Apostolado seglar
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1. El Apostolado Seglar

Ha sido mérito del Concilio Vaticano II desatar definitivamente las ligaduras que tuvieron recluido al laicado cristiano en un discreto e irrelevante segundo plano de la vida eclesial. A raíz de la paz constantiniana y de la irrupción de los pueblos bárbaros en la Iglesia, se generó una relación dialéctica entre los espirituales (monjes y clero) por una parte, y el resto (los laicos) considerados como los carnales, por otra. Esta tensión, típica de la situación de cristiandad, sustituyó a la que toda la comunidad cristiana -laicado y ministerio ordenado- había mantenido con el mundo durante la época de los mártires. Al contrario de lo que ocurría en Oriente, "laico" o "lego", en el Occidente cristiano, llegó a ser sinónimo de inculto (illitteratus o idiotes), y la compilación legislativa de Graciano (hacia el 1140), hecha para el uso escolástico y por ello de notable influjo, consagró durante siglos la disociación entre clérigos y laicos en el famoso canon que comienza: duo sunt genera christianorum (hay dos clases de cristianos). De acuerdo con él, a los clérigos y monjes, su condición eclesial les brindaba un camino real para el encuentro con Dios; a los otros, su condición laical más parecía un estorbo que una ayuda para encontrar a Dios. Los laicos, considerados durante siglos como "Iglesia discente" (la Iglesia que ha de escuchar y aprender), no parecían aptos para llevar a puerto la misión de la Iglesia, que resultó ser encomienda practicamente exclusiva de clérigos y monjes. (Para la evolución histórica del laicado en la Iglesia, vid. FORTE, B. en Diccionario teológico interdisciplinar, voz "laicado", p. 252-269).

Bien es verdad que se siguieron promoviendo iniciativas laicales dentro de la vida de la Iglesia. Prueba de ello son las cofradías y terceras órdenes que surgen en plena edad media, los montes de piedad del siglo XIV, las fraternitates de la devotio moderna (en los Países Bajos), y más tarde, las escuelas de la doctrina cristiana (Milán 1536), las congregaciones marianas, los oratorios al gusto de San Felipe Neri y otras obras semejantes en la edad moderna. Pero habrá que llegar a los albores del siglo XX, con la emergencia de la Acción Católica, para encontrar textos autorizados que atribuyan al laicado una verdadera tarea apostólica. Pío X (II fermo proposito) señala que el ámbito de la acción de los seglares abarca "todo lo que directa o indirectamente pertenece a la misión de la Iglesia..., es decir, guiar a las almas a Dios y restaurar todas las cosas en Cristo" (Cf. ESCART(N, P., Apuntes para la historia de la Acción Católica Española, en "La Acción Católica Española. Documentos", Madrid 1996, p. 151 ss.

El apostolado de los seglares, tal como lo describe el Concilio Vaticano II, da carta de naturaleza dentro de la misión de la Iglesia a la iniciativa apostólica del laicado, la cual en las décadas previas al Concilio había cuajado en diversas organizaciones, entre las que resaltan con particular fuerza y significación las de la ya citada Acción Católica.

Para el Concilio Vaticano II, la misión de la Iglesia consiste en propagar el reino de Dios, haciendo a todos los hombres partícipes de la redención, y ordenando todo el mundo hacia Cristo. A toda esta tarea la llama apostolado, y dice que la Iglesia la ejerce a través de todos sus miembros de diversas maneras (AA 2. LG 5. 31). Por lo tanto, el apostolado de los laicos o apostolado seglar es la participación del laicado, de forma individual o asociada, en la misión de la Iglesia antes descrita. Sin embargo, en virtud del principio que sanciona la unidad de misión y diversidad de tareas en la Iglesia (LG 7, 32, 33. AA 2), es el propio Concilio quien señala algunas peculiaridades al apostolado de los laicos, que corresponden precisamente a su carácter secular, es decir, a aquella condición laical que siglos atrás había constituido un posible obstáculo para el encuentro de los seglares (seculares) con Dios.

Ese carácter secular, con el que está tejida la existencia del laico, no es otra cosa que el conjunto de actividades y condicionamientos que comporta la vida familiar, profesional, social, vecinal, cultural, política, etc., que los laicos cristianos, a un tiempo, protagonizan y comparten con sus conciudadanos. En ese "lugar" son llamados por Dios para que vivan su existencia "guiándose por el espíritu evangélico, de modo que, igual que la levadura, contribuyan desde dentro a la santificación del mundo y de este modo descubran a Cristo a los demás, brillando, ante todo, con el testimonio de su vida, fe, esperanza y caridad". Así es como los laicos cristianos realizan un aspecto peculiar del apostolado, hoy particularmente necesario: "hacer presente y operante a la Iglesia en los lugares y condiciones donde ella no puede ser sal de la tierra si no es a través de ellos" (LG 31, 33).

El papa Juan Pablo II, en su exhortación apostólica fruto del Sínodo de 1987 sobre los laicos, hace notar que "el ser y actuar en el mundo", es decir, la índole secular del laico cristiano "no es sólo una realidad antropológica y sociológica, sino también, y específicamente, una realidad teológica y eclesial", o dicho de otro modo, el cáracter secular tiene sentido teologal puesto que es en ese "lugar" donde Dios les llama a la santidad y al apostolado. Además, el Papa reivindica la prioridad, en el momento presente, de esta dimensión secular del apostolado seglar, dada la actual proclividad de muchos laicos a consentir en dos tentaciones: la de prestar más atención a las tareas eclesiales que a las responsabilidades apostólicas en el campo profesional, social, económico, cultural y político; y la de legitimar el divorcio entre fe y vida, que ya había denunciado el Concilio Vaticano II (ChL 15, 17, 2).

El apostolado seglar es verdadera participación de los laicos cristianos en la misión de la Iglesia. Ellos toman parte no por concesión de los pastores, sino en virtud de su ser cristianos "incorporados a Cristo por el bautismo, constituidos en pueblo de Dios y hechos partícipes a su manera de la función sacerdotal, profética y real de Jesucristo" (LG 31). Este apostolado tiene por objeto, como ya se ha dicho, todo lo que constituye la misión de la Iglesia: "evangelizar y santificar a los hombres" y "saturar del espíritu del Evangelio las diversas comunidades y los diversos ambientes" (AA 20). Las actividades en las que los laicos han de implicarse para realizar esa tarea son muy variadas y se orientan, por una parte a impregnar la comunidad humana con los valores del Evangelio, tarea "primera e inmediata" que les compete (EN 70. ChL 34-35). Y por la otra, a cooperar en la edificación de la Iglesia como hogar; para ello toman parte activa en el servicio catequético, litúrgico-oracional, caritativo-social-asistencial y organizativo de las comunidades eclesiales (LG 33. AA 10), pudiendo adquirir en algunos casos un cierto carácter ministerial (ministerios laicales sin orden sagrado); sin embargo, hay que advertir que "el ejercicio de estas tareas no hace del fiel laico un pastor" (EN 73. ChL 23. Sobre la colaboración directa de los laicos en las tareas específicas de los pastores, véase Instrucción sobre algunas cuestiones acerca de la colaboración de los fieles laicos en el sagrado ministerio de los sacerdotes, agosto 1997, procedente de forma conjunta de ocho dicasterios de la Curia Romana), por lo que es preciso saber ejercerlas desde la peculiaridad que comporta el carácter secular.

