Comunicación de bienes
DPE
 

SUMARIO: Introducción. – a) Dimensión trinitaria. - b) Dimensiones pascuales. - c) Dimensiones Eucarísticas. d) Eclesiales. - e) Sociales. - f) Ecuménicas. - g) Escatológicas.


Introducción

La acción pastoral es la acción de la entera comunidad cristiana. Entre las expresiones de la comunidad y de la comunión cristiana ha jugado un papel predominante desde su mismo origen prepascual la comunicación cristiana de bienes.

No es posible completar la transmisión del mensaje sin este gesto pequeño e indispensable por el que los hermanos manifiestan la transformación que la fe y el conocimiento del evangelio han hecho con ellos.

La comunicación cristiana de bienes funda muchas prácticas pastorales concretas: colectas eucarística o extralitúrgicas, Cáritas y todas sus derivaciones e instituciones, la comunicación de bienes de los consagrados religiosos o laicos, las formas comunes de administración de los bienes eclesiásticos, las instituciones supradiocesanas y diocesanas de cooperación y de promoción, etc., etc. La comprensión de esta realidad teológico-pastoral es de capital importancia, pues, para la orientación de la acción pastoral ad intra y ad extra y para la primera o segunda evangelización. Aunque a veces se presenta la comunicación cristiana de bienes como la cumbre o la meta de la madurez de una comunidad cristiana concreta en su proceso de crecimiento, es, sin embargo, un elemento indispensable en todas las fases y momentos de la acción pastoral, pues dice relación a alguna de las dimensiones fundamentales de la evangelización: la koinonía o comunidad, sujeto, mediador y meta de la evangelización.

La comprensión teológico-pastoral de esta realidad de fe está fundada en los textos del Nuevo Testamento que hablan de la comunión y de la comunidad, especialmente aquellos del libro de los Hechos que describen la situación de la comunidad y la práctica en este campo y aquellos otros de San Pablo que aplican la teología de la comunión a la práctica del compartir los bienes.

En las descripciónes sumarias de la primitiva comunidad, entre otros gestos y expresiones de su comunión, Hechos nos habla también de la comunicación de bienes que en ella se practicaba. Este «comunismo religioso basado en el amor» era consecuencia del amor cristiano, y tenía como presupuesto indiscutido la voluntariedad y libertad del don y de la ayuda al necesitado. En todo caso no hay que concebir esta experiencia a partir de categorías económicas o de ordenamiento y reforma social prioritariamente.

Se ha de entender en línea consecuente con la predicación de Jesús sobre la confianza en la providencia del padre (Mt 6, 25-34) y como lógica continuación de la vida en común que Jesús ya estableció y realizó con sus discípulos (Lc 8, 1-3; Jn 12,4ss; 13, 29). El hecho de que se considere algo extraordinario el gesto de Bernabé (Hech 4,36), y de Ananías y Safira (Hech 5, 1 ss) demuestra que la comunidad de bienes no era un fenómeno general en el modo palestinense. Lucas ha generalizado a partir de unos pocos casos particulares, pretende sólo subrayar el amor que reinaba en la comunidad. La koinonía de Hech 2, 42 puede entenderse como un componente de la vida de servicio al Señor, que exige igualmente participación «en la enseñanza de los apóstoles, en la fracción del pan y en la oración común». En los textos de Hech por koinonía habría que entender «comunión» o «comunidad litúrgica». Es término que expresa una realidad nueva y autónoma. Designa la «unanimidad y la concordia operadas por la acción del Espíritu» (DTNT, s.v. solidaridad).

Los Hechos de los apóstoles lo expresaron idealizando la situación de la primitiva comunidad, «partían el pan», «todo lo tenían en común» (Hech 2, 44), «nadie llamaba suyos a sus bienes, sino que todo lo tenían en común» (4, 32), etc. Y todo ello en favor de los más pobres. Lo que tenían en común lo repartían «según la necesidad de cada uno» (Hech 2, 45). «No había entre ellos ningún necesitado, porque todos los que tenían campos o casas los vendían, traían el importe de la venta y lo ponían a los pies de los apóstoles, y se repartía a cada uno según sus necesidades» (Hech 4, 34-35). En el fondo todo este material dice que no se puede tener una sola alma, si no se comparten también los bienes.

