Mandamientos |
73.- Además de los mandamientos de la ley de Dios, la Iglesia tiene cinco
mandamientos.
73,1. En virtud del poder recibido de Jesucristo, la Iglesia puede imponer
preceptos que obliguen gravemente a los hombres en orden a un mejor cumplimiento
de la ley de Dios.
Los mandamientos de la Iglesia son de dos clases:
Los
tres primeros mandan oír Misa, confesar y comulgar; pero de esto ya hemos
tratado. (Ver números 45 al 61)
El cuarto manda el ayuno y la abstinencia en
los días determinados por la Iglesia.
73,2. El ayuno consiste en hacer una sola comida fuerte al día. Pero se puede
tomar algo por la mañana y por la noche.
En el desayuno se puede tomar, por
ejemplo, leche, café o té, o un poco de chocolate, con unos 60 gramos de pan,
churros, tortas, etc. En la cena se puede tomar hasta 250 gramos de alimentos.
Si te parece esto muy complicado, puedes atender a la norma práctica de algunos
moralistas que dicen que quien tiene obligación de ayunar basta con que en el
desayuno y en la cena tome la mitad de lo que tiene por costumbre tomar. Y si lo
que se suele tomar es poco, la cantidad que se suprima puede ser menor. Otra
norma práctica es que sumando lo que se toma en el desayuno y en la cena, no
llegue a lo que se suele tomar al mediodía(883).
En la comida principal se puede tomar toda la cantidad
que se quiera.
Pero durante el día no se puede tomar nada (comida o bebida)
que sea alimento. Sí se pueden tomar líquidos no alimenticios como refrescos,
café, té y bebidas alcohólicas; y también alguna pequeña tapa con que éstas
suelen acompañarse; aunque sería mejor abstenerse de ella.
La abstinencia
consiste en no tomar carne; pero no está prohibido el caldo de carne ni la grasa
animal, si es condimento. También se pueden tomar huevos y productos
lácteos.
Tienen obligación de ayunar todos los católicos que han cumplido
dieciocho años y no han cumplido los cincuenta y nueve.
La abstinencia obliga
desde los catorce años cumplidos hasta el final de la vida. «No están obligados
al ayuno y abstinencia los verdaderamente pobres, los enfermos y los obreros»(884).
Tampoco están obligados los que no tienen habitualmente
uso de razón.
El párroco y algunos confesores pueden dispensar cuando haya
motivo suficiente.
Son días de ayuno y abstinencia el Miércoles de Ceniza y
el Viernes Santo. Son días de sólo abstinencia todos los viernes del año, que no
caigan en festivo. La abstinencia de los viernes fuera de cuaresma puede ser
sustituida total o parcialmente por otras formas de penitencia, piedad o
caridad, como limosnas, visitas a enfermos, privarse de tabaco o espectáculos, o
cualquier otro gusto. La abstinencia de los viernes de cuaresma, y el ayuno y la
abstinencia del Miércoles de Ceniza y Viernes Santo no pueden ser sustituidos
por propia iniciativa.
No debe considerarse pecado grave cualquier violación
esporádica de la ley; pero sí el dejar de cumplirla habitualmente o por
menosprecio(885).
Lo importante es el espíritu de la ley. Se trata de que
en esos pocos días del año te quedes con un poco de hambre para hacer un
sacrificio por Nuestro Señor.
La observancia sustancial de la disciplina
eclesiástica sobre la penitencia es gravemente obligatoria.
Pero adviértase
que la Iglesia no quiere precisar con medidas y pormenores los límites que
determinarían en cada caso la gravedad de las faltas, porque desea que los
fieles no caigan en la servidumbre y en la rutina de una observancia meramente
externa, y prefiere, al contrario, que ellos mismos, sin omitir el oportuno
consejo, formen deliberadamente su conciencia en cada caso según las
indicaciones y el espíritu de la ley, con sentido de responsabilidad ante el
Señor que ha de juzgar la sinceridad y diligencia de nuestras actitudes. Pero,
sin duda, el desprecio y la inobservancia habitual de los preceptos de la
Iglesia constituiría pecado grave.
La Conferencia Episcopal Española espera
que «la presente disciplina penitencial, adaptada a España, servirá para
aumentar en todos el sentido de sacrificio, la autenticidad de una vida
sinceramente cristiana, y la práctica, más personal y consciente, de la
mortificación y la caridad».
El Secretario del Episcopado francés ha
propuesto a los católicos privarse del tabaco o bebidas alcohólicas un día a la
semana, como una nueva modalidad de abstinencia.
Hacer penitencia es
obligación de todo cristiano. Cada vez que cumplimos con nuestro deber y se lo
ofrecemos a Dios hacemos penitencia. Cuando, en obsequio a Dios, nos privamos de
algo que nos gusta o hacemos algo que nos desagrada, hacemos penitencia. Cuando,
por Dios, aceptamos la vida y sus dificultades, hacemos penitencia.
Cuando,
también por Dios, somos justos y luchamos contra las injusticias de la vida,
hacemos penitencia. Arrepentirnos de nuestros pecados y hacernos amigos de Dios,
es hacer penitencia.
La penitencia necesita de algo interior: Dios quiere el
corazón, no sólo las obras externas. Si nuestra intención se detuviese en
cumplir la ley, sin ofrenda a Dios, no haríamos penitencia. La primera y
obligatoria penitencia que tenemos que hacer es cumplir la ley de Dios. Si no
cumplimos lo que se nos manda, no hacemos penitencia. El principal lenguaje de
un hombre son las obras.
73,3. El quinto mandamiento de la Iglesia manda que la ayudemos en sus
necesidades y en sus obras.
No hay que olvidar que es deber de los fieles
atender, según las posibilidades de cada uno, con su ayuda económica al culto y
al decoroso sustento de los ministros de Dios.
Todos los bienes los hemos
recibido de Dios. El contribuir con ellos para ayudar a la Iglesia en sus
necesidades, es una manera de agradecer a Dios lo que nos ha dado, y rogarle que
nos siga bendiciendo. Los sacerdotes han consagrado su vida a trabajar
exclusivamente por el bien espiritual de los hombres, por lo tanto, de ellos
deben recibir lo necesario para satisfacer sus necesidades humanas, y poder
seguir estudiando y estar siempre bien preparados para el desempeño de su
ministerio.
