Matrimonio, Pastoral del
DPE
 

SUMARIO: 1 Pastoral prematrimonial. 1.1. Casos normales: a) Preparación remota; b) Preparación próxima; c) Preparación inmediata. 1.2. Casos especiales: a) Bautizados no creyentes; b) Varios supuestos. — 2. Celebración del sacramento: a) Celebración del Matrimonio en un contexto eucarístico; b) Celebración del Matrimonio fuera de la Misa. -3. Pastoral post-matrimonial. 3.1. Estructuras y agentes de la pastoral matrimonial: a) Estructuras; b) Agentes de la pastoral familiar. — 4. Pastoral familiar de los casos difíciles: a) Casos objetivamente difíciles; b) Matrimonios mixtos; c) Matrimonios en situaciones irregulares. — 5. Luces y sombras de la pastoral matrimonial.


"La evangelización, en el futuro, depende en gran parte de la familia doméstica" (JUAN PABLO II, Familiaris consortio, n. 65, en adelante=FC, repitiendo unas palabras del Discurso a la 111 Asamblea General de los Obispos de América Latina, IV a, 28 de enero de 1979, "ASS" 71 (1979) 204). Estas palabras de la Familiaris consortio, recogidas en otros documentos magisteriales posteriores (cf. CIC, c. 1063; Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1632; Ritual del Matrimonio, 8-34), son suficientes para destacar la importancia y trascendencia de la pastoral del Matrimonio. Una pastoral que se articula en torno a tres ejes: la preparación prematrimonial, la celebración del sacramento y la pastoral postmatrimonial.

1. Pastoral prematrimonial

1.1. Casos normales

La pastoral prematrimonial es el conjunto de acciones que se realizan para que un hombre y una mujer se preparen al Matrimonio desde sus primeros balbuceos humanos y cristianos hasta el momento en que se casan en el Señor. Esta preparación -exigida por la naturaleza del sacramento- es hoy más necesaria que nunca, por los profundos cambios socio-culturales y religiosos que han sobrevenido en casi todas las sociedades modernas y que han tenido grandes consecuencias en los comportamientos y en la vida matrimonial, hasta el extremo de haber nacido un nuevo sistema de relación prematrimonial y de conyugalidad.

Según es unánimemente admitido, en la base de muchos fenómenos negativos que caracterizan la actual vida familiar, está la ausencia de dicha preparación; pues los jóvenes, "al no poseer ya los criterios seguros de comportamiento, no saben cómo afrontar y resolver las dificultades" (FC 66) que comporta vivir en Alianza durante un arco tan amplio y complejo como el que forma una existencia compartida desde la juventud hasta la ancianidad. Al contrario, la experiencia confirma que los jóvenes que se han preparado bien para la vida familiar, suelen vivirla mejor que quienes no lo han hecho.

El largo itinerario que conduce al matrimonio comprende tres etapas: una preparación remota, una preparación próxima y una preparación inmediata (este esquema es el que presentan la Familiaris corsortio, n. 66, el Código de Derecho Canónico, c.1063, el Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1632, y la segunda edición de Ritual del Matrimonio, de 1990, nn. 12-22). Las tres se articulan e interrelacionan como partes de un todo, pues la preparación al Matrimonio ha de ser vista y actuada como un proceso gradual y continuo.

a) Preparación remota. Esta etapa se inicia en la infancia y se prolonga hasta el noviazgo. Tiende al crecimiento humano y cristiano en general, imparte una instrucción básica sobre el significado del matrimonio y las funciones de los esposos y padres, y trasmite la identidad y los valores fundamentales del matrimonio y de la familia cristiana. Un aspecto nuclear de este momento consiste en presentar y hacer descubrir el Matrimonio como una verdadera vocación a la santidad y al apostolado, que son inseparables de la donación de sí mismos a los demás. No obstante, el Matrimonio no debe ser presentado como la única vocación cristiana, sino en el marco de las demás vocaciones, con el fin de que el niño-adolescente contemple "la posibilidad del don total de sí mismo a Dios en la vocación sacerdotal y religiosa" (FC 66). De hecho, la familia cristiana ha sido el semillero más fecundo en el que han nacido, crecido y madurado incontables vocaciones sacerdotales y religiosas y otras formas de entrega a Dios en medio del mundo.

Esta preparación se realiza "con la predicación, con la catequesis adaptada a los pequeños, a los jóvenes y a los adultos, e incluso con los medios de comunicación social" (Ordo celebrandi matrimonium, Editio typica altera, Typis Polyglottis Vaticanis 1990, n. 14) (RM 14-1), con el ejemplo y la educación de los padres y hermanos, y con la vida y ayuda cristiana de la comunidad parroquial y de otras instancias eclesiales. Los responsables de esta preparación son, sobre todo, los padres, los pastores, la parroquia y los educadores cristianos.

b) Preparación próxima. Esta etapa marca el inicio de la preparación específica del Matrimonio y se desarrolla a lo largo del noviazgo, "como un camino catecumenal" (FC 66-5), en el que los novios conocen, con progresiva extensión y hondura, las grandes coordenadas doctrinales del sacramento que va a unir de modo total y para siempre sus vidas, y realizan el correlativo aprendizaje humano y cristiano de las virtudes matrimoniales. Esta preparación ha de posibilitar que los novios tomen conciencia del significado y valor profundo del matrimonio y familia cristianos, renueven su fe y vida cristiana, y descubran si Dios les llama a unirse entre sí en Matrimonio.

La catequesis juega en este momento un papel relevante, pues sin ella sería impensable una celebración y vivencia del sacramento en consonancia con las exigencias morales y espirituales que postula su naturaleza.

El noviazgo constituye el momento fundamental de una preparación matrimonial que sea verdadera y eficaz. Es urgente que la pastoral descubra esta realidad y haga de ella el centro de su programación y acción, aunque la dificultad sea notable, dado el masivo alejamiento de los jóvenes de la práctica religiosa, su cuasicrasa formación religiosa y la muy extendida aceptación, teórica y práctica, de principios y valores opuestos al matrimonio y a la familia. La parroquia debería ofertar a los novios una "escuela catecumenal", en la que, de modo estable y permanente, se celebrasen reuniones formales e informales, charlas de formación humana y cristiana sobre el matrimonio y la familia, momentos de oración, celebraciones penitenciales, etc., de modo que el noviazgo representase una etapa de verdadera conversión y maduración cristiana en vistas al Matrimonio.

El noviazgo así concebido aparece como un momento fuerte de evangelización, de conversión, de oración y de vida cristiana, enmarcados en un ámbito semejante al catecumenado bautismal, en el que sean leyes importantes las de la gradualidad, progresividad y duración. Visto en esta perspectiva, el noviazgo aparece como una realidad que tiene valor en sí misma, y como un tiempo de crecimiento, responsabilidad y gracia, como un momento privilegiado y prolongado de formación, catequesis, diálogo, oración y caridad. Estas dos últimas dimensiones revisten una importancia especial, dado que la del Matrimonio es una vocación al don permanente y total de sí, imposible de realizar al margen de una vida profunda de oración individual y comunitaria, iluminada por la lectura y meditación de la Palabra de Dios. Más en concreto, los novios han de ser ayudados a que profundicen conjuntamente la experiencia de la Eucaristía.

