2 de enero

SAN BASILIO DE CESAREA
Obispo y doctor de la Iglesia

N. Cesarea de Capadorcia, 330     M. Cesarea, 1-enero-379


Suele situarse el nacimiento de San Basilio en el año 330, el mismo en que el emperador Constantino el Grande inauguraba la nueva Roma, Constantinopla. Nace Basilio en Cesarea de Capadocia, metrópoli civil y religiosa situada casi en el Centro-Oeste de Asia Menor, donde se juntaban los caminos que desde Bizancio y la costa occidental conducían a Armenia. Llamada antes Mazaca, luego Tiberia, Cesarea corresponde a la actual Kayseri.

La familia en que nace Basilio está ya marcada por las dos características que de manera eminente destacarán en ella: la fe cristiana y el amor a la cultura griega. Los abuelos paternos, grandes propietarios con posesiones en las provincias de Capadocia, del Ponto y de Armenia, habían recibido la fe a través de la predicación y enseñanza de San Gregorio Taumaturgo (-> 17 de noviembre), discípulo de Orígenes y primer obispo de Neocesarea del Ponto, y durante la gran persecución, bajo Maximino Daza, habían sufrido confiscación de bienes y se habían visto obligados a huir y refugiarse en las montañas cavernosas del Ponto, donde permanecieron hasta que, cesada la persecu-

    N. Nacimiento; M. Muerte; B. Beatificación; C. Canonización.

ción, pudieron regresar y recuperar sus bienes. La abuela, Macrina, será la principal transmisora de esta tradición familiar de vida conforme a la fe cristiana (¡cuánto puede hacer una abuela en la tarea de transmitir la fe!). Su memoria se celebra el 14 de enero. Su hijo y padre de nuestro santo, Basilio el Viejo, destacó como prestigioso rétor o maestro y tratadista de Retórica, establecido posiblemente en Neocesarea del Ponto. Enmelia, la madre, la que –según San Gregorio Nacianceno– había recibido el nombre de lo que era, o había llegado a ser aquello cuyo nombre había recibido, pues su nombre fue verdaderamente sinónimo de armonía», también pertenecía a una familia de vieja raigambre cristiana, pues su padre y abuelo materno de Basilio, había muerto mártir, probablemente en la persecución de Licinio.

FORMACIÓN: FAMILIA Y ESCUELAS

Del matrimonio de Basilio el Viejo y Enmelia nacieron diez hijos, de los que sobrevivieron nueve, cinco mujeres y cuatro varones. Conocemos el nombre de cinco: Macrina la Joven, Basilio, Naucracio (monje a orillas del Iris), Gregorio (obispo de Nisa) y Pedro (obispo de Sebaste), todos ellos venerados como santos.

Sin duda, el primer maestro de Basilio fue su padre, quizás en la misma casa de la abuela en Neocesarea o en sus aledaños. En carta a los ciudadanos de Neocesarea, hacia el año 375, les dice: ,<Desde mi niñez estoy acostumbrado a ese lugar, pues allí, en casa de mi abuela me criaron, y desde entonces he pasado largas temporadas, huyendo de las turbulencias políticas, y he hallado que es lugar adecuado para la filosofía, por la calma, fruto de la soledad. Allí he pasado varios años consecutivos. Y, en fin, allí siguen habitando ahora mis hermanos.