La comprensión paulina de la comunicación de bienes presenta algunas particularidades. En Pablo la comunión de los bienes tampoco es originariamente un gesto humano y horizontal. Poner-tener todo en común tal como nos aparece propuesto e intentado en las comunidades cristianas primitivas, no tiene que ver en primer lugar con la amistad o con ideales igualitarios o proyectos políticos históricos, aunque todo esto se derive de su origen y núcleo religioso. Para Platón la igualdad era un reflejo de la igualdad cósmica, fundamento y meta de la comunidad política que produce la paz. No es así en el caso paulino.

La comunicación de bienes ha sido inaugurada y practicada primero por el mismo Señor. Él mismo en persona es autor de la comunión y es quien les da y les exige la comunicación de bienes y de vida. Al insistir en esto Pablo nos descubre la radical novedad de la comunicación cristiana de bienes que para él tiene claras dimensiones: trinitarias, pascuales, eucarísticas, eclesiales, socioeconómicas y escatológicas.

a) Dimensión trinitaria

En el gesto de la mesa y de la cruz Cristo nos da su ser, su don y su bien; es decir, se da a sí mismo en todo lo que es y lo que tiene. Por eso es la mesa el primer lugar de la comunicación de los bienes. De la mesa y de la cena, de la cruz y la resurrección parte y a ella retorna la comunicación, hasta que se alcance la consumación en el reino donde El sea todo en todos y alcancen a tener en común todos los bienes.

El gesto del Señor en la comunicación de bienes aparece descrito en un fragmento cristológico denso: «Ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesús Cristo, que siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriquecemos con su pobreza» (2 Cor 8, 9). Para Pablo, el Señor es el más rico de los hermanos. Jesús, el Cristo y Señor nuestro, «era rico» (8, 9) poseía muchos bienes junto al Padre, en la grandeza de su gloria. La raíz de la comunicación de bienes está en la misma Trinidad. El Hijo preexistente, que siendo imagen del Padre y teniendo todas sus cosas como propias, aquél por quien el Padre creó todas las cosas, a quien todo pertenece, que existía «en la forma de Dios» (Flp 2, 6) y «por y para quien todo fue creado, y en quien todo se mantiene» es el que haciéndose pobre por vosotros ha compartido sus bienes con nosotros. Jesús, el Hijo, por ser el Primogénito, la imagen del Padre, es realmente rico, el único que verdaderamente lo es. Pero no consideró presa codiciable su riqueza. El «se despojó de su rango» (Flp 2, 6). Este es el gesto nuevo y extraño, radicalmente nuevo en la historia humana donde los hombres pretenden siempre tener más que los otros, acaparar y sueñan así ser más que los otros.

El Señor inaugura en la historia este nuevo modo de ser: «la gracia» (2 Cor 8, 9). En él ha aparecido la gracia del amor que el Padre nos tenía en él. La intimidad de la Trinidad vimos en él que es pura y total comunicación de bienes y personas. "El tesoro de su gracia ha sido un derroche para con nosotros, dándonos a conocer el misterio de su voluntad» (Ef 1, 6).

b) Pascuales

En la encarnación y kénosis se comenzó la comunión de bienes definitivos. En la cruz este compartir ha sido llevado hasta el extremo. El se entregó obedeciendo al Padre por nosotros: «Hecho obediente» (Flp 2, 5). El «por vosotros se hizo pobre» (2 Cor 8, 9) cobra en la cruz su hondo valor. Se resume en ese gesto la totalidad de la entrega y la realidad de la inmolación y en la muerte en representación se figura y realiza la forma más radical del compartir y la hondura de la solidaridad.