El crecimiento del amor, en efecto, está indisolublemente unido al misterio de unidad y amor de la Eucaristía, cuyo dinamismo opera la trasformación progresiva de los novios: el Cuerpo y la Sangre de Cristo les cristifica cada vez más y les une con progresiva intimidad, al unirlos a El y, en consecuencia, insertarles en el amor que le llevó a dejarse enclavar en la Cruz. En la mesa del sacrificio descubrirán los novios la culminación de su vida actual y de la vida conyugal que brotará del Matrimonio. De este modo, madurando cada día en su mutuo amor, percibirán la tensión de unirse con Cristo en la Eucaristía, para encontrar en ella el modelo y la fuente de una auténtica comunión, que les dispondrá a la plena donación sacrificial en el Matrimonio.

En este contexto se comprende que el Bendicional contemple el noviazgo de los cristianos como "un acontecimiento singular" que es oportuno "celebrar con algún rito especial y con la oración común, para invocar la bendición divina y llevar a feliz término lo que felizmente comienza" (BENDICIONAL, Bendición de los prometidos, Coeditores litúrgicos 1986, n. 197). Esta bendición no comporta, ciertamente, la santificación automática del noviazgo, pero asume un verdadero valor pedagógico si logra traducir en el signo litúrgico la experiencia de fe y de oración que anima el itinerario de los novios. Esta experiencia sólo es posible si la bendición de los novios da paso a una verdadera liturgia del noviazgo, atenta a los valores del Matrimonio cristiano y a ciertos aspectos típicos de este período.

c) Preparación inmediata. Es la que corresponde a los últimos meses o semanas que preceden a la boda. Durante ella tiene lugar una catequesis más directamente litúrgico-sacramental sobre el Bautismo, la Confirmación, la Penitencia, la Eucaristía y sobre todo el Matrimonio. Este es, en efecto, el momento en el que, realizado el propósito serio de casarse, los novios preparan la celebración del sacramento con el fin de participar en él de modo consciente, activo y fructuoso. La preparación inmediata, necesaria para todos los futuros contrayentes, tiene especial vigencia para quienes, llegado este momento, presentan todavía carencias y dificultades en la doctrina y en la práctica cristiana.

Los contenidos de la catequesis variarán en cada circunstancia, pues dependen de la situación de los contrayentes. Sin embargo, dada la actual ignorancia religiosa, conviene que la catequesis verse sobre los elementos básicos de la doctrina cristiana (símbolo de la fe, mandamientos, sacramentos, oración) y la doctrina fundamental sobre el matrimonio y la familia (El Ritual del Matrimonio, nn. 1-11, y el Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1602-1166, son puntos de obligada referencia), haciendo mención expresa de la procreación y educación de los hijos, las propiedades del matrimonio, la castidad conyugal, y la importancia de la familia en la vida eclesial y social. La catequesis debe explicar también todos y cada una de las partes y ritos del sacramento, sobre todo el consentimiento y la bendición nupcial.

Los medios para realizar la preparación inmediata son muy variados. Durante los últimos decenios se han afianzado los "cursillos prematrimoniales" y las "convivencias para novios". Los cursillos prematrimoniales suelen durar una o dos semanas, en los que sacerdotes, médicos y matrimonios desarrollan varios temas básicos sobre el matrimonio y la familia, en la propia parroquia o de modo interparroquial. No son pocos sus aspectos positivos, pero estos cursillos son insuficientes y, en no pocas ocasiones, se convierten en mero trámite y carecen de realismo y adaptación. Las convivencias de novios consisten en reunir a los ya próximos contrayentes en un determinado lugar, durante varios fines de semana a lo largo de algunos meses, para vivir en común la experiencia de la fe y la preparación al sacramento.

Existe un medio que debería encontrar mucha mayor acogida y que en no pocas ocasiones es casi el único posible. Se trata del encuentro y trato personal con los contrayentes, propiciado por el momento en que los novios entran en contacto con la parroquia para anunciar su boda y el de la realización del llamado "expediente matrimonial". A pesar de que nuestra época sufra una inflación asamblearia y una llamativa insuficiencia interpersonal, es indudable que sin el trato personal y personalizado, todas las reuniones quedan esclerotizadas y sin alma. Por eso, el párroco —mejor que ninguno de sus colaboradores laicos— ha de entrar en diálogo cordial y verdadero con los novios, huyendo del "compromiso" y la rutina. Este diálogo amistoso facilita el conocimiento de la situación real de los contrayentes, ayuda a superar posibles prejuicios y distancias, tiende puentes para el futuro y cumple una función que no por menos clasificable deja de ser muy eficaz.

Finalmente, el Ritual del Matrimonio pone especial énfasis en esta preparación litúrgica del sacramento. Un aspecto destacado de la misma es la elección de los elementos más acordes con las peculiaridades de los novios y el tenor de la asamblea participante. En concreto, hay que determinar si el matrimonio se celebra dentro o fuera de la misa, cuáles serán las lecturas que se proclamen, cuáles las fórmulas del consentimiento, de la bendición de los anillos, la bendición nupcial, la posibilidad de rito de las arras y otros pormenores. El Ritual prevé la posibilidad de hacerlo junto con los novios. También hay que establecer con ellos el día y hora más adecuados, pero teniendo en cuenta que "en ningún caso se celebrará el Matrimonio el Viernes Santo en la Pasión del Señor ni el Sábado Santo" (RM 32) y que si el elegido es un día "de carácter penitencial, sobre todo en tiempo de Cuaresma" (RM 32), hay que tener en cuenta esa naturaleza peculiar a la hora de expresar el carácter festivo de la celebración (cf. RM 31-32).

1.2. Casos especiales

Además de los que pueden considerarse "casos normales", la pastoral prematrimonial se encuentra hoy con no pocas situaciones especiales. Tales son, por ejemplo, el de los bautizados no creyentes, el de los bautizados divorciados vueltos a casar civilmente, el de los bautiza-dos divorciados de un matrimonio civil que desean contraer un matrimonio canónico con la misma persona, y el de los católicos que quieren contraer matrimonio canónico con parte no católica o incluso no bautizada.

a) Bautizados no creyentes. El con-texto secularizado de la sociedad actual ha dado lugar al caso cada día más frecuente de personas que recibieron el Bautismo a los pocos días de su nacimiento, pero que se profesan no creyentes y, no obstante, desean contraer matrimonio en la Iglesia. Este supuesto plantea una notable dificultad pastoral. El matrimonio, en efecto, mientras por una parte exige una situación de fe para su celebración por ser sacramento, por otra es sacramento de una realidad ya existente en la economía de la creación: la misma alianza conyugal instituida al principio por el Creador.

Por este motivo, "la decisión del hombre y de la mujer de casarse según este proyecto divino, es decir, la decisión de comprometer en su respectivo consentimiento conyugal toda su vida en un amor indisoluble y en una fidelidad incondicional, implica realmente -aunque no sea de forma plenamente consciente- una actitud de obediencia profunda a la voluntad de Dios, que no puede darse sin su gracia. Ellos quedan ya insertados en un verdadero camino de salvación, que la celebración del sacramento y la inmediata preparación a la misma pueden completar y llevar a cabo, dada su rectitud de intención" (FC 68,2).