Dice el Nuevo Código de Derecho Canónico:«Los fieles tienen el
deber de ayudar a la Iglesia en sus necesidades, de modo que disponga de lo
necesario para el culto divino, las obras apostólicas y de caridad, y el
conveniente sustento de los ministros»(886).
Los buenos católicos deben también contribuir al
sostenimiento del Seminario de la Diócesis, donde se están formando los futuros
sacerdotes que han de atender a las almas.
Como en otras naciones, también es
España, se puede hoy ayudar a la Iglesia destinando a ella la pequeña parte
asignada de lo que hay que pagar a Hacienda.
Todos hemos de sentir la Iglesia
como propia. Es un deber de justicia ayudar a la Iglesia en todo lo relativo al
apostolado, porque de la Iglesia recibimos el mayor bien que se puede recibir en
este mundo: los medios para ir al cielo.
Nuestra colaboración a la Iglesia no
debe limitarse a lo económico; debemos también prestar nuestra colaboración
personal, en la medida que nos sea posible.
73,4. Además de estos mandamientos más generales, la Iglesia tienen también
otros, como por ejemplo, la prohibición de asistir a escuelas ateas o a centros
en los que se enseñen cosas contrarias a la doctrina católica.
«Los padres
católicos que envían a sus hijos a estas escuelas, aunque sea con el pretexto de
que enseñan muy bien otras materias profanas, pecan gravísimamente y son
indignos de la absolución sacramental, por el grave peligro a que exponen a sus
hijos»(887).
El Concilio Vaticano II «recuerda a los padres cristianos
la obligación de confiar sus hijos, en el tiempo y lugar que puedan, a las
escuelas católicas, de sostenerlas con todas sus fuerzas, y de colaborar con
ellas en bien de sus propios hijos»(888).
Por eso «deben disponer, y aun exigir, todo lo necesario
para que sus hijos puedan disfrutar de tales auxilios y progresar en la
formación cristiana a la par que en la profana»(889).
Dicen los Obispos Españoles:«La clase de Religión en
España, carente hoy del debido rigor académico, se ve sometida a un proceso de
deterioro que repercutirá negativamente en los aspectos humanos y éticos de todo
el marco educativo». Leí en el ABC de Madrid, en la misma página, estos dos
titulares:«El gobierno socialista margina la asignatura de Religión». «En Suecia
la clase de Religión es obligatoria»(890).
Los padres tienen el derecho de educar a sus hijos
conforme a sus convicciones morales y religiosas.
Dice el Nuevo Catecismo de
la Iglesia Católica: «Los padres tienen el derecho de elegir para sus hijos una
escuela que corresponda a sus propias convicciones, y los poderes públicos
tienen el deber de garantizar este derecho de los padres y de asegurar las
condiciones reales de su ejercicio».
Como dijo el Papa Juan Pablo II en su
visita a España en 1982: «Los padres deben elegir para sus hijos una enseñanza
en la que esté presente el pan de la fe cristiana». Los padres tienen obligación
de preocuparse de que sus hijos sean educados en la religión católica. Si se
desentienden de esto, que no se quejen después cuando sus hijos les salgan
torcidos.
No te contentes con solicitar la enseñanza de la Religión en el
colegio de tus hijos. Comprueba lo que les enseñan; y si les dan gato por
liebre, protesta enérgicamente como cualquier consumidor estafado.
La
Comisión Episcopal de Enseñanza recuerda que «todos debemos exigir que se pueda
recibir educación católica en los centros de enseñanza»:
La formación
religiosa católica en la escuela es un deber y un derecho, cuyo servicio está
regulado por las leyes, y cuya realización efectiva debe ser apoyada por toda la
comunidad cristiana. Los obispos indican a los padres católicos el deber de
inscribir a sus hijos en la asignatura de religión y moral católicas. El mismo
texto recuerda la obligación de los profesores cristianos de colaborar en la
formación religiosa católica de los alumnos cuyos padres han elegido para ellos
este tipo de formación. Por último insisten en el deber de la sociedad y de los
gobernantes de respetar el derecho de los padres y de los alumnos en conformidad
con los principios de la Constitución Española y de los acuerdos internacionales
firmados por el Estado Español con la Santa Sede en materia de enseñanza.
El
Consejo Pontificio para la Familia ha publicado un documento en el que dice que
los padres deben retirar a sus hijos de los centros donde se enseñe una moral
sexual contraria a la doctrina de la Iglesia.
Otro mandamiento de la Iglesia
es no contraer matrimonio opuesto a las leyes de la Iglesia.
73,5. En 1917 se publica el Código de Derecho Canónico que sistematiza un
cúmulo de leyes eclesiásticas. En 1983 se publica un nuevo Código de Derecho
Canónico que actualiza y perfecciona el anterior. El estudio de esta reforma ha
durado veinticinco años, desde que lo inició Juan XXIII.
74.- Los mandamientos de la ley de Dios se resumen en dos:
Primero: amarás
a Dios sobre todas las cosas. Segundo: y al prójimo como a ti mismo.
74,1. Esto es lo que significan los siguientes magníficos
consejos:
«Cumple siempre todos los mandamientos».
«Por nada del mundo
cometas un pecado grave».
«Procura agradar a Dios en todas las cosas».
«No
hagas tú a los otros lo que no quieras que los otros te hagan a ti».
«Pórtate
tú con los demás como quieras que los demás se porten contigo».
74,2. Hay personas que reducen sus prácticas religiosas al servicio del
prójimo. Eso está bien, pero no basta. Hay acciones humanas que ni benefician ni
perjudican al prójimo, en cambio agradan o desagradan a Dios: como el asistir a
Misa o el decir blasfemias.
Hoy somos muy sensibles a la justicia social. El
remedio no está en cambiar las estructuras, que seguirán siendo injustas si no
cambiamos a los hombres. Si cambiamos a los hombres las estructuras serán
mejores y habrá más justicia. El mejor modo es la norma de Cristo :
«pórtate
tú con los demás como quieres que los demás se porten contigo»(891).
75.- EL AMOR A DIOS Y AL PROJIMO ES LA SEÑAL CARACTERISTICA DEL BUEN CRISTIANO.
75,1. El cristiano debe cumplir sus obligaciones con la misma perfección que
uno que sea ateo pero de distinta manera , es decir, con amor a los demás, como
al mismo Jesucristo. Es más, como Cristo los ama: «Amaos los unos a los otros
como Yo os he amado»(892).
No se puede amar a Dios si no se ama al prójimo. Pero no
todo amor al prójimo es ya amor a Dios.
