IDENTIDAD CRISTIANA
Y MISIÓN ECLESIAL


CARTA PASTORAL DE LOS OBISPOS DE PAMPLONA Y TUDELA
BILBAO, SAN SEBASTIÁN Y VITORIA

CUARESMA - PASCUA DE RESURRECIÓN, 1996


 

IV

DESAFIOS PARA NUESTRAS IGLESIAS PARTICULARES

58. En este último capítulo de la Carta no pretendemos agotar todas las posibles tareas y aplicaciones prácticas que se desprenden de lo dicho hasta ahora. Tratamos de ofrecer más bien, unas pautas de actuación que respondan a los desafíos que consideramos especialmente apremiantes en el momento actual, con el fin de valorar e impulsar la vocación y la misión del laicado en nuestras Iglesias.

Cultivo de la espiritualidad laical

Lo que entendemos por espiritualidad

59. Al hablar de espiritualidad queremos significar la manera concreta de vivir la identidad cristiana encarnada en las circunstancias propias de la vida de un creyente o de un grupo de creyentes. Constituye un modo particular de vivir, según el Espíritu, la relación peculiar de la persona con Dios, con las actitudes y expresiones que ello conlleva. Es una mezcla de convicción y experiencia religiosa, de gracia y opción personal, que capacita para vivir y afrontar con fidelidad la propia vocación y misión en la Iglesia y en la sociedad.

La espiritualidad laical está enraizada en el misterio trinitario. Consiste en el seguimiento de Jesús de quien, movido por el Espíritu, camina en el mundo al encuentro del Padre, sintiéndose hija o hijo de El y hermano de los hombres y mujeres de la historia.

Hombres y mujeres de Dios

60. El laicado está formado por hombres y mujeres de Dios. Entre nosotros es conocida esta expresión «hombre de Dios» como referida a un presbítero. En realidad debería ser válida para significar a toda persona creyente. En virtud de nuestra filiación divina, todos estamos llamados a ser hombres y mujeres de Dios.

Elemento central de la espiritualidad laical ha de ser la familiaridad con la Palabra de Dios y la oración personal. El laicado ha de responder a la invitación del Concilio Vaticano II a acceder a la Palabra de Dios mediante una lectura personal y habitual de la Sagrada Escritura. A través del contacto frecuente con ella, el creyente irá percibiendo que la verdad salvífica de Dios se transmite por un texto históricamente condicionado, pero de valor permanente, que ha de ser aplicado a la realidad del momento presente.

Con todo, hemos de ser conscientes de que para una buena parte del laicado, la única ocasión de acceder a la Palabra de Dios se da en la Eucaristía dominical. De ahí la necesidad de participar activa y conscientemente en ella y el deber de preparar cuidadosamente las celebraciones. Lo que afecta muy directamente a quienes la presiden. Se va extendiendo también en nuestras parroquias la costumbre de hacer entrega de los Evangelios a los que reciben el sacramento de la Confirmación. Su celebración ofrece un marco apropiado para fomentar en los jóvenes y en los demás miembros de la comunidad cristiana el trato asiduo con la Palabra de Dios.

Junto con el acceso directo a la Palabra de Dios escrita, la mujer y hombre laicos han de capacitarse para leer el libro de la vida secular y descubrir en él una nueva manera de escuchar la palabra que Dios les dirige, especialmente por medio de los «signos de los tiempos». La presencia del cristiano en el mundo no ha de consistir solamente en una colaboración humana para hacer que la sociedad sea más justa. Ha de ser también medio de encuentro con el Señor, lugar de contemplación de Dios, que hace avanzar su Reino en la historia 90. Ahí radica la posibilidad de realizar una lectura creyente de la realidad, de descubrir, en los claroscuros del presente, las «semillas del Reino de Dios» y de orar, en fin, desde el corazón de la realidad secular.