Además, estos novios están ya injertados en la Alianza esponsal de Cristo con la Iglesia gracias al bautismo, por lo que, dada su recta intención, han aceptado el proyecto de Dios sobre el matrimonio y -al menos de modo implícito- acatan todo lo que la Iglesia tiene intención de hacer cuando celebra el matrimonio. Por este motivo, aunque en su petición se mezclen también motivaciones sociales, no hay justificación para un eventual rechazo por parte de los pastores.

La pretensión de introducir ulteriores criterios para admitir al matrimonio eclesial según el grado de fe de quienes están próximos a contraerlo, comporta, entre otros, los riesgos de emitir juicios infundados y discriminatorios, suscitar dudas sobre la validez de matrimonios ya celebrados -con el consiguiente grave daño para la comunidad cristiana e inquietudes in-justificadas para la conciencia de los es-posos-, y contestar o poner en duda la sacramentalidad de muchos matrimonios de hermanos separados, contraviniendo la tradición eclesial.

Sin embargo, puede suceder que los contrayentes rechacen de manera expresa y formal lo que la Iglesia realiza cuando celebra el matrimonio entre bautizados. En tal supuesto, la responsabilidad del pastor de almas exige "no admitirlos a la celebración" (FC 68,5) y "hacer comprender a los interesados que, en tales circunstancias, no es la Iglesia sino ellos mismos quienes impiden la celebración que a pesar de todo piden" (ibidem).

b) Varios supuestos. Otros casos especiales son los Matrimonios mixtos -de éstos hablaremos más adelante-, las segundas nupcias y los matrimonios entre personas mayores, sobre todo si ambos ya han estado casados y tienen descendencia.

2. Celebración del sacramento

La celebración del Matrimonio, incluso en los supuestos de rituales muy inculturizados, tiene como referentes ineludibles su carácter de gesto sacramental de santificación, signo litúrgico y gesto sacramental de la Iglesia (cf. FC 67).

En cuanto gesto sacramental de santificación, "la celebración del Matrimonio debe ser válida, digna y fructuosa" (FC 67,1). La pastoral tiene aquí un amplio y laborioso abanico de imperativos, pues se trata de satisfacer las exigencias derivadas del pacto conyugal elevado a sacramento -cuales son la unidad, fidelidad, indisolubilidad y apertura a los hijos- y observar fielmente la disciplina de la Iglesia en lo relativo al libre consentimiento, los impedimentos, la forma canónica y el rito de la celebración establecido por las Conferencias Episcopales y aprobado por la Sede Apostólica.

Desde la dimensión de signo litúrgico, la celebración litúrgica del Matrimonio debe manifestar que es una proclamación de la Palabra de Dios y una profesión de fe la comunidad de los creyentes. La pastoral tiene que cuidar con diligencia tanto la preparación inteligente de la Liturgia de la Palabra como la educación a la fe de los que participan en la celebración, sobre todo de los contrayentes.

En cuanto gesto sacramental, el Matrimonio es una celebración de la Iglesia (cf. SC 7, 23). Por tanto, una celebración de toda la comunidad cristiana, en la que cada uno de los miembros asume y realiza de modo consciente y fructuoso el papel que le corresponde: los esposos, el sacerdote, los testigos, los padres, los amigos y los demás fieles.

Los contrayentes, por su condición de ministros del sacramento, ocupan el lugar central de la celebración. El punto más decisivo para una participación verdadera es que celebren el sacramento en estado de gracia y que al celebrarlo exista plena correspondencia entre los ritos y las actitudes y sentimientos profundos de su corazón, imposibles sin una catequesis adecuada sobre el sentido y simbolismo del conjunto y de cada uno de sus elementos, y, más en concreto, del consentimiento, la bendición nupcial, y la entrega de los anillos y de las arras. La liturgia de la Palabra -con una selección adecuada de lecturas y cantos, y una homilía bien adaptada-juega un papel importante en este sentido.

Los testigos tienen un papel importante, al ser los representantes cualificados de la Iglesia. Pueden ser testigos el presbítero (RM 23), el diácono (RM 24) y los mismos laicos (RM 25). Todos ellos necesitan facultad para que asistan validamente al Matrimonio. Los presbíteros la obtienen por razón de su oficio o por delegación del párroco o del Ordinario; los diáconos, del párroco o del Ordinario; los laicos del Obispo diocesano, el cual necesita "el previo voto favorable de la Conferencia Episcopal y la licencia de la Sede Apostólica" (RM 25). Cuando el testigo eclesial cualificado es un presbítero -como suele ser la norma-, conviene que sea el mismo que preparó a los novios al Matrimonio quien reciba el consentimiento y celebre la Eucaristía.

Otros laicos que pueden participar de distinto modo son los padrinos, los lectores, los cantores, el monitor, etc.

Finalmente, toda la comunidad cristiana. Ella es, en efecto, el ámbito en el que los contrayentes han nacido a la fe y vivido su experiencia cristiana, el lugar en el que han visto testificado y encarnado el Matrimonio-sacramento, y la comunidad que los acompañará con su solidaridad y apoyo en el nuevo itinerario de esposos y padres.

2.1. Celebración del Matrimonio en un contexto eucarístico

La Eucaristía, ámbito natural de todos los sacramentos, lo es de modo especial del Matrimonio, por su hondo simbolismo del amor total de Cristo a la Iglesia. Por eso, el Vaticano II pidió que ése fuera su contexto "habitual" (SC 78). El Ritual del Matrimonio ha realizado y ratificado tal propuesta en la actual Misa por los esposos. Dicha misa está dotada de un amplio y muy selecto leccionario y de una eucología mucho más rica que la precedente.

El leccionario, además de ofrecer lecturas abundantes (veintiocho perícopas: ocho del AT, diez de los Escritos Apostólicos y diez de los Evangelios) y un arco muy amplio de temas y perspectivas, ayuda a situar el Matrimonio en un marco más amplio de vida cristiana y de historia de la salvación, en cuyo interior aparece con mayor claridad su carácter sacramental.

Los temas bíblicos se articulan así: el matrimonio reactualiza la relación Cristo-Iglesia, tiene una dimensión comunional (ayuda mutua, amor indiviso, caridad), está orientado a la procreación, es respuesta a una vocación por el Reino y está a su servicio, y se relaciona con la misión. No obstante, bastantes perícopas no son de inmediata comprensión, pues no se relacionan directamente con el acontecimiento que se está realizando; de ahí que requieran una contextualización, con el fin de advertir el itinerario recorrido por el Matrimonio a lo largo de la Biblia, hasta la persona y obra de Cristo.

La eucología, cuyos dos tercios son composiciones nuevas y el resto reelaboraciones de textos antiguos, revela la riqueza de la realidad matrimonial. En ella se lee el Matrimonio a la luz de la relación Cristo-Iglesia (primera colecta), pascua-Iglesia-Matrimonio (segundo prefacio), Eucaristía y Matrimonio (primera poscomunión), matrimonio y procreación (primer prefacio), matrimonio y nacimiento en la fe y en el amor (segunda y tercera colecta, tercer prefacio); como anámnesis del misterio de la creación, del de la alianza, del nupcial de Cristo con la Iglesia, del pascual en su globalidad; como oblación del don recíproco y responsable de la propia persona, que lleva consigo la fidelidad conyugal; y como camino de santificación. En cualquier caso, la inserción del Matrimonio en la Misa facilita la lectura-comprensión-anuncio de éste como realidad íntimamente unida a la alianza, de la que la Eucaristía es su cumbre, con el consiguiente subrayado del aspecto teológico sobre el jurídico.