Tú puedes amar a una persona por ser
hija de sus padres, a quienes amas; pero también puedes amarla por ella misma,
sin que eso suponga que amas a su padre, que puede serte totalmente
indiferente.
Por eso la caridad cristiana es amar al prójimo porque es hijo
de Dios. Lo contrario puede ser un humanismo ateo que se llama
filantropía.
Solemos citar muchas veces los textos de la carta de San Juan en
los que se exige la caridad para con los demás de una forma enérgica: «Si uno
dijere que ama a Dios y no ama a su hermano, es un mentiroso»(893).
Pero se cita menos otra frase que en el pensamiento de
San Juan no admite duda, y necesita que se recuerde hoy de una manera especial:
es cierto que la caridad con Dios es cosa vana cuando no va unida al amor del
prójimo, que es hijo de Dios, pues ahí está la razón profunda de nuestro deber
para con él; pero el amor del prójimo que quisiera ignorar el amor de Dios, no
sería verdadero: «En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios, si amamos a
Dios»(894).
Se oye con bastante frecuencia hoy día, que las palabras
mandato y ley son palabras condenadas a estar proscritas de manera absoluta;
como si hablar de cosas permitidas y de cosas prohibidas fuera una verdadera y
peligrosa desnaturalización de la vida moral.
Ante todo, es evidente que
estas palabras, que se quieren proscribir, pertenecen al mismo Evangelio. Son
auténticas palabras de Dios. Es difícil eliminar de la primera carta de San Juan
la palabra y la idea de mandato; aparecen repetidas sin cesar y en el sentido
más profundo.
Y de una manera sistemática e inaceptable se quiere eliminar,
por lo mismo, la palabra y la idea de ley; en la enseñanza de San Pablo. Lo que
él condena es una cierta concepción de la ley, mas para devolverle otra, a la
que da expresamente ese nombre, y cuyas exigencias no deja de señalar de forma
clara.
En el fondo de la idea de ley y de mandato existe la afirmación de
alguien que es el Señor y que tiene derecho a hablarnos como tal.
Escuchemos
a Jesucristo cuando habla del mandato de su Padre, de la voluntad de su Padre;
escuchemos a los santos, a los que figuran catalogados y aquellos a quienes nos
encontramos en la vida. Oiremos que resuena en ellos esa alabanza, esa humildad,
esa obediencia, que, lejos de inspirar repugnancia por la palabra mandato, le
dan un sabor indecible, como el salmo 119, en el que se hace un elogio de la ley
divina.
Es cierto que una moral que no tenga en la caridad su principio y su
fin, no es tal moral; o en todo caso, no es la moral cristiana. Mas no es menos
cierto que una doctrina de la caridad que quiera ignorar la moral y sus leyes,
es una quimera peligrosa de la que la caridad es la primera en pagar las
consecuencias .
Evidentemente que el valor del cumplimiento de una ley
depende del amor que en ello se ponga. El cristiano que cumple una ley tan sólo
como un requisito externo revela que le falta lo más importante, que es el amor.
Las leyes son necesarias en una sociedad organizada. Las leyes justas están
siempre orientadas al bien común. Al cumplirlas hacemos un acto de amor al
prójimo, y también de amor a Dios, al aceptar el ser regidos por leyes exigidas
por la naturaleza que él nos ha dado.
Cuando se ama de verdad al prójimo, la
espontaneidad interior puede indicarme el camino de la rectitud. Pero no cabe
duda de que esta espontaneidad interior no basta en multitud de ocasiones, en
las que es necesario acudir a normas externas a nosotros mismos que nos señalen
el camino mejor a seguir. Pero, repito, el cristiano debe siempre poner mucho
amor en su comportamiento. El egoísmo es el gran pecado del hombre. Y tan
egoísta es el que no cumple una ley por propia comodidad, como el que la cumple
sólo por evitar la sanción. El buen cristiano cumple la ley; y la cumple con
amor y por amor.
No existe moral sin caridad, que es su alma.
No hay
caridad verdadera sin moral, que le da un cuerpo.
El fundamento de todo está
en la aceptación de Dios.
Hay quienes no quieren más norma moral que su
propia conciencia. Sin embargo hay que advertir que su conciencia debe estar de
acuerdo con la realidad objetiva, es decir, acorde con lo que dicen los
entendidos, los especialistas. Por ejemplo, si los astrónomos dicen que la
distancia de la Tierra a la Luna es de 384 000 kilómetros, esto es una verdad
independiente de lo que a mí me parezca. A mí me puede parecer poco o mucho,
pero lo que a mí me parezca no cambia la distancia de la Tierra a la Luna, que
es la que dicen los astrónomos que la han medido. Igualmente, si el agua de una
fuente no es potable, y las autoridades sanitarias que la han analizado así lo
avisan, es tonto beber de ella.
El agua no se convierte en potable por lo que
a mí me parezca, sino que su potabilidad depende del análisis que han hecho los
especialistas.
75,2. Jesucristo quería que en esto se nos reconozca a los cristianos:
en
que nos amamos los unos a los otros. Hay que amar a todos en general, y no odiar
a nadie en particular.
Debemos practicar, según las ocasiones, múltiples
formas de caridad.
Los catecismos nos hablaban de las Obras de Misericordia:
son otras tantas formas magníficas de practicar la caridad. Helas aquí:
OBRAS DE MISERICORDIA CORPORALES:
Visitar y cuidar enfermos. Dar de comer
al hambriento. Dar de beber al sediento. Atender a los que no tienen hogar.
Procurar ropa a los necesitados. Ayudar a los encarcelados y exiliados.
Acompañar a los que sufren la muerte de un ser querido.
OBRAS DE MISERICORDIA ESPIRITUALES:
Enseñar al que no sabe. Dar buen
consejo al que lo necesita. Corregir al que yerra. Perdonar las injurias.
Consolar al triste. Sufrir con paciencia los defectos del prójimo. Rogar a Dios
por vivos y difuntos.
Dice San Pablo :«Ya puedo tener una fe que mueva montañas; si no tengo
caridad, no soy nada»(895).
El amor entre los hombres es la señal que Cristo nos dejó
como distintivo de los cristianos. Si esto no existe, la Iglesia no se da a
conocer en el mundo.
