II.
SUJETO DE LA EDUCACIÓN
34. Efectivamente, nunca se ha de perder de vista
que el sujeto de la educación cristiana es el hombre todo entero, espíritu
unido al cuerpo en unidad de naturaleza, con todas sus facultades naturales y
sobrenaturales, cual nos lo hacen conocer la recta razón y la revelación; por
lo tanto, el hombre, caído de su estado originario, pero redimido por Cristo y
reintegrado en la condición sobrenatural de hijo adoptivo de Dios, aunque no en
los privilegios preternaturales de la inmortalidad del cuerpo y de la integridad
o equilibrio de sus inclinaciones. Quedan, pues, en la naturaleza humana los
efectos del pecado original, particularmente la debilidad de la voluntad y las
tendencias desordenadas.
35. La necedad está ligada al corazón del
joven; la verga de la corrección la alejará de él[i].
Es, por lo tanto, preciso corregir las inclinaciones desordenadas, fomentar y
ordenar las buenas, desde la más tierna infancia y, sobre todo, hay que
iluminar el entendimiento y fortalecer la voluntad con las verdades
sobrenaturales y los medios de la Gracia, sin la cual no es posible dominar las
perversas inclinaciones ni alcanzar la debida perfección moral. En la cual obra
se manifiesta la soberana misión educativa de la Iglesia, perfecta y
completamente dotada por Cristo, y de la doctrina divina y de los sacramentos,
medios eficaces de la Gracia.
36. Por lo mismo, es falso todo naturalismo pedagógico
que de cualquier modo excluya o aminore la formación sobrenatural cristiana en
la instrucción de la juventud; y es erróneo todo método de educación que se
funde, en todo o en parte, sobre la negación u olvido del pecado original y de
la Gracia y, por lo tanto, sobre las fuerzas solas de la naturaleza humana.
Tales son, generalmente, esos sistemas actuales de varios nombres, que apelan a
una pretendida autonomía y libertad ilimitada del niño y que disminuyen o aun
suprimen la autoridad y la obra del educador, atribuyendo al niño una
preeminencia exclusiva de iniciativas y una actividad independiente de toda ley
superior natural y divina, en la obra de su educación.
37. Mas si con alguno de esos términos se quisiese
indicar, bien que impropiamente, la necesidad de la cooperación activa, a cada
paso más consciente, del alumno a su educación; si se pretendiese apartar de
ésta el despotismo y la violencia (diversa, por cierto, de la justa corrección),
esta idea sería verdadera, pero no habría en ella nada nuevo, que no hubiese
la Iglesia enseñado y la educación cristiana tradicional ejercitado en la práctica,
a semejanza del modo que el mismo Dios guarda respecto de las criaturas, a las
que El llama a la cooperación activa, según la naturaleza propia de cada una,
ya que su sabiduría abarca de un extremo a otro vigorosamente, y lo gobierna
todo con suavidad[ii].
38. Pero, desgraciadamente, con el significado obvio
de los términos y con los hechos mismos, intentan no pocos sustraer la educación
a toda dependencia de la ley divina. Así que en nuestros días se da el caso, a
la verdad bien extraño, de educadores y filósofos que se afanan por descubrir
un código moral universal de educación, como si no existiera ni el Decálogo,
ni la ley evangélica, ni siquiera la ley natural, esculpida por Dios en el
corazón del hombre, promulgada por la recta razón y codificada, con revelación
positiva, por el mismo Dios en el Decálogo. Asimismo tales innovadores suelen
denominar, como por desprecio, a la educación cristiana heterónoma, pasiva,
anticuada, porque se funda en la autoridad divina y en su santa ley.
39. Miserablemente se engañan éstos en su pretensión
de libertar, como ellos dicen, al niño, mientras lo hacen más bien esclavo de
su ciego orgullo y de sus desordenadas pasiones, porque éstas, por consecuencia
lógica de aquellos falsos sistemas, vienen a quedar justificadas como legítimas
exigencias de la naturaleza que se proclama autónoma.
40. Pero mucho peor es la pretensión falsa, de
querer someter a investigaciones, experimentos y juicios de orden natural y
profano, los hechos del orden sobrenatural tocantes a la educación, como, por
ejemplo, la vocación sacerdotal o religiosa, y en general las arcanas
operaciones de la Gracia que, aun elevando las fuerzas naturales, con todo las
sobrepuja infinitamente y no puede en manera alguna someterse a las leyes físicas,
porque el Espíritu sopla donde quiere[iii].
