Oración |
44.- Orar es hablar con Dios, nuestro Padre celestial, para adorarle,
alabarle, darle gracias y pedirle toda clase de bienes.
44,1. Orar es hablar con Dios para manifestarle nuestro amor, tributarle el
honor que se merece, agradecerle sus beneficios, ofrecerle nuestros trabajos y
sufrimientos, pedirle consejo, confiarle las personas que amamos, los asuntos
que nos preocupan y desahogarnos con él.
Habla a Dios con sencillez y
naturalidad.
Háblale con tus propias palabras.
Se puede orar con fórmulas
ya hechas, o espontáneas.
Y también repitiendo siempre la misma
frase.
Para hablar con Dios no es necesario pronunciar palabras
materialmente. Se puede hablar también sólo con el corazón.
La oración no se
aprende. Sale sola. Lo mismo que no se aprende a reír o a llorar.
La oración
sale espontáneamente del corazón que ama a Dios.
La oración debe hacerse con
atención, reverencia, humildad, confianza, fervor, perseverancia y resignación
con lo que Dios quiera. Hacerla con fe muy firme de que si conviene, Dios
concederá lo que pedimos; pero no podemos anteponer nuestra voluntad a la de
Dios. Además de irreverente y absurdo, sería completamente inútil y
estéril.
Es necesario orar, y orar a menudo, porque Dios así lo manda: «Pedid
y recibiréis»(554) y «es necesario orar siempre y no desfallecer»(555) ; pero
además porque ordinariamente Dios no concede las gracias espirituales y
materiales si no se las pedimos.
Ojalá te acostumbraras a tener tus ratos de
charla con Nuestro Señor en el sagrario!
Por lo menos, no dejes de rezar
todos los días las oraciones que te pongo en los Apéndices.
Pero te advierto
que la oración bien hecha no es la recitación de plegarias que se repiten
distraídamente sólo con los labios. La verdadera oración pone siempre en
movimiento el corazón.
Dice Santa Teresa que orar es un trato amoroso con
Dios No pedimos para obligar a Dios que cambie sus planes, lo cual es imposible.
Ni para informarle de lo que necesitamos, pues él ya lo sabe. Ni para
convencerle para que nos ayude, pues lo desea más que nosotros mismos. Pedimos
porque él quiere que lo hagamos para colaborar con él en lo que quiere
concedernos.
«Dios ha determinado concedernos algunas cosas a condición de
que se las pidamos bien, o sea, vinculándolas a nuestra oración.
Pero si no
las pedimos, nos quedaremos sin ellas. No se trata de que Dios cambie su
voluntad, sino de que nosotros cumplamos la condición que él ha señalado para
concedernos tales gracias»(556).
La
doctrina católica enseña:
a) que para salvarnos nos es necesario orar;
b)
que sin orar no podemos permanecer mucho tiempo sin pecado;
c) que, aun para
muchas cosas humanas, es muy necesario o conveniente la oración;
d) que si
oramos frecuentemente pidiendo a Dios nuestra salvación, nos salvaremos seguro.
Dice San Pablo que con la oración se pueden vencer todas las tentaciones(557).
Si
pedimos bien una cosa necesaria para nuestra salvación, la eficacia es segura(558).
Si
pedimos la salvación de otro, la eficacia depende de la libre voluntad del otro;
pero nuestra oración le conseguirá gracias de Dios para facilitar que él se
incline hacia el bien.
Pero no sólo pedir. También hay que alabar y adorar a
Dios.
Más vale rezar poco y bien que mucho y mal.
Si por dedicarte a
largos rezos vas a hacerlos de forma distraída y rutinaria, más vale que reces
la mitad o la cuarta parte; pero concentrándote y pensando lo que
haces.
Glorificas más a Dios y enriqueces más tu alma con un acto intenso de
fervor que con mil remisos, superficiales y rutinarios .
Todos deberíamos
dedicar algún momento del día a hacer actos internos de amor de Dios.
En
estos breves instantes se puede merecer más que en el resto de la jornada
diaria.
El momento más oportuno para hacerlos es después de comulgar, y al
acostarse.
