Tema 0.5

“UN PAN PARTIDO EN CUATRO”
Proyecto de EVANGELIZACIÓN
Desde la EUCARISTÍA

“A DIOS ROGANDO...” ¿PERO, A QUÉ DIOS?

I N T R O D U C C I Ó N

Recordar brevemente el recorrido llevado hasta ahora:

- ¿qué es ser cristiano? : tener fe en el “Jesús de las comidas”;
- la fe se celebra: celebración de la Eucaristía;
- la fe se interioriza: la oración ante la Eucaristía.

La Eucaristía tiene varios aspectos: - como celebración (la misa)
                                                  - como comunión fuera de la misa
                                                  - como viático a los enfermos
                                                  - como presencia permanente.

“La celebración del Memorial del Señor.... Es el punto de partida de nuestra comprensión de la Eucaristía....” (R.V. 21). De ella surge el sentido y significado de todas las otras dimensiones.

Es bueno tener esto en cuenta porque ha habido épocas en las que la dimensión más destacada del misterio de la eucaristía ha sido la “presencia real”.

A la hora de hablar con Dios, con Jesús, el del sagrario, solemos hacerlo desde nuestra manera de pensar. Creemos que Dios es como nosotros creemos que es. Si nos portamos mal, se enfada. Y, si queremos que nos haga caso, es importante desenfadarle con algún sacrificio de nuestra parte. Hay que pedirle para que nos conceda algo. Etc...
Y creemos que Jesús está en el sagrario como nosotros pensamos que está. Según nuestra manera de ver las cosas. Le hemos visto “sólo”, “abandonado”, “rebajado” en dignidad, “con frío”, etc...

Por eso, el objetivo de nuestro encuentro es:

Descubrir al Dios ante quien rezamos.

E X P E R I E N C I A

Vamos a partir de algunas advertencias que Jesús hace a nuestra oración:

- Mt 6,5-8: rezar, no para que me vea la gente; no utilizar muchas palabras;                                        Dios no las necesita: sabe lo que necesitamos.

- Mc 9,25-29: constancia en la oración.

- Lc 18,9-14: oración humilde.

¿Qué me diría Jesús de mi oración?

Trabajo personal. Puesta en común.

A partir de lo que se ha podido decir, entresacar algunas características del “Dios” que refleja nuestra oración. (Por ejemplo, si uno siente que Jesús le dice que rece no solamente para pedir, podemos deducir que el “dios” a quien rezamos es un “tapaagujeros”).

E L  R O S T R O  D E  D I O S

“El rasgo más original y gozoso de la oración cristiana proviene del mismo Jesús que nos ha enseñado a invocar a Dios como Padre, con la confianza de hijos e hijas, pues realmente lo somos: “Vosotros, cuando oréis, decid: Padre” (Lc 11,2). Sería un error desfigurar esta oración o sustituirla con elementos extraños, debilitando nuestro encuentro gozoso con el Padre del cielo”.

El diálogo con un Dios personal

“La oración del cristiano es un diálogo con un Dios personal que está atento a los deseos del corazón humano y escucha su oración. Una meditación que desembocara sólo en un estado de quietud o en una “inmersión en el abismo de la divinidad”, no sería todavía encuentro cristiano con Dios, nuestro Padre. Aún reconociendo todo su valor sanante, no hemos de confundir tampoco el sosiego y la distensión que generan ciertos ejercicios físicos-síquicos, con la comunicación cristiana con Dios. Por otra parte, el “vacío mental” que se consigue por medio de ciertas técnicas no tienen en sí mismo un valor religioso cristiano, si no conduce a la persona hacia el misterio personal de un Dios Padre.

La oración de los salmos, hecha de súplicas ardientes, invocaciones confiadas y deseo de Dios, nos orienta bien hacia el clima propio de la oración cristiana: “Mírame, oh Dios, y ten piedad de mí, que estoy solo y afligido” (Sal 25): “Tu rostro busco, Señor; no me escondas tu rostro” (Sal 27); “Te daré siempre gracias... ¡Tú sí que eres bueno!” (Sal 52).