Pablo apunta con esta interpretación de la encarnación y de la cruz como empobrecimiento y enriquecimiento una perspectiva singular de la encarnación y de la entrega del Hijo amado. En primer lugar, este «se hizo pobre» alude a la entrega de la encarnación y de la inmolación como un cambio de casa y situación. El Hijo antes estaba «en el seno del Padre» (Jn 1, 18), pero «la Palabra se hizo carne y puso su tienda entre nosotros". En la encarnación se da el primer compartir de bienes, y después en su caminar, trabajar y predicar por Galilea no quiso tener casa, como tienen nido las aves y madriguera las fieras» (Mt 8, 20).

Su comunicación de bienes no consistió solamente en un cambio de morada sino que «se vació a sí mismo, tomando la forma de esclavo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo como un hombre cualquiera» (Flp 2, 7). Su renuncia a los bienes es un empobrecimiento en favor nuestro. «Siendo rico, se empobreció por nosotros» (2 Cor 8, 9). Libre, gratuita y amorosamente se empobreció y compartió sus bienes con sus hermanos pobres. Señalan los exegetas relación entre el vaciarse de Flp 2, 7 referente al plano del ser y el empobrecerse de 2 Cor 8, 9 en el plano del tener. La comunión en el ser y en el tener son inseparables en el Señor. «Los dos gestos de su amor son uno y el mismo» (M. LEGIDO, Fraternidad en el Mundo, Salmanca 1986, p. 278).

c) Eucarísticas

En la mesa eucarística es donde el compartir tiene su lugar original y propio. Allí el Señor compartió su vida, allí los hermanos comparten la suya, él compartió su don, los hermanos han de compartir también sus bienes. El lugar de la comunión es la mesa donde se parte el pan y se bebe el cáliz.

Pablo ha hecho una justificación teológica de la comunicación cristiana de los bienes, a partir de dos concretas situaciones pastorales: las divisiones entre ricos y pobres en la comunidad de Corinto y la colecta a favor de las Iglesias de Jerusalén.

«Cuando os reunís, pues, en común, eso ya no es comer la Cena del Señor; porque cada uno come primero su propia cena, y mientras uno pasa hambre, otro se embriaga. ¿No tenéis casas para comer y beber? ¿O es que despreciáis a la Iglesia de Dios y avergonzáis a los que no tienen? ¿Qué voy a deciros? ¿Alabaros? ¡En eso no os alabo!" (1 Cor 11, 20-22). En todo el fragmento la clave se pone en las exigencias sociales de la cena del Señor. La cena del Señor estaba precedida del ágape fraternal, al que cada uno aportaba lo que tenía para compartirlo con todos. Es el momento en que se comparte la comida, como signo de los bienes. En la cena del Señor debe existir la comunicación de bienes. Lo que profana la cena no es que los hermanos no respeten o reconozcan y crean en el signo sacramental y coman como en una cena normal, sino que se rompa la comunión por la falta de comunicación de bienes, ya que allí parece que cada uno torna «su propia cena».

Comulgar el cuerpo y la sangre del Señor sin compartir sus bienes hace aparecer en toda su gravedad el escándalo de las diferencias entre ricos y pobres. Sin la comunicación de bines se traiciona la cena en cuanto expresión de comunión. Ya no comen «la cena del Señor" (1 Cor 11, 20), «porque cada uno come su propia cena». La cena lleva consigo la exigencia de la comunicación de bienes y si no se da, hay verdadero desprecio de la Iglesia. Y el desprecio de la fraternidad «consiste en no tener en cuenta a los hermanos, en no sentir las necesidades de los pobres y en no compartir con ellos lo que se tiene y se es. La cena es el signo de la unidad donde la ruptura de diferencias entre ricos y pobres, iniciada en el bautismo, tiene poco a poco que realizarse y ultimarse» (M. LEGIDO, íb., p. 276). 1 Cor 11, 17-34 por entero afronta directamente la mutua y estrecha implicación entre eucaristía y comunicación de bienes.

d) Eclesiales

Por eucarísticas las implicaciones son al mismo tiempo eclesiales. Si el Señor comparte su «cuerpo entregado» y su «sangre derramada», por esa misma entrega constituye una persona comunitaria, un cuerpo donde todos son hechos miembros suyos y unos son miembros de los otros, pues «siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, porque participamos del único pan" (1 Cor 10, 17).