Hay que pedirle a Dios la gracia eficaz para hacer con mucho
fervor estos actos de amor.
Por otra parte, el buen hijo nunca se avergüenza
de su padre, y Dios es mi Padre y Creador. Ningún padre es tan padre como el que
es Padre-Creador de sus hijos.
Es una ingratitud regatear a Dios las
manifestaciones de amor y reverencia. Solía decir el emperador Carlos V : Nunca
es el hombre más grande que cuando está de rodillas delante de Dios. Los
animales nunca rezan.
44,2. Convendría que cada familia fijase un mínimo de rezo en común, el cual
podría ser:
1) Leer un trozo del Evangelio, de cuando en cuando, y comentarlo
entre todos.
2) Dar gracias a Dios antes de comer, por poderlo hacer, y
pedirle que nunca nos falte lo necesario.
En los Apéndices tienes una oración
para bendecir la mesa.
3) Rezar un misterio del rosario cada día. Al menos se
podrían aprovechar los desplazamientos de fin de semana en rezar un rosario
entero, o algún misterio suelto. Esta buena costumbre nos ayudaría, además, a
alcanzar la protección de Dios en la carretera. En los Apéndices tienes el modo
de rezar el rosario.
-En tus alegrías, da gracias a Dios.
- En tus penas,
ofréceselas a Dios por amor a él.
- En tus trabajos, hazlo todo siempre con
buena intención.
- En tus pecados, pide perdón.
- Y en tu trato con los
demás, ten espíritu de servicio.
44,3. Durante el día deberíamos estar unidos a Dios como dos personas que se
aman.
«En un matrimonio armónico saben hombre y mujer que viven el uno para
el otro y para su familia.
Lo saben incluso, cuando en el jaleo del día
piensan poco de hecho el uno en el otro.
La relación de amor existe de
continuo y da color a todas las actividades de ambos cónyuges.
La orientación
a la mujer amada ayuda al hombre a hacer día tras día su trabajo, con frecuencia
aburrido. Sabe al fin y al cabo para quien trabaja.
La mujer lo sabe también
y por ello saca fuerzas la mayor parte de las veces para atender con esmero al
mantenimiento de la casa.
Ambos viven en la atmósfera de la unión, aunque los
momentos en que conscientemente se ocupen uno de otro sean escasos.
Viven el
uno para el otro, y este existir el-uno-para-el-otro forma la mayor parte del
tiempo del trasfondo oculto ante el cual transcurre su vida.
En un matrimonio
de este estilo tienen lugar de vez en cuando "celebraciones" espontáneas, en las
que todo lo que está ahí, inadvertido pero real, se expresa de manera explícita
y se eleva de ese trasfondo a una vivencia de primer plano...
La vivencia de
lo que está en el trasfondo, y la vivencia de lo que está en primer plano no se
oponen, sino que se superponen y se complementan»(559)
Esto
se puede aplicar a nuestro amor a Dios.
44,4. El valor de la oración es muy grande. Con ella trabajamos más que nadie
en favor del prójimo: convertimos más pecadores que los sacerdotes, curamos más
enfermos que los médicos, defendemos a la Patria mejor que los mismos soldados;
porque nuestras oraciones hacen que Dios ayude a los soldados, a los médicos y a
los sacerdotes para que consigan lo que pretenden.
No hay que confundir la
oración cristiana con el zen o el yoga . Hoy están de moda las prácticas de
meditación oriental como el zen y el yoga ; pero estas prácticas implican
riesgos para los católicos. Por eso el Vaticano ha publicado un documento
alertando a los católicos, porque el zen y el yoga degradan las oraciones
cristianas y pueden degenerar en un culto al cuerpo . También el Papa alerta a
los que se abren a las religiones orientales en técnicas de meditación y
ascesis(560).
44,5. Ten la costumbre de acudir a Dios en todas tus penas y alegrías.
En
tus penas para encontrar consuelo y ayuda; en tus alegrías para dar gracias y
pedir que se prolonguen.
