Carta del Papa en los 50 años de Comunión y Liberación

Dirigida a su fundador, monseñor Luigi Giussani

CIUDAD DEL VATICANO, martes, 20 abril 2004 (ZENIT.org).- Publicamos la carta que Juan Pablo II ha enviado a monseñor Luigi Giussani, fundador del Movimiento «Comunión y Liberación» con motivo de los cincuenta años del Movimiento, que se cumplirán en octubre próximo. La misiva ha sido publicada este martes por la Sala de Prensa de la Santa Sede.

 

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Al reverendo monseñor Luigi Giussani,
fundador del Movimiento «Comunión y Liberación»

1. En octubre próximo se cumplirán cincuenta años desde que usted, dejando la docencia en la Facultad Teológica del Seminario de Venegono, empezara a enseñar religión en el Liceo clásico «Berchet» de Milán, dando así comienzo a un itinerario asociativo y eclesial que, con el tiempo, se convertiría en el Movimiento y, posteriormente, en la Fraternidad de «Comunión y Liberación». Me uno gustoso a la acción de gracias que en este aniversario sube a Dios, Dador de todo bien, desde su corazón sacerdotal y desde el corazón de los muchos que han entrado a formar parte del Movimiento. La Providencia divina ha realizado en este medio siglo una obra que, difundiéndose rápidamente por Italia y por el mundo, ha proporcionado abundantes frutos de bien para la Iglesia y la sociedad.

Con su presencia hoy en setenta países, esta obra propone una experiencia de fe capaz de encarnarse en las culturas más diversas; se trata de una experiencia que cambia en profundidad la vida de las personas porque introduce a tener un encuentro personal con Cristo. «Comunión y Liberación» es un Movimiento que puede considerarse justamente, junto a una gran variedad de otras Asociaciones y nuevas Comunidades, como uno de los brotes de la prometedora «primavera» suscitada por el Espíritu Santo en los últimos cincuenta años. Este medio siglo ha estado marcado por una sufrida contraposición con las ideologías imperantes, por la crisis de los proyectos utópicos, y, más recientemente, por una extendida tendencia al relativismo, al escepticismo y al nihilismo que amenaza con extinguir los deseos y las esperanzas de las nuevas generaciones.

2. Me complace expresarle a usted, así como a todos los miembros del Movimiento, el deseo de que este importante aniversario jubilar impulse a cada uno a volver a la experiencia original de la que el Movimiento tomó su impulso, renovando el entusiasmo de los orígenes. Es, de hecho, importante mantenerse fieles al carisma de los inicios para poder responder eficazmente a las expectativas y los desafíos de los tiempos que corren. Repito hoy lo que os dije hace algunos años: «¡Renovad continuamente el descubrimiento del carisma que os ha fascinado y él os conducirá más potentemente a haceros servidores de la única potestad que es Cristo Señor!» (Enseñanzas, VIII/2 [1985], p.660). Que en el humilde y fiel seguimiento de Jesús, al que todos los bautizados están llamados, cada uno de vosotros se inspire en el ejemplo de la Virgen María. ¡Que Ella sea el modelo de vuestro ser cristianos hoy! «Vuestro Movimiento decía con ocasión del 20º aniversario del reconocimiento de la Fraternidad de «Comunión y Liberación» por parte del Consejo Pontificio para los Laicos ha querido y quiere indicar no un camino, sino el camino para llegar a la solución de este drama existencial. El camino, cuántas veces usted lo ha afirmado, es Cristo» (n.2, en: L’Osservatore Romano, 13 de febrero 2002, p.8) He aquí la original intuición pedagógica de vuestro Movimiento: volver a proponer, de modo fascinante y en sintonía con la cultura contemporánea, el acontecimiento cristiano, percibido como fuente de nuevos valores, capaz de orientar la existencia entera. Es necesario y urgente ayudar a encontrar a Cristo, para que Él llegue a ser, también para el hombre de hoy, la razón última del vivir y del obrar. Dicha experiencia de fe genera una mirada nueva sobre la realidad, una responsabilidad y una creatividad que afectan a cualquier ámbito de la existencia: desde la actividad laboral a las relaciones familiares, desde el compromiso social a la participación en el ámbito cultural y político. Elevo al Señor mi oración para que la celebración de los cincuenta años de vuestro Movimiento ofrezca a cada uno de sus miembros la oportunidad saludable de detenerse un momento para reanudar el camino con vigor y afrontar las nuevas tareas apostólicas del tercer milenio con renovado entusiasmo. Que este año jubilar sea una ocasión providencial para profundizar en el conocimiento de Jesús y en el amor a su persona y a su mensaje de salvación.

3. ¡Remad mar adentro! «Duc in altum!» (Lc 5,4). Estas palabras evangélicas, que en otras ocasiones he tenido oportunidad de repetir, os las dirijo ahora a vosotros. Es una invitación a hacer memoria agradecida del pasado, a vivir con pasión el presente y a abriros al futuro con confianza, porque « ¡Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre!» (Hb 13,8) (cf. Novo millennio ineunte, 1). Que, animado por esta conciencia, vuestro Movimiento continúe anunciando a todos la belleza y la alegría que tiene el encuentro con el Redentor del hombre; que proclame con vigor la misericordia divina y recuerde a la humanidad, a veces desalentada, que no debe tener miedo, porque Cristo es nuestro futuro.

Con profunda devoción hacia el Sucesor de Pedro y los legítimos Pastores de la Iglesia y en estrecha unión con los demás Movimientos y Asociaciones, ofreced en el interior de las Comunidades diocesanas y parroquiales la aportación original de vuestro carisma, difundiendo y testimoniando el mensaje evangélico.

Que la Virgen Santa, maestra y modelo de la vida cristiana y «fuente viva» de esperanza, acompañe y proteja siempre vuestro camino. Que Ella sea el baluarte al que mirar constantemente.

Con tales sentimientos y deseos, mientras aseguro mi participación espiritual en las celebraciones jubilares, les imparto de corazón a usted, a sus colaboradores y a todos los miembros del Movimiento una especial Bendición Apostólica.

Vaticano, 22 de febrero de 2004

IOANNES PAULUS II