Y el amor no consiste solamente en no hacer daño, sino,
sobre todo, en hacer el bien. Jesucristo ha dicho que todo lo que hagamos al
prójimo por su amor, aunque sea darle un vaso de agua, nos lo premiará como
hecho a Él mismo. Orientar la vida de forma generosa es la vía óptima para
hacerse plenamente hombre y ser de verdad feliz.
Es verdad que tampoco es
cristiano practicar la caridad y olvidarse de la justicia. Pero, como ha dicho
repetidas veces el Papa Juan Pablo II, tampoco basta la justicia. Es necesaria
también la caridad: la caridad de la sonrisa, de la amabilidad, de la
servicialidad, del cariño, y de la limosna.
Otro modo de practicar la caridad
es dedicar parte de nuestro tiempo libre en servicio del prójimo.
Además de
la caridad sincrónica con los que convivimos en este mundo, tenemos que pensar
también en la caridad diacrónica pensando en los seres humanos que nos van a
suceder en el planeta, para no dejarles una naturaleza contaminada. Éste es el
sentido de la ecología que hoy es de tanta actualidad.
Estamos obligados al
respeto de la integridad de la creación, que está destinada al bien común de la
humanidad pasada, presente y futura.
75,3. Esfuérzate por ser una persona buena y agradable con todos; siempre con
una acogedora amabilidad, una inagotable disponibilidad; tener para cada uno la
palabra adecuada, la sonrisa, la broma... En fin, todo lo que constituya una
discreta y sincera simpatía. Es muy importante que seas amable. Amabilidad es la
cualidad por la cual una persona es digna de ser amada. Consiste en considerar,
respetar, aceptar a las personas como son y alegrarse con sus éxitos. Amabilidad
es atender a cada persona según lo que necesite en ese momento. La amabilidad es
sigo de madurez y grandeza de espíritu. Procura ser una persona educada,
respetuosa, agradecida, honrada, buena y servicial con todos. Y sobre todo muy
cristiana. Así serás una persona estimada por todo el mundo.
Tú mismo te
sentirás satisfecho de tu proceder; y, sobre todo, Dios te lo premiará.
La
vida en común es una continua ocasión de ayudarse mutuamente. Al principio
quizás tengas que esforzarte para ser una persona atenta; pero después, esto
será para ti una costumbre y no te costará trabajo alguno. Los que te rodean se
sentirán influidos por tu amabilidad y recurrirán a ti espontáneamente y con
frecuencia. Ten constancia y no te canses al verte importunado por unos y otros,
que será mucho el bien que puedas hacerles. El buen cristiano está siempre en
actitud del máximo servicio al prójimo, según sus posibilidades.
Preocúpate
muy vivamente de tus compañeros enfermos o heridos. Ve a visitarlos, si te es
posible.
Quién sabe si se encuentran aplanados, tristes y abandonados! Si es
así, el rasgo tuyo te ganará su amistad para siempre.
Evita todo lo que pueda
molestar a tus compañeros y procura disimular lo que de ellos a ti te moleste,
haciendo todo lo posible por mostrarte con afabilidad y servicial con ellos. El
ser caritativo, además de ser una virtud, es señal de buena educación.Todos
tenemos faltas y defectos que molestan a los demás, y debemos tener paciencia
cuando los demás nos molestan con los suyos.
Elogia sinceramente lo digno de
elogio. Toda persona tiene defectos y limitaciones. Pero también tiene virtudes
y cosas positivas. El ver que los demás saben apreciar lo bueno que hay en
nosotros es una de las cosas más alentadoras de la vida. Pon siempre tu persona
y tus cosas a disposición de todos, dentro de lo razonable. No dudes nunca en
hacer un favor a otros, aunque para eso tengas que fastidiarte. El sacrificarte
por el prójimo llevará a tu alma una sana alegría.
Además, con esto ganarás
el corazón de tus compañeros y así te será más fácil hacerles el bien. No puede
existir un hombre, humana y espiritualmente perfecto, sin una alegría cordial
que ilumine a cuantos le rodeen.
Procura ser alegre y optimista. El optimismo
no es miopía que no ve los males; ni estoicismo que niega el dolor. El optimismo
no niega el mal, ni el sufrimiento, ni la necesidad del esfuerzo, ni la dureza
de la vida..., sino que se esfuerza en hallar en todo esto un lado bueno, un
punto de vista confortador, un fin útil, un valor real, desconocido a primera
vista. Si sabemos iluminar con algún bien todo mal, embelleceremos nuestra vida
y haremos más felices a los que nos rodean.
Otra cosa muy importante es saber
escuchar. En tus visitas a los enfermos hay que saber escuchar.
Escuchar con
interés es la mejor manera de consolar al que sufre. A todos los hombres nos
gusta que nos escuchen. Pero mucho más al que sufre. Y si además tu palabra
cálida le transmite paz y alegría interior, habrás hecho una gran obra.
No es
lo mismo ser bueno que ser estúpido. Hacer el bien llena al ser humano de
alegría y felicidad.
Pero no hay que confundir la bondad con el dejarse
pisotear y humillar por alguna persona frustrada que para reafirmarse necesita
hacer daño.
Para evitar que se salga con la suya, lo mejor es ignorarla: como
si sus ofensas no nos afectaran. Pero hay que saber defenderse sin ira y sin
rabia, que nos alteran el espíritu desfavorablemente. Nos descompone y
desequilibra física, psíquica y emocionalmente. Debemos hacerlo, si no con
dominio propio, con sentido del humor, y mejor con ironía. Pero siempre de forma
razonable..
No hay que confundir la soberbia y el orgullo, que son una
supervaloración de sí mismo con desprecio de los demás, con una razonable
autoestima. La autoestima es valorarme en lo que soy y para lo que valgo. Sería
ridículo creer que valgo para todo. Pero también es triste creer que no valgo
para nada. Conocer mis posibilidades y limitaciones, y valorarme en lo que soy.
El sentirme competente en algo y ser estimado por algo me da paz, alegría y
confianza en mí mismo. Esto ayuda a ser feliz. Sobre todo si mi capacidad la
pongo al servicio de los demás.