41. Peligroso en extremo grado es, además, ese
naturalismo que en nuestros tiempos invade el campo de la educación en materia
delicadísima, cual es la de la honestidad de las costumbres. Está muy
difundido el error de los que, con pretensión peligrosa y con feo nombre,
promueven la llamada educación sexual, estimando falsamente que podrán
inmunizar a los jóvenes contra los peligros de la concupiscencia con medios
puramente naturales, cual es una temeraria iniciación e instrucción preventiva
para todos indistintamente y hasta públicamente, y, lo que es aun peor, exponiéndolos
prematuramente a las ocasiones para acostumbrarlos, según dicen ellos, y como
para curtir su espíritu contra aquellos peligros.
Yerran estos tales gravemente, al no querer
reconocer la nativa fragilidad de la naturaleza humana y la ley de que habla el
Apóstol contraria a la ley de la mente[iv],
y al desconocer aun la experiencia misma de los hechos, los cuales nos
demuestran que, singularmente en los jóvenes, las culpas contra las buenas
costumbres son efecto, no tanto de la ignorancia intelectual, cuanto
principalmente de la débil voluntad expuesta a las ocasiones y no sostenida por
los medios de la Gracia.
En este delicadísimo asunto, si, atendidas todas
las circunstancias, se hace necesaria alguna instrucción individual en el
tiempo oportuno, dada por quien ha recibido de Dios la misión educativa y la
gracia de estado, han de observarse todas las cautelas, conocidísimas en la
educación cristiana tradicional, que el citado Antoniano suficientemente
describe, cuando dice:
Es tal y tanta nuestra miseria y la inclinación al
pecado, que muchas veces de las mismas cosas que se dicen para remedio de los
pecados, se toma ocasión e incitamiento para el mismo pecado. Importa, pues,
sumamente que el buen padre, mientras hable con su hijo de materia tan lúbrica,
esté muy sobre aviso y no descienda a particularidades y a los diversos modos
con que esta hidra infernal envenena tan gran parte del mundo, a fin de que no
suceda que en vez de apagar este fuego, lo excite y lo reavive imprudentemente
en el pecho sencillo y tierno del niño. Generalmente hablando, mientras dura la
niñez, bastará usar de los remedios que con un mismo influjo fomentan la
virtud de la castidad y cierran la entrada al vicio[v].
c)
Coeducación
42. Igualmente erróneo y pernicioso a la educación
cristiana es el método llamado de la coeducación, fundado también, según
muchos, en el naturalismo negador del pecado original, y, además, según todos
los sostenedores de este método, en una deplorable confusión de ideas que
trueca la legítima convivencia humana en una promiscuidad e igualdad
niveladora. El Creador ha ordenado y dispuesto la convivencia perfecta de los
dos sexos solamente en la unidad del matrimonio, y gradualmente separada en la
familia y en la sociedad. Además, no hay en la naturaleza misma, que los hace
diversos en el organismo, en las inclinaciones y en las aptitudes, ningún
motivo para que pueda o deba haber promiscuidad y mucho menos igualdad de
formación para ambos sexos. Estos, conforme a los admirables designios del
Creador, están destinados a completarse recíprocamente en la familia y en la
sociedad precisamente por su diversidad, la cual, por lo mismo, debe mantenerse
y fomentarse en la formación educativa con la necesaria distinción y
correspondiente separación, proporcionada a las varias edades y circunstancias.
Principios que han de ser aplicados a su tiempo y lugar, según las normas de la
prudencia cristiana, en todas las escuelas, particularmente en el periodo más
delicado y decisivo de la formación, cual es el de la adolescencia, y en los
ejercicios gimnásticos y de deporte, con particular atención a la modestia
cristiana en la juventud femenina, de la que gravemente desdice cualquier
exhibición y publicidad.
Recordando las tremendas palabras del Divino
Maestro: ¡Ay del mundo por razón de los escándalos![vi],
estimulamos vivamente vuestra solicitud y vigilancia, Venerables Hermanos, sobre
estos perniciosísimos errores que con sobrada difusión se van extendiendo
entre el pueblo cristiano con inmenso daño de la juventud.
43. Para obtener una educación perfecta es de suma
importancia velar por que las condiciones de todo lo que rodea al educando
durante el periodo de su formación, es decir, el conjunto de todas las
circunstancias, que suele denominarse ambiente, corresponda bien al fin
que se pretende.
44. El primer ambiente natural y necesario de la
educación es la familia, destinada precisamente para esto por el Creador. De
modo que, regularmente, la educación más eficaz y duradera es la que se recibe
en la familia cristiana bien ordenada y disciplinada, tanto más eficaz cuanto
resplandezca en ella más claro y constante el buen ejemplo de los padres, sobre
todos, y de los demás miembros de la familia.
