sus padres, siente necesidad de ser abrazada, necesidad de que su madre le diga: ¡Oh Julia, eres la reina de la casa, cariño, bonita mía...! Pero Julia nunca recibe este trato de afecto. Comienza a nacer en ella un problema en el primer nivel, INTRAPERSONAL. Nace en ella una duda existencial, en su subconsciente: ni mamá ni papá quieren abrazarme, no quieren besarme. Tal vez es porque no valgo, porque no soy buena. Se daña su AUTOESTIMA.

Julia ha cumplido los seis años. Es una niña inteligente y muy curiosa. Pregunta a menudo a su madre: Mamá ¿por qué haces esto?; esto, ¿qué es?... Pero resulta que ahora la madre de Julia tiene otros tres niños menores que Julia. No tiene tiempo para Julia, ni paciencia para contestar a sus preguntas. Ella, un día, dice con voz seria a Julia: “Te he dicho mil veces que no me interrumpas cuando doy de mamar al bebé. Vete a tu habitación. Eres una niña mala”. Lo que va a recordar en su vida Julia será este levantar la voz de su madre, esta manera dura de hablarle. Ella piensa que es mala, porque se lo ha dicho su madre. La duda existencial crece y la culpabilidad comienza a aparecer.

Julia ha cumplido doce años. Han surgido problemas serios en la familia. El padre ha quedado sin trabajo y lleva dos años en paro. Se ha dado a la bebida. La madre trabaja fuera de casa para ganar un poco de dinero.

Un día, después de que el padre bebió unas cuantas botellas de cerveza, pegó a Julia y eso lo haría con relativa frecuencia. Julia sufre profundamente y comienza a perder la confianza en su padre. Llega incluso a perderla totalmente. Llega la duda existencial en el segundo nivel INTERPERSONAL.

Julia piensa dentro de sí misma: mi padre me ha hecho mucho daño, me ha herido: pero ya no permitiré que me haga más daño. Julia hace experiencia de la desconfianza.
¡Pobre Julia! Tiene solo doce años y ya lleva dentro de sí, muy dentro de su ser relacional, la duda, la sospecha, la desconfianza, el sentimiento de culpabilidad.

Y ahora pasamos al tercer nivel. Julia vive en Bosnia. Sus abuelos y sus padres son “cristianos” y detestan a los serbios. Julia ha crecido en un ambiente de odio de razas, odio étnico. En este tercer nivel, Julia vive el prejuicio social y la ignorancia.

Cuestionario

a) ¿En qué área de las señaladas necesitas, sobre todo, experimentar la reconciliación?

b) ¿Cuáles te parece que son las tres condiciones necesarias para conseguir la reconciliación?.

CATEQUESIS

La Eucaristía nos reconcilia, en efecto, a todos los niveles.
Nos reconcilia con nosotros mismos, es decir, favorece la autoestima. Si nos sentamos en la mesa eucarística no es porque somos dignos o buenos, sino porque soy importante para Jesús. Lo mismo que a sus discípulos en la última Cena, también me dice a mí o a ti: “No sabes qué ganas tenía de comer contigo” (cf. Lc 22). El que alguien me desee, el que alguien busque mi compañía, me hace bien; me ayuda a valorarme a mí mismo. Para alguien soy importante.

Y si encima Jesús me dice: “Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15,13), y Él no huye de una muerte injusta para demostrarme hasta dónde llega el amor de Dios por mí; todo esto me tiene que hacer pensar lo muchísimo que Dios me quiere, y lo muchísimo que valgo para Él.

También nos reconcilia con los demás: con los más cercanos y los más alejados. En la comida de Jesús no estoy yo sólo; hay más gente: algunos conocidos y otros, no. Personas de toda clase y condición. Y con todos tiene Jesús una actitud cariñosa y de servicio: nos quita lo sucio (lavado de los pies) y nos alimenta con su Cuerpo y Sangre. Y nos dice: “¿Entendéis lo que os he hecho?... Os he dado ejemplo para que hagáis lo que yo he hecho” (Jn 13,12-14). De tal manera que cuando esto no se da, aunque vayamos a misa, “... no coméis la cena del Señor” (1 Co 11,20).

La Eucaristía, también nos reconcilia en profundidad.

La Palabra de Dios que escuchamos en cada celebración se parece a una “espada de doble filo” (Hbr 4,12) que, cual bisturí, llega a lo más profundo de nosotros mismos. También se asemeja a “la lluvia y la nieve del cielo... que empapan la tierra, la fecundan y la hacen germinar...; así será mi Palabra (dice Dios)... no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo” (Is 55,10-11). Y sabemos que la Palabra de Dios es eficaz.

Cuando comulgamos, el mismo Jesús penetra en nuestra interior, para configurarnos a su imagen. Parangonando a un Padre de la Iglesia, podemos decir: “somos lo que comemos” (él dice: “somos lo que celebramos”).

ORACIÓN FINAL

Padre Nuestro que estás en el cielo
santificado sea tu Nombre
venga a nosotros tu reino
hágase tu voluntad
así en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día
perdónanos nuestras ofensas

(aquí, cada uno, hace un momento de silencio y libremente puede exponer a la asamblea aquellas ofensas que tenga en su interior)

como nosotros personamos a los que nos ofenden
y no nos dejes caer en tentación
y líbranos del mal. Amén.

por José Cruz Igartua sss
Fuente: Religiosos Sacramentinos