Mandamientos |
71.- EL NOVENO MANDAMIENTO DE LA LEY DE DIOS ES: NO CONSENTIRAS PENSAMIENTOS NI DESEOS IMPUROS.
71,1. Este mandamiento se refiere a los pecados internos contra la castidad:
pensamientos y deseos.
Completa al sexto. Dice Jesucristo: «El que mira a una
mujer casada deseándola, ya ha sido adúltero con ella en su corazón»(881).
Nuestra moral cristiana no es una moral hipócrita, que se
fija sólo en lo externo; al contrario, exige una congruencia entre el acto
interno de la voluntad y la acción externa.
Hoy la televisión propaga las
fantasías sexuales. Es un modo de difundir la inmoralidad, pues dicen los
psicólogos que la idea lleva al acto. Por eso la moral católica manda rechazar
los pensamientos y deseos deshonestos.
Quien sinceramente desea evitar un
acto prohibido, debe evitar también el camino que lleva a él. Se trata,
naturalmente, de deseos de cosas prohibidas. Para los esposos son lícitos los
deseos de todo aquello a lo que tienen derecho. Igualmente los novios pueden
desear que llegue el día de su matrimonio.
Es claro que para que haya pecado
en este mandamiento, como en cualquier otro, es necesario desear o recrearse
voluntariamente en lo que está prohibido hacer. Quien tiene malos pensamientos,
imaginaciones o deseos contra su voluntad, no peca. Sentir no es consentir. El
sentir no depende muchas veces de nosotros; el consentir, siempre. El pecado
está en el consentir, no en el sentir.
Siente el cuerpo, consiente el alma. Y
quien peca es el alma, no el cuerpo.
No creas que has consentido en un mal
pensamiento porque haya durado más o menos. Puede ocurrir que te presente la
imaginación toda una película de cosas, que si se piensan sin querer, no son
pecado ninguno.
Puede un pensamiento molestarte durante mucho tiempo, incluso
durante días. Como una mosca pegajosa que vuelve una y otra vez. Por muchas
vueltas que te dé un mosquito, mientras tú no le dejes, no te pica. Si tú no
aceptas el mal pensamiento, y haces todo lo posible por rechazarlo, no sólo no
pecas, sino que mereces, y mucho, a los ojos de Dios.
Debes también
distinguir entre el gusto y el consentimiento. Es muy posible que sientas
atracción por la cosa, que veas que te gusta, incluso que sufras conmoción
orgánica, y sin embargo tu voluntad esté rechazando todo esto. Mientras tu
voluntad no consienta en disfrutar de esa sensación, o en deleitarte en ese mal
pensamiento, no hay pecado ninguno. No es lo mismo sentir una atracción que
paladear un gusto. No es lo mismo experimentar una sensación, que aprovecharla.
71,2. Para vencer los malos pensamientos que importunan, lo mejor es
despreciarlos y distraerse con otra cosa. La mejor arma contra un mal
pensamiento es otro pensamiento, que sea bueno. Ponte a silbar o a cantar. Lee
un libro. Coge un lápiz y ponte a hacer una multiplicación de muchas
cifras.
Si no tienes lápiz, procura hacerla mentalmente. Piensa en algo
concreto totalmente distinto. Aunque sea un absurdo; por ejemplo, en formar un
equipo de fútbol con los once hombres más gordos que conozcas. Piensa que les
arbitras el partido, o que eres el árbitro de un partido internacional, o que
estás practicando un deporte que te entusiasma. Algo que te absorba el
entendimiento, por ejemplo, recordar los nombres de las provincias de España,
imaginarte las diez catedrales más bonitas que conozcas, llamar por teléfono a
un amigo, etc. Incluso podrías pensar: y si me muriera ahora mismo?. Entra
dentro de lo posible. El caso es ocupar la mente en algo concreto. Y si puedes
emprender una ocupación que te absorba toda la atención, todavía mejor. Quizás
pueda ayudarte el que salgas a dar una vuelta para distraerte. En fin, tú
búscate alguna triquiñuela para borrar de tu imaginación ese pensamiento que te
está molestando. Pero lo primero, acudir brevemente a Dios o a la Virgen
pidiéndoles la gracia de triunfar, por ejemplo, con una jaculatoria.
Inmediatamente después desprecia esos pensamientos y dístraete. Es necesario
adquirir la costumbre de reaccionar rápidamente contra las tentaciones: lo mismo
que te sacudes automáticamente una chispa del cigarro que te cae en tu chaqueta
nueva.
71,3. Muchas veces circunstancias exteriores, como las malas conversaciones, las lecturas peligrosas, las diversiones y espectáculos deshonestos y la televisión, suscitan imaginaciones, pensamientos o deseos de cosas impuras. En estos casos el primer recurso es huir de aquellas circunstancias. Quien voluntariamente se pone, sin causa justa, en circunstancias que constituyen grave peligro y ocasión próxima de consentir en pensamientos o deseos malos, comete pecado grave.
71,4. Contra este mandamiento son pecado grave los malos pensamientos y deseos si se han consentido complaciéndose en ellos voluntariamente.
(881) - Evangelio de San Mateo, 5:27s
VOLVER