No es Nuestra intención tratar aquí de propósito,
aun tocando sólo los puntos principales, de la educación doméstica -tan
amplia es la materia-, acerca de la cual, por lo demás, no faltan tratados
especiales antiguos y modernos de autores de sana doctrina católica, entre los
que merece especial mención el ya citado áureo libro de Antoniano De la
educación cristiana de los hijos, que San Carlos Borromeo hacía leer públicamente
a los padres reunidos en las iglesias.
Queremos, con todo, llamar de manera especial
vuestra atención, Venerables Hermanos y amados hijos, sobre el deplorable
decaimiento actual de la educación familiar. A los oficios y profesiones de la
vida temporal y terrena, ciertamente de menor importancia, preceden largos
estudios y cuidadosa preparación, mientras que para el oficio y deber
fundamental de la educación de los hijos están hoy poco o nada preparados
muchos de los padres, demasiado absorbidos por cuidados temporales. A debilitar
el influjo del ambiente familiar contribuye hoy el hecho de que casi en todas
partes se tiende a alejar cada vez más de la familia a los niños desde sus más
tiernos años, con varios pretextos, ora económicos, de la industria o del
comercio, ora políticos; y hay país donde se arranca a los niños del seno de
la familia para formarlos (o por decirlo con mayor verdad, para deformarlos y
desviarlos) en asociaciones y escuelas sin Dios, en la irreligiosidad y en el
odio, según las teorías socialistas extremas, renovándose una verdadera y más
horrenda matanza de niños inocentes.
45. Conjuramos, pues, en nombre de Jesucristo, a los
Pastores de almas para que empleen toda clase de medios, en las instrucciones y
catequesis, de palabra y por escritos profusamente divulgados, a fin de recordar
a los padres cristianos sus gravísimos deberes, y no tanto teórica o genéricamente
cuanto prácticamente, y en particular, cada uno de sus deberes en materia de
educación religiosa, moral y cívica de los hijos y de los métodos más
convenientes para realizarla eficazmente, previo, además, el ejemplo de su
vida. A semejantes instrucciones prácticas no se desdeñó de bajar el Apóstol
de las Gentes, en sus epístolas, particularmente en la dirigida a los de Efeso,
donde, entre otros, da este consejo: Padres, no irritéis a vuestros hijos[vii], lo cual es efecto,
no tanto de la excesiva severidad cuanto principalmente de la impaciencia, de la
ignorancia de los medios más aptos para la corrección fructuosa, y aun de la
relajación, hoy día demasiado común, de la disciplina familiar, en medio de
la cual crecen en los jóvenes las pasiones indómitas. Atiendan, pues, los
padres, y con ellos todos los educadores, a usar rectamente de la autoridad que
Dios les ha dado, y de quien son con toda propiedad vicarios, no para su propio
provecho, sino para la recta educación de los hijos en el santo y filial temor
de Dios, principio de la sabiduría, en el cual solamente se apoya con
solidez el respeto a la autoridad, sin la cual no puede subsistir ni orden, ni
tranquilidad, ni bienestar alguno en la familia y en la sociedad.
46. A la debilidad de las fuerzas de la naturaleza
humana decaída ha provisto la divina bondad con los abundantes auxilios de su
Gracia y los múltiples medios de que está enriquecida la Iglesia, la gran
familia de Cristo, que por lo mismo es el ambiente educativo más estrecha y
armoniosamente unido con el de la familia cristiana.
Este ambiente educativo de la Iglesia no comprende
solamente sus sacramentos, medios divinamente eficaces de la Gracia y sus ritos,
todos de manera maravillosa educativos, ni sólo el recinto material del templo
cristiano, asimismo admirablemente educativo en el lenguaje de la liturgia y del
arte, sino también la gran abundancia y variedad de escuelas, asociaciones y
toda clase de instituciones dedicadas a formar la juventud en la piedad
religiosa, junto con el estudio de las letras y el de las ciencias, y aun con la
misma recreación y cultura física. En esta inagotable fecundidad de obras
educativas es tan admirable e insuperable la maternal providencia de la Iglesia,
como admirable es la armonía antes indicada, que ella sabe mantener con la
familia cristiana, hasta el punto de que se puede con verdad decir que la
Iglesia y la familia constituyen un solo templo de educación cristiana.
c) Escuela
47. Siendo necesario que las nuevas generaciones
sean instruidas en las artes y disciplinas, con que se beneficia y prospera la
sociedad civil, y siendo para este trabajo, por sí sola, insuficiente la
familia, nació la institución social de la escuela, ya en un principio, nótese
bien, por iniciativa de la familia y de la Iglesia, mucho tiempo antes que por
obra del Estado. De suerte que la escuela, considerada aun en su orígenes históricos,
es por su naturaleza institución subsidiaria y complementaria de la familia y
de la Iglesia; y así, por lógica necesidad moral, debe no solamente no
contradecir, sino positivamente armonizarse con los otros dos ambientes en la
unidad moral lo más perfecta posible, hasta poder constituir, junto con la
familia y la Iglesia, un solo santuario, consagrado a la educación cristiana,
bajo pena de faltar a su cometido, y de trocarse en obra de destrucción.