La actual carencia de vocaciones sacerdotales ha llevado, en diversas Iglesias de Europa, a encomendar a los laicos, bajo la coordinación de un presbítero que actúa como moderador, tareas de animación pastoral en sectores especializados (como la pastoral con jóvenes o dentro de un hospital, etc.) o de ayudante parroquial como una colaboración más global en la parroquia o en la animación de comunidades sin sacerdote. Se trata de compromisos estables por parte de los laicos, al menos durante un período de varios años, con dedicación a tiempo pleno o a media jornada, y con remuneración económica. Estas experiencias abocan a un modelo diferente de organización pastoral, no ajeno a las posibilidades abiertas por el Concilio Vaticano II y por el vigente Código de Derecho Canónico. Sin embargo, no será inútil advertir un riesgo: que esta vía de participación laical en la misión de la Iglesia aminore la presencia misionera de los laicos en el mundo. Y siempre hay que recordar que, sean cuales fueren las responsabilidades que el laico asuma, debe anunciar a Jesucristo, "brillando, ante todo, con el testimonio de su vida, fe, esperanza y caridad" (LG 31. cf. EN 21-22) a través de unas u otras tareas (cf. BORRAS, A., Des laics en responsabilité pastorale? Accueillir de nouveaux ministéres. Les Editions du Cerf, París 1998. Se trata de una reflexión teológico-canónica, realizada por un grupo de trabajo de canonistas francófonos, a partir de experiencias instauradas en Iglesias de Francia y de Bélgica).

La necesidad del apostolado seglar surge del ser y misión de la Iglesia como pueblo de Dios, en el que "se da una verdadera igualdad entre todos en lo referente a la dignidad y a la acción común de todos los fieles para la edificación del Cuerpo de Cristo" (LG 32). Las peculiares circunstancias del cambio cultural, ya iniciado en la década de los sesenta, y la escasez de los sacerdotes y limitaciones a que se ven sometidos en muchas regiones son, además, motivos complementarios que el Concilio Vaticano II invocó para urgir la intervención de los laicos en la misión de la Iglesia. Veinte años más tarde, en la exhortación postsinodal Christifideles laici, el papa Juan Pablo II ha vuelto a dirigirse a los laicos con la invitación evangélica "Id también vosotros a mi viña", en el contexto de la apremiante necesidad de una nueva evangelización. Y los Obispos españoles, por su parte, concluyen su más reciente documento sobre el apostolado seglar con estas palabras:

"En un mundo secular los laicos -hombres y mujeres, niños, jóvenes y ancianos- son los nuevos samaritanos, protagonistas de la nueva evangelización, con el Espíritu Santo que se les ha dado. La nueva evangelización se hará, sobre todo, por los laicos o no se hará" (CLIM 148).

2. Los agentes del apostolado seglar

Puesto que "la vocación cristiana, por su misma naturaleza, es también vocación al apostolado" (AA 2-3), los agentes o sujetos de esta actuación eclesial son todos y cada uno de los seglares cristianos, cualquiera que sea su edad o condición, en la medida que responden a la vocación cristiana. Fueron los movimientos especializados de la Acción Católica los que, con mayor insistencia, llevaron a la práctica la fecunda intuición de que el apóstol de los obreros ha de ser el obrero cristiano, lo mismo que el joven lo ha de ser de los jóvenes, y el niño, de los niños.

Sin embargo, el presbítero tiene una tarea peculiar en la promoción y acompañamiento del apostolado seglar. En la respuesta de los laicos a la vocación apostólica siempre está implícita la animación espiritual del sacerdote. Pero es, sobre todo, en la implantación y acompañamiento de las organizaciones del apostolado seglar donde la figura del consiliario, asesor o capellán resulta insoslayable. Su papel ha sido descrito por el Pontificio Consejo para los laicos como de artesano de la unidad, educador de la fe, animador espiritual y testigo del Absoluto de Dios (Pontificio Consejo para los Laicos, Los sacerdotes en el seno de las asociaciones de fieles. Políglota Vaticana, 1981, pp. 38-49).

La tarea de los laicos en el conjunto de la misión de la Iglesia es para el papa Juan Pablo II "original, insustituible e indelegable" (ChL 8), y ha de ejercerse tanto de forma individual como asociada. El apostolado individual es absolutamente necesario. El Concilio Vaticano II lo considera "forma primordial" y "condición de todo el apostolado de los laicos, incluso del asociado, y nada puede sustituirlo". En ciertas circunstancias es "el único apto y posible" y a él están llamados y obligados "todos los laicos, cualquiera que sea su condición, aunque no tengan ocasión o posibilidad de colaborar en las asociaciones" (AA 16). El apostolado individual entraña dos características que lo hacen profundamente incisivo: su irradiación capilar o de persona a persona, y la constancia en testimoniar la fuerza del Evangelio en la misma entraña, cotidiana y cercana, donde late la vida de los hombres y mujeres de nuestro tiempo (ChL 28). Por ello el Concilio lo considera como paso indispensable para todo otro modo de apostolado, en particular para el asociado.

Pero el apostolado individual es insuficiente, por lo que la Iglesia impulsa la existencia de un apostolado seglar asociado. Lejos de toda contraposición, el apostolado individual y el asociado se necesitan mutuamente. Las intervenciones grupales y estructurales no lograrán que los individuos lleguen a tomar postura con verdadera hondura a favor de Jesucristo, si no son acompañados por esa relación de persona a persona, que es la esencia del apostolado individual. Sin embargo, éste se queda corto, si no cuenta con la referencia a un marco más amplio de carácter grupal o comunitario, y si no propicia un cambio con verdaderas repercusiones sociales.

La necesidad de asociarse es tanto mayor cuanto más honda es la convicción de que la evangelización no sólo ha de llegar a los individuos, sino también a los ambientes sociales (ChL 29. AA 13). Para evangelizar los medios sociales es preciso que la conciencia de los laicos sea iluminada por el Evangelio. Esta iluminación tiende a descubrir las pistas del paso de Dios por los acontecimientos colectivos, y ayuda a no someter el mensaje cristiano a los esquemas del propio medio social. En ambos aspectos las formas asociadas representan una preciosa y difícilmente sustituible ayuda. A pesar de las tendencias postmodernas a la fragmentación y al individualismo, que hacen más arduo el asociacionismo en todos los ámbitos, el apostolado asociado es hoy más indispensable que en otros tiempos. Sigue manteniendo su validez la observación que hacían los obispos de la Comisión Episcopal de Apostolado Seglar en 1974, al afirmar que, "en general, sólo en el seno de un apostolado seglar asociado que sea en verdad un movimiento de Iglesia, surgen auténticos militantes cristianos. Y, cuando surgen a través de otros cauces, se trata casi siempre de formas de acción organizada que se asemejan mucho a las de un verdadero movimiento apostólico" (Comisión Episcopal de Apostolado Seglar, El Apostolado Seglar en España, pp. 95-96).