Dice un proverbio chino: «Toda gran marcha
empieza con un primer paso». La esencia del ser humano es encontrar el verdadero
sentido de la vida. La autoestima nos ayuda a vivir alegres, cordiales, felices
y optimistas al apreciar que somos bien aceptados por los demás tal como somos,
y servimos para algo útil, aunque para esto tengamos que esforzarnos y
sacrificarnos. Y cuando las cosas no suceden a nuestro gusto, no desesperarnos
ni desalentarnos. Aceptar las cosas como vienen y seguir adelante. Mi felicidad
está dentro de mí. Depende de mi actitud ante la vida. En lugar de pretender
cambiar las personas, las cosas y las situaciones de la vida que no están a mi
alcance, puedo cambiar mi actitud ante ellas, no empeñándome en lo que me es
imposible, y no perder mi paz y serenidad interior. Lo que verdaderamente vale
son las cualidades espirituales. La sencillez, la bondad, la generosidad, la
honradez, la simpatía, la servicialidad, etc., están en nuestras manos. La
persona verdaderamente cristiana da prioridad en todas las cosas al punto de
vista sobrenatural. Por eso vive segura, confía en Dios, y siempre tiene el
ánimo alegre y optimista.
No trates a nadie con arrogancia, sino por el
contrario, condesciende buenamente con todos, en lo que no se oponga a tu
conciencia; y si crees que has ofendido a alguien, no dudes en darle alguna
explicación. Cuando otra persona te dé explicaciones de las ofensas que te ha
hecho, admítelas fácilmente, aunque tú creas que no son suficientemente
satisfactorias.
75,4. Todo esto, además de ser normas de buena educación son consecuencias de
la caridad cristiana, cuya manifestación en el amor y sacrificio por el prójimo
fue una de las principales recomendaciones que nos dejó Jesucristo en su
Evangelio.
La actitud de servicio es fundamental en un cristiano. Basta con
mirar el ejemplo de Cristo que no vino «a ser servido, sino a servir»(896).
Por eso dice el Concilio Vaticano II que «el cristiano no
puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a
los demás»(897).
No sé quién escribió:
«Vivir amando. Amar sufriendo.
Sufrir callando.
Y
siempre,
sonriendo».
El hombre se humaniza sirviendo a los demás con amor: eso es lo que
hizo
Jesús.
Este pensamiento lo expone bellamente el premio Nobel de Literatura
Rabindranath Tagore:
«Dormía y soñaba que la vida era alegría.
Me desperté, y vi que la vida
era servir.
Serví, y vi que el servir era la alegría».
El secreto de la felicidad está en el servicio a los demás.
Lo mismo
expresa este bonito pensamiento: «Quien no vive para servir, no sirve para
vivir».
No recuerdo dónde leí: «Haz de hoy un día bueno: en servicio,
generosidad, alegría. Y tendrás una vida plena: en satisfacciones, felicidad.
Mañana, repite».
En una sociedad en la que los poderosos son envidiados, y se
nos ofrecen continuamente caminos para adquirir poder, el cristianismo nos
muestra el camino del servicio como el único que transforma realmente una
sociedad; porque hace que pasemos de ser rivales, a ser hermanos; de dominar a
los demás, a ayudarles.
Procura que todos se persuadan que tienen en ti una
persona fiel, pero que no conseguirán nada cuando se trate de violentar tu
conciencia.
Esto es de una importancia capital. La experiencia demuestra que
no hay nada que tanto gane la simpatía para con una persona como su rectitud de
conciencia: esa entereza de carácter ante la cual se estrellan todas las
insinuaciones, más o menos indirectas, que pretenden desviarle hacia el mal. Los
mismos que pretendieron rebajarle, terminan por reconocer, incluso en público,
la gran idea que han concebido de su virtud y carácter. La sonrisa despectiva de
algunos es la reacción del mediocre para no reconocer los valores que admira en
su interior, pero no se atreve a imitar.
75,5. Y si tienes ascendiente entre tus compañeros, aprovéchalo para hacerles
todo el bien que puedas.
Lánzate a conquistar almas para Cristo. Con
discreción, pero con entusiasmo. Por qué vamos a dejar libre el camino a los
propagadores del mal? Una persona católica convencida no se contenta con vivir
su religión privadamente, sino que trabaja con todas sus fuerzas para derribar
el mal y restablecer el reino de Dios en los corazones de los hombres, en la
sociedad y en el mundo entero.
En esta lucha tenemos un Jefe, Jesucristo,
nuestro Rey y nuestro Capitán, que va delante de nosotros, nos ayuda con su
poder de Dios, y nos promete la victoria final. Pero quiere que
luchemos.
«Dios quiere que todos los hombres se salven»(898). Por
lo tanto, quiere la solución de todos los problemas (aun materiales) que se
oponen a ello: problema social, inmoralidad, ateísmo, escasez de clero, egoísmo,
hambre, etc. Ahora bien, esta voluntad de Dios no es absoluta y sin
condiciones.
En ese caso no habría fuerza creada capaz de oponerse a este
plan de Dios. Esta voluntad de Dios es condicionada a la libre cooperación de
los hombres. Por lo tanto, si los hombres quieren salvarse, Dios les ayuda; si
los hombres quieren cooperar a la salvación de los demás, Dios también les
ayuda. Jesucristo, que pudo realizar la Obra de la Salvación por sí mismo, la
puso en manos de los hombres: «Id por todo el mundo y predicad a todas las
gentes. Quien crea se salvará; quien no crea, será condenado»(899).
El Concilio Vaticano II ha dedicado un Decreto al
apostolado de los seglares. Dice que «este apostolado nunca puede faltar en la
Iglesia (n 1), pues es el plan de Dios sobre el mundo, que los hombres lo
perfeccionen sin cesar (n 7) y los seglares deben impregnar y perfeccionar todo
el orden temporal con el espíritu evangélico (n 5).
Deben ejercer su
apostolado en el mundo a manera de fermento (n 2), y aunque la fecundidad de su
apostolado depende de su unión vital con Cristo (n 4), deben formarse muy bien
(n 29) para revelar al mundo el mensaje de Cristo no sólo con el testimonio de
la vida cristiana, sino también con la palabra (n 6). Mientras que todo el
ejercicio del apostolado debe proceder y recibir su fuerza de la caridad,
algunas obras, por su propia naturaleza, son aptas para convertirse en expresión
viva de la misma caridad, que quiso Cristo-Señor fuese prueba de su misión
mesiánica... Por lo cual la misericordia para con los necesitados y enfermos, y
las llamadas obras de caridad y de ayuda mutua para aliviar todas las
necesidades humanas son consideradas por la Iglesia como un singular
honor...».