El Matrimonio se celebra después de la homilía y se articula en estos cuatro momentos: inquisición de los contrayentes, consentimiento, bendición y entrega de los anillos y de las arras, oración de los fieles. La oración de bendición ya no aparece como bendición de la esposa sino "del esposo y de la esposa". Su ubicación actual manifiesta con mayor claridad la vinculación del Matrimonio con la Eucaristía.

2.2. Celebración del Matrimonio fuera de la Misa

El Matrimonio puede y, a veces, debe celebrarse en un contexto no eucarístico. El segundo supuesto se verifica cuando "se realiza entre parte-católica y parte-no bautizada" (RM 36), a no ser que el caso lo requiera y con el consentimiento del Ordinario del lugar (cf. RM 36), observándose lo que establece el Código de Derecho Canónico (c. 844) sobre la admisión de la parte no-católica a la comunión. Si el Matrimonio se celebra entre parte-católica y parte-catecúmena o no cristiana, o entre dos catecúmenos o un catecúmeno con una parte no cristiana se debe celebrar fuera de la Misa, según el rito previsto en el Ritual del Matrimonio, empleando las variantes previstas para los diversos casos (cf. RM 36 y 315-342).

3. Pastoral post-matrimonial

La pastoral matrimonial no concluye con la celebración válida y fructuosa del sacramento, sino que se prolonga después de dicha celebración, con el fin de ayudar a la familia a vivir su nueva vocación y misión, de modo que sea cada vez más una verdadera comunidad de amor. Esta pastoral, necesaria siempre, tiene especial vigencia en el supuesto de matrimonios jóvenes, dada la dificultad que entraña la adaptación a la vida en común y el nacimiento de los hijos. A ellos hay que añadir que los actuales contextos culturales ofrecen a los jóvenes nuevos valores, que en ocasiones son tales y con frecuencia son contravalores.

La acción pastoral requiere una mayor intensificación cuando los cónyuges se convierten en familia, en sentido pleno y específico, con el advenimiento de los hijos. En ese momento, la acción de la Iglesia se hará más cercana, para que vean en sus hijos un don recibido del Señor y asuman con alegría la fatiga de educarlos como personas y como cristianos.

4. Estructuras y agentes de la pastoral matrimonial

"La acción pastoral es siempre expresión dinámica de la realidad de la Iglesia, comprometida en su misión de salvación. También la pastoral familiar -forma particular y específica de la pastoral- tiene como principio operativo suyo y como protagonista responsable a la misma Iglesia, a través de sus estructuras y agentes" (FC 69). Las estructuras son: la comunidad eclesial en general y la parroquia en particular, la familia y las asociaciones familiares. Los agentes son: los obispos y presbíteros, los diáconos, los religiosos y religiosas, los laicos especializados y los destinatarios y agentes de la comunicación social.

a) Estructuras

- La comunidad eclesial y la parroquia. El matrimonio no es un asunto que concierne tan sólo a los contrayentes sino también a la entera comunidad eclesial y, más en concreto, a la parroquia, ámbito en el que todo bautizado vive su experiencia cristiana. Eso explica que su celebración haya sido y, en cierta medida, continúe siendo un acontecimiento en el que participa gozosamente dicha comunidad. Es verdad que los cambios sociales están dando paso a una nueva sociología religiosa de la parroquia, al ser cada vez más frecuente que los lugares de trabajo, relación, descanso e incluso de práctica religiosa se sitúen más allá del ámbito y las estructuras parroquiales. Sin embargo, la vida cristiana, y más en concreto, el matrimonio necesita una comunidad de referencia para un desarrollo armónico y progresivo, comunidad que, como norma, es la parroquia, que adquiere en la familia cristiana un puesto singular (cf. FC 71).

Esto supone que ésta evolucione profundamente, dinamizando sus estructuras tradicionales -más propias de una situación sociológica rural que urbana e industrial- y creando otras nuevas que den respuesta a problemas tan nuevos y complejos como el retraso a la hora de contraer matrimonio y recibir los hijos; a los cada día más frecuentes casos de matrimonios en conflicto, separaciones, divorcios, uniones de hecho o meramente civiles; a los matrimonios que, tras la crianza y educación de los hijos, continúan largos años de vida matrimonial pero sin la compañía -y, en no pocos casos, sin la ayuda- de los hijos; a los matrimonios ancianos y enfermos; y, muy especialmente, a las nuevas generaciones, a las que se presentan modelos de conducta extraños y no raramente opuestos al ideal del matrimonio cristiano.

- La familia. Los esposos y las familias cristianas tienen un "puesto singular" (FC 71) en la pastoral matrimonial por la gracia recibida en el sacramento. Cristo, en efecto, en virtud del matrimonio elevado a sacramento, confiere a los esposos una peculiar misión de apóstoles y les envía a su viña con el mandato especial de cultivar la parcela familiar.

La familia realiza este apostolado sobre todo dentro de ella misma a través de las siguientes acciones: el testimonio evangélico de vida, la formación cristiana de los hijos, la ayuda que les prestan para que maduren en la fe, se preparen a la vida y vivan la castidad, la vigilancia para preservarlos de los peligros ideológicos y morales que los amenazan con frecuencia, la inserción gradual y responsable en la comunidad eclesial y civil, la asistencia y consejo en la elección y seguimiento de la propia vocación, y la ayuda mutua entre los diversos miembros de la familia para el común crecimiento humano y cristiano.

Además, el apostolado familiar debe proyectarse, con obras de caridad espiritual y material, a otras familias, "especialmente a las más necesitadas de ayuda y apoyo, a los pobres, los enfermos, los ancianos, los minusválidos, los huérfanos, las viudas, los cónyuges abandonados, las madres solteras y aquellas que en situaciones difíciles sienten la tentación de deshacerse del fruto de su seno, etcétera" (FC 71).

- Asociaciones familiares. La Iglesia, sujeto responsable de la pastoral familiar, es portadora en su seno de diversas agrupaciones de fieles, que son signo tanto de la presencia pluriforme del Espíritu como del dinamismo y de la juventud de ella misma. Como en estas asociaciones "se manifiesta y se vive de algún modo el misterio de la Iglesia de Cristo" (FC 77), han de ser acogidas en la pastoral familiar las diversas comunidades eclesiales, los grupos y movimientos, respetando sus características, finalidades, incidencias y métodos propios. La experiencia confirma que son portadoras de ubérrimos frutos, que se manifiestan, entre otros, en la apertura generosa a la vida, en la seria educación religiosa de los hijos, en el cuidado de los enfermos y ancianos, en la participación en las celebraciones litúrgicas y en la oración familiar, y en el apostolado personal y asociado.

Además de las eclesiales, existen otras asociaciones que se proponen la preservación, trasmisión y tutela de los valores éticos y culturales de los distintos pueblos, el desarrollo de la persona humana y "la protección médica, jurídica y social de la maternidad y de la infancia, la justa promoción de la mujer y la lucha frente a todo lo que va contra su dignidad, el incremento de la mutua solidaridad, el conocimiento de los problemas que tienen conexión con la regulación responsable de la fecundidad, según los métodos naturales conformes con la dignidad humana y la doctrina de la Iglesia" (FC 72).