Más allá de estas motivaciones relacionadas con la eficacia, hay otros motivos, de carácter teológico y eclesiológico, que reclaman la asociación de los laicos en orden al apostolado; éstos se fundamentan en que el apostolado asociado es "signo de la comunión y de la unidad de la Iglesia de Cristo" (ChL 29). La Iglesia, que en el Concilio Vaticano II se definió a sí misma como pueblo solidario y samaritano (Las constituciones Lumen gentium y Gaudium et spes del Concilio Vaticano II avalan tal definición), tiene dos señas de identidad que la definen profunda y exactamente: la comunión y la misión. La comunión, que se realiza a través del ejercicio de la corresponsabilidad, tiene una fuerza vinculante intrínseca. Por ella, la comprometida responsabilidad del pastor de discernir autorizadamente, tanto en el terreno de la doctrina como de la práctica pastoral, se acopla con la otra aportación sinodal -la de los presbíteros y laicos-que no han de limitarse a obedecer pasivamente, sino que deben proporcionar los elementos de juicio con los que el pastor llegará a formular un juicio vinculante. Esta aportación sinodal de los fieles es posible gracias al don del Espíritu derramado sobre todo el pueblo de Dios y comporta toda la fuerza vinculante de la "communio" (ESCARTIN, P., ¡Un laico como tú en una Iglesia como ésta!, BAC. Madrid, 1997, PP. 105-125).

El papa Juan Pablo II ha subrayado con fuerza que la comunión es misionera y que la misión tiende a crear más hondura de comunión. Es en el contexto de una Iglesia unida, cuya vocación e identidad más profunda es la evangelización (ChL 32. EN 14), donde el Señor encomienda a los laicos una gran parte de esa responsabilidad misionera de la Iglesia. El carisma de los laicos los coloca en el corazón del mundo para que, como la levadura, fecunden con semillas evangélicas la secularidad. Éste es el aspecto principal, aunque no único, de su tarea evangelizadora: activar, de un modo eminente, la laicidad de la Iglesia, que consiste sobre todo en haber sido enviada al mundo para ser solidaria con él y samaritana (FORTE, B., Laicado y laicidad, Ed. Sígueme. Salamanca, 1987).

3. Destinatarios

Preguntar por los destinatarios del apostolado seglar es equívoco. La respuesta parece diáfana: los hombres y mujeres susceptibles de ser evangelizados; sin embargo la actuación apostólica de los seglares encierra una complejidad, cuyo alcance se valora mejor al recorrer los diferentes campos donde la Iglesia reclama su presencia y trabajo apostólico. Los textos del magisterio nos llevan a distinguir tres grandes ámbitos o campos abiertos a la peculiar intervención de los laicos:

a) La construcción de la Iglesia como auténtico hogar del creyente

Cuidarse de la vida eclesial es responsabilidad peculiar del ministerio ordenado, pero, de acuerdo con el pensamiento del Concilio Vaticano II, los seglares son indispensables cooperadores en esa tarea: "su obra [la de los laicos] dentro de las comunidades de la Iglesia es tan necesaria que sin ella el mismo apostolado de los pastores muchas veces no puede conseguir plenamente su efecto". Esta intervención de los laicos consiste en participar "en las obras apostólicas de la comunidad", conducir "hacia la Iglesia a los que quizá andaban alejados", cooperar "en la comunicación de la palabra de Dios, sobre todo con la instrucción catequética", hacer "con la ayuda de su pericia más eficaz el cuidado de las almas e incluso la administración de los bienes de la Iglesia..." (AA 10). En una palabra, todas las actividades que tienden a construir la Iglesia como un hogar cálido, donde el creyente alimenta la fe y encuentra el necesario reposo espiritual, reclaman la participación activa de los seglares. Pablo VI decía que estos ministerios "son preciosos para la implantación, la vida y el crecimiento de la Iglesia y para su capacidad de irradiarse en torno a ella y hacia los que están lejos" (EN 73).

De hecho es en este ámbito donde encontramos la mayor cantidad de laicos cristianos implicados activa y responsablemente con la misión de la Iglesia (Una descripción cualitativa y cuantitativa de la intervención de los laicos en ESCARTIN, P. ¡Un laico como tú en una Iglesia como ésta!, pp. 21-36). En este punto, hay que volver a mencionar los nuevos modos de cooperación de los laicos en responsabilidades pastorales, que están surgiendo, particularmente en la viejas Iglesias de Europa, debido a la carencia de vocaciones. Decimos 'nuevos' por el carácter estable de tales servicios y por su encarnadura en el tejido pastoral; ambas circunstancias provocarán, seguramente, nuevos modelos de relaciones y organización entre los agentes de la pastoral parroquial y diocesana, como ya se ha hecho notar (Una descripción de estos compromisos en BORRAS, A., Des laics en responsabilité pastorale?..., pp. 21-91).

Juan Pablo II ha subrayado, además, la participación de los laicos en los Consejos de Pastoral. Éstos son un cauce privilegiado de corresponsabilidad en la línea de comunión o sinodalidad que antes se ha indicado, pudiendo llegarse a una cooperación directa en la toma de decisiones que afectan a la vida y acción evangelizadora de las comunidades. Dice el Papa: "La participación de los fieles laicos en estos Consejos podrá ampliar el recurso a la consulta, y hará que el principio de colaboración -que en determinados casos es también de decisión- sea aplicado de un modo más fuerte y extenso" (ChL 25. 27).