Radicalidad de los valores evangélicos

61. La espiritualidad laical está marcada por la radicalidad evangélica del seguimiento de Jesús. No es menos exigente que otras formas de vida cristiana. En sentido estricto, los valores evangélicos inherentes a la «vida religiosa» son comunes a la vida cristiana. También la persona laica está llamada a vivirlos en las circunstancias propias de su vida secular 91. Todo creyente ha de plantearse su sexualidad, su afectividad y paternidad-maternidad a la luz del Evangelio, ha de usar de los bienes materiales atendiendo al espíritu de las bienaventuranzas, poniéndolos al servicio de los pobres y, a la hora de disponer de sí mismo, de su tiempo y de sus facultades, ha de ser obediente a la voluntad de Dios.

En ese marco de radicalidad evangélica adquieren su pleno sentido cristiano virtudes como la solidaridad con los más pobres, la misericordia con los que sufren, la capacidad de compasión y de perdón, la libertad ante el poder, la honestidad ante el dinero y en las relaciones personales, el desprendimiento y el servicio sin afán de dominio, la lucha incansable en favor de la justicia, la esperanza y la fortaleza de espíritu ante situaciones adversas, la disposición a cargar con la cruz propia y a compartir la de los demás.

Los mismos cristianos laicos y, con vosotros, la pastoral de nuestras Iglesias, debéis iluminar y fomentar la práctica de estos rasgos de la espiritualidad laical, lo que servirá para suscitar vocaciones netamente laicales en su seno. El urgente y necesario cultivo de las vocaciones al ministerio presbiteral y a la «vida religiosa» se entenderán así mejor desde la complementariedad de todas las vocaciones y desde el planteamiento de toda vida cristiana en clave vocacional. Todo ello ayudará a una mejor y más plena comprensión de la identidad de cada una de ellas.

Valoración y potenciación del apostolado individual

Cada bautizado, mediación de Cristo y presencia de la Iglesia

62. El apostolado individual es absolutamente imprescindible para el anuncio del Evangelio y constituye la base de toda forma ulterior de evangelización. La acción evangelizadora y la responsabilidad apostólica individual del creyente es insustituible en la misión de la Iglesia. La persona bautizada está llamada a ser mediación de Cristo y presencia de la Iglesia en el mundo por su vida y su testimonio. Sean o no conscientes de ello, cada hombre y mujer cristianos dan en sus ambientes una mayor o menor credibilidad al mensaje cristiano.

La pastoral de nuestras Iglesias debe tratar de que cada persona bautizada no reduzca la confesión de su fe al ámbito cultual o a la práctica dominical, sino que englobe todos los aspectos y situaciones en las que se desenvuelve su vida. Habría que ampliar el contenido del término «practicante» más allá de la participación en la Eucaristía del domingo y hacer que abarque actitudes y comportamientos de la vida diaria coherentes con el Evangelio. De este modo, en la medida en que la fe ilumine la vida entera de cada creyente, se irá realizando también la necesaria inculturación del mensaje cristiano entre nosotros.

La atención al individuo concreto

63. Para que todo ello sea realidad, salta a la vista la necesidad de que nuestras Iglesias y comunidades cristianas presten una especial atención al individuo concreto. Al hablar de la comunidad, no destacamos de modo suficiente la realización de las personas bajo la mirada atenta de Dios. En realidad, son ellas las primeras destinatarias de la evangelización. Esta reivindicación de la persona concreta por encima de cualquier otro objetivo, no significa una defensa del individualismo privatista o del espiritualismo, sino que indica el camino de la Iglesia a través del ser humano en su concreción histórica. Quisiéramos hacer una llamada a todos los agentes de pastoral para priorizar en su actividad y servicio el encuentro personal con la mujer y el hombre concretos, con sus ilusiones, proyectos, problemas y preocupaciones, en lugar de considerarlos componentes anónimos de un colectivo eclesial.