Algunas asociaciones se relacionan con la familia de forma más amplia pero también importante, en cuanto que tratan de construir un mundo más justo y más humano, promover leyes justas que favorezcan el recto orden social con pleno respeto a la dignidad de la persona humana, la legítima libertad del individuo y de la familia, tanto a nivel nacional como internacional, y a colaborar con la escuela y con otras instituciones que completan la educación de los hijos.

b) Agentes de la pastoral familiar

- Los obispos. "El primer responsable de la pastoral familiar en la diócesis es el obispo" (FC 73,1). Dada la incidencia prioritaria en la pastoral general, además de interés, personas y recursos, el obispo debe dar su apoyo personal a la familia y cuantos le ayudan en el cuidado de las mismas desde las diversas instancias y estructuras diocesanas. Más aún, el obispo debe configurar su diócesis de modo que refleje con progresiva claridad y verdad que es una "familia", la familia diocesana.

- Los presbíteros. Los obispos tienen a los presbíteros como colaboradores próvidos e indispensables en el cuidado pastoral de la porción de Pueblo de Dios que tienen encomendado. En la pastoral de la familia, la responsabilidad de los presbíteros se extiende a los aspectos morales, litúrgicos, personales y sociales. El sacerdote con cura de almas y de modo especial el que se ha preparado de modo específico para este apostolado, debe comportarse con las familias como padre, pastor y maestro, iluminando sus afanes, proyectos, dificultades y sufrimientos con la luz de la Palabra de Dios interpretada por el Magisterio de la Iglesia, y auxiliándolas con los medios sobrenaturales, sobre todo con los sacramentos de la Penitencia y Eucaristía y con el impulso de la oración. Hoy necesitan una especial y urgente iluminación: la unidad, fidelidad y estabilidad de todo matrimonio, y especialmente del cristiano; la trasmisión generosa de la vida, viendo en los hijos más que una carga, una bendición divina y la mejor corona de un matrimonio fecundo; las virtudes humanas (comprensión, alegría, optimismo, sinceridad, serenidad, nobleza, audacia, paciencia, respeto, cortesía, etc.) como fundamento sobre el que se apoya el edificio familiar y la educación de los hijos; la participación como familia en la vida litúrgica de la parroquia y en la oración; la acogida e integración en la familia de los padres y abuelos; y la negatividad familiar del divorcio, del aborto y de la eutanasia.

Un aspecto de la pastoral familiar de los presbíteros es el de la sintonía de su enseñanza y consejos con la doctrina de la Iglesia en lo referente a la regulación de los nacimientos. Los teólogos y expertos en problemas familiares deben ser tenidos en cuenta; pero la norma próxima y obligatoria es competencia exclusiva del Magisterio auténtico. En este punto, la Humanae vitae de Pablo VI sigue siendo criterio obligatorio y voz profética frente a toda tendencia hedonista y egoísta.

- Los laicos especializados. En la pastoral familiar prestan una valiosa ayuda de iluminación, consejo, orientación y apoyo algunos laicos especializados: médicos, juristas, psicólogos, asistentes sociales, consejeros, etc. Esta ayuda puede ser puntual (cursillos prematrimoniales, conferencias, casos de separación, tramitación de nulidad, etc.) y estable (vg. a través de gabinetes técnicos y/o de apoyo).

- Los religiosos. La consagración convierte a los religiosos y almas consagradas en testigos cualificados de la caridad universal de Cristo, pues la castidad por el Reino les hace cada vez más disponibles para una dedicación generosa al servicio divino y a las obras de apostolado. Eso explica que puedan desarrollar una gran aportación a la pastoral familiar, tanto en forma individual como asociada. Campos en los que pueden realizar esta aportación pueden ser, entre otros, los siguientes: dedicación a los niños, especialmente los abandonados, no deseados, huérfanos, pobres o minusválidos; visita a las familias y a sus enfermos; cultivo de las relaciones de respeto y caridad con familias incompletas, en dificultades o separadas; oferta de su enseñanza y asesoramiento en la preparación de los jóvenes al matrimonio y en la ayuda que requieren las parejas para una procreación verdaderamente responsable; hospitalidad sencilla y cordial en la propia casa para que las familias puedan encontrar el sentido de Dios, el gusto por la oración y el recogimiento; ejemplo de una vida vivida en caridad y alegría fraterna, como miembros de la gran familia de Dios, etc. (cf. FC 74).

- Los agentes y destinatarios de la comunicación social. Los medios de comunicación social tienen hoy una enorme influencia, sobre todo en la juventud; pues los "modelos" de valor y conducta que ofrecen, configuran sus esquemas mentales y pautan sus comportamientos. La televisión, la radio, el cine, el teatro, el mundo de la canción juvenil, la publicidad, la prensa diaria y la del corazón, las revistas gráficas, etc. son hoy, para una gran mayoría, los únicos y más autorizados "predicadores" y fautores de modelos familiares. Aunque en teoría tienen un valor ambivalente, en la práctica se conviertan con demasiada frecuencia en instrumentos de ideologías disgregadoras y de visiones deformadas de la vida en general y de la familia en particular. En cualquier caso, los profesionales de estos medios son agentes muy cualificados -positiva o negativamente- de la pastoral familiar.

La familia, sobre todo los padres, no puede elegir el camino del rechazo incondicional o el de la aceptación acrítica, sino el de tomar parte activa en ellos con un uso moderado, crítico y prudente y una correcta educación de la conciencia de los hijos, para que éstos puedan formarse juicios objetivos y serenos que les guíen en una posterior elección o rechazo.

Más aún, los padres han de procurar influir en la elección y preparación de los programas, reportajes, noticias, etc., contactando con los responsables de las diversas fases de producción y trasmisión. Un medio eficaz es asociarse a las iniciativas -ya existentes o que puedan crearse en el futuro- de espectadores, consumidores, etc. y secundar sus propuestas y campañas, conscientes del enorme poder disuasorio que representa, por ejemplo, el rechazo o acogida de un determinado programa televisivo y del producto anunciante que lo sustenta.

Según esto, una eficaz y realista pastoral familiar tiene que tener muy en cuenta a los editores, escritores, productores, directores, dramaturgos, informadores, comentaristas, publicistas, etc.

5. Pastoral familiar de los casos difíciles

a) Casos objetivamente difíciles

La pastoral familiar ha tenido que enfrentarse siempre con situaciones objetivamente difíciles, y hoy no es una excepción. Tales situaciones reclaman no sólo la presencia sino la incisividad en la opinión pública y sobre todo en las estructuras culturales y sociales que dan lugar a que ciertos grupos de personas encuentren una dificultad añadida a la ya no fácil vida de familia. "Estas son, por ejemplo, las familias de los emigrantes por motivos laborales; las familias de cuantos están obligados a largas ausencias, como los militares, los navegantes, los viajeros de cualquier tipo; las familias de los presos, de los prófugos y de los exiliados; las familias que en las grandes ciudades viven prácticamente marginadas; las que no tienen casa; las incompletas o con uno solo de los padres; las familias con hijos minusválidos o drogadictos; las familias de alcoholizados; las desarragaidas de su ambiente cultural y social o en peligro de perderlo; las discriminadas por motivos políticos o por otras razones; las familias ideológicamente divididas; las que no consiguen tener fácilmente un contacto con la parroquia; las que sufren la violencia o tratos injustos a causa de su propia fe; las formadas por esposos menores de edad; los ancianos, obligados no raramente a vivir en soledad o sin adecuados medios de subsistencia" (FC 77,3).

