Carta
apostólica sobre las necesidades de América Latina
29
de junio de 1955
A
la Iglesia de Cristo, que vive en los países de América Latina, tan ilustres
por su fidelidad a la religión y por sus glorias nacionales, así como por las
esperanzas que ofrecen de un porvenir de mayores grandezas, se dirige hoy, con
un interés igual al amor que le profesamos, Nuestro pensamiento.
Porque
si a Nos, a quien por celeste designación fue encomendado regir el rebaño
entero de Cristo, corresponde el cotidiano y solicito cuidado de todas las
Iglesias, es muy natural que todas Nuestras miradas se vuelvan con particular
insistencia a los numerosos fieles que viven en ese continente. Ellos
constituyen de hecho -aun dentro de la diversidad de patrias-, unidos y
hermanados por la vecindad geográfica, por los vínculos de una común
civilización y, sobre todo, por el gran don recibido de la verdad evangélica,
más de la cuarta parte del orbe católico: magnífica falange de hijos de la
Iglesia, escuadrón compacto de generosa fidelidad a las tradiciones católicas
de sus padres. Esta visión conforta nuestro ánimo entre las amarguras de los
combates y persecuciones a que están expuestos, en no pocas partes del mundo,
el nombre cristiano y la misma fe en Dios, y el culto que se le debe.
Bien
es verdad que en algunas regiones de América Latina no han faltado, aun en
nuestros días -y el recordarlo llena nuestro espíritu de pronto dolor-, luchas
y vejaciones contra la Iglesia. Pero nada hasta ahora, gracias sean dadas a
Dios, han logrado obscurecer en esas extensas regiones la cruz salvadora que
emana de la Cruz de Cristo, que, como aurora refulgente, se elevó ahí ya en
los mismos albores de su civilización.
2.
No debemos, sin embargo, ocultarte, Venerable Hermano, que a esta Nuestra
consideración va unida incesante una angustiosa congoja, al no ver todavía
resueltos los graves y siempre crecientes problemas de la Iglesia de América
latina; sobre todo, aquel que con angustia y voces de alarma ha sido justamente
denunciado como el más grave y peligroso, y que aún no ha recibido cumplida
solución: la insuficiencia de clero.
Consecuencia
es de unas causas ya bastante conocidas para que sea necesario recordarlas
minuciosamente. Por ello, ya en el siglo pasado y aun ahora todavía, por
desgracia, no obstante los esfuerzos generados realizados para poner remedio, a
la vida católica en ese continente ofrece deficiencias cada día más
gravemente peligrosas, a pesar de estar, sin duda alguna, profundamente
arraigado en los espíritus y manifestarse, a veces, exteriormente con hechos
admirables, entre los que no ha faltado ni aun el martirio, corona de héroes.
En
efecto; donde falta al sacerdote o éste no es vaso de honor, santificado y
útil para el Señor, dispuesto para toda obra buena[i],
se sigue, necesariamente, el oscurecimiento de la luz de la verdad religiosa,
pierden vigor las leyes y preceptos de vidas dictados por la religión,
languidece cada vez más la vida de la gracia, se corrompen fácilmente en
relajación e incuria las costumbres del pueblo, y se debilita tanto en la vida
pública como en la privada, aquella saludable firmeza de propósito que tanto sólo
pueda manifestarse cuando cada cual se atiene, en todas las circunstancias, a
las normas del Evangelio.
Esta
insuficiencia de clero secular y regular, que se nota hoy más aguda y más
grave en relación con los tiempos pasados, por la crecida mole actual de los
problemas apostólicos de la Iglesia, impide o, al menos, retarda para los
pueblos
de
América latina, por Nos tan queridos, de aquellos progresos que tan felizmente
se realizan en no pocos otros campos.
3.
Nos, confiados en la protección de Dios y en el patrocinio de la Virgen Santísima,
Reina de América latina, no condividimos los presagios que a algunos inspira
una tal condición de cosas, antes alimentamos en Nuestro corazón la esperanza
que dentro de poco América latina pueda hallarse en condiciones de responder,
con vigoroso empuje, a la vocación apostólica que la Providencia divina parece
haber asignado a ese gran continente, de ocupar un puesto preeminente en la
nobilísima tarea de comunicar también a otros pueblos, en lo futuro, los
ansiados dones de la salvación y de la paz.