A su cuerpo inmolado Cristo ha incorporado el cuerpo eclesial. «Por tanto, quien coma el pan o beba la copa del Señor indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor... Pues quien come y bebe sin discernir el cuerpo, come y bebe su propia condenación (1 Cor 11, 27-28). Pablo contrapone la situación de división y enfrentamiento (11, 17-22), con la realidad primaria de la comunión creada por la entrega del Señor (11, 23-26) y saca las consecuencias eclesiales. La expresión «discernir el cuerpo» (11, 29) parece así aludir tanto al cuerpo de Cristo inmolado de la cruz como al entero cuerpo de la comunidad eclesial. La Iglesia, cuerpo de Cristo, es el lugar de la koinonía de los bienes. Si uno sufre, todos sufren con él. No puede decir un miembro a otro que no tiene necesidad de él. Igualmente no puede un hermano acaparar y retener ávidamente sus bienes materiales, mientras el otro pasa necesidad.

e) Sociales

La comunicación de bienes no es en primer lurgar una simple obra de beneficencia o limosna dada a los pobres. No se trata sólo en este imperativo -ya vemos que es primero indicativo de la raíz trinitaria, eucarística y escatológica- de la ordenación administrativa de los servicios dentro de la comunidad, o de la sustentación de los ministros, o de subvenir a las necesidades de «funcionamiento». A los creyentes no les basta aportar algo de lo que les sobra y administrarlo equitativamente dando a los más necesitados. La beneficencia no es la comunicación cristiana de bienes; ésta exige una comunicación más radical en el tener, si ha de corresponder al gesto de la koinonía del Señor, que siendo rico se empobreció para enriquecernos con su riqueza.

La comunicación cristiana de bienes tampoco es únicamente el régimen de pobreza religiosa, con sus votos y su expresión de consagración mediante la propiedad en común.

Para Pablo cada vez que los cristianos se sientan a la mesa, su persona, sus cosas y sus bienes quedan bajo el juicio del Señor y bajo el poder de su señorío. Señorío que los destina al servicio y a la comunión. Al partir el pan y beber de la copa, los hermanos tienen que mirar a su lado, para ver a los otros hermanos que se sientan junto a ellos y para mirar sobre todo a los pobres. En este momento cada hermano, ante el don del Señor que se celebra y rememora, se siente examinado -«discernido»- y siente que el Señor examina sus bienes y aprende ahí que lo que tiene no es suyo, que lo recibió y tiene que compartirlo.

El empobrecimiento del Señor, ciertamente, no pretende aumentar la pobreza del mundo y la injusticia de la sociedad, ni mucho menos legitimarla. Pretende anularla por el establecimiento de la justicia escatológica. Para anular diferencias él se pasa al lado de los pobres, se pone más abajo que ellos, y desde abajo, en actitud de ofrenda, les comparte todo lo que tiene. Enriquecer desde la riqueza es un enriquecimiento donde no se han anulado las relaciones de poder. El rico comparte, pero desde arriba, protagonizando, dominando, sometiendo. La comunicación de bienes que realiza el Señor es gracia, donación gratuita, donde los hermanos logran levantarse de la pobreza, en la comunión compartida de la mesa del reino.

f) Ecuménicas

La comunión no sirve primordialmente para mantener la comunidad, para sacarla adelante, para abrirla al futuro. La comunión de bienes en la Iglesia del Señor es excéntrica. El Señor saca a la comunidad de sí misma para que se dé a los pobres y no sólo a los que están cerca, sino a los que están lejos.

