Neoliberalismo
DPE
 

Para comprender el neoliberalismo nos remitimos a Fukuyama, un ciudadano de U.S.A. Y bien situado: asesor de la Casa Blanca. Se hizo famoso hace unos años por un libro en que se anunciaba el fin de la historia y la llegada del último hombre. Me explico: para este autor, el neoliberalismo capitalista es el sistema de gobierno y socioeconómico más perfecto. Por eso, paradójicamente, afirma que llevaba razón Marx cuando anunció el fin de la historia en nuestros días. Pero se equivocó de fecha: no será con la emancipación del proletariado, sino con el triunfo de las democracias liberales. Ya no podemos pedir más. Es lo más perfecto. La caída del comunismo ruso lo ha confirmado: sólo el capitalismo es lo que logra sobrevivir. Todo es cuestión de esperar a que los países más pobres logren nivelarse y desarrollarse con relación a los ricos.

Releyendo a Fukuyama, no puedo por menos de abrir las primeras páginas del libro del Génesis y revivir una paradoja: si en un principio la tentación de la humanidad fue "querer ser como dioses gozando de la inmortalidad y de la capacidad de discernir autónomamente el bien y el mal", hoy la tentación es la contraria: querer instalarnos en la finitud de nuestra condición humana, dando por hecho que lo que vivimos en este momento histórico es lo mejor.

El día que las tesis de Fukuyama se hagan experiencia general habremos llegado ciertamente al fin de la historia, porque la persona humana habrá decapitado e hipotecado su corazón y su cabeza. Y, lo que es más triste, elevado a rango de dios todo un símbolo: el dólar; y canonizado un sistema: el neocapitalista o neoconservador.

¿Era necesario que lo recordara el cardenal J. Ratzinger? En recientes declaraciones ha afirmado textualmente: "La caída del comunismo no confirma la bondad del capitalismo en todas sus formas. El neocapitalismo salvaje no es capaz de resolver el abismo entre pobres y ricos y los problemas de la humanidad en la hora presente. Se debe buscar una economía social de mercado. Este es el desafío del postcomunismo".

El cardenal está convencido de que si los valores que priman en nuestra sociedad son sólo los materiales, supeditados al dios dinero, nuestra cultura se puede calificar de "inferior". Y, lo que es peor, genera un modelo socio-político en el que proliferan estructuras de injusticia, egoísmo y conflictividad social.

Hace no mucho se daban a conocer en Burgos estos datos: el 96% de los contratos firmados en 1996 fueron temporales y casi la mitad de ellos tuvieron una duración inferior al mes.

La doctrina social de la Iglesia aboga por situar a la persona por encima del capital y por el reconocimiento efectivo de un trabajo digno para cada persona. El trabajo es mucho más que un medio de subsistencia: está en juego la realización de la persona misma. Por el trabajo, el hombre no sólo hace cosas sino que se hace a sí mismo.

Una llamada muy especial de atención para el sector juvenil. Sin el trabajo jamás podrá emanciparse ni dejar de ser permanentemente dependiente de su familia o de instituciones.

La llamada de los últimos Papas en el sentido de que los pobres (personas y naciones) son cada vez más pobres y los ricos cada vez más ricos, sigue siendo un reto dramático. Y como la naturaleza no da saltos, y ni el vacío puede permanecer por mucho tiempo como tal, si el neoliberalismo no corrige sus premisas y su praxis, el postcomunismo puede desembocar en sorpresas inesperadas. Ya se están dejando sentir algunos signos. Léanse algunas acciones dedos movimientos de liberación radicales y la caída del coloso ruso. Aviso para navegantes: ¿Qué pasaría con los excluidos del sistema?

En España, 8 millones de pobres (percibiendo unas 38.000 ptas mensuales), y un millón y medio de paupérrimos (sobreviven con unas 19.000 ptas). Y, además, parados de larga duración, ancianos abandonados, mujeres sin estudios, jóvenes sin empleo, emigrantes, toxicómanos, sidosos, etc.

¿Qué causas llevan a la marginación? Comenzamos por las de tipo económico: desempleo y paro de larga duración. Seguimos por el fracaso en las relaciones humanas, familiares y sociales. Continuamos por las culturales y de salud psíquica: incultura y falta de sentido y de motivaciones en la vida. Finalizamos con las sociales: analfabetismo, xenofobia y racismo. Todos estos factores desintegran el tejido social.