Ya adolescente, pasa a las escuelas de Cesarea, donde es muy probable que tuviera como maestro al neoplatónico Eustacio y donde conoció a Gregorio de Nacianzo. Pero su padre quería para el hijo la mejor formación e instrucción, y lo envió a estudiar primero en las escuelas de Constantinopla y luego en las de Atenas, donde permanecerá cuatro años. Aquí se encuentra de nuevo con su paisano Gregorio de Nacianzo, y entre los dos nace una amistad, fundada en la comunión de ideas y de ideales, tan estrecha que el mismo Gregorio la definirá como «un alma en dos cuerpos», llegará a ser referente obligado para definir la verdadera amistad. Es posible también que alguna vez se cruzara en las aulas o en los patios con Juliano, el futuro emperador. Basilio y Gregorio frecuentaron juntos las mismas clases y los mismos maestros, principalmente, según el historiador Sócrates, el pagano Himerio y el cristiano Proheréseo. Posiblemente data de esta época también el encuentro de Basilio con el famoso rétor Libanio. Lo que está fuera de duda es que Basilio, sin detrimento de su fe, supo asimilar lo mejor de la cultura griega y ponerlo al servicio de su vida cristiana, pese a ser bien consciente de su dificultad, como bien lo expresa su amigo Gregorio en su elogio fúnebre: «Atenas es funesta para los asuntos del alma [...]. Efectivamente, Atenas es próspera de la mala riqueza, o sea, los ídolos, más que el resto de Grecia, y es difícil no dejarse arrastrar por sus panegiristas. Precisamente, para orientar a sus sobrinos en la tarea de recibir una educación clásica como preparación para estudiar las verdades cristianas, Basilio escribe para ellos el precioso librito Sobre el modo de sacar provecho de los autores profanos, y él se propone como ejemplo. Les cita los autores que, sin duda, él más frecuentó: Homero, Hesíodo, los líricos, los trágicos -especialmente Eurípides-, y entre los prosistas, Heródoto y Plutarco, además, naturalmente, de los filósofos, sobre todo Platón y Posidonio, aunque debemos añadir Plotino, al que no nombra, pero al que tanto debe en la exposición de su pensamiento teológico, particularmente en su tratado Sobre el Espíritu Santo.

CRISTIANO, ANACORETA Y MONJE

Su larga, rica y esmerada preparación no fue, sin embargo, para él más que un enriquecimiento de su vivencia de la fe cristiana, pese a su condición de catecúmeno. No obstante, cuando el año 355 regresó a Cesarea y se dedicó a la enseñanza de la Retórica, durante algún tiempo padeció el sarampión de orgullo y vanidad propio de todo joven profesor. Pero pronto hicieron mella en él las reconvenciones de su hermana Macrina y los embates de la gracia divina, e inició un proceso de conversión que le llevó a pedir el bautismo, que recibió de manos del obispo de Cesarea, Dianio. El bautismo, pues, fue la consciente decisión personal que coronaba con toda normalidad una larga y profunda educación en la fe dentro de un fervoroso ambiente familiar.

Como expone en su carta al maestro espiritual y amigo de la familia, figura importante en la historia del monacato de Asia Menor, Eustacio de Sebaste, apenas recibido el bautismo, Basilio vio acrecentarse en él el deseo -que ya le había apuntado en Atenas- de abrazar la vida monástica, y quiso explorar y estudiar sus distintas formas. Eustacio había orientado ya hacia ella a la madre, Enmelia, y a la hermana, Macrina, pero Basilio quería conocer personalmente otras experiencias y se embarcó en un largo viaje, ansioso siempre de hallar los mejores modos de practicar la vida ascética. El itinerario parece que se lo fue marcando, sin saberlo, el propio Eustacio, a cuya zaga, sin alcanzarlo, fue Basilio visitando los monasterios de Alejandria y del resto de Egipto, de Palestina, Siria, Celesiria y Mesopotamia. Así transcurrieron unos dos años.

A resultas de esta peregrinación, estableció su retiro en un lugar llamado Anisa (o Anesis), a orillas del Iris, cerca de Neocesarea, en una posesión familiar que Basilio consideró apropiadísima para realizar su ideal de vida ascética y que describe en términos de entusiasta lirismo a su amigo Gregorio de Nacianzo. Pero no lo hace por simple prurito literario o como ejercitación escolar. Basilio comienza allí su generosa y total entrega a la vida anacorética, que pronto se convertirá, y ya para siempre, en cenobítica. Y sintiéndose plenamente realizado, invita a su entrañable amigo a que le acompañe en esta nueva aventura. Gregorio, que también sentía inclinación por la vida contemplativa, aceptó, y juntos se entregaron a la vida monástica y al estudio, sobre todo del gran Orígenes, cuya doctrina recogen a base de extractos en la obra conjunta que titulan Filocalia («selección de cosas bellas hecha con amor»). Pero Gregorio no resiste el ritmo y las exigencias de aquella vida y, ayudado por la nostalgia de los suyos, no tarda en regresar a su tierra.