La colecta para las comunidades de Jerusalén manifiesta esta comunicación abierta a los de lejos. «Haced también vosotros conforme a las normas que he dado a las Iglesias de Galacia» (1 Cor 16, 1) y como las comunidades de Macedonia y de Acaya (2 Cor 8, 1,6) haced «una colecta en favor de los pobres de entre los santos de Jerusalén» (Rom 15, 26).

Aparecen en estos textos algunos detalles que orientan la acción pastoral: los apóstoles son los primeros encargados e intermediarios de esta comunicación de bienes entre las Iglesias de la ecumene y al servicio de los pobres. Ya desde el concilio de Jerusalén aparece esta conciencia y este encargo: «que nosotros debíamos tener presentes a los pobres, cosa que he procurado cumplir con todo esmero» (Gál 2, 10).

Pablo recorre la ecumene anunciando el evangelio y reuniéndo las comunidades elegidas para el reino. Y a la hora de sentarse a la mesa a compartir la palabra y el pan, pide a los hermanos que compartan sus bienes, no sólo con los pobres de cerca, sino con los pobres de lejos, en concreto con los que parecían más pobres, los miserables y mendigos que se acogen a la comunidad de Jerusalén, que por entonces debían estar atravesando una situación calamitosa. En la reunión fraternal se hace la colecta y comunicación de bienes (Rm 15, 26), a la que Pablo no duda en llamar «gracia», «bendición», «servicio» y «comunión». Pablo otorga mucha importancia a este gesto ecuménico, y se ha entregado a la tarea de la colecta con toda su buena voluntad «para gloria del mismo Señor» (2 Cor 8, 19).

Pero él no quiere llevar por sí mismo la colecta, ni administrar el dinero, ni siquiera dárselo a los pobres como algo suyo. Procura que el servicio a la comunión aparezca con toda diafanidad ante Dios y ante los hombres. Y se ayuda de hermanos designados por las comunidades para que colaboren y le acompañen en este servicio (2 Cor 8, 16 s). No cae en lo burocrático y anónimo donde los hermanos comparten sin saber con quién. A pesar de las diferencias entre comunidades y las distancias ideológicas (judaizantes, helenizantes, etc), el amor del Señor puede sobrepasar todas las barreras, que hasta en nombre de la fe levantan sus hermanos. «Os suplico, hermanos, por nuestro Señor Jesús Cristo y por el amor del Espíritu Santo, que pidáis juntamente conmigo en vuestras oraciones, rogando a Dios por mí, para que me vea libre de los incrédulos de Judea y el socorro que llevo a Jerusalén sea bien recibido por los santos» (Rom 15, 30s).

Así resulta que la comunicación cristiana de bienes es expresión significativa del ecumenismo de la Iglesia extendida por el universo, que se dispone a preparar los caminos para la llegada del reino. El gesto de la generosidad se extiende no sólo a los de cerca, sino a los de lejos, no sólo a unos pocos, sino a todos. Pablo se alegra de ver que son los cristianos mismos los que se adelantan a suplicar de la participación en esta gracia. En las humildes y pobres comunidades de Macedonia, «salió de ellos el pedirnos con mucha insistencia participar en la gracia de la comunión del servicio en favor de los santos» (2 Cor 8, 4).

La comunicación de bienes es someterse en «obediencia» al Señor, es romper con la ambición, es una bendición participar en la riqueza del Señor compartiéndosela a los pobres. Para S. Pablo es más expresivo este gesto cuando se da desde la pobreza, como en el caso de las comunidades de Macedonia, que «padecían mucha tribulación y extrema pobreza», pero esta atribulada pobreza «se ha desbordado en riqueza de generosidad». Pues ellos compartieron no sólo según lo que podían, sino más allá de lo que podían (2 Cor 8, 3) y con alegría. Este gesto no se puede hacer con tristeza o de mala gana (2 Cor 9, 7). Pablo mismo pone estas condiciones pastorales a este gesto: con libertad, con generosidad, con alegría.

g) Escatológicas

La comunión eclesial, eucarística, ecuménica y nacida de los bienes que en torno a la mesa comparte el Señor se convierte en una acción escatológica. Sabemos que procede del don del mismo Señor. Los hermanos al entregarse al Señor, entregaron sus bienes a los pobres, entregándose a sí mismos, por voluntad del mismo Señor (2 Cor 8, 5).