Las familias de emigrantes procedentes, sobre todo, del norte de Africa y de Hispanoamérica y Filipinas son cada vez más numerosas en la geografía española y constituyen un fenómeno pastoral que no por nuevo debe dejarse orillado en la pastoral familiar. En el caso de los inmigrantes americanos las dificultades son menores, pues existe unidad de rito, lengua y, en cierto sentido, cultura; no por eso, quedan anuladas las dificultades inherentes a toda emigración. Los otros supuestos presentan una dificultad mayor, pues intervienen factores étnicos y culturales muy diversos, especialmente en el caso de los africanos, cuya religión suele ser el Islam. La Iglesia ha de hacer una llamada a la conciencia pública y a cuantos tienen autoridad en la vida política, social y económica para que los campesinos y obreros sean retribuidos con un justo salario, tratados sin discriminación y sus hijos reciban la oportunidad de la formación profesional y del ejercicio de la profesión. Lo ideal es que todas las familias reciban la atención pastoral de sacerdotes del mismo rito, cultura e idioma.

Otro grupo familiar con difícultades especiales es el de las familias ideológicamente divididas por ideologías extrañas u opuestas a la fe, la adscripción a una secta, la militancia revolucionaria, etc. La parte fiel al catolicismo no puede ceder; sin embargo, hay que mantener siempre vivo el diálogo con la otra parte y multiplicar las manifestaciones de amor y respeto con la esperanza de mantener firme la unidad.

Un tercer grupo difícil es el de los cónyuges abandonados y el de quienes lo han perdido, que abre a la experiencia dolorosa de la soledad y viudez.

Por último, existe un grupo familiar, cada vez más numeroso en España y en los países de Europa, que no puede ser olvidado por la pastoral familiar: el de los ancianos. Su situación encierra muchos elementos positivos y negativos. Por un lado, existe la posibilidad de un amor conyugal cada vez más purificado y ennoblecido por la fidelidad, la disponibilidad para poner al servicio de los demás su bondad y experiencia y las energías que les restan y la capacidad de sufrimiento acrisolada en las dificultades de su larga vida. Por otra, la soledad, tantas veces más psicológica y afectiva que física, la insuficiente atención e incluso eventual abandono de los hijos, el sufrimiento causado por los achaques, el progresivo decaimiento de sus fuerzas, la amargura de sentirse una carga para los suyos y el acercarse del final de sus días. La pastoral familiar encuentra en estas situaciones otras tantas posibilidades de hacer comprender y vivir ciertos rasgos de la espiritualidad matrimonial y familiar, que se inspiran en el valor de la Cruz y Resurrección de Cristo -que es siempre fuente de alegría- y en la vivencia de la filiación divina, con la que se abren horizontes de paz y de esperanza frente a las realidades escatológicas definitivas.

b) Matrimonios mixtos

El número de matrimonios entre católicos y cristianos y entre católicos y no cristianos crece sin cesar y parece que la curva lejos de sufrir una inflexión crece en línea ascendente. Estos matrimonios, conocidos como "matrimonios mixtos" presenta una problemática muy compleja a la que deben dar respuesta adecuada las Conferencias Episcopales, los obispos y los responsables más directos de la pastoral familiar.

El supuesto de matrimonios de católico con parte cristiana debe enfocarse desde esta triple vertiente: las obligaciones de la parte católica derivantes de su fe, en lo concerniente al libre ejercicio de la misma y la consiguiente obligación de bautizar y educar a los hijos en la fe católica, en la medida de sus posibilidades; las particulares dificultades inherentes a las relaciones entre marido y mujer en lo que toca al respecto a la libertad religiosa; y la forma litúrgica y canónica de matrimonio. La comunidad cristiana tiene que brindar su apoyo decidido a la parte católica para que su fe, lejos de sufrir quebranto, sea fortalecida, de modo que se haga testigo creíble dentro de la familia por la calidad del amor demostrado al otro cónyuge.

Por otra parte, el bautismo común y el dinamismo de la gracia les proporcionan la base y las motivaciones para compartir su unidad en el campo de los valores morales y espirituales. Por lo demás, es deseable una colaboración cordial entre el ministro católico y el no católico, desde el momento de la preparación al matrimonio y a la boda.

El supuesto de matrimonios entre católico y parte no cristiana es mucho más complejo, y son las Conferencias Episcopales y cada uno de los obispos, de acuerdo con las orientaciones doctrinales de la Iglesia, quienes han de tomar las medidas pastorales más adecuadas, en orden a garantizar la fe del cónyuge católico y tutelar su ejercicio, de modo especial en lo que se refiere al deber de haber todo lo posible para bautizar y educar a los hijos en la fe católica. Además, es preciso ayudarle a testimoniar su fe dentro de la misma familia, mediante una genuina vida cristiana.

c) Matrimonios en situaciones irregulares

La mayor parte de los matrimonios cristianos vive con normalidad su vida familiar. Sin embargo, aumenta cada día el supuesto de situaciones irregulares desde el punto de vista religioso e incluso civil, con el consiguiente deterioro de la misma institución familiar y de la sociedad, de la que ella es célula fundamental. Los casos más paradigmáticos a los que debe responder la acción pastoral de la Iglesia son éstos: el llamado "matrimonio a prueba", las uniones libres de hecho, los católicos casados civilmente, los separados y divorciados no casados de nuevo y los divorciados casados de nuevo civilmente.

-"Matrimonio a prueba". Es el llamado "matrimonio experimental" o matrimonio en el que se prueba su viabilidad o no. La Iglesia no admite este tipo de uniones, que la misma razón humana insinúa su no-aceptabilidad, porque el don del cuerpo en la relación sexual es símbolo real de la donación de toda la persona, donación que en la situación actual no puede realizarse en plenitud de verdad sin el concurso del amor de caridad dado por Cristo. Además, el matrimonio entre dos bautizados simboliza la unión de Cristo con la Iglesia, que no es temporal ni "ad experimentum" sino eternamente fiel, por lo que entre ellos o no se da matrimonio o si se da sólo puede ser indisoluble.

La pastoral de estos casos ha de intentar que nazca un verdadero amor entre la pareja y educar en el recto uso de la sexualidad, sin dejar de preguntarse por las causas que han provocado esta situación, en orden a encontrar una solución adecuada. De todos modos, las dificultades son notables, dado que suelen ser el resultado de una carencia educativa en el amor genuino y en el dominio de la concupiscencia desde la misma infancia.

- Uniones de hecho. Son las uniones carentes de todo vínculo institucional, públicamente reconocido, por parte de la autoridad civil o religiosa. Actualmente existe ya abundante legislación civil sobre las uniones de hecho (cf. A. FERNÁNDEZ, Parejas de hecho. Un problema social, moral y jurídico, Madrid 1999, 50-56). Se trata de un fenómeno que ha adquirido grandes proporciones durante los últimos decenios en la sociedad española y europea, y del que no se atisba una inflexión a medio plazo. Las causas que suelen aducirse son de tres clases: situaciones difíciles, de tipo económico sobre todo; actitud de rechazo, contestación o desprecio a la sociedad y a la institución familiar; y cierta inmadurez psicológica y temor a vincularse de modo estable y definitivo. Las consecuencias morales y religiosas son muy graves: pérdida del sentido religioso del matrimonio, privación de la gracia del sacramento, grave escándalo, destrucción del concepto de familia, atenuación del concepto de fidelidad, etc.