Por estas fechas se les habían unido ya no pocos cristianos, impulsados por el ideal monástico, y todos formaban ya un verdadero cenobio, con unas normas rectoras básicas que todavía podemos admirar en las cartas de Basilio que nos han llegado con los números 2 y 22. Basilio podrá disfrutar de esta vida, que para él es la felicidad, apenas cinco años.

El año 360, su obispo Dianio hace que le acompañe como lector al concilio que se celebraba en Constantinopla. A su regreso, debió de terminar las dos obras ascéticas Sobre el juicio de Dios y las Reglas morales, que son para monjes, pero que también aprovechan a todo cristiano. Posiblemente las había comenzado junto con Gregorio.

Durante este retiro suyo es cuando hace su aparición el turbulento fenómeno llamado Juliano y apodado el Apóstata (noviembre de 361 - junio 363) que, sin embargo, no parece haber tenido influjo especial en la vida personal de Basilio, pese a los esfuerzos de la leyenda posterior por mostrar lo contrario (las falsas cartas 40 y 41).

El mismo año en que, muerto Juliano, se hacía cargo del imperio de Oriente el filoarriano Valente, el año 364, el nuevo obispo de Cesarea, Eusebio, ordenaba de presbítero a Basilio y le convertía en su colaborador. Sin duda esta colaboración fue particularmente eficaz en el cuidado de los pobres, ancianos, viajeros, etc., sobre todo con motivo de la hambruna que en tomo al año 368 se abatió sobre Capadocia, tal como da a entender en sus cartas 27 y 31. Pero también se plasmó en la regulación de las funciones del clero y en la reforma de la liturgia de su Iglesia -como señala su amigo Gregorio en su discurso fúnebre-, de donde luego saldria la parte litúrgica de sus Reglas monásticas y la llamada Liturgia de San Basilio, vigente todavía en las iglesias de rito bizantino para los domingos de cuaresma.

Es también por este tiempo -quizás aprovechando el que le dejaba libre la preparación del sínodo de Lámpsaco, al que le invitara Eustacio- cuando se enfrentó con el arrianismo más radical, representado por Eunomio, y compuso su obra Contra Eunomio en defensa de la doctrina del Concilio de Nicea, que afirmaba la divinidad del Hijo de Dios, por ser consustancial con el Padre. Basilio, bien equipado como estaba por su preparación filosófica adquirida en su larga formación, sobre todo en Atenas, deshizo una a una las argucias silogísticas del dialéctico Eunomio, y plantó las bases teológicas para la recuperación doctrinal de la gran mayoría de los obispos orientales, cada vez más alejados del radicalismo arriano y más cercanos de la ortodoxia mantenida por Atanasio.

¿Cuánto duró el buen entendimiento con su obispo Eusebio? Debió de quebrarse relativamente pronto, pues la diferencia de formación entre el obispo y su presbítero resaltaba demasiado con los sucesivos éxitos de éste. El caso es que Basilio terminó por regresar a su querido y añorado retiro de Anisa, donde se dedicó a cuidar y promover la vida monástica en la región, a la vez que intensificaba la formación de los monjes sobre la base del Pequeño Ascético que, por su evolución, exigió varias y sucesivas redacciones.