Esto, hasta lo ha reconocido manifiestamente un
hombre seglar, tan celebrado por sus escritos pedagógicos (no del todo
laudables porque están influidos por el liberalismo), el cual profirió esta
sentencia: La escuela, si no es templo, es guarida, y aun esta otra: Cuando
la educación literaria, social, doméstica y religiosa no van todas de acuerdo,
el hombre es infeliz, impotente[viii].
48. De aquí precisamente se sigue que es contraria
a los principios fundamentales de la educación la escuela llamada neutra o
laica, de la que está excluida la religión. Tal escuela, además, no es prácticamente
posible, porque de hecho viene a hacerse irreligiosa. No es menester repetir
cuanto acerca de este asunto han declarado Nuestros Predecesores, señaladamente
Pío IX y León XIII, en cuyos tiempos particularmente comenzó el laicismo a
predominar en la escuela pública. Nos renovamos y confirmamos sus declaraciones[ix],
y al mismo tiempo las prescripciones de los Sagrados Cánones en que la
asistencia a las escuelas acatólicas, neutras o mixtas, es decir, las abiertas
indiferentemente a los católicos y a los no católicos sin distinción, está
prohibida a los niños católicos, y sólo puede tolerarse, únicamente a juicio
del Ordinario, en determinadas circunstancias de lugar y tiempo y con especiales
cautelas[x].
Y no puede ni siquiera admitirse para los católicos la escuela mixta (peor si,
siendo única, es obligatoria para todos), en la cual, aun dándoles, aparte, la
instrucción religiosa, reciben la restante enseñanza de maestros no católicos
junto con los alumnos acatólicos.
49. Ya que no basta el solo hecho de que en ella se
dé instrucción religiosa (frecuentemente con excesiva parsimonia), para que
una escuela resulte conforme a los derechos de la Iglesia y de la familia
cristiana y digna de ser frecuentada por alumnos católicos. Para ello es
necesario que toda la enseñanza y toda la organización de la escuela
-maestros, programas y libros, en cada disciplina- estén imbuidas de espíritu
cristiano bajo la dirección y vigilancia maternal de la Iglesia, de suerte que
la religión sea verdaderamente fundamento y corona de toda la instrucción, en
todos los grados, no sólo en el elemental, sino también en el medio y
superior.
Es necesario -para emplear las palabras de León
XIII- que no sólo en horas determinadas se enseñe a los jóvenes la religión,
sino que toda la formación restante exhale fragancia de piedad cristiana. Que
si esto falta, si este hálito sagrado no penetra y no calienta las almas de
maestros y discípulos, bien poca utilidad podrá sacarse de cualquier doctrina:
frecuentemente, se seguirán más bien daños no leves[xi].
50. Y no se diga que es imposible al Estado, en una
nación dividida en varias creencias, proveer a la instrucción pública, si no
es con la escuela neutra o con la escuela mixta, debiendo el Estado más
racionalmente y pudiendo hasta más fácilmente proveer al caso dejando libre y
favoreciendo con justos subsidios la iniciativa y la obra de la Iglesia y de las
familias. Que esto sea factible con gozo de las familias y con provecho de la
instrucción y de la paz y tranquilidad pública, lo demuestra el hecho de
naciones divididas en varias confesiones religiosas, en las cuales el plan
escolar corresponde al derecho educativo de las familias, no sólo en cuanto a
la enseñanza total -particularmente con la escuela enteramente católica para
los católicos-, sino también en cuanto a la justicia distributiva con la ayuda
financiera, por parte del Estado, a cada una de las escuelas escogidas por las
familias.
51. En otros países de religión mixta se hace de
otra manera, con no ligera carga de los católicos, que, bajo el auspicio y guía
del Episcopado y con el empeño incesante del clero secular y regular, sostienen
totalmente a sus expensas la escuela católica para sus hijos, cual su gravísima
obligación de conciencia la requiere, y con generosidad y constancia laudable
perseveran en el propósito de asegurar enteramente, como ellos a manera de
santo y seña lo proclaman, la educación católica, para toda la juventud
católica, en las escuelas católicas. Lo cual, aunque no esté
subvencionado por el Erario público, según de por sí lo exige la justicia
distributiva, no puede ser impedido por la potestad civil, que tiene conciencia
de los derechos de la familia y de las condiciones indispensables de la libertad
legítima.