El Padre Antonio Royo, O.P., comentando este Decreto Conciliar
sobre el apostolado de los seglares en las conferencias cuaresmales de 1966 en
la Basílica de Atocha, en Madrid, dijo: «La virtud más importante del cristiano
es la caridad. La caridad tiene tres aspectos: Amor a Dios, amor al prójimo,
amor a uno mismo. Desde cualquiera de esos ángulos brota la exigencia del
apostolado para el seglar. Porque, se puede amar a Dios y desentenderse del
prójimo, hijo de Dios? Se puede amar al prójimo y desentenderse de sus intereses
espirituales y materiales? Puede uno amarse a sí mismo de verdad y perderse esa
inmensa fuente de beneficios espirituales que es ayudar a salvarse a los
demás?
Dice el Apóstol Santiago al final de su Carta: «Quien convierte a un
pecador, salva su alma»(900).
Por último, el estado actual del mundo es un nuevo
argumento que apremia al seglar hacia el apostolado... La invasión del
materialismo que ha caído sobre nuestra sociedad y la penuria de sacerdotes son
para el seglar cristiano motivos suficientes para entregarse al
apostolado.
No pocos cristianos son del parecer que puesto que ellos no son
sacerdotes no tienen que abogar en su vida pública en favor de la fe cristiana.
La verdad es que por razón del bautismo y de la confirmación la tarea de
conquistar el mundo para Cristo recae sobre todos los cristianos. En los
primeros siglos del cristianismo fueron sobre todo los seglares, los simples
creyentes, los que en sus diarios contactos con sus semejantes difundieron de
una manera enteramente espontánea el mensaje cristiano en su medio ambiente.
También hoy en día deberían todos los cristianos ser conscientes de que es la
totalidad de la comunidad de los creyentes la que constituye el nuevo pueblo de
Dios establecido por Cristo y de que no son los sacerdotes solamente, sino los
seglares cristianos que se encuentran en el mundo los que pueden hacer que se
despliegue visiblemente la eficacia de la vida divina en la familia, en la vida
profesional, en los múltiples campos de la actividad social y cultural, así como
en el empleo del tiempo libre. Todo adulto cristiano debería trabajar con celo
apostólico y misionero por la causa de Cristo.
Aun cuando el trabajo misional
sea de hecho incumbencia sobre todo de determinadas órdenes religiosas,
congregaciones y otras actividades misioneras, la responsabilidad misional recae
sin embargo sobre la totalidad de la Iglesia. Todo cristiano, por consiguiente,
de manera adecuada a su situación, tiene la obligación de apoyar el sacrificado
trabajo de los misioneros, así como sus obras en sus múltiples
necesidades.
«Todos los discípulos de Cristo tienen el deber de dar
testimonio de Cristo en todo lugar, y a quien se lo pidiere han de dar también
razón de la esperanza que tienen en la vida eterna»(901).
Es necesario que todos los católicos hagan apostolado en
el propio ambiente:
a). Por la oración: es lo más importante. Hablarle a Dios
de él, antes que a él de Dios.
b). Por el ejemplo: el propio testimonio es
indispensable para que se acepte nuestro mensaje. El ejemplo convence mucho más
que las palabras. Las palabras pueden mover, pero los ejemplos arrastran.
c).
Por la palabra: es el apostolado que practicó Jesucristo. Y el mandato que dio a
sus Apóstoles: predicar. Todo el mundo puede tener una palabra amable, dar un
buen consejo, una sencilla exhortación, un cariñoso reproche dado en un momento
oportuno, o una larga conversación. Y también la palabra escrita: regalar un
buen libro. Si este libro que tienes en las manos te gusta, podrías regalárselo
a alguien.
d). Por el sacrificio que da más eficacia a la palabra. Como dijo
el Papa Juan Pablo II, el 25 de junio de 1993: «La evangelización depende, más
que de técnica y métodos pastorales, de la gracia que brota de la cruz de
Cristo; a la cual unimos nuestro dolor. La evangelización obtiene inagotables
energías de la cooperación de los pacientes».
e). Por la caridad: que nos
gana el corazón de los demás.
Y echada la semilla dejar que Dios la haga
germinar. Dios no nos pide el éxito, sino el trabajo.
El que fue Obispo de
Málaga y Palencia, D. Manuel González, que murió con fama de santo, solía hablar
de los apostolados menudos, pequeños detalles de hacer el bien que sale al
encuentro: una sonrisa, un favor, un consuelo, una palabra de ánimo. Aprovechar
todo momento para dar testimonio de Jesús.
«Todos los fieles tienen el deber
de trabajar para que el mensaje de salvación alcance más y más a los hombres del
orbe entero»(902).
Debemos ser como la llama, que comunica a otros su luz,
pero no se agota. Siempre dispuesta a seguir comunicando. Una comunidad
cristiana es ecclesial sólo si, y en la medida que, participa en la tarea
evangelizadora de la Iglesia. «La vocación cristiana es, por su misma
naturaleza, vocación también al apostolado»(903).
El creyente ha recibido la fe de otro y debe transmitirla
a otro.
Siendo propio de los seglares vivir en medio del mundo, Dios les
llama a que ejerzan su apostolado en el mundo a manera de fermento.
Dijo Pío
XII en la encíclica Mystici Corporis: «Misterio verdaderamente tremendo el que
la salvación de muchos dependa de las oraciones y mortificaciones de los
miembros del Cuerpo Místico de Jesucristo. (...) Aunque parezca extraño Cristo
quiere ser ayudado por ellos en su misión redentora.
«El apostolado de los
seglares es la participación en la misma misión salvífica de la Iglesia(904).
Participación que pueden ejercer de dos maneras:
«Primeramente hay una forma de apostolado que corresponde a la vocación propia
del seglar.
Ésta consiste en buscar el Reino de Dios tratando y ordenando,
según Él, los asuntos temporales. Viven en el siglo, es decir, en todas y cada
una de las actividades y profesiones, así como en las condiciones ordinarias de
la vida familiar y social con la que su existencia está entretejida. Allí están
llamados por Dios a cumplir su propio cometido, guiándose por el espíritu
evangélico, de modo que, igual que la levadura, contribuyen desde dentro a la
santificación del mundo y de este modo descubren a Cristo a los demás, brillando
ante todo, con el testimonio de su vida, fe, esperanza y caridad. A ellos, muy
en especial, corresponde iluminar y organizar todos los asuntos temporales a los
que están estrechamente vinculados, de tal manera que se realicen continuamente
según el espíritu de Jesucristo y se desarrollen y sean para la gloria del
Creador y del Redentor»(905).