OBISPO DE CESAREA

El año 370 moría Eusebio, su obispo, y dada la importancia de Cesarea como metrópoli de Capadocia y del Ponto, no era fácil la elección de sucesor, sobre todo teniendo en cuenta el interés que, avalados por el emperador Valente, manifestaban los arrianos por apoderarse de esta sede. Pero se adelantaron Ios ortodoxos, encabezados por el viejo obispo de Nacianzo, Gregorio, el padre del gran amigo, y llamaron a Basilio como sucesor de Eusebio, con lo que se vio arrancado de su amada soledad de Anisa, a la vez que inmerso en el tráfago del gobierno de una metrópoli, con jurisdicción sobre las sedes limítrofes y con funciones de exarca imperial, por exigencias de la organización del imperio. Su cargo, pues, de obispo le exigía actuar en tres campos: el pastoral, el teológico y el político.

Siguiendo su anterior actuación como presbítero, Basilio comenzó su episcopado poniendo como preocupación prioritaria del mismo la atención a los más pobres y desheredados, preocupación que no abandonará nunca. Rondaba los cuarenta años cuando recibió el episcopado y se hallaba, por tanto, en la plenitud de sus fuerzas y posibilidades, que él empeñó al servicio de los pobres. Sin duda él es uno de los primeros entre los grandes organizadores de la caridad cristiana. En los aledaños de Cesarea construyó un enorme complejo hospitalario, con dos finalidades: sanitaria una, para atender a los enfermos, con todo un equipo de médicos, de enfermeros y de auxiliares, con viviendas propias dentro del complejo; y otra de hospitalidad, para recibir y alojar debidamente a peregrinos y a pobres sin techo, sobre todo ancianos. El complejo, casi una verdadera ciudad, recibió de la gente el nombre de «Basiliada.

Según da a entender su amplia correspondencia epistolar, Basilio tuvo siempre problemas de salud. Bien claro se lo dice a su amigo Eusebio, obispo de Samosata, al darle la noticia de la muerte de su madre Enmelia. Si ha tardado en escribirle -le advierte- no ha sido por causa de sus bien conocidos achaques, de los que él no hace caso a la hora de trabajar y de actuar, «pero -se lamenta- el único consuelo que yo tenía en esta vida, mi madre, me ha sido arrebatado, por mis pecados. No te burles de mí porque, a mi edad, me queje de mi condición de huérfano, y perdóname el que no lleve con paciencia la separación de un alma con la que nada puedo comparar de lo que me queda». La muerte de su madre está reciente aún, por lo que debió de ocurrir el año 371.

A finales de ese mismo año, el emperador Valente se presentó en Capadocia. Su primer intento fue ganarse a Basilio para la causa arriana, llegando a la coacción con la amenaza de destierro, para obligarle a firmar la fórmula de Rimini, de 359, que dominaba en Oriente y que, rechazando la consustancialidad del Hijo de Dios, admitía que es «semejante al Padre en todo». El mensajero del emperador fue el prefecto Modesto, cuya dramática entrevista con Basilio inmortalizó el Nacianceno en su discurso de elogio fúnebre. Ante las contundentes argumentaciones de Basilio, Modesto exclamó estupefacto: «¡Hasta ahora, nadie se había atrevido a hablarme así, con tanta libertad y franqueza, a mí, Modesto!» -«¡Porque quizás nunca topaste con un obispo!» -replicó Basilio.

Ante tan firme y decidida negativa, el emperador tomó otra medida, siquiera para neutralizar a Basilio y reducir a los defensores de Nicea, abundantes en Capadocia. En consecuencia, dividió la Gran Capadocia en dos provincias, con dos capitales: Cesarea para la Primera Capadocia, y Tiana (algún tiempo Podanda) para la Segunda. El obispo de Tiana, Antimo, reclamó entonces para su sede el rango de metrópoli y la independencia respecto de Cesarea, con evidente peligro para la ortodoxia. Entonces Basilio se vio en la necesidad de compensar la pérdida de esas diócesis, y para ello creó en la Primera Capadocia nuevas sedes sufragáneas de Cesarea, y al frente de ellas puso obispos de su confianza.