Con la confianza de hijos

“Orar teniendo como horizonte a un Dios Padre es invocarle siempre con confianza filial. Jesús siempre se dirigió a Dios llamándole “Abbá”, “Padre”, y, fieles a ese espíritu, también nosotros, sintiéndonos “hijos en el Hijo”, nos atrevemos a decir lo mismo. Nos lo recuerda san Pablo: “Mirad, no habéis recibido un espíritu que os haga esclavos para recaer en el temor; habéis recibido un Espíritu que os hace hijos y que nos permite gritar: “Abbá”, ¡Padre! Ese mismo Espíritu le asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios” (Rm 8,15-16). Por eso, el cristiano no reza a un Dios lejano al que hay que decirle muchas palabras para informarle y convencerle. Esa oración, según Jesús, no es propia de sus discípulos. Nosotros oramos a un Padre que “sabe lo que necesitamos antes de pedírselo” (Mt 6,8). Un Padre bueno que nos ama sin fin: “Si vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre del cielo dará cosas buenas a los que se las pidan!” (Mt 7,11). Los que sois padres y madres entendéis mejor que nadie las palabras de Jesús.

Por eso, la oración cristiana nunca es fácil, pero siempre es sencilla. Basta invocar a Dios sinceramente, con corazón de niño. No jugar ante Dios a “ser mayores”. Despojarnos de nuestras máscaras y confiar en su amor misericordioso. El se revela, no tanto a los sabios y entendidos, sino a la “gente sencilla” (cfr. Mt 11,25)”.

Desde el ser de hijos

Orar a un Dios Padre no infantiliza. Al contrario, nos hace más responsables de nuestra vida. No rezamos a Dios para que nos resuelva nuestros problemas. Oramos y vigilamos para fortalecer nuestra “carne débil” y disponernos mejor a cumplir la voluntad del Padre (cfr Mt 26, 41). No se trata de seducir a Dios y convencerle para que cambie y cumpla nuestros deseos. Si oramos es precisamente para cambiar nosotros escuchando los deseos de Dios. No le pedimos que cambie su voluntad para hacer la nuestra. Pedimos que “se haga su voluntad”, que es, en definitiva, nuestro verdadero bien. Rezamos para escuchar y cumplir con más fidelidad la voluntad del Padre. Así oraba Jesús: “Padre... no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc 22,42).

Movido por ese espíritu de fidelidad al Padre, el discípulo de Jesús se abre al amor universal. No es posible invocar a Dios como Padre sin sentirse hermano de todos. La filiación fundamenta la fraternidad. No le reza cada uno solo a “su Padre”. Oramos a “nuestro Padre”, el Padre de todos sin excluir a nadie. Así lo quería Jesús: “Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre del cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y hace llover sobre justos e injustos” (Mt 5,44-45)”.

(Este texto está tomado de la Carta Pastoral de los Obispos Vascos titulada “LA ORACIÓN CRISTIANA HOY”, del año 1999).

O R A C I Ó N  F I N A L

Padre nuestro,
Padre de todos,
líbrame del orgullo
de estar solo.

No vengo a la soledad
cuando vengo a la oración,
pues sé que, estando contigo,
con mis hermanos estoy;
y sé que, estando con ellos,
tú estás en medio, Señor.

No he venido a refugiarme
dentro de tu torreón,
como quien huye a un exilio
de aristocracia interior.
Pues vine huyendo del ruido
pero de los hombres no.

Allí donde va un cristiano
no hay soledad, sino amor,
pues lleva toda la Iglesia
dentro de su corazón.
Y dice siempre “nosotros”
incluso si dice “yo”.

por José Cruz Igartua sss
Fuente: Religiosos Sacramentinos