La cooperación de los laicos con la misión pastoral de la Iglesia es tan decisiva que, como han recordado recientemente los Obispos españoles, la Iglesia "no está plenamente constituida si, junto a los obispos, sacerdotes y religiosos, no existe un laicado adulto y corresponsable. La corresponsabilidad es, sin duda, una de las exigencias y expresiones más significativas de la comunión" (CLIM 24. Cf. AG 21). Son lugares naturales para la inserción de los laicos en esas tareas de animación comunitaria y eclesial la diócesis y la parroquia. Ésta, sobre todo, "es, en cierto sentido, la misma Iglesia que vive entre las casas de sus hijos y de sus hijas" o, haciendo uso de la expresión de Juan XXIII, "la fuente de la aldea a la que todos acuden para calmar su sed". En ella, pues, los seglares son invitados a "dar nueva vida al afán misionero dirigido hacia los no creyentes y hacia los mismos creyentes que han abandonado o limitado la práctica de la vida cristiana" (CLIM 25-27).

b) Hacer que la Iglesia esté presente y activa en el mundo

Ya se ha afirmado que el carácter secular marca decisivamente el ser y el actuar del cristiano laico. La eclesiología del Vaticano II reconoce al laico una peculiar pericia para todo lo que constituye la "mundanidad", una mundanidad invitada a ser fecundada por el Evangelio. Congar, buscando una definición positiva del laico cristiano, acuñó una frase feliz: "El laico será aquel para el cual, en la obra de Dios que se le ha confiado, la sustancia de las cosas existe y es interesante por sí misma" (CONGAR, Y. M-J. Jalones para una teología del laicado, Ed. Estela. Barcelona, 1961, pág. 39). El mundo, con toda su complejidad y ambivalencia, no es algo extraño para el laico, sino su hábitat más inmediato y natural, el lugar donde se sabe colocado por Dios para hacer fecundas las semillas del Reino sembradas por el Creador en las cosas de este mundo, que son interesantes por sí mismas, es decir, por lo que Dios ha dejado de sí en ellas. En esto consiste su pericia en mundanidad: en su capacidad de descubrir el paso de Dios por el mundo y sus estructuras. Y esta pericia es la que lo distingue, sin separarlo, del presbítero, del religioso y de la religiosa (Juan Pablo II). Por ello, el apostolado seglar tiene como tarea propia e insustituible la de "tratar y ordenar según Dios los asuntos temporales" (Concilio Vaticano II).

A esta presencia comprometida de los laicos cristianos en la vida social, cultural, laboral y política se la acostumbra a designar como presencia pública. La presencia pública de los laicos cristianos hace que la Iglesia esté activa en los ámbitos sociales donde se juega el presente y el futuro de la existencia humana. Más aún, sólo a través de ellos puede la Iglesia intervenir en muchos de esos lugares, como ya se ha dicho. A título indicativo enumeramos algunos de esos ámbitos y lugares: la lucha contra las pobrezas y marginaciones, los movimientos sociales tendentes a introducir nuevas pautas culturales, las actitudes y mecanismos que crean cultura, el desarrollo de un sano sentido crítico frente al impacto de los medios de comunicación de masas, las mediaciones socio-políticas y sindicales que influyen estructuralmente en la vida real, etc., etc. Recuérdese la descripción, ya clásica, que hace Pablo VI, en Evangelii nuntiandi, 70, de esos ámbitos seculares que constituyen la "tarea primera e inmediata" de los laicos: "el mundo vasto y complejo de la política, de lo social, de la economía, y también de la cultura, de las ciencias y de las artes, de la vida internacional, de los medios de comunicación de masas, así como otras realidades abiertas a la evangelización como el amor, la familia, la educación de los niños y jóvenes, el trabajo profesional, el sufrimiento, etc." (Una reflexión sobre la presencia pública de los cristianos, qué es y cómo se ejerce, en ESCARTIN, P., La presencia pública de los cristianos, BAC, Madrid 1999).

Esta es la gloria y la cruz del laicado cristiano. La apasionante tarea de transformar el mundo según la maqueta de las Bienaventuranzas se ve frecuentemente parasitada por su evidente dificultad y por la hostilidad que esa tarea encuentra. Tampoco es habitual que las comunidades eclesiales, y más en concreto las parroquias, entiendan que estos apostolados son parte de la responsabilidad evangelizadora que les compete, por lo que frecuentemente son remisas a promover y orientar a los laicos en esta dirección. No es extraño, por lo tanto, que ordinariamente los laicos prefieran buscar el abrigo hogareño de la Iglesia, no sólo para recuperar fuerzas, cosa necesaria y comprensible, sino para quedarse en casa con la ilusión de echar una mano en las tareas domésticas que nunca faltan. Es por lo tanto indispensable llamar la atención para que este campo del apostolado seglar del que estamos hablando, el más propio y peculiar del laico, no quede solapado en el anterior, pues con él permanecería indefinidamente aparcada una parte ineludible de la misión de la Iglesia.

c) Llevar el clamor del mundo hasta el corazón de la Iglesia

Fue el Concilio Vaticano II quien tuvo la audacia de afirmar que la Iglesia no sólo trata de servir a cada persona, a la sociedad y al dinamismo de la historia humana, sino que también recibe una ayuda valiosa del mundo moderno. Esta ayuda le viene a la Iglesia "de quienes, por vivir en el mundo, sean o no sean creyentes, conocen a fondo las diversas instituciones y disciplinas y comprenden claramente la razón íntima de todas ellas". Para no desbaratarla, debe hacer un decidido esfuerzo por "auscultar, discernir e interpretar, con la ayuda del Espíritu Santo, las múltiples voces de nuestro tiempo". Y tiene como meta lograr que "la verdad revelada pueda ser mejor percibida, mejor entendida y expresada en forma más adecuada" (GS 44. cf. 40-43). Siendo esto así, las aportaciones de los laicos cristianos, cuando trasladan a los centros neúralgicos de la Iglesia su visión de la vida y del mundo, el clamor de los pobres de la tierra, los gozos y las angustias en las que se debaten diariamente los hombres y mujeres de nuestro tiempo, cobran excepcional importancia, por ser ellos los peritos de una mundanidad que la Iglesia tiene la obligación de auscultar, discernir e interpretar.

Ahí está un sólido pilar donde se fundamenta la intervención de los laicos en los Consejos de Pastoral y en los demás órganos de consulta y discernimiento eclesial. El otro es el don del Espíritu Santo con el que también ellos han sido sellados. En virtud de esa pericia en lo secular y de la consagración espiritual que les anima, son invitados "a presentar a la comunidad de la Iglesia los problemas propios y del mundo, los asuntos que se refieren a la salvación de los hombres, para examinarlos y solucionarlos por medio de una discusión racional", así como a ofrecer "su experiencia en el examen diligente de las condiciones en que ha de ejercerse la acción pastoral de la Iglesia y en la elaboración y desarrollo del método de acción" (AA 10. 20 b).

No sólo la eficacia, sobre todo es el instinto eclesial el que reclama la intervención activa del laicado cristiano en el ánalisis de la realidad y en la elaboración de los planes pastorales. De este modo, el apostolado seglar se abre a otro campo cual es el de la participación en los diferentes organismos (delegaciones o secretariados de sectores pastorales) que actualmente configuran la organización de la Iglesia diocesana y, en su medida, de las parroquias. Sin embargo, no estará de más recordar que esa pericia en secularidad viene dada a los que viven en el mundo cuando se esfuerzan por conocer los fenómenos sociales e históricos con seriedad y sentido crítico tratando de desentrañar la problemática que albergan. Eso parecía querer indicar el Concilio cuando recababa la ayuda de quienes, por vivir en el mundo, conocen a fondo las diversas instituciones y disciplinas y comprenden claramente la razón íntima de todas ellas.