Así es como Nisa tuvo de obispo al hermano menor de Basilio, Gregorio, Sasima al amigo Gregorio de Nacianzo, e Iconio a otro amigo -y primo del Nacianceno- Anfiloquio. Las tres sedes eran, si se mira a su escasa población, de mínima importancia, y ciertamente nada cómodas para vivir en ellas. Bien consciente de ello era Basilio, y por eso, escribiendo a Gregorio de Nacianzo, con referencia a Sasima, le invita a «ser obispo que dé honra a su sede, y no que la reciba de ella, pues la marca de un hombre realmente grande no es solamente levantarse a la altura de las grandes cosas, sino también engrandecer con la propia fuerza a las pequeñas.

La situación del clero, en general, dejaba mucho que desear, y Basilio empeñó buena parte de su actividad episcopal en visitar personalmente a cada uno de sus miembros y tratar de evitar los abusos, sobre todo la simonía. Para ello dispuso y promovió una mejor preparación de los candidatos a órdenes.

Pero, si repasamos las casi 300 cartas que de él se han conservado, en su mayoría de la época del episcopado, veremos que la preocupación pastoral de Basilio desborda los límites de lo cristiano o religioso y abarca las más diversas situaciones, personales o colectivas, sin que ninguna le sea indiferente, antes bien, en todas se muestra siempre debelador de cualquier abuso, firme protector del débil contra toda injusticia y perpetuo abogado de los pobres.

Sin embargo, también fue el más decidido defensor de la fe nicena, como ya hemos visto, sobre todo desde que tomó el relevo del gran Atanasio de Alejandria (-' 2 de mayo), muerto el año 373. Basilio puso al servicio de esta tarea sus mejores cualidades intelectuales y los eficaces recursos filosóficos, culturales y literarios con que se había equipado en los años de su larga y concienzuda preparación.

MAESTRO DE LA FE CATÓLICA

El panorama de la Iglesia en Oriente era desolador. Al amparo del emperador arriano Valente, los obispos arrianos acaparaban las sedes más importantes, incluida Constantinopla, y, como dice San Jerónimo, parecía que el mundo entero se había vuelto arriano. Hasta el gran amigo y maestro de Basilio en la vida monástica, Eustacio de Sebaste, se pasó al bando de los macedonianos, siendo este caso, quizás, lo que más le hizo sufrir a Basilio en sus últimos años.

Ya hemos aludido al intento de Valente por lograr los mismos éxitos en Capadocia y particularmente en Cesarea, y el rechazo de Basilio frente a los halagos y a las amenazas que, por otra parte, en general no eran baldías, según podían atestiguar los obispos ya desterrados y las persecuciones de que eran objeto las comunidades fieles a la fe nicena en diversos lugares.

El arrianismo original, sin embargo, había evolucionado: seguía rechazando la consustancialidad del Hijo respecto del Padre, pero una creciente mayoría admitía una 'semejanza en todo con el Padre. Ahora bien, a mediados de la década de los cincuenta se puede ya hablar de un partido npneumatómaco», es decir, que además negaba expresamente la divinidad del Espíritu Santo, acerca del cual Nicea no se había pronunciado en ningún sentido. Al frente de los pnematómacos destacó pronto la figura de Eunomio de Cízico, que en los escritos llegados a nosotros muestra ser buen escritor, ducho y terrible dialéctico y bien impuesto en el aristotelismo y neoplatonismo.

Para refutarlo adecuadamente, Basilio entró directamente en liza ya entre los años 363 y 365, es decir, antes de ser obispo, según ya vimos. En tres libros refuta los argumentos de Eunomio, defiende la consustancialidad del Hijo con el Padre y afirma, aunque no de manera explícita todavía, por razones pastorales, la divinidad del Espíritu Santo.