Y donde aun esta libertad elemental se halla
impedida o de diversas maneras dificultada, los católicos no trabajarán nunca
lo bastante, aun a precio de grandes sacrificios, en sostener y defender sus
escuelas y en procurar que se establezcan leyes escolares justas.
52. Todo cuanto hacen los fieles promoviendo y
defendiendo la escuela católica para sus hijos es obra genuinamente religiosa,
y por lo mismo tarea principalísima de la Acción Católica; por lo cual
son particularmente amadas de Nuestro corazón paterno y dignas de gran alabanza
todas las asociaciones especiales, que en varias naciones trabajan con tanto
celo en obra tan necesaria.
Así que, al procurar la escuela católica para sus
hijos, se proclame muy alto, y de todos sea entendido y reconocido, que los católicos
de cualquier nación del mundo no hacen obra política de partido, sino obra
religiosa indispensable a su conciencia; y pretenden no ya separar a sus hijos
del cuerpo ni del espíritu nacional, sino antes bien educarlos en él del modo
más perfecto y más conducente a la prosperidad de la nación, puesto que el
buen católico, precisamente en virtud de la doctrina católica, es por lo mismo
el mejor ciudadano, amante de su patria y lealmente sometido a la autoridad
civil constituida, en cualquier forma legítima de gobierno.
53. En esta escuela, en armonía con la Iglesia y
con la familia cristiana, no sucederá que en las varias enseñanzas se
contradiga, con evidente daño de la educación, a lo que los alumnos aprenden
en la instrucción religiosa; y, si hay necesidad de hacerles conocer, por
escrupulosa responsabilidad de magisterio, las obras erróneas para refutarlas,
esto se hará con tal preparación y con tal antídoto de sana doctrina, que la
formación cristiana de la juventud no reciba de ello daño, antes provecho.
54. Asimismo, en esta escuela, el estudio de la
lengua patria y de la literatura clásica jamás será en menoscabo de la
santidad de las costumbres; ya que el maestro cristiano seguirá el ejemplo de
las abejas: las cuales toman la parte más pura de las flores y dejan lo demás,
como enseña San Basilio en su homilía a los jóvenes acerca de la lectura de
los clásicos[xii].
Esta necesaria cautela -sugerida por el mismo pagano Quintiliano[xiii]-
no impide de ninguna manera que el maestro cristiano tome y aproveche cuanto de
verdaderamente bueno en las disciplinas y métodos ofrecen nuestros tiempos,
acordándose de lo que dice el Apóstol: Examinad, sí, todas las cosas y
ateneos a lo bueno[xiv].
Por esto, al tomar lo nuevo, él se guardará de abandonar fácilmente lo
antiguo que la experiencia de varios siglos ha comprobado ser bueno y eficaz, señaladamente
en los estudios de latinidad, que en nuestros días estamos viendo cómo sin
cesar decaen, precisamente por el injustificado abandono de los métodos tan
fructuosamente empleados por el sano humanismo, que tanto floreció, sobre todo,
en las escuelas de la Iglesia. Estas nobles tradiciones reclaman que la juventud
confiada a las escuelas católicas sea, sí, instruida en las letras y en las
ciencias plenamente según las exigencias de nuestros tiempos, pero a la vez sólida
y profundamente, de manera especial en la sana filosofía, lejos de la farragosa
superficialidad de aquellos que hubieran tal vez encontrado lo necesario, si
no hubiesen buscado lo superfluo[xv].
Por lo cual todo maestro cristiano debe tener presente cuanto dice León XIII en
compendiosa sentencia: Con mayor empeño conviene esforzarse en que no sólo
se aplique un método de enseñanza apto y sólido, sino más aún en que la
enseñanza misma de las letras y de las ciencias florezca en todo conforme a la
fe católica, y sobre todo la de la filosofía, de la cual en gran parte depende
la recta dirección de las demás ciencias[xvi].
55. Las buenas escuelas son fruto no tanto de las
buenas legislaciones cuanto principalmente de los buenos maestros, que,
egregiamente preparados e instruidos, cada uno en la disciplina que debe enseñar,
y adornados de las cualidades intelectuales y morales que su importantísimo
oficio reclama, arden en puro y divino amor hacia los jóvenes a ellos
confiados, precisamente porque aman a Jesucristo y su Iglesia, de quien aquellos
son hijos predilectos, y por lo mismo buscan con todo empeño el verdadero bien
de las familias y de su patria. Por esto Nos llena el alma de consuelo y de
gratitud hacia la bondad divina el ver cómo, juntamente con religiosos y
religiosas dedicados a la enseñanza, un tan gran número de maestros y maestros
excelentes -aun organizados, a veces, en Congregaciones y Asociaciones
especiales para cultivar mucho mejor su espíritu, las cuales por esto son de
alabar y promover como nobilísimos y potentes auxiliares de la Acción Católica-
trabajan con desinterés, celo y constancia en la que San Gregorio Nacianceno
llama arte de las artes y ciencia de las ciencias[xvii],
de regir y formar a la juventud. Y, con todo, también a ellos se aplica el
dicho del Divino Maestro:
La mies es verdaderamente mucha, mas los obreros
pocos[xviii].