Para
lograr el cumplimiento de estos nuestros deseos es, sin embargo, necesario
actuar con prontitud, con generoso empeño, con vigor; no dispersando preciosas
energías, sino coordinándolas, de suerte que lleguen a resultar como
multiplicadas, recurriendo, cuando fuere el caso, a nuevas formas y nuevos métodos
de apostolado que, aun dentro de la fidelidad a la tradición eclesiástica,
respondan mejor a las exigencias de los tiempos y aprovechen los medios del
progreso moderno, que, si desgraciadamente sirven con frecuencia para el mal,
pueden y deben también, en mano de los buenos, constituir un entusiasta
instrumento para el trabajo intrépido por el triunfo de la virtud y la difusión
de la verdad.
4.
Por esta razón Nos ha parecido oportuno, accediendo también al deseo que Nos
mostró el Episcopado de América latina, que la Jerarquía latino-americana se
reuniese para proceder, en conjunto, al estudio profundo de los problemas y la
determinación de los medios más aptos para resolverlos con la prontitud y la
perfección que las actuales necesidades reclaman.
Después
que cada uno de los sagrados Pastores haya realizado el trabajo preparatorio de
examinar el presente estado y estudiar los remedios, se reunirán, en fecha próxima,
en conferencia general los representantes delegados de las diversas provincias
eclesiásticas y de las circunscripciones misioneras de América latina, para
confrontar en común los resultados del estudio efectuado y sacar, de mutuo
acuerdo, preciosas conclusiones prácticas conducentes a un más gozoso florecer
de la vida católica en el continente entero.
Participando
de sus preocupaciones tan movidas por celo apostólico, Nos queremos hallarnos
presentes en su reunión por medio de ti, Nuestro Venerable hermano, y Nos
complace enviarles por medio de esta Carta, testimonio de profundo amor, estos
saludables votos y esta Nuestra exhortación.
Tenemos
por muy cierto que, penetrando en el programa propuesto a la Conferencia, los
celosos y dignísimos Prelados llegarán a tomar las mejores determinaciones
para que, entre los hijos de sus patrias, llegan a suscitarse, fomentarse y
protegerse en la firma más conveniente y eficaz vocaciones,
cada
vez mas numerosas, así para el sacerdocio como para el estado religioso; para
que también los ministros de Dios y de la Iglesia, se formen mediante la debida
preparación, para ser santos y dispuestos a todo bien; para que el espíritu
eclesiástico de los llamados a ello se conserve indemne, como su sagrado
ministerio, en medio de tantos peligros y tentaciones; y, lo que aún es más,
para que creciendo siempre e intensificándose su consagración a la piedad y al
cumplimiento de sus deberes cotidianos, su vida sacerdotal esté íntegramente
libre de variedades y llena de plenitud.
5.
Mas, porque puede bien preverse que durante bastante tiempo los llamados por
divina vocación al ministerio apostólico no sean suficientes para atender a
las necesidades de las respectivas naciones, en santa porfía ha de cuidarse de
que, en la mejor forma posible, estén al servicio de la Iglesia en América
latina sacerdotes que ahí llegaren, procedentes de otra naciones. Y no se les
considere como extraños, puesto que todo sacerdote católico tiene, como patria
suya, aquella tierra donde, siendo fiel en su trabajo y apostolado, trabaja por
los comienzos por la floración del Reino de Dios.
6.
A otra cosa, no menos útil, deberán atender los Prelados participantes en la
Conferencia: esto es, la posibilidad y convivencia de usar para el trabajo apostólico,
a aquellos que justamente se llaman auxiliares del clero. Nos referimos, en
primer lugar, a los religiosos y religiosas que por su misma vocación divina, y
por su vida de perfección son los más cercanos, y serán los mejores
colaboradores de la acción apostólica, después, las falanges de seglares que,
ardiendo en caridad, se sienten llamados a los mies del Señor, que con dulce
apremio les invita a que, en variadas maneras, cooperan con su actividad a las
diversas obras de los operarios apostólicos, confiados en el celestial premio
que les espera.
Pensamos
que, realmente, mientras perdurare el deficiente número de sacerdotes, entre
ellos es donde la Jerarquía eclesiástica encontrará los auxiliares que
necesitar, de modo providencial, para mantener y aumentar la labor de los
sacerdotes.