La insistencia en la importancia del apostolado individual, ha de llevarnos a todos a animar el compromiso cristiano de los creyentes en la familia y en la sociedad y a impulsar su presencia en los diferentes ámbitos de la vida pública y su participación como ciudadanos en iniciativas nacidas de la vida social. Iniciativas tan plurales como relativas a los centros educativos, los círculos de la tercera edad los movimientos por la paz, los sindicatos, las asociaciones de vecinos, los partidos políticos, las obras culturales o los grupos deportivos.

Presencia evangelizadora del laicado en el matrimonio y la familia 92

El matrimonio y la familia, campo prioritario de acción evangelizadora

64. La vida matrimonial y familiar es uno de los campos prioritarios de realización de la vocación específica de los laicos. El matrimonio y la familia tienen la virtud de condensar aspectos tan fundamentales de la existencia humana, como son el amor, el trabajo, la transmisión de la vida y la educación en los valores fundamentales, la convivencia, la comunitariedad y la relación personal. No extraña tampoco el hecho de que se dé una gran afinidad entre la comunidad familiar y la eclesial. El Concilio Vaticano II llamó a la familia una especie de «Iglesia doméstica» 93, y describió a la Iglesia como «familia de Dios» 94. Sin embargo, a la vida conyugal y familiar no les prestamos hoy la debida atención en el conjunto de la actividad evangelizadora de nuestras Iglesias. Nuestras iniciativas pastorales manifiestan un cierto pudor o miedo a traspasar el umbral del hogar, como si éste no fuera lugar de anuncio y testimonio de la Buena Noticia.

Son numerosas las razones que justifican una presencia evangelizadora especialmente intensa en este ámbito, en el que el laicado ha de ser principal protagonista. Tales son la defensa y promoción de la vida, la educación de la fe y de los valores éticos coherentes con ella, la atención a los apremiantes problemas planteados hoy desde diversos ámbitos a las parejas, las repercusiones de la vida laboral en el ámbito familiar, la dignidad de la mujer. Todo ello hace que sea éste un campo muy apropiado para que la mujer y el hombre laicos vivan su experiencia cristiana y su compromiso transformador.

Urgencia de cuidar la pastoral matrimonial y familiar

65. Los esposos y padres cristianos han de ver en la familia, en cuanto realidad eclesial básica que es, la primera escuela de vida cristiana: en ella se viven y transmiten valores tan fundantes como el sentido de trascendencia, el conocimiento de la persona de Jesús, la actitud orante, la solidaridad con la persona que sufre o siente necesidad, la gratuidad en las relaciones o el respeto a la dignidad de todo ser humano.

Nuestras Iglesias y parroquias han de cuidar una pastoral matrimonial y familiar que ayude a vivir el seguimiento de Jesús en el ámbito familiar. En concreto, han de tratar de consolidar la estabilidad del hogar, promover la educación cristiana de los hijos y la atención a la fe de los mismos padres, y estimular el crecimiento conjunto en valores humanos y cristianos.

Por otra parte, es éste un campo en el que los creyentes se encuentran frecuentemente con la experiencia del sufrimiento, del fracaso y de la cruz, tanto en la vida propia como en la ajena. El dolor de parejas en crisis o que viven separadas, el sufrimiento provocado por embarazos no deseados, no pueden dejar indiferentes a la comunidad cristiana y a sus miembros. Nuestras Iglesias y comunidades han de invertir esfuerzo e imaginación a la hora de acercar la mirada misericordiosa de Dios a quienes viven su matrimonio en medio de grandes dificultades o han experimentado el fruto amargo del fracaso. Hemos de reconocer que con frecuencia tendemos más a la condena que a la cercanía propia del buen pastor. La creación de centros de acogida y orientación puede ser un excelente medio para actualizar la presencia de un Dios solidario con los problemas y el dolor de sus hijas e hijos.