Puede afirmarse, por lo tanto, que el apostolado seglar reclama algo más que voluntarismo y buenas intenciones. Requiere una seria formación, no sólo a través de procesos interiores que conducen al desarrollo de la fe, la esperanza y la caridad, sino también por medio del conocimiento sistematizado de las verdades de la fe, de la doctrina social de la Iglesia y de las disciplinas humanas, sobre todo, de las relacionadas con el desarrollo de la sociedad y cultura de nuestro tiempo. Los Obispos españoles, en su más reciente documento sobre el laicado, han dedicado todo un capítulo a exponer la necesidad y características de la formación de los laicos (CLIM 70-88) y han ofrecido una Guía-marco (Comisión Episcopal de Apostolado Seglar, Guía-marco de formación de laicos, Edice. Madrid, 1997) como aportación autorizada para orientar las iniciativas formativas, particularmente de las asociaciones del apostolado seglar.

4. Mediaciones pastorales

Ya se ha hablado de los dos cauces del apostolado seglar: el individual y el asociado. Ahora hemos de considerar las mediaciones pastorales por las que se dinamiza este apostolado, sobre todo, la catequesis y catecumenados ofrecidos particularmente a los adultos, y las asociaciones, comunidades y movimientos apostólicos. Lejos de ser dos mediaciones contrapuestas o alternativas, como desgraciadamente se entiende algunas veces, catequesis y movimientos se necesitan y complementan.

Catequesis y catecumenados pretenden educar la vocación cristiana. Para ello buscan proporcionar una síntesis del contenido de la fe, en el contexto de la experiencia gozosa de encuentro con Jesucristo y de la vivencia comunitaria de la Iglesia. Los movimientos apostólicos tratan de educar y acompañar la vocación apostólica, nacida en el corazón creyente que, con la fe, descubre la llamada a testimoniarla y a transformar los ambientes de vida. Ambas dimensiones -vocación cristiana y vocación apostólica- están íntima y mutuamente imbricadas y condicionadas, de manera que no puede existir la una sin la otra. Por tanto, la formación de los laicos cristianos ha de integrar la educación del ser cristiano y de la vocación apostólica.

Para ello, cada una de ambas mediaciones modulan el objetivo común acentuando diferentes dimensiones: la catequesis se caracteriza por ser un proceso orgánico, integral y básico de la formación cristiana, con la mirada puesta en madurar la vinculación con Jesucristo, en la Iglesia, y para el servicio del mundo (cf. Comisión Episcopal de Catequesis y Enseñanza, La catequesis de adultos, 214); los movimientos, por su parte, acentúan la iniciación y acompañamiento de la vocación apostólica, y se caracterizan por una pedagogía de la acción, que tiende a poner en relación la vida cotidiana con la fe y la fe con la vida cotidiana, de modo que se interroguen mutuamente (cf. Guía-marco de formación de laicos, p. 45). La vocación apostólica comporta el desarrollo de tres dimensiones del ser creyente: la laicidad o conciencia de que la Iglesia ha sido enviada al mundo, envío que se concreta de un modo peculiar en los cristianos laicos (sobre la laicidad como dimensión de toda la Iglesia y su concreción en el laicado, vid. FORTE, B., Laicado y laicidad, Ed. Sígueme, Salamanca 1987, pp. 61-72); la adultez o capacidad para "dar razón de la esperanza" aquí y ahora; y la militancia o empeño por transformar la sociedad según el espíritu del Evangelio, por liberar a los oprimidos, por anunciar explícitamente a Jesucristo como único Salvador y por colaborar en la edificación de la Iglesia (cf. Guía-marco..., p. 17-20).

Por ello, catequesis y catecumenados necesitan de los movimientos apostólicos para desarrollar y acompañar la vocación apostólica; podría decirse que éstos constituyen la desembocadura natural de aquéllos. A su vez, los movimientos apostólicos deben contar con la catequesis y la experiencia comunitaria promovida por los catecumenados como vía normal de iniciación en la fe y como instrumento para la imprescindible síntesis orgánica de los contenidos de la fe que el militante cristiano ha de alcanzar. Encontrar, por tanto, caminos prácticos no sólo de colaboración sino de complementariedad entre catequesis y movimientos es un reto.

Dada la especificidad del apostolado seglar, hemos de detenernos un poco más en los movimientos y asociaciones. A pesar de las dificultades que actualmente experimenta el asociacionismo, existe en la Iglesia española una amplia variedad de asociaciones, comunidades y movimientos, nuevos y antiguos, que sería prolijo enumerar. (Me remito a los datos recogidos en ESCARTÍN, P. ¡Un laico como tú en una Iglesia como ésta!, pp. 26-36. Puede consultarse también VV.AA. Catolicismo en España. Análisis sociológico. Instituto de Sociología Aplicada de Madrid., Madrid 1985, cap. 15: "Movimientos apostólicos y comunidades de vida cristiana", pp. 385-395). Los Obispos han dedicado un capítulo de su ya citado documento sobre el laicado al tema de las "asociaciones, comunidades, grupos y movimientos de apostolado seglar en la vida y misión de la Iglesia" (CLIM 96-131). De él cabe resaltar sobre todo dos puntos:

a) Los criterios para discernir, reconocer y promover estos movimientos

Piensan los Obispos que, en la actual situación de la Iglesia española, ha de realizarse una actuación pastoral diversificada, que consiste en: a) discernir la eclesialidad de los movimientos, grupos y asociaciones de apostolado seglar, de acuerdo con los criterios señalados por el papa Juan Pablo II (ChL 30); b) reconocer o aprobar explícitamente a aquellos que lo pidan, petición que es "signo de comunión eclesial" y "de disponibilidad a colaborar con el ministerio pastoral" en la tarea apostólica (CLIM 103); y c) recogiendo la sugerencia del Concilio Vaticano II (AA 24. ChL 31), también es posible que el ministerio pastoral tome la iniciativa de promover "aquellas asociaciones y movimientos que mejor respondan a las exigencias de la Iglesia en este momento histórico" (CLIM 104).

Se señalan siete criterios para discernir la eclesialidad de las asociaciones (CLIM 100) y, en su caso, para reconocerlas y aprobarlas: 1) Santidad de vida, que se verifica en las obras, principalmente, en el testimonio de vida, trabajo por la justicia y solidaridad con los pobres. 2) Confesión y celebración de la fe. Es tarea propia de estas asociaciones y movimientos educar la vida de fe de sus miembros y hacer que participen en la celebración de la Eucaristía, los sacramentos y la oración. 3) Comunión eclesial, tanto afectiva como efectiva, con el ministerio pastoral y con los hermanos en la fe. 4) Asumir el fin apostólico de la Iglesia, en todas sus dimensiones: evangelización, santificación y formación. 5) Solidaridad con los pobres y pobreza evangélica, como signos hacia los que se requiere una particular sensibilidad. 6) Presencia pública, en cuanto que constituye la modalidad peculiar del apostolado de los laicos. 7) Protagonismo seglar, lo cual comporta que los laicos asuman la dirección de estas asociaciones, en claro reconocimiento de su personalidad cristiana.