Las uniones de hecho presentan un grave desafío a la pastoral matrimonial, que debe realizar dos tipos de acciones: preventivas y curativas. Las primeras -las más eficaces- se refieren a la educación de los jóvenes, enseñándoles a cultivar la virtud humana y cristiana de la fidelidad así como las condiciones y estructuras que la favorecen, y a comprender la dignidad y grandeza del matrimonio-sacramento. Las acciones curativas o correctoras son, ante todo, el trato personal, lleno de discreción y afecto, con los que conviven; la iluminación paciente; y el testimonio familiar cristiano que allane el camino de la regularización de su situación.

Por otra parte, es preciso que la acción pastoral inste al Pueblo de Dios a resistir las tendencias disgregadoras de los Estados laicistas y secularizados y a influir en la opinión pública. Se trata de ejercer una presión legítima para que las autoridades civiles, desde un punto de vista negativo, sean impedidas u obstaculizadas de menospreciar la dignidad del matrimonio y de la familia y, en sentido positivo, favorezcan el matrimonio legítimo con eficaces medidas políticas y sociales (vg. garantizar un salario familiar justo, proporcionar una vivienda adecuada y accesible, crear posibilidades adecuadas de vida y trabajo).

- Católicos unidos con mero matrimonio civil. Esta situación difiere de la anterior, en cuanto que existe entre los así unidos un cierto compromiso a un estado de vida estable -aunque con frecuencia se contempla un eventual divorcio- y la asunción no sólo de las ventajas sino también de los compromisos que conlleva el reconocimiento de su situación por el Estado. No obstante, es una situación no aceptable por la Iglesia, aunque ésta no puede desentenderse de ella en su acción pastoral. Las causas suelen ser de tipo económico e ideológico. La acción de la Iglesia se orienta en tres direcciones: insistir en la necesidad de coherencia entre fe y vida, ayudar a regularizar dicha situación a la luz de los principios cristianos y favorecer la remoción de las dificultades económicas (caso de los que pierden su pensión de viduedad, aunque ahora ya no se pierde, contratos laborales injustos, dificultad de encontrar un empleo, imposibilidad de adquirir una vivienda digna, etc.). En cambio, mientras dure esta situación los pastores de la Iglesia no pueden admitirlos a los sacramentos y, en concreto, a la comunión eucarística.

- Separados y divorciados no casados de nuevo. Esta situación es la de quienes un día contrajeron matrimonio válido, pero por diversas causas llegan a una ruptura, a veces irreparable. En el fondo de esta situación suelen encontrarse incomprensiones recíprocas, incapacidad de abrirse a relaciones interpersonales, violencias físicas o psíquicas, infidelidades, etc.

La separación es, sin duda, el remedio extremo, después del fracaso de todo intento razonable. La acción de la Iglesia ha de ser de comprensión, ayuda y sostén para que vivan la fidelidad en medio de la frecuente soledad y penuria económica, facilitar el perdón cristiano y crear las condiciones de una eventual reanudación de la vida conyugal.

En el supuesto del cónyuge que ha tenido que sufrir el divorcio pero no se deja implicar en una nueva unión -consciente de la indisolubilidad de su vínculo matrimonial válido- no hay ningún obstáculo para que sea admitido a los sacramentos. Más aún, la participación frecuente en la Eucaristía es la mejor ayuda y garantía para vivir en clave pascual la cruz de su fidelidad y proseguir testimoniando ante el mundo y ante la Iglesia su fidelidad y coherencia.

- Divorciados casados de nuevo. La realidad del divorcio-nueva unión civil ha adquirido tales proporciones, incluso en ambientes católicos, que puede considerarse como una verdadera "plaga", en palabras del Vaticano II (GS 47). La pa'toral tiene aquí un enorme y complejo desafío.

Partiendo de la actitud fundamental de no dejarlos abandonados en su situación, los pastores están llamados, en primer lugar, a discernir bien las situaciones. Los casos más comunes son éstos: 1°) los que trataron de salvar el matrimonio y fueron abandonados injustamente; 2°) los que por culpa grave han destruido un matrimonio canónicamente válido; y 3°) los que se han unido de nuevo en vistas a la educación de sus hijos y -a veces- están subjetivamente seguros en conciencia de la invalidez de su anterior matrimonio.

Realizado el discernimiento, la Iglesia realizará en cada caso la terapia más adecuada y los siguientes servicios comunes: su oración de madre, la predicación de la

Palabra de Dios, la celebración eucarística, la participación en iniciativas de la comunidad a favor de la justicia, la recomendación de educar cristianamente a sus hijos, y el cultivo del espíritu y obras de penitencia para implorar la gracia del Señor.

Sin embargo, la Iglesia no puede admitir a la comunión eucarística a los divorciados que se casan otra vez, pues "su estado y situación de vida contradicen objetivamente la unión de amor entre Cristo y la Iglesia, significada y actualizada en la Eucaristía" y "los fieles serían inducidos a error y confusión acerca de la doctrina de la Iglesia sobre la indisolubilidad del Matrimonio" (FC 84). "La errada convicción de poder acceder a la Comunión eucarística por parte de un divorciado vuelto a casar, presupone normalmente que se atribuya a la conciencia personal el poder de decidir en último término, basándose en la propia convicción,sobre la existencia o no del anterior matrimonio y sobre el valor de la nueva unión. Sin embargo, dicha atribución es inadmisible. El matrimonio, en efecto, en cuanto imagen de la unión esponsal entre Cristo y su Iglesia así como núcleo basilar y factor importante en la vida de la sociedad civil, es esencialmente una realidad pública" (CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Carta a los obispos de la iglesia católica sobre la recepcion de la comunión eucarística por parte de los fieles divorciados vueltos a casar, 14.IX.1994, n. 7). "Esto no significa que la Iglesia no sienta una especial preocupación por la situación de estos fieles que, por lo demás, de ningún modo se encuentran excluidos de la comunión eclesial. Se preocupa por acompañarlos pastoralmente y por invitarlos a participar en la vida eclesial en la medida en que sea compatible con las disposiciones del derecho divino, sobre las cuales la Iglesia no posee poder alguno para dispensar.

Por otra parte, es necesario instruir a los fieles interesados para que no crean que su participación en la vida de la Iglesia se reduce exclusivamente a la cuestión de la recepción de la Eucaristía y debe ayudárseles a profundizar su comprensión del valor de la participación al sacrificio de Cristo en la Misa, de la comunión espiritual, de la oración, de la meditación de la palabra de Dios, de las obras de caridad y de justicia" CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Carta..., n. 6).