Supliquemos, pues, al Señor de la mies que mande aún muchos más de tales
operarios de la educación cristiana, cuya formación deben tener muy en el
corazón los Pastores de las almas y los supremos moderadores de las Ordenes
religiosas.
Es también necesario dirigir y vigilar la educación
del joven, blando como cera para doblegarse al vicio[xix],
en cualquier otro ambiente en que venga a encontrarse, apartándolo de las malas
ocasiones y procurándole la oportunidad de las buenas, en las recreaciones y
reuniones, ya que las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres[xx].
56. Sólo que, en nuestros tiempos, hay que tener
una vigilancia tanto más general y cuidadosa, cuanto más han aumentado las
ocasiones de naufragio moral y religioso que la juventud inexperta encuentra,
particularmente en los libros impíos o licenciosos, muchos de ellos diabólicamente
difundidos, a vil precio, en los espectáculos del cinematógrafo y ahora
aun en las audiciones radiofónicas, que multiplican y facilitan, por
decirlo así, toda clase de lecturas, como el cinematógrafo toda clase de
espectáculos. Estos medios tan potentísimos de divulgación, que pueden
servir, si van regidos por sanos principios, de gran utilidad para la instrucción
y educación, se subordinan, desgraciadamente, muchas veces tan sólo al
incentivo de las malas pasiones y a la codicia de sórdidas ganancias. San Agustín
se lamentaba al ver la pasión que arrastraba aun a los cristianos de su tiempo
a los espectáculos del circo, y cuenta con viveza dramática la perversión,
felizmente pasajera, de su alumno y amigo Alipio[xxi].
¡Cuántos extravíos juveniles a causa de los espectáculos de hoy día, sin
contar las malvadas lecturas, tienen que llorar ahora los padres y educadores!
57. Por esto se han de alabar y promover todas las
obras educativas que, con espíritu sinceramente cristiano de celo por las almas
de los jóvenes, atienden, con oportunos libros y publicaciones periódicas, a
dar a conocer, particularmente a los padres y a los educadores, los peligros
morales y religiosos, con frecuencia fraudulentamente insinuados, en libros y
espectáculos, y se industrian para difundir las buenas lecturas y promover
espectáculos verdaderamente educativos, creando, aun con grandes sacrificios,
teatros y cinematógrafos, en los cuales la virtud no sólo nada tenga que
perder, antes mucho que ganar.
De esta necesaria vigilancia nadie deduzca, sin
embargo, que la juventud tenga que estar segregada de la sociedad en la que debe
vivir y salvar su alma, sino que hoy, más que nunca, debe estar armada y
fortalecida cristianamente contra las seducciones y los errores del mundo, el
cual, como advierte una sentencia divina, es todo concupiscencia de la carne,
concupiscencia de los ojos y soberbia de la vida[xxii];
de manera que, como decía Tertuliano de los primeros cristianos, sean como
deben ser los verdaderos cristianos de todos los tiempos: coposesores del
mundo, no del error[xxiii].
Con esta sentencia de Tertuliano hemos venido a
tocar lo que Nos hemos propuesto tratar en último término, aunque de grandísima
importancia, como que es la verdadera sustancia de la educación cristiana, cual
se desprende de su fin propio, en cuya consideración brilla mucho más clara,
como en pleno mediodía, la supereminente misión educativa de la Iglesia.
58. Fin propio e inmediato de la educación
cristiana es cooperar con la Gracia divina a formar el verdadero y perfecto
cristiano, es decir, al mismo Cristo, en los regenerados con el Bautismo, según
la viva expresión del Apóstol: Hijitos míos, por quienes segunda vez
padezco dolores de parto hasta formar a Cristo en vosotros[xxiv].
Ya que el verdadero cristiano debe vivir la vida sobrenatural en Cristo: Cristo,
que es nuestra vida[xxv],
y manifestarla en todas sus operaciones: Para que la vida de Jesús se
manifieste asimismo en nuestra carne mortal[xxvi].
59. Por esto precisamente la educación cristiana
comprende todo el ámbito de la vida humana sensible y espiritual, intelectual y
moral, individual, doméstica y social, no para menoscabarla en manera alguna,
sino para elevarla, regularla y perfeccionarla según los ejemplos y la doctrina
de Cristo.