Estos criterios han de ser entendidos y vividos de forma unitaria, puesto que se condicionan mutuamente. El sentido eclesial de las propias asociaciones y movimientos ha de llevarles a confrontar su práctica con esos criterios para actualizar sus fines, tareas y vida de acuerdo con lo que hoy la Iglesia necesita del apostolado seglar.

El ministerio pastoral también puede tomar la iniciativa, y promover algunas de estas asociaciones "de modo peculiar, asumiendo respecto de ellas una responsabilidad especial" (AA 24). Este modo de actuar está fundamentado teológicamente, en cuanto que el contenido de la tarea pastoral o "munus regendi" del obispo está respaldado por el "pneuma hegemonikon" implorado para el ordenado, y tiene una doble dimensión: espíritu de profecía y, a la vez, espíritu para estar a la cabeza de la Iglesia y conducirla (cf. el nuevo Ritual de la ordenación episcopal, n° 33, que, en este aspecto, sigue al antiguo ritual de Hipólito, del siglo III). Por esta razón, dirá el Concilio Vaticano II, "los obispos, por mediación del Espíritu Santo que se les ha comunicado, han sido constituidos verdaderos y auténticos maestros de la fe, pontífices y pastores" (ChD 2). Esta responsabilidad de guiar la Iglesia diocesana lleva al obispo más allá de una mera intervención para reconocer o aprobar todas las legítimas asociaciones; también ha de promover aquéllas que considere más útiles o necesarias. Con esta responsabilidad parece concordar la intención canónica de distinguir entre asociaciones públicas y privadas (CIC 301), reservando el término "misión" a las asociaciones públicas para que persigan "fines reservados por su misma naturaleza a la autoridad eclesiástica", razón por la que se sanciona que actúan "en nombre de la Iglesia" (CIC 313). No entramos a dilucidar el alcance de la expresión "nomine Ecclesiae" aplicada a las asociaciones públicas de fieles. Autores como GUILIANI, R, La distinzione fra associazioni pubbliche e associazioni private dei fideli nel nuovo Codice di Diritto Canonico. Roma 1986, p. 208, y MaRTÍNEZ SISTACH, L., Las asociaciones de fieles. Barcelona 1987, p. 53, sostienen que "agere nomine Ecclesiae" es actuar en nombre de la autoridad de la Iglesia, mientras que la "Instrucción sobre Asociaciones Canónicas" de la Conferencia Episcopal Española (n° 12) afirma que sólo se trata de "una mayor vinculación con la Jerarquía".

La "promoción" supone una mayor implicación mutua entre los pastores y la asociación. El obispo realiza un acto de discernimiento pastoral eligiendo y promoviendo; ¿ su vez, las asociaciones deben responder acentuando su sentido eclesial mediante una explícita disponibilidad a participar en los proyectos pastorales de la Iglesia particular y de la Conferencia Episcopal de acuerdo con el propio carisma, y una integración plena en los Consejos y demás organismos de corresponsabilidad y cooperación en la vida de la Iglesia, y aceptando los sacerdotes nombrados como consiliarios o asesores por el Obispo o por la Conferencia Episcopal (CLIM 104), además de asumir los ya citados criterios de discernimiento.

Esta promoción no ha de entenderse como un privilegio concedido a determinadas asociaciones, sino como una mayor responsabilidad en la evangelización, tanto de las asociaciones así elegidas como del ministerio pastoral que se compromete con ellas de un modo expreso.

Finalmente, ni el discernimiento y consecuente reconocimiento, ni sobre todo la promoción de determinadas asociaciones modifican la naturaleza y peculiaridad de las mismas o privan al laico de su legítima libertad de acción, tal como hace notar el Concilio Vaticano II (AA 24).

b) La singularidad de la Acción Católica

En esa facultad del ministerio pastoral para promover algunas asociaciones radica la singularidad de la Acción Católica. La descripción de su naturaleza ha pasado progresivamente de ser la "participación en el apostolado jerárquico" (Pío XI) a "cooperar con la Jerarquía en el apostolado" (Concilio Vaticano II). El documento que ha servido de base para la renovación de la Acción Católica en España la define como "la colaboración fraterna, estable y organizada entre el ministerio pastoral y el laicado, cada uno según su específica función, en orden a la realización del fin global de la Iglesia, esto es, la evangelización con todas sus implicaciones" (Federación de Movimientos de la A.C.E. La Acción Católica Española. Documentos: "La Acción Católica Española, hoy". Nueva configuración de la A.C.E. Madrid 1996, p. 42).

Las cuatro notas identificativas de la Acción Católica fueron expuestas en el decreto sobre el apostolado seglar del Concilio Vaticano II (AA 20). En la segunda mitad de los años ochenta, la Comisión Episcopal de Apostolado Seglar y las Comisiones Generales de los Movimientos de la Acción Católica hicieron una "lectura actualizada de las notas de la A.C." (cf. La Acción Católica Española. Documentos, pp. 21-39). Sobre esta base, los Obispos españoles, siguiendo la actitud de otras Conferencias Episcopales, como la italiana, han reconocido esa especial vinculación de la A.C. con la Jerarquía, como se deduce de las nuevas Bases y Estatutos de la A.C. aprobados en 1993 (Bases Generales de la A.C.E., 2.4. En La Acción Católica Española. Documentos, p. 85). Dos años antes ya habían apostado por la singularidad de esta forma de apostolado: "Dentro de este contexto, decían, la "Christifideles laici" sólo cita de forma explícita la "Acción Católica".

Esta particular referencia concreta no debe extrañar, ya que la Acción Católica, de acuerdo con la doctrina de las cuatro notas, no es una asociación más, sino que en sus diversas realizaciones -aunque pueda ser sin estas siglas concretas-tiene la vocación de manifestar la forma habitual apostólica de "los laicos de la diócesis", como organismo que articula a los laicos de forma estable y asociada en el dinamismo de la pastoral diocesana. Con razón Pablo VI inicialmente y últimamente y con frecuencia Juan Pablo II han calificado la A.C. como "una singular forma de ministerialidad eclesial" (CLIM 95).

El texto es suficientemente explícito. Estamos ante un caso claro de promoción de un grupo de movimientos con vistas a articular "a los laicos de forma estable y asociada en el dinamismo de la pastoral diocesana", y por ello, ante una mediación pastoral para el apostolado seglar que no puede ignorarse. Para un análisis de la naturaleza de la A.C., cf. o.c., donde se encontrarán los siguientes documentos: Nueva configuración de la A.C.E. Bases y Estatutos. Notas difinitorias de la A.C. La Acción Católica General. Apuntes para la historia de la A.C. en España.