No hay soluciones fáciles. Se han acabado los sistemas "de piezas únicas", es decir, las ideologías que creían que cambiando una pieza, todo cambiaría. O, con otras palabras, sistemas que achacaban el mal a un solo problema: en el marxismo, la propiedad privada. En el capitalismo, la iniciativa privada. En el revolucionarismo, el parar el mundo para bajarse. En el fascismo, el sindicalismo vertical, etc.

Nuestro sistema vive en crisis permanente. Crisis económica: problemas de producción-distribución-trabajo, problema ecológico o de agotamiento de recursos y problema de desarrollo-calidad de vida. Crisis de valores: la corrupción, el pelotazo y el presentismo se han instalado con fuerza. Y, finalmente, crisis del sistema social: en este momento la economía es como el dios que invade todo.

Hoy, una llamada de atención: se necesita, con urgencia, equilibrar cuatro fuerzas: política, cultura, religión y economía. Cada cual en su dimensión. Pero las cuatro al servicio de la persona y de su dignidad. Rompiendo el llamado abismo, cada vez más abierto, de la desigualdad.

Según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) se pone en evidencia el "escándalo trágico" de la situación mundial actual. Se sabían los datos ya en 1989, pero no se ha querido darlos a conocer hasta después de 1992. Los datos hablan por sí solos, y se pueden resumir en estos términos:

El último decenio se ha caracterizado por el crecimiento de la desigualdad entre ricos y pobres. 1/5 de la humanidad necesita apropiarse de las 4/5 partes de nuestro planeta para mantener su elevado nivel de riqueza.

Desde 1950 a 1990 la población mundial ha crecido de 2.500 millones a 5.300 millones. El 25% de la población mundial rica consume el 70% de la energía, el 75% de los metales, el 85% de la madera, y el 60% de los alimentos del planeta.

250 millones de personas por año padecen episodios agudos de enfermedades diarreicas; 1.300 millones carecen de acceso al agua potable, y 2.500 millones no tienen acceso a servicios sanitarios.

Cada año 700 millones de personas forman parte del índice de subempleados o desempleados. Cerca de 75 millones de personas dejan su tierra todos los años en calidad de emigrantes.

Por todo lo cual se hace necesario un pacto mundial entre países ricos y pobres. Un pacto internacional realista, equitativo, solidario y pacífico. Es la base del verdadero Orden Nuevo Mundial para el comienzo del milenio.

Suele ser un tópico afirmar que la ciudad, surgida desde el Renacimiento, fue el símbolo del paraíso íntegramente humano, de la civilización y del progreso. Oponiendo metrópoli a la barbarie de formas de vida inferiores, tanto rurales, como de inferior desarrollo. La ciudad moderna ha sido el símbolo de hasta dónde una nación, un país, un pueblo, podía catalogarse dentro del Primer, Segundo o Tercer mundo.

Lo que muchos sociólogos no podían imaginarse es que la ciudad, la metrópoli, llegaría a crear dentro de ella un nuevo mundo: el Cuarto. El submundo de la miseria, de la pobreza, de la marginación en todas sus formas y cruel realidad. La barbarie se ha incubado en el corazón mismo de la ciudad. Las clases sociales más radicales, divididas por sentimientos racistas, xenófobos y étnicos, están dentro de la ciudad. Y el tribalismo más arcaico, en tribus urbanas juveniles, y en tribus de emigrantes, sin aparente posibilidad de integración, ha hecho su aparición de forma violenta y radical. R Bourdieu, en su reciente obra "La miseria del mundo", ha dejado esculpida una máxima lacerante: "No es que la realidad no haya sido contada, es que no ha sido escuchada". Para reconvertir el estado del malestar en el estado del bienestar profundo y cualitativo, necesitamos escuchar, ver, oír, palpar y sentir con nuevos oídos, ojos, manos y corazón. De nuevo resuenan en mi interior dos refranes cargados de utopía y futuro: "hombres nuevos para una sociedad nueva". Y, "cambiemos corazones al mismo tiempo que estructuras". Y, añado, cambiemos contravalores por valores: "éxito, fama, poder, tener"... por solidaridad, justicia, interioridad, tolerancia, diálogo. Estamos a tiempo.

Los últimos sistemas vigentes en el final del siglo, capitalismo liberal y colectivismo estatalista, deben corregirse radicalmente en sus errores. Recordemos que el neoliberalismo radical desemboca en la globalización salvaje.

BIBL. - R. BERZOSA MARTÍNEZ, Evangelizar en una nueva cultura, San Pablo, Madrid 1998; ID., ¿Qué nos espera en el S. XXI? DDB, Bilbao 1998.

Raúl Berzosa Martínez