«Los seglares, están llamados particularmente a hacer
presente y operante a la Iglesia en los lugares y condiciones donde ella no
puede ser sal de la tierra si no es a través de ellos. (...). Además de este
apostolado, que incumbe absolutamente a todos los fieles, los seglares pueden
también ser llamados de diversos modos a una cooperación más inmediata con el
apostolado de la jerarquía, como aquellos hombres y mujeres que ayudaban al
apóstol San Pablo en la evangelización, trabajando mucho en el Señor. [Pueden
ser catequistas, difundir libros religiosos, colaborar en las obras
parroquiales, ser miembros de asociaciones católicas, etc.]. Los seglares son
aptos para que la jerarquía les confíe el ejercicio de determinados cargos
eclesiásticos, ordenados a un fin espiritual»(906).
Algunos de entre ellos, al faltar los ministros sagrados
o estar impedidos éstos en caso de persecución, les suplen en determinados
oficios sagrados en la medida de sus facultades.
«En fin, el Espíritu Santo,
repartiendo sus dones a cada uno según quiere, puede, hoy lo mismo que en los
orígenes de la Iglesia, dar al más humilde de los fieles estos carismas
extraordinarios que sirven para el bien común de todo el Cuerpo Místico y
responden a sus necesidades»(907).
Pero el «juicio sobre su aplicación pertenece a los que
presiden la Iglesia, a quienes compete sobre todo no apagar el Espíritu, sino
probarlo y quedarse con lo bueno»(908).
Los cristianos de hoy han redescubierto la importancia
del testimonio de vida y del diálogo fraterno con los no católicos. Pero sería
lamentable que se reemplace el apostolado por el testimonio, y la evangelización
por el diálogo. Los Obispos españoles pedimos a todos los seglares que se
entreguen con redoblado celo al apostolado de evangelización, ya de manera
individual, ya dentro de asociaciones apostólicas. El cristiano sabe bien su
deber de ser promotor de la justicia social, de la paz y la libertad, pues la
humanidad se debe perfeccionar y engrandecer hasta que alcance su perfección
total prevista por Dios. En una sociedad oscurecida por la hipocresía y la
injusticia, el cristiano se opone a todas las formas de explotación, de
vejaciones y prejuicios, posponiendo su persona en favor de la promoción de los
demás. Trabajar por la promoción humana es para el cristiano un fin que tiene un
valor intrínseco y que él persigue de consuno con otros hombres de diversas
creencias. Mas él no puede contentarse con este esfuerzo de humanización, pues
es miembro de la Iglesia, cuya misión es anunciar a todos los hombres que Dios
les ama y que les ha enviado a su Hijo Jesucristo para hacerles conocer su
amor».
«Hay que tener cuidado para no caer en un nuevo pelagianismo, que
busca la salvación en la reforma de las estructuras antes que en la conversión a
Dios.
La pasividad en la Iglesia, es bien claro, no es la actitud propia de
los seglares. Ellos son Iglesia y tienen que actuar como protagonistas de su
historia. Una historia que está muy condicionada por el nivel y el sentido que
tenga la intervención de los seglares en el cumplimiento de su misión salvífica.
Por esto es de máxima importancia que los seglares tomen conciencia de la tarea
que ellos tienen que realizar como miembros vivos del Pueblo de Dios. La
incorporación activa de los seglares a las tareas de la Iglesia es el signo más
sintomático de un catolicismo adulto...
Los seglares, como queda afirmado, no
pueden limitarse a trabajar por la edificación del Pueblo de Dios o la salvación
de su alma para la eternidad, sino que han de empeñarse en la instauración
cristiana del orden temporal.
Por su situación en el mundo, los seglares son
los responsables directos de la presencia eficaz de la Iglesia en cuanto a la
organización de la sociedad en conformidad con el espíritu del Evangelio: a
ellos muy en especial corresponde iluminar y organizar los asuntos temporales a
los que están estrechamente vinculados, de tal manera que se realicen
continuamente según el espíritu de Jesucristo y se desarrollen y sean para la
gloria del Creador Redentor.
Un primer grado de este compromiso apostólico
consiste en la inserción cristiana de los seglares en el mundo, mediante el
cumplimiento de sus deberes de estado; es un aspecto fundamental de su
testimonio como miembros activos y responsables del Pueblo de Dios y de la
comunidad humana.
Este testimonio es exigencia común para todos los
bautizados y condición esencial para que de ellos pueda decirse que llevan una
vida cristiana».
«Los seglares están llamados por Dios para que desempeñando
su propia profesión, guiados por el espíritu evangélico, contribuyan a la
santificación del mundo»(909).
Los católicos «siéntanse obligados a promover el
verdadero bien común y hagan pesar de esa forma su opinión para que el poder
civil se ejerza justamente y las leyes respondan a los principios morales y al
bien común»(910).
«El Reino de Cristo no es una realidad puramente interior
y espiritual; ni la salvación que nos trae se reduce a la esfera privada. Al
contrario, Jesucristo quiere penetrarlo todo con su espíritu, con su verdad y
con su vida: el ámbito individual y el de la sociedad, el mundo de la familia,
del trabajo y del tiempo libre».
«Se equivocan los cristianos que, bajo
pretexto de que no tenemos aquí ciudad permanente, pues buscamos la futura,
consideran que pueden descuidar las tareas temporales, sin darse cuenta que la
propia fe es un motivo que les obliga al más perfecto cumplimiento de todas
ellas, según la vocación personal de cada uno. Pero no es menos grave el error
de quienes, por el contrario, piensan que pueden entregarse totalmente a los
asuntos temporales, como si éstos fuesen ajenos del todo a la vida religiosa,
pensando que ésta se reduce meramente a ciertos actos de culto y al cumplimiento
de determinadas obligaciones morales. El divorcio entre la fe y la vida diaria
de muchos debe ser considerado como uno de los más graves errores de nuestra
época»(911).
El compromiso cristiano nos lleva a ponernos al servicio
de nuestros hermanos para construir un mundo de paz y justicia. Pero el
cristiano sabe que el futuro no depende solamente del esfuerzo humano. Sabe que
es necesaria la ayuda de Dios. «El cristiano rechaza la postura de aquellos que
esperan la auténtica y total liberación del hombre, del sólo esfuerzo humano»(912).