Siendo ya obispo y con ocasión de una solemne celebración litúrgica, en septiembre del 374, se vio acusado de utilizar en la gran doxología, en vez de la expresión tradicional, «vocablos extraños y a la vez mutuamente contradictorios'. El eco del supuesto escándalo parece que llegó a oídos de su amigo Anfiloquio, el obispo de Iconio, quien le pidió una explicación completa que le permitiera a él responder adecuadamente a los quisquillosos inquisidores de Basilio. La respuesta de éste fue la espléndida obra Sobre el Espíritu Santo, fruto maduro de un pensamiento muy ejercitado y avanzado en estos temas. Al cabo de un año, lo tenía ya terminado y listo para enviárselo a Anfiloquio: «El librito sobre el Espíritu Santo está ya escrito y acabado, como tú sabes». El tema lo tenía bien rumiado, desde sus primeros encuentros con los pneumatómacos, mucho antes del 372, y sobre todo desde que intentó recuperar para la ortodoxia al viejo amigo y venerado maestro de ascética Eustacio de Sebaste. Si los pneumatómacos se apoyaban en la filosofía griega, Basilio también se aprovecha de ella con pleno dominio para refutar y argumentar, pero su base más firme y sólida es el recurso constante y exhaustivo a la Escritura y a la Tradición, siguiendo la línea iniciada ya por San Atanasio de Alejandria: «Los unos, por confundir las Personas, se descarrían hacia el judaísmo [sabelianos], y los otros hacia el paganismo [arrianos], por oponer las naturalezas, sin que les baste como mediadora la Escritura divinamente inspirada, ni las tradiciones apostólicas logren ser árbitro en su mutua reconciliación».

Estas dos obras de contenido dogmático -Contra Eunomio y Sobre el Espíritu Santo- tienen una proyección universal y se orientan al diálogo teológico. Las Homilías y Sermones miran sobre todo a la acción pastoral con la propia grey, para suscitar, mantener, purificar y acrecentar la fe en su diócesis y en toda Capadocia. En su extensa correspondencia epistolar con toda clase de gente y sobre toda clase de temas y asuntos, Basilio abre su corazón de padre a todos cuantos a él acuden, sin discriminaciones, pero sobre todo dialoga con los representantes de la mayor parte de las Iglesias y de todos los partidos, pues estaba convencido de que las dificultades doctrinales de la Iglesia no se podían solucionar más que con miras ecuménicas y con gestos y actitudes dialogantes, flexibles, desde la humildad, «ya que no es cuestión de devanarse los sesos con asuntos que escapan a nuestro conocimiento».

HOMBRE DE IGLESIA, PADRE DEL MONACATO

La misma preocupación ecuménica le llevó a intervenir directamente en el asunto del tristemente famoso cisma de Antioquía, donde el pleito se ventilaba entre dos obispos ortodoxos, Melecio y Paulino, suceso que agravaba más aún la situación del Oriente cristiano. Basilio trató de interesar y de informar bien y cumplidamente al Occidente latino, para lo que envió una misión a las Iglesias de Italia y de la Galia y particularmente al obispo de Roma, Dámaso. Pero éstos, por su inveterado desconocimiento y su torpeza para comprender los problemas, especialmente los doctrinales, de Oriente, a lo que en este caso se añadía la unilateral e interesada información que les llegaba a través de Alejandría, no sólo no comprendieron, sino que respondieron condenando a Melecio, el obispo legítimo, lo que causó en Basilio una profunda decepción e indecible amargura, hasta hacerle preguntarse: nY si la ira de Dios persiste, ¿qué ayuda puede aportarnos el orgullo de Occidente? Esas gentes no conocen la verdad, ¡ni soportan el conocerla!»

A pesar de estas contrariedades, Basilio no se desanimó y siguió en la brecha, multiplicándose y desviviéndose por el bien de las Iglesias y de la doctrina ortodoxa; en este punto, sobre todo después de la muerte de Atanasio en 373, cuyo relevo asumió, como ya hemos señalado.