5. Luces y sombras, en la actualidad, y perspectivas en el futuro

Cualquier intento de balance en relación con el apostolado seglar será inexacto. La puesta en práctica de las perspectivas abiertas por el Concilio Vaticano II todavía es muy desigual en el conjunto de nuestras Iglesias. Por lo que se refiere al apostolado seglar asociado, me remito a lo que escribí cuando acababa de celebrarse el Sínodo de 1987 sobre los laicos: "El camino recorrido por el laicado cristiano ha propiciado una nueva conciencia eclesial. Toda la Iglesia se siente hoy más sujeto evangelizador y responsable de la vitalidad y organización eclesiales. Los laicos participan de la misión de la Iglesia, toda ella evangelizadora, y no sólo de la misión de la jerarquía. Y a la vez que el ministerio pastoral comparte su protagonismo, crece la conciencia de igualdad, en dignidad y acción, entre todo el pueblo de Dios. Esta conciencia, aún minoritaria, es, sin embargo, irreversible y reclama que sean profundizados los límites de autonomía y pluralismo que competen a los laicos en general y a las asociaciones laicales particularmente. (...) Cuando parecían serenados los ánimos que se encresparon por las dificultades internas [las que constituyeron la crisis de la Acción Católica de final de los 60, que tanta repercusión tuvo en el conjunto del apostolado seglar], emergen los problemas del cambio social y cultural. No es de extrañar que las asociaciones laicales de apostolado se hayan visto envueltas en un largo proceso de clarificación y búsqueda, que ha podido hacer sospechar a los menos avisados que había sonado la hora de levantar su acta de defunción y era preciso inventar otros derroteros. Conviene no precipitarse. A pesar de sus limitaciones, el apostolado seglar en su conjunto y los movimientos apostólicos en particular están viviendo activamente y con un realismo encarnado el proceso de búsqueda en el que toda la Iglesia española está empeñada" (ESCARTIN, P., Veinte años de apostolado seglar asociado, en Laboa, J. M. (ed.), El Postconcilio en España, Ed. Encuentro, Madrid 1988, pp. 313-350).

En cuanto al apostolado seglar ejercido de forma individual, hay que resaltar sobre todo la notable incorporación de laicos a las tareas de animación de la vida pastoral comunitaria en sus múltiples modalidades, incluso con la adopción de compromisos estables, junto a las evidentes reticencias para asumir la evangelización de la secularidad.

Además, el apostolado seglar, en su doble modalidad de cooperación asociada e individual con la misión de la Iglesia, se encuentra condicionado en el momento presente por un conjunto de condicionamientos que vuelven problemática dicha cooperación. Señalaré cuatro de esos condionamientos o, si se prefiere, desafíos.

a) El desafío de la fe, cuando la increencia es una opción plausible y mayoritaria

El laico se ve abocado a creer en el amor de Dios, viviendo en un mundo sociológicamente incrédulo o indiferente. La crisis de fe amenaza constantemente al creyente que frecuenta la vida de la Iglesia y no vive aislado del mundo, sociedad y cultura que le han tocado en suerte. Más todavía si quiere introducir en ellos semillas de Evangelio. De no tener resuelto, con hondura y seriedad, este problema, será díficil que prospere una vocación apostólica, que va más allá de un voluntariado, opción hoy en alza aunque insuficiente, por más bienintencionado que sea.

Por ello, la formación de los laicos es el primer reto que afecta tanto a la catequesis como a los movimientos apostólicos y, en definitiva, a la propia Iglesia. Un reto que no es posible afrontar sin plantearse el modelo educativo y la pedagogía a utilizar en la formación de los laicos. A este respecto, no debería ignorarse la ya citada "Guía-marco de formación de laicos", ofrecida por la Comisión Episcopal de Apostolado Seglar.

b) El desafío del asociacionismo, cuando domina la fragmentación

Vivimos en un mundo en el que las tendencias postmodernas se han convertido en terreno abonado donde prospera la fragmentación, la privacidad y el individualismo. Esta situación, de algún modo dominante, crea particulares dificultades a la actividad organizada y a las iniciativas asociadas. Por otra parte, asociarse no es sólo signo de solidez social y de eficacia; es también una exigencia eclesial. La fe es eclesial y, por tanto, conduce hacia la agrupación, identifica con el grupo, construye comunidad, es decir, la Iglesia. Los déficits de asociacionismo repercuten negativamente sobre el sentido de pertenencia eclesial; y, por otra parte, el grupo, los movimientos y las comunidades son mediaciones para descubrir la Iglesia. En los actuales planteamientos pastorales no puede ser facultativo el educar y promover el asociacionismo apostólico; va en ello algo más que una estrategia práctica, va también la hondura en la educación del sentido eclesial.

c) El desafío de la presencia pública

La pretensión pública de la fe tiene hoy mala prensa. Todo el mundo encuentra sensato y de buen gusto mantener un tanto separadas de la vida diaria las creencias religiosas. Este posicionamiento de no interferencia de la fe es particularmente agudo en el terreno de la profesión (Vid. el estudio realizado por TORNOS, A. y APARICIO, R., ¿Quién es creyente en España, hoy? PPC, Madrid 1995). Sin embargo, el anuncio, más aún, la irrupción del reinado de Dios es consubstancial con la fe cristiana. Lo cual postula de la Iglesia y, particularmente, de sus hijos laicos una intervención activa en la sociedad o dicho de otro modo, una presencia pública, que tiende a transformar los centros de interés y las pautas culturales según parámetros evangélicos: del interés por lo individual y privado al interés por lo solidario y común, del interés prioritario por lo material (especialmente por el dinero y el placer) al interés por los valores del espíritu, etc., etc. (Cf. CVP 85-90). Una transformación, además, que abre la puerta al anuncio explícito de Jesucristo: no sólo lo prepara y lo hace plausible, sino que verifica la coherencia de la fe que se anuncia.

d) El desafío de la construcción de la Iglesia

En las presentes circunstancias, más si cabe que en otros tiempos, el creyente necesita una Iglesia que sea verdadero hogar. Sabido es que la Iglesia es obra de Dios, pero también edificación o construcción de los creyentes (Cf. Ef 4,11-13). Esta iglesia ha de ser construida como un espacio de comunión misionera, de celebración y oración y de crecimiento en la fe. Las tres dimensiones reclaman del laico no sólo su pertenencia a la Iglesia, como quien pertenece a un club privado y se aprovecha de sus ventajas, sino su participación activa: en el culto, en la catequesis, en la organización de la vida eclesial, en la búsqueda de las prioridades que han de preocupar a cada Parroquia y a la Iglesia diocesana.