Modos de hacer apostolado:
a) Regalar las revistas
buenas ya leídas o meterlas en los buzones de las porterías.
b) Regalar
libros buenos, como éste que tienes en las manos.
c) Regalar prendas usadas,
que estén pasables, a instituciones que las manden a países necesitados.
d)
Colaborar en la catequesis de la parroquia.
e) Visitar enfermos en sus casas,
hospitales, asilos, etc., aunque no sean conocidos, y hablarles de Dios,
oportunamente.
f) Dar buen ejemplo y buenos consejos.
g) Dar limosnas para
las obras de caridad o apostólicas.
h) Dedicar tiempo al servicio del prójimo
en obras de caridad o apostolado.
75,6. No es lo mismo el proselitismo de las sectas que el apostolado
católico. Al misionero católico lo que le preocupa es salvar al hombre, a la
persona. Lo que mueve al misionero católico es el deseo de compartir el gozo de
la fe.
Como decía Pablo VI en «Ecclesiam suam»: «Hemos de preocuparnos de
poner en circulación el mensaje del que somos depositarios» . Luz que no
ilumina, no es luz. La predicación misionera no se impone con la violencia, ni
embauca con sofismas. La fe se ofrece con la verdad, no con engaños.
El
misionero católico ofrece la fe; si el misionado no la quiere, él se lo pierde.
Los católicos ofrecemos la fe sin coaccionar.
Una mujer musulmana, convertida
a la fe católica en Italia, pidió protección a la policía ante el peligro de ser
condenada a muerte, en venganza, por los integristas islámicos.
Algunos, para
descalificar a grupos religiosos católicos que no les gustan, les ponen la
etiqueta de sectas: por ejemplo al «Opus Dei».
Pero esto no es justo. Para
poder dar el nombre de secta a un grupo, deben darse en él, conjuntamente, estas
dos notas:
a) que su doctrina no concuerde con la enseñanza oficial de la
Iglesia Católica;
b) que no se someta a la Autoridad de la Jerarquía
Católica.
Evidentemente que el «Opus Dei» no encaja en la etiqueta de
secta.
Las sectas son auténticas mafias económicas que se disfrazan de
religiosidad para ser más intocables e invulnerables. Son auténticas entidades
destructivas de la libertad individual, unas manipuladoras de mentes y creadoras
de autómatas a su servicio.
Una de las sectas más difundidas durante los
últimos años es la llamada Nueva Era («New Age»).
Se trata de una secta de
origen norteamericano, sincretista y panteísta. Es decir, es una mezcla de todas
las religiones del mundo, incluso del esoterismo y la brujería. Se presenta como
la única religión del futuro, tratando de exterminar a todas las demás. Su
panteísmo diviniza al hombre imitando a Lucifer que quiso ser como Dios. En la
Nueva Era se da culto a Lucifer a quien se considera señor de la humanidad(913).
Trabajan activamente por la llegada del
Anticristo.
Las sectas comienzan acogiendo y ayudando, pero no por ayudar,
sino por contactar. Lo que les interesa es el número de adeptos. Y a los adeptos
los hacen adictos, destruyendo su personalidad con técnicas psicológicas. Son
auténticos homicidios psicológicos.
Puede ser interesante mi vídeo «Las sectas desenmascaradas». Pedidos al autor. Todos los sistemas.
(883) - ANTONIO ROYO MARÍN, O.P.:Teología moral para
seglares,1º, 2ª, I, nº 426,2,e. Ed. BAC
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(884) - Constitución Apostólica Paenitemini, 7-II-66
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(885) - ANTONIO ROYO MARÍN, O.P.: Teología Moral para seglares, 1º,
2ª, I, nº 425,f. Ed. BAC.
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(886) - Nuevo Código de Derecho Canónico, nº222,1
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(887) - ANTONIO ROYO MARÍN, O.P.: Teología Moral para
seglares, 2º, 2ª, I, nº303. Ed. BAC.
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(888) - Concilio Vaticano II: Gravissimum educationis:
Declaración sobre la Educación Cristiana de la Juventud, nº 8. Nuevo Código de
Derecho Canónico, nº 793ss
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(889) - Concilio Vaticano II: Gravissimum educationis:
Declaración sobre la Educación Cristiana de la Juventud, nº 7
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(890) - Diario ABC de Madrid, 3-VI-95, pg. 75
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(891) - Evangelio de San Mateo, 7:12
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(892) - Evangelio de San Juan, 13:34
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(893) - Primera Carta de San Juan, 4:20
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(894) - Primera Carta de San Juan, 5:2
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(895) - SAN PABLO: Primera Carta a los Corintios, 12:2
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(896) - Evangelio de San Marcos, 10:45
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(897)-Concilio Vaticano II:Gaudium et Spes:Constitución sobre la
Iglesia en el mundo actual,nº 24
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(898) - SAN PABLO: Primera Carta a Timoteo, 2:4
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(899) - Evangelio de SAN MARCOS, 16:15s
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(900) - Carta de Santiago, 5: 20
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(901) - Concilio Vaticano II: Lumen Gentium: Constitución Dogmática
sobre la Iglesia, nº 10
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(902) - Nuevo Código de Derecho Canónico, nº 211 y 225,1
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(903) - Concilio Vaticano II: Apostolicam Actuositatem
:Decreto sobre apostolado de los seglares, nº 2
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(904) - Concilio Vaticano II: Lumen Gentium: Constitución Dogmática
sobre la Iglesia, nº 33
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(905) - Concilio Vaticano II: Lumen Gentium: Constitución
Dogmática sobre la Iglesia, nº 31
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(906) - Concilio Vaticano II: Lumen Gentium: Constitución
Dogmática sobre la Iglesia, nº 33
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(907) - Concilio Vaticano II: Lumen Gentium: Constitución
Dogmática sobre la Iglesia, nº 35
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(908) - Concilio Vaticano II: Lumen Gentium: Constitución
Dogmática sobre la Iglesia, nº 12
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(909) - Concilio Vaticano II: Lumen gentium. Constitución dogmática
sobre la Iglesia, nº 31
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(910) - Concilio Vaticano II: Apostolicam Actuositatem: Decreto
sobre el Apostolado de los seglares, nº14
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(911)-Concilio Vaticano II:Gaudium et Spes:Constitución sobre la
Iglesia en el mundo actual, nº43
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(912)-Concilio Vaticano II:Gaudium et Spes:Constitución sobre la
Iglesia en el mundo actual, nº16
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(913) - M. BASILEA SCHLINK: Nueva Era. Ed.H.E. de María.
Casilla 2436. Asunción. Paraguay.
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