Ahora bien, existe un supuesto en el que la Iglesia puede admitirlos a la reconciliación en el sacramento de la penitencia, que les abriría el camino a la comunión eucarística. Este supuesto, que es único, existe si, "arrepentidos de haber violado el signo de la Alianza y de la fidelidad a Cristo, están sinceramente dispuestos a una forma de vida que no contradiga la indisolubilidad del matrimonio. Esto lleva consigo concretamente que cuando el hombre y la mujer, por motivos serios, -como, por ejemplo, la educación de los hijos- no pueden cumplir la obligación de la separación, "asumen el compromiso de vivir en plena continencia, o sea de abstenerse de los actos propios de los esposos" (JUAN PABLO II, Homilía para la clausura del VI Sínodo de los Obispos, 7: "AAS" 72 (1980) 1082; FC 84,5) y no se dé escándalo.

Finalmente, la caridad pastoral exige de los pastores la no realización de cualquier tipo de ceremonia para los divorciados que vuelven a casarse, tanto por el respeto debido al sacramento y a la comunidad cristiana, como en vistas a evitar la impresión de que tales segundas nupcias son válidas, con el consiguiente error para los fieles sobre la indisolubilidad del matrimonio válidamente contraído.

La caridad pastoral de los pastores debe dejar traslucir que la Iglesia está ligada por la fidelidad a su Señor, aunque está persuadida de que los divorciados que se han vuelto a casar pueden obtener de Dios la conversión y la salvación, si perseveran en la oración, la penitencia y la caridad.

6. Luces y sombras de la pastoral matrimonial

"La dignidad de esta institución (matrimonial) no brilla en todas partes con el mismo esplendor, puesto que está oscurecida por la epidemia del divorcio, el llamado amor libre y otras deformaciones; es más, el amor matrimonial queda frecuentemente profanado por el egoísmo, el hedonismo y los usos ilícitos de la generación. Por otra parte, la actual situación económica, socio-psicológica y civil son origen de fuertes perturbaciones para la familia" (GS, 47). Estas palabras, suscritas por la Gaudium et Spes hace más de treinta años, siguen siendo fiel reflejo de la situación que atraviesa el matrimonio en casi todos los países de Occidente y, en concreto, en España. Este sombrío panorama se ha espesado aún más en los años posteriores al concilio gracias, sobre todo, a la presión derivada de los medios de comunicación social, que suelen tomar partido a favor de las relaciones extraconyugales -prematrimoniales o entre casados-, las uniones libres, el divorcio, el control de los nacimientos, etcétera, y favorecen la difusión y aceptación social de modelos matrimoniales en abierto contraste con los planes del Creador y con la dignidad sacramental del matrimonio.

Por otra parte, todo esto ha coincidido con una notable crisis de fe y, sobre todo, de práctica religiosa, que ha supuesto el alejamiento eclesial y el enfriamiento religioso de una gran parte de los que están en edad y situación de contraer matrimonio y que acepten con facilidad el divorcio y el matrimonio meramente civil, rechacen las normas morales que guían y promueven el ejercicio humano y cristiano de la sexualidad dentro del matrimonio y se presenten a recibir el sacramento con una fuerte carga de ignorancia religiosa y no movidos por una fe viva sino por otros motivos. Las sombras que afectan al matrimonio son, pues, grandes y espesas.

Ahora bien, las luces no tienen menor relieve. En primer lugar, nunca como en este momento, la teología ha penetrado con tanta hondura en la realidad del matrimonio en su dimensión bíblica, teológica, ascética y pastoral. Nuevos carismas eclesiales han redescubierto, propuesto y encarnado el matrimonio como un verdadero camino de santidad, presentando a la Iglesia y al mundo los frutos abundantes y espléndidos del amor conyugal vivido con plenitud, la acogida generosa de los hijos y su educación verdaderamente humana y cristiana, los grupos apostólicos matrimoniales, la preparación por los ancianos, las iniciativas más variadas de apostolado, el influjo sobre la opinión pública en sus distintos ámbitos y areópagos, y el atractivo de una vida matrimonial que refleja el amor y la comunión.

De modo paulatino pero inexorable, se ha introducido una pastoral prematrimonial en casi todas las parroquias urbanas, en la que los distintos modelos: cursillos sobre el matrimonio, catecumenado prematrimonial, convivencias, etc. han contribuido, en mayor o menor grado, a mejorar sobre todo la celebración consciente y participada del sacramento. La celebración del Matrimonio ha sido profundamente renovada después del Vaticano II con la publicación del nuevo Ritual, que ha hecho que la celebración, de una parte, responda al dato revelado: el misterio de la Alianza, presente en el Matrimonio; y, de otra, más fiel a las instancias y sensibilidades del hombre moderno.

Junto a las renovaciones comunes con el conjunto de la reforma litúrgica, el nuevo Ritual (1975 y 1994) se caracteriza por el puesto central que ocupa la Palabra de Dios -con una abundante y rica propuesta de lecturas-, el enriquecimiento de la eucología -centrada sobre todo en el tema del amor conyugal y de la Alianza-, las nuevas plegarias de bendición sobre los esposos -ya no sobre la sola esposa-, y, sobre todo, el papel de protagonista que ha restituido a los esposos, lo que ha supuesto que el sacerdote y la asamblea aparezcan como testigos del compromiso que ellos asumen y como los que les acompañan con su acción de gracias y su oración. La reforma del Ritual ha hecho posible -gracias al profundizamiento histórico y teológico que le ha precedido- la superación de una perspectiva predominantemente ética y moralista, y la inserción, en cambio, del Matrimonio y la familia en un horizonte más teologal: el de la historia de la salvación. Es verdad que la celebración aparece concebida para una época en la que la fe no presentaba problemas para los esposos y la asamblea y menos atenta a la actual sociedad secularizada y pluralista. Pero incluso esto puede ser mejorado en el futuro, con la posibilidad contemplada de realizar una verdadera inculturación del sacramento.

BIBL. — JUAN PABLO II, Familiaris consortio, "AAS" 74 (1982) 81-191 (existen ediciones varias en castellano); CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Carta a los obispos de la Iglesia Católica sobre la recepción de la Comunión Eucarística por parte de los fieles divorciados vueltos a casar (14.IX.1994), "AAS"; CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, Matrimonio y familia (6.VI1.1974), Edice, Madrid 1974; ID, Matrimonio, familia y "uniones homosexuales" (24.VI.1994), Edice, Madrid 1994; CANGELOSI, F., Nella "Celebrazione" del Matrimonio il programma delta vita coniugale, "Ephemerides Liturgicae" 103 (1989) 456-489; CONSEJO PONTIFICIO PARA LA FAMILIA, Preparación al sacramento del matrimonio, Palabra, Madrid 1996; GIL HELLIN, F., II matrimonio e la vita coniugale, Cittá del Vaticano, Libreria Editrice Vaticana, 1996; J. L. LARRABE, Pastoral litúrgica del nuevo Ritual del Matrimonio, "Lumen" 45 (1996) 209-227; MINGARDI, M., L'esclusione della dignitá sacramentale da/ consenso matrimoniale nella dottrina e nella giurisprudenza recenti, Diss. Pont.Univ. Gregoriana, Roma 1996; SARMIENTO, A., El Matrimonio cristiano, Eunsa, Pamplona 1997; TETTAMANZI, D., Matrimonio cristiano oggi. Per una lettura teologico-pastorale del documento "Evangelizazione e Sacramento del Matrimonio", Milano 1975; ID, 1 due saranno una carne sola. Saggi teologici su matrimonio e famiglia (=Saggi di teologia), Leumann 1986.

José Antonio Abad Ibáñez