De suerte que el verdadero cristiano, fruto de la
educación cristiana, es el hombre sobrenatural, que piensa, juzga y obra
constante y coherentemente, según la recta razón iluminada por la luz
sobrenatural de los ejemplos y de la doctrina de Cristo, o, por decirlo con el
lenguaje ahora en uso, el verdadero y completo hombre de carácter. Pues no es
cualquier coherencia y tenacidad de conducta, según principios subjetivos, lo
que constituye el verdadero carácter, sino solamente la constancia en seguir
los principios eternos de la justicia, como lo reconoce hasta el poeta pagano,
cuando alaba, inseparablemente, al hombre justo y constante en su propósito[xxvii],
y, por otra parte, no puede existir completa justicia sino dando a Dios lo que
se debe a Dios, como lo hace el verdadero cristiano.
60. Tal meta y término de la educación cristiana
parece a los profanos como una abstracción, o más bien como una cosa
irrealizable, sin arrancar o menoscabar las facultades naturales y sin renunciar
a las obras de la vida terrenal; por lo tanto, ajena a la vida social y a la
prosperidad temporal, contraria a todo progreso en las letras, en las ciencias,
en las artes y en toda otra obra de civilización. A semejante objeción, movida
por la ignorancia y el prejuicio de los paganos, aun eruditos, de aquel tiempo
-repetida, desgraciadamente, con más frecuencia e insistencia en tiempos
modernos- había ya respondido Tertuliano:
No vivimos fuera de este mundo. Bien nos acordamos
de que debemos agradecimiento a Dios, Señor Creador: no rechazamos fruto alguno
de sus obras; solamente nos refrenamos, para no usar de ellas desmesurada o
viciosamente. Así que no habitamos en este mundo sin foro, sin mercado, sin baños,
casas, tiendas, caballerizas, sin vuestras ferias y demás suertes de comercio.
También nosotros navegamos y militamos con vosotros, cultivamos los campos y
negociamos, y por eso trocamos nuestros trabajos y ponemos a vuestra disposición
nuestras obras. Cómo podamos, pues, pareceros inútiles para vuestros negocios,
con los cuales y de los cuales vivimos, francamente no lo veo[xxviii].
Por lo tanto, el verdadero cristiano, lejos de
renunciar a las obras de la vida terrena o amenguar sus facultades naturales, más
bien las desarrolla y perfecciona coordinándolas con la vida sobrenatural,
hasta el punto de ennoblecer la misma vida natural y de procurarla un auxilio más
eficaz, no sólo en orden espiritual y terreno, sino también material y
temporal.
61. Lo dicho se ve claro en toda la historia del
cristianismo y de sus instituciones, que se identifica con la historia de la
verdadera civilización y del genuino progreso hasta nuestros días; y
particularmente en los Santos, de que es fecundísima la Iglesia y solamente
ella, los cuales han alcanzado en grado perfectísimo la meta de la educación
cristiana, y han ennoblecido y aprovechado a la sociedad civil en todo género
de bienes. Efectivamente, los Santos han sido, son y serán siempre los más
grandes bienhechores de la sociedad humana, como también los más perfectos
modelos de toda clase y profesión, en todo estado y condición de vida, desde
el campesino sencillo y rústico hasta el hombre de ciencias y letras, desde el
humilde artesano hasta el que capitanea ejércitos, desde el oscuro padre de
familia hasta el monarca que gobierna pueblos y naciones, desde las sencillas niñas
y mujeres del hogar doméstico hasta las reinas y emperatrices. Y ¿qué decir
de la inmensa labor, aun en pro del bienestar temporal, de los misioneros evangélicos,
que junto con la luz de la Fe han llevado y llevan a los pueblos bárbaros los
bienes de la civilización; de los fundadores de múltiples obras de caridad y
asistencia social, y de la interminable falange de santos educadores y santas
educadoras, que han perpetuado y multiplicado su propia obra en sus fecundas
instituciones de educación cristiana para bien de las familias y con
inestimable beneficio de las naciones?
62. Estos son los frutos, sobre manera benéficos,
de la educación cristiana, precisamente a causa de la vida y virtud
sobrenatural de Cristo, que ella desarrolla y forma en el hombre; ya que Cristo
nuestro Señor, Maestro Divino, es también fuente y dador de tal vida y virtud,
y a la vez modelo universal y accesible, con su ejemplo, a todos los hombres,
cualquiera que sea su condición, particularmente a la juventud, en el periodo
de su vida escondida, laboriosa, obediente, adornada de todas las virtudes
individuales, domésticas y sociales, delante de Dios y delante de los hombres.