Pero esta actividad volcada hacia las Iglesias de Oriente no le impidió cultivar su propia parcela eclesiástica. Lo atestigua, según hemos indicado ya, su gran producción homilética. En sus homilías y sermones es donde Basilio nos ha dejado las mejores muestras de su exégesis bíblica, al comentar para su clero y pueblo la Sagrada Escritura y al aplicar sus enseñanzas a la vida cotidiana y concreta de Ios cristianos. Para ello pone en juego todos sus recursos literarios, filosóficos, filológicos, etc. No tuvo tiempo de elaborar otro tipo de comentarios bíblicos. Dada su constante preocupación pastoral, comprobamos la persistencia de su preocupación especial por los asuntos y hechos de importancia social, como, por ejemplo, la riqueza y el uso que de ella se debe hacer para ser fieles al Evangelio.

De su siempre viva solicitud por la vida monástica, por la que nunca dejó de suspirar al verse privado de ella, dan fe sus diversas y sucesivas elaboraciones y redacciones de sus Reglas monásticas, que tan profundamente han marcado a todo el monacato posterior, tanto oriental como occidental.

El 9 de agosto del 378 moría en la batalla de Adrianópolis en Tracia el emperador Valente, y la marcha de la recuperación de la fe nicena, gracias a la orientación de Basilio, iba ganando cada vez más terreno, y con la llegada de Teodosio al trono se abrían mejores perspectivas para toda la Iglesia.

Pero Basilio no pudo disfrutar mucho tiempo de lo que en gran parte era fruto maduro de su persistente trabajo. Nunca había gozado de buena salud, y su cuerpo debilitado no pudo al final resistir las exigencias y la fuerza explosiva de su ardorosa alma y mona, según todos los indicios, el 1 de enero del año 379, en la plenitud de la edad. Apenas si llegaba a los cincuenta. Once años antes, en carta consolatoria a la Iglesia de Neocesarea por la muerte de su obispo Musonio, queriendo describir a éste, nos dejó su propio retrato: «Ha muerto un hombre que sobrepasó de la manera más clara a sus coetáneos por todas sus cualidades reunidas: sostén de su patria, ornamento de las iglesias, pilar y basamento de la verdad, fundamento de la fe en Cristo, seguridad de los suyos, imbatible para sus enemigos, guardián de las leyes de nuestros padres, enemigo de toda innovación y manifestación visible de la antigua figura de la Iglesia».

Su hermano Gregorio de Nisa (-> 10 de enero) y su amigo Gregorio de Nacianzo, en sendos elogios fúnebres, se hicieron eco del sentir común de las Iglesias, proclamaron su santidad y le llamaron «El Grande, Magno'.. Recordemos unas palabras del amigo, hacia el final de su elogio fúnebre: «Yo creo que las viudas harán el elogio de su protector; los mendigos, el del amigo de los mendigos; los extranjeros, el del amigo de los extranjeros; los hermanos, el amigo de sus hermanos; los enfermos, el de su médico, sin que importe de qué enfermedad ni de qué medicina; los que gozan de buena salud, el del guardián de su salud; y todos, el de aquel que se hizo todo para todos, para ganar a todos o a casi todos».

Los funerales fueron apoteósicos. Los panegiristas sucesivos –entre los más destacados, su hermano Gregorio, su amigo el Nacianceno, San Efrén, Andrés de Creta, etc.– lo presentan como el modelo y tipo perfecto de santidad, como «un programa de salvación para todas las Iglesias y para todas las almas». En todo el Oriente se le rindió en seguida culto público, con celebración de su fiesta el 1 de enero, incluso cuando luego coincidió con la fiesta de la Circuncisión, y más tarde se le unirá a San Gregorio de Nacianzo y a San Juan Crisóstomo, para formar la tríada de jerarcas y doctores más venerados en las Iglesias, de Oriente primero, y luego también de Occidente.

 

ARGIMIRO VELASCO DELGADO, O.P.