De suyo, la oración se hace a Dios ; pero muchas
veces tomamos a la Virgen o a los Santos como mediadores. Lo mismo que nos
valemos de los secretarios de los grandes personajes. Dios escucha a la Virgen y
a los Santos mejor que a nosotros, porque ellos lo merecen más.
Dios conoce
nuestras necesidades y las remedia muchas veces sin que se lo pidamos.
Pero
de ordinario quiere que acudamos a él, porque con la oración practicamos muchas
virtudes: adoración, amor, confianza, humildad, agradecimiento, conformidad,
etc.
«La eficacia de la oración y su necesidad no es por el influjo que
ejerce en Dios, sino en el que ora.
Dios está siempre dispuesto a colmarnos
de gracias: nosotros, en cambio, no siempre estamos dispuestos a recibirlas; la
oración nos hace aptos para ello»(561).
Nunca debo cansarme de pedir a Dios lo que
necesito.
No es que Dios desconozca mis necesidades. Pero quiere que acuda a
él.
Si no me lo concede, será porque no se lo pido bien, porque no me lo
merezco o porque no me conviene.
En ese caso, me dará otra cosa; pero la
oración que sube al cielo nunca vuelve vacía.
Como una madre que cuando un
niño le pide un cuchillo con el que se puede cortar, no se lo da; pero le da un
juguete.
Y en caso de que en los planes de Dios esté dejarnos una cruz, nos
dará fuerzas para llevarla. Dijo San Agustín : «Señor, dame fuerzas para lo que
me pides, y pide lo que quieras»(562).
En
nuestras peticiones se sobreentiende siempre la condición de si es bueno para la
salvación eterna .
Hay una cosa que ciertamente Dios está deseando concedérnosla en cuanto se la
pidamos. Es la fuerza interna necesaria para vencer las tentaciones del pecado.
Sobre todo, si lo pedimos mucho y bien, Dios nos concederá la salvación eterna
de nuestra alma.
Cuando se piden cosas absolutamente buenas para uno
mismo, si se piden bien, la eficacia de la oración es infalible.
Aunque
a veces Dios modifica la petición en cuanto a las circunstancias, tiempo, etc.
Si es para otro, puede ser que éste rechace la gracia: conversión de un
pecador. Dios nos exige un mínimo de buena voluntad. Él lo pone casi todo ; pero
hay un casi nada , que depende de nosotros.
Una bonita oración podría
ser:
Señor dame:
-la decisión para cambiar aquellas cosas que yo
puedo cambiar;
-la paciencia para aceptar las cosas que yo no puedo
cambiar;
-y la inteligencia para distinguir una cosa de otra .
6.
Pero la vida de la gracia, además de respirar, necesita -lo mismo que la vida
natural- alimentarse .
Dios también nos ha dado un alimento para la vida
sobrenatural de la gracia. Ese alimento es la Sagrada Comunión, el verdadero
Cuerpo del mismo Jesucristo bajo la apariencia de pan, que se guarda en el
sagrario y es la Sagrada Eucaristía.
Es el recuerdo que Jesucristo nos
dejó antes de subir al cielo.
Él se iba, pero al mismo tiempo quiso
quedarse con nosotros, hasta el fin de los siglos, en el sagrario.
(554) - Evangelio de San Mateo, 7:7
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(555) - Evangelio de San Lucas, 18:1
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(556) - ANTONIO ROYO MARÍN, O.P.: La Virgen María, 4º, V, 4, nº
401. Ed. BAC. Madrid
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(557) - SAN PABLO: Primera carta a los Corintios,
10:13.
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(558) - ANTONIO ROYO MARÍN,O.P.:Teología de la salvación, nº 101.
Ed. BAC. Madrid
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(559) - HEGGEN: La penitencia, acontecimiento de salvación,
1ª, III, 4. Ed. Sígueme. Salamanca
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(560) - JUAN PABLO II: Cruzando el umbral de la esperanza,
XIV. Ed. Plaza y Janés. Barcelona.
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(561) - ESTANISLAO LYONNET, S.I.: Libertad y ley nueva,
I, 2. Ed. Sígueme. Salamanca
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(562) - SAN AGUSTÍN: Confesiones, 10, XXIV
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