Participación en el apostolado asociado

Razón de ser y objetivos

66. La rica pluralidad de formas de apostolado asociado existente en la Iglesia es para los seglares una invitación a participar en la acción evangelizadora de la Iglesia, de acuerdo con su vocación y su compromiso preferente 95. Las comunidades locales y sus responsables han de dedicar su esfuerzo a la promoción y atención de asociaciones, grupos y pequeñas comunidades que dinamicen y multipliquen su vigor evangelizador. En ellos han de encontrar los cristianos espacios de acogida y libertad para poder nutrir su fe, ganar en profundidad y coherencia en el seguimiento de Jesús, contrastar su praxis a la luz del Evangelio, crecer en espíritu comunitario y renovar su servicio a la misión evangelizadora 96.

Las asociaciones, grupos y comunidades ya constituidas no deben olvidar que adquieren su pleno sentido en la medida en que sirven a la evangelización de los individuos concretos y de la sociedad. Su misma existencia está ya indicando el carácter comunitario del ser humano, y responde a la necesidad que de ahí se sigue de vivir compartiendo con otros creyentes la salvación de Dios y la entrega a la acción evangelizadora.

Al tener esta acción evangelizadora de los cristianos y de la Iglesia una inseparable dimensión temporal, las diversas iniciativas de apostolado laical deben alentar con especial interés la presencia y el compromiso de sus miembros en la vida social. Asimismo, es conveniente que los mismos grupos como tales se planteen, según su identidad y vocación, y con el respeto debido a la libertad de opción en materias temporales, su incidencia en la vida civil y su contribución a la construcción de una sociedad más justa y solidaria, en definitiva, más conforme al Reino de Dios.

Discernimiento y coordinación

67. La Iglesia particular es el marco propio para el diálogo y el discernimiento de las diversas manifestaciones del apostolado asociado. La mutua relación y la coordinación de las diversas asociaciones, comunidades y grupos apostólicos en la Iglesia particular no ha de darse únicamente por razones prácticas o de eficacia. Obedece a razones teológicas de comunión eclesial y constituye un importante signo de credibilidad de la Iglesia en el anuncio del Reino.

Corresponde a la Delegación de Apostolado Seglar o al organismo diocesano correspondiente, la responsabilidad de animar el apostolado asociado así, como la coordinación del mismo, para caminar hacia la consecución de un laicado adulto en nuestras lglesias.

La Acción Católica

68. Los obispos fuimos especialmente invitados por el Concilio Vaticano II, a promover la Acción Católica en nuestras diócesis. «Ella, en sus diversas realizaciones, tiene la vocación de manifestar la forma habitual apostólica de 'los laicos de la diócesis', como organismo que articula a los laicos de forma estable y asociada en el dinamismo de la pastoral diocesana» 97. Deseamos que, entre nuestras prioridades pastorales, esté también presente el impulso a la Acción Católica. Consideramos que el método de la revisión de vida, por ella utilizado, es un instrumento válido para ayudar a ver la vida entera a la luz de la fe e impulsar la acción evangelizadora.

Cultivo de la pastoral de ambientes

69. Considerar al laicado como principal agente de evangelización, exige prestar la debida atención a la llamada pastoral de ambientes. Ella es la forma que mejor expresa la vocación de presencia transformadora de los cristianos laicos en la sociedad 98. Para asegurar su identidad propia, esta pastoral ha de tener en cuenta las dimensiones esenciales de la evangelización (testimonio, anuncio, denuncia, transformación, comunión eclesial), ha de adecuarse a los criterios evangélicos de actuación política (defensa de la vida y de los demás derechos humanos, prioridad de la persona, solidaridad y apoyo de las justas reivindicaciones) y ha de estar animada por el espíritu de las bienaventuranzas 99.

Señalamos, a continuación, algunos de los campos más significativos, abiertos a esta pastoral de ambientes.

El mundo del trabajo

70. Aunque en la actualidad el mundo obrero ha evolucionado respecto a los condicionamientos que le han marcado en otras épocas, sigue siendo un sector de particular importancia humana y social y de renovado interés