El pequeño gesto de la comunicación de bienes pretende lo imposible: la igualdad entre los hermanos. Intenta ante todo y en último término actualizar y preanunciar la justicia escatológica, con la igualdad esperada y exigida por la predicación e inauguración del reino de Dios. La comunión de bienes tiende a realizar, visibilizar, significar y sacramentalizar la koinonía de la mesa compartida y definitiva.

La comunicación de bienes no pretende sólo instaurar la socialización dentro de este mundo o en el régimen de la antigua y primera creación, busca más bien recrear en la vieja creación la nueva fraternidad que ya va realizando la solidaridad inaugurada por el Señor.

Esta es la economía escatológica. El Padre ya ha realizado por Cristo en el Espíritu la comunicación de bienes que produce la igualdad. El, siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (2 Cor 8, 9). La comunicación es, por tanto, el don y la tarea de la Iglesia del Señor. La comunicación de bienes con los pobres de cerca y de lejos no pretende que unos anden aliviados y otros sobrecargados, sino que se realice la igualdad (2 Cor 8, 13). De pronto los bienes económicos con sus exigencias, su seducción y sus posibilidades son también bienes de «gracia» y destinados a ser compartidos. Las propiedades que tienen los cristianos no les pertenecen. Lo superfluo ya no es suyo, lo comparten con los que carecen de ello. Se ha iniciado ya por el amor fraterno la comunidad escatológica.

Los pobres tienen también que compartir. En su pobreza, elegida y santificada por el Señor se han desbordado los bienes espirituales de la nueva creación. En realidad los pobres son verdaderamente ricos. «Lo tuvieron a bien, y debían hacerlo, pues si los gentiles han participado en sus bienes espirituales, ellos a su vez deben servirles con sus bienes temporales» (Rom 15, 26-27; 11, 17 s; l Cor 8, 11; Gál 6, 6). No hay pues en la comunicación de bienes unos que son sujetos pasivos y otros activos; unos que dan y otros que reciben. Todos dan, todos reciben

«La koinonía de los bienes, tal como se nos aparece no es un gesto accidental y secundario. Es un gesto por el cual y en el cual se realiza la economía de la gracia» (M. LEGIDO, ib., p. 278). La economía escatológica no es un sistema económico comunitario, que pretenda cooperativamente hacer frente a las necesidades de los hermanos. Lo que pretende la comunicación cristiana de bienes no es un sistema económico más o menos compartido hecho sólo para situarse y establecerse mejor en el mundo de la vieja creación, sino que pretende hacer irrumpir en ella la justicia de la nueva creación, cuyos frutos no pasan, sino que permanecen para siempre.

La comunicación de bienes por más perfecta (?) o lograda que se pretenda, siempre es «excéntrica y provisional». Apunta a lo futuro esperado tanto como a lo realizado y anticipado en la cena del Señor. Es un gesto de comunión que anticipa el reino en esta tierra de injusticia y de opresión. Un gesto que despierta en todos los que lo ven y lo palpan la gozosa esperanza de que el Señor va avanzando hacia la consumación de la historia. Por eso provoca la acción de gracias. Es un eco de la eucaristía de la mesa, «Porque el servicio de esta acción sagrada no sólo provee a las necesidades de los santos, sino que redunda también en acciones de gracias a Dios» (2 Cor 9, 12). Es una liturgia prolongada.

La acción pastoral no puede prescindir de este gesto que sacramentaliza la comunión de la única Iglesia, que camina preparando la mesa común del reino, donde todos se sienten en torno a Jesús, el Señor. La comunicación de bienes es fermento de la nueva creación y dispone a recorrer por la historia los caminos que conducen a la consumación, cuando el Hijo entregue el reino al Padre, para alabanza de la gloria de su gracia.

Gabriel Castro