63. Todo el cúmulo de los tesoros educativos de
infinito valor, que hasta ahora hemos venido indicando apenas en parte, es de
tal modo propio de la Iglesia, que constituye su misma sustancia, siendo ella el
Cuerpo místico de Cristo, la Esposa inmaculada de Cristo, y por esto mismo
Madre fecundísima y educadora soberana y perfecta.
Por eso el grande y genial San Agustín -de cuya
dichosa muerte vamos a celebrar el decimoquinto centenario- prorrumpía, lleno
de santo afecto, para con tal Madre, en estos acentos: ¡Oh Iglesia Católica,
Madre muy verdadera de los cristianos, con razón no solamente predicas que hay
que honrar purísima y castísimamente al mismo Dios, cuya posesión es dichosísima
vida, sino que también haces de tal manera tuyo el amor y la caridad del prójimo,
que en ti hallamos toda medicina, potentemente eficaz para los muchos males que,
por causa de los pecados, aquejan a las almas! Tú adiestras y amaestras
puerilmente a los niños, con fortaleza a los jóvenes, con delicadeza a los
ancianos, según las exigencias de su cuerpo y de su espíritu: Tú, con una,
estoy por decir, libre servidumbre, sometes los hijos a los padres y pones a las
madres delante de los hijos con dominio de piedad. Tú, con vínculo de religión
más fuerte y más estrecho que el de la sangre, unes a hermanos con hermanos...
Tú, no sólo con vínculo de sociedad, sino también de una cierta fraternidad,
ligas a ciudadanos con ciudadanos, a naciones con naciones: en una palabra, a
todos los hombres con el recuerdo de los primeros padres. A los Reyes enseñas a
mirar por los pueblos: a los pueblos amonestas que obedezcan a los Reyes. Enseñas
con diligencia a quien se debe honor, a quién afecto, a quién respeto, a quién
temor, a quién consuelo, a quién amonestación, a quién exhortación, a quién
corrección, a quién reprensión, a quién castigo: mostrando cómo no se debe
todo a todos, pero sí a todos la caridad, a ninguno la ofensa[xxix].
Levantemos al Cielo, Venerables Hermanos y amados
hijos, los corazones y manos suplicantes, al Pastor y Obispo de nuestras almas[xxx],
al Rey Divino, que da leyes a los gobernantes, para que El, con su virtud
omnipotente, haga de modo que estos sabrosos frutos de la educación cristiana
se recojan y multipliquen en todo el mundo con provecho siempre creciente
de los individuos y de las naciones.
Como prenda de estas gracias celestiales, con
paternal afecto, a vosotros, Venerables Hermanos, a vuestro clero y a vuestro
pueblo damos la Bendición Apostólica.
Dado en Roma, junto a San Pedro, el 31 de diciembre
de 1929, año octavo de Nuestro Pontificado.
[i]
Prov. 22, 15.
[ii]
Sap. 8, 1.
[iii]
[Io. 3, 8.
[iv] Rom. 7, 23.
[v] Dell'educazione cristiana dei figliuoli 2, 88.
[vi]
Mat. 18, 1.
[vii]
Eph. 6, 4.
[viii] Nic. Tommaseo
Pensieri sull'educazione 1, 3, 6.
[ix]
Pius IX, E. Quum non sine 14 iul. 1864. Syllabus,
pr. 48. -Leo XIII, Alloc. Summi Pontificatus 20 aug. 1880. Enc. Nobilissima
8 febr. 1884. Enc. Quod multum 22 aug. 1886. Ep. Officio sanctissimo 22 dec.
1887. Enc. Caritatis 19 mart. 1894, etc. -Cf. C.I.C. cum fontium annot., c.
1374.
[x]
C.I.C. c. 1374.
[xi] Enc. Militantis Ecclesiae 1 aug. 1897.
[xii] PG 31, 570.
[xiii]
Inst. Or. 1, 8.
[xiv]
1 Thess. 5, 21.
[xv] Seneca Epist. 45.
[xvi] Leo XIII, Enc. Inscrutabili 21 april. 1878.
[xvii] Oratio 2 PG 35, 426.
[xviii]
Mat. 9, 37.
[xix]
Horat. Art. poet. 163.
[xx] 1 Cor. 15, 33.
[xxi]
Conf. 6, 8.
[xxii] 1 Io. 2, 16.
[xxiii] De Idololatría 14.
[xxiv]
Gal. 4, 19.
[xxv] Col. 3, 4.
[xxvi] 2 Cor. 4, 11.
[xxvii]
Horat.
Od. 3, 3, 1.
[xxviii] Apol. 42.
[xxix]
De moribus Ecclesiae catholicae 1, 30.
[xxx] [Cf. 1 Pet. 2, 25.