Al tomar parte activa en la construcción de la Iglesia, el laico ha de arrinconar la conciencia vergonzante de que está apartándose de su tarea principal. Es hora de superar el lenguaje (y la dicotomía subyacente) entre tareas "intraeclesiales" y "extraeclesiales", porque la construcción de la Iglesia también es misionera: se lleva a cabo para hacer posible y plausible la evangelización, puesto que es la Iglesia quien evangeliza. Por eso el modelo de Iglesia que se construye no es indiferente y, en ese diseño, son imprescindibles los laicos. La diferente responsabilidad de los pastores y de los laicos respecto de la edificación del cuerpo de Cristo no aparta a éstos de esa tarea, sino que los integra según la propia naturaleza de la Iglesia: un cuerpo estructurado por el Espíritu con carismas y ministerios diferentes, entre los que el ministerio de dirección tiende a que todo el cuerpo crezca bien unido, pero no a hacerlo y decidirlo todo.

La tensión subyacente a estos cuatro desafíos da a entender que el momento actual del apostolado seglar es crítico, cosa lógica en épocas de transición. Además, el protagonismo de la presencia pública de la Iglesia reclama ser transferido de la Jerarquía a la comunidad eclesial. Para que nuestros contemporáneos perciban la presencia de la Iglesia en las intervenciones públicas del cuerpo eclesial es preciso que las relaciones internas entre el ministerio pastoral y el resto del pueblo de Dios se articulen de acuerdo con los principios de sinodalidad, comunión y corresponsabilidad, claramente enunciados teóricamente, pero cuya puesta en práctica deja aún mucho que desear.

También sigue pendiente la pregunta sobre el modo de activar la presencia pública, lo cual nos remite al debate, iniciado en los años ochenta y todavía no cerrado, entre los cristianos "de la presencia" y los cristianos "de la mediación". La alternativa entre presencia y mediación descubre una problemática de fondo que bien puede formularse así: ¿se trata de hacer entrar la vida pública en el dominio de la fe (actitud más próxima a la presencia) o de introducir la fe en los ámbitos de la vida pública (actitud patrocinada por la mediación)? Los Obispos españoles han pedido que se evite "la sospecha de considerarlos modelos exclusivos y escluyentes y la tentación de tomar una opción parcial y, por lo mismo, reduccionista", ya que presencia y mediación "son modalidades distintas, pero no alternativas" (CLIM 49). Pero una advertencia tan sensata no excusa de reflexionar sobre los trasfondos de ambos modelos, ni de buscar con sinceridad las formas de presencia que mejor encajan con la actual sensibilidad de nuestra sociedad (Cf. CLIM 65), puesto que los modelos históricos con los que la Iglesia ha realizado su presencia pública en el mundo no son inocentes. Para el análisis de la problemática subyacente a ambos modelos, vid. GARCÍA DE ANDOIN, C., La pretensión pública de la fe. HOAC y Comunione e Liberazione. Dos estrategias laicales. Desclée de Brouwer, Bilbao 1994. GONZALEZ-CARVAJAL, L., Cristianos de presencia y cristianos de mediación. Sal Terrae, Santander 1989. ROVIRA BELLoso. J. M., Fe y cultura en nuestro tiempo. Sal Terrae, Santander 1988, pp. 114-121. GARCÍA-ROCA, J., ¿Presencia o mediación? Dos modos de entender el compromiso cristiano en el mundo. Revista "Sal Terrae", septiembre 1986, pp. 597-607. Secretariados Sociales Diocesanos de Pamplona, Bilbao, San Sebastián y Vitoria, Compromiso cívico y neoconfesionalismo. Ed. IDATZ, San Sebastián 1986. Consejo de Redacción de la revista "Communio", Algunas propuestas para la evangelización en España hoy, marzo/abril 1986, pp. 114-116.

Por último y de forma telegráfica señalo algunas urgencias que el apostolado seglar, hoy menos que nunca, puede ignorar. En primer lugar, la decisión de unir presencia transformadora de la realidad social con el anuncio explícito de Jesucristo. Sin anuncio no hay evangelización; pero el anuncio no será más que palabrería vacua, incapaz de llamar la atención de nuestros contemporáneos, si no va acompañado del compromiso transformador y del testimonio práctico de la fe.

Junto al anuncio, hay que reivindicar la urgencia de una presencia cualificada (CLIM 51), es decir, inspirada y modulada por la adhesión a la fe y a la Iglesia, cuyos principales campos de actuación están en la lucha contra las crecientes pobrezas y marginaciones, en los movimientos sociales que tienden a introducir pautas culturales más solidarias, en los mecanismos que crean cultura y en las mediaciones socio-políticas y sindicales que influyen estructuralmente en la vida de la sociedad (CVP 106-137).

Estas presencias no se improvisan: son el fruto de un proceso educativo en el que la conjunción del análisis de la realidad (lectura sociológica y cultural de los acontecimientos sociales) con la lectura creyente conduce a la elección de mediaciones o estrategias de acción, compatibles con los valores del reino de Dios e indispensables para que la transformación sea posible. Se trata de un proceso que supera infantiles voluntarismos y reclama acompañamiento para que no se trunque, acompañamiento que difícilmente será posible sin asociaciones o movimientos apostólicos adecuados.

BIBL. —AA. W., La misión del laico en la Iglesia y en el mundo, EUNSA, Pamplona 1987; A. BARUFFOD. DE PABLO MAROTO, Laico, en S. De Fiores-T. Goffi (eds.), Nuevo Diccionario de Espiritualidad, Ed. Paulinas, Madrid 1983, pp. 794-809; A. BENI, Laicos, en G. Barbaglio-S. Dianich (eds.), Nuevo Diccionario de Teología I, Ed. Cristiandad, Madrid 1982, pp. 846-857; CEAS, El Apostolado Seglar en España. BAC, Madrid 1974; CEAS, El seglar en la Iglesia y en el Mundo. EDICE, Madrid 1987; Y. M. CONGAR, /alones para una teología del laicado, Estela, Barcelona 1961; Y. M. CONGAR, Sacerdocio y laicado, Estela, Barcelona 1964; J. A. ESTRADA, La Iglesia: Identidad y cambio, Cristiandad, Madrid 1985; J. A. ESTRADA, La identidad de los laicos, Paulinas, Madrid 1990; FEDERACIÓN DE MOVIMIENTOS DE ACCIÓN CATÓLICA ESPAÑOLA, La Acción Católica Española. Documentos, Ed. de la ACE. Madrid 1996; B. FORTE, Laicado, en L. Pacomio y otros, Diccionario Teológico Interdisciplinar III, Salamanca 1982, pp. 252-269; B. FORTE, Laicado y laicidad, Sígueme, Salamanca 1 987; C. GARCÍA DE ANDOIN, La pretensión pública de la fe. HOAC y Comunione e Liberazione. Dos estrategias laicales, Desclée de Brouwer, Bilbao 1994; K. RAHNER, Sobre el apostolado seglar, en Escritos de Teología II, Taurus, Madrid 1961, pp. 337-374; Th. SUAVET, Espiritualidad del compromiso temporal, Columba, Madrid 1963.

Pedro Escartín Celaya