Y
no menos persuadidos estamos Nos de que el apostolado en América latina habrá
de recibir ayuda no pequeña, si todas las fuerzas apostólicas se dispusiesen y
emplearen en orden y concordia, para lo cual habrá de preceder un serio estudio
e investigación de los métodos de apostolado, ya comprobados por larga
experiencia y por la práctica, que parecieren más convenientes y adaptados a
cada circunstancia; y también si permanentemente se emplearen los nuevos
recursos modernos -radio y prensa- para propagar e infundir eficazmente en los
espíritus la doctrina celestial y las enseñanzas de la Iglesia, maestra de la
verdad.
Así
organizadas y ordenadas las fuerzas católicas, podrán con mayor vigor
mantenerse en lucha tan ardua como meritoria,
para
defender y ensanchar más cada día el Reino de Dios.
7.
Numerosas son, por desgracia, las pérfidas insidias de los enemigos: para
rechazarlas es necesaria suma vigilancia y energía. Tales son las insidias de
la masonería, las doctrinas y propaganda de los protestantes, las diversas
formas del laicismo, superstición y espiritismo, que tanto más penetración en
todos cuanto más graves es la ignorancia de las cosas divinas y más adormecida
la pereza en la vida cristiana, todas ellas sustituyen, desgraciadamente, el
lugar propio de una fe sincera y verdadera, y tratan de apagar en vano la fe del
pueblo que suspira por el Señor. Añádanse, además, las perversas doctrinas,
tan propagadas entre todos, que, so pretexto de la justicia social y de mejorar
a las clases más humildes, se empeñan por desarraigar de las almas el tesoro,
tan inestimable, de la religión.
Otras
muchas cuestiones, debidas a sendas iniciativas, se tratarán también en la
Conferencia, pues a ello obliga la necesidad de las mismas y el amplísimo campo
del apostolado abierto a los triunfos de la fe.
Y,
entre otros temas de suma importancia, ciertamente no se olvidará este que
ahora sigue. América, con hospitalaria caridad, acoge -en sus amplias regiones,
abundantes en minas, en productos agrícolas y en todo cuanto facilita la vida-
a gran número de personas a quienes la necesidad vital o la violenta persecución
obligan a alejarse de su tierra patria.
Este
intenso desplazamiento de tantos hombres presenta, como fácilmente se
comprende, muchos problemas necesitados de solución, sobre los cuales ya habíamos
llamado la atención en Nuestra constitución apostólica Exsul Familia,
dando allí preceptos y normas principalmente en lo que la asistencia espiritual
de los emigrantes se refiere.
8.
Queremos, además, llamar la atención de todos sobre cuánto convenga que la
Iglesia desarrolle sus deberes materiales, con su clara doctrina y con incesante
y previsoria actuación, en el campo social: cuestión, que, si ciertamente
merece la mayor consideración por parte de todos los pueblos, por peculiares
razones debe preocupar a la solicitud pastoral de la sagrada Jerarquía en las
naciones de América latina, pues se trata de materia íntimamente relacionada
con el estado y mejora de la vida religiosa.
Queremos,
por fin, que todos consideren atentamente sobre las amplías posibilidades y
grandes ventajas que se deberán a una decidida colaboración, a la que
invitamos no sólo a los Prelados y pueblos de América latina, sino también a
todos los demás pueblos que, cada uno a su manera pueden aportar sus recursos y
auxilios. Y tenemos firme esperanza de que los medios ahora empleados se tornarán
inmensamente multiplicados en lo futuro. Y los devolverá ciertamente América
latina a toda la Iglesia de Cristo cuando, como es de esperar, haya podido poner
en activo las numerosas y preciosas energías que
no
parecen esperar sino la acción del sacerdote para contribuir intensamente al
incremento del Reino de Dios.
Mientras,
movidos de paternal afecto, alimentamos esta consoladora esperanza de un más próspero
provenir, esperanza que confiamos al Corazón Sacratísimo de Jesús y a la
Inmaculada Virgen Madre de Dios, Nos sentimos feliz al impartirte, Venerable
Hermano, así como a los queridísimo Cardenales, Arzobispos, Obispos y Prelados
de América latina, y, sobre todo a los que participan en la próxima
conferencia de Río de Janeiro, para que su empeño y sus trabajos obtengan
abundantísimos frutos Nuestra Bendición Apostólica, que, de todo corazón,
extenderemos también a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas y a
los fieles de toda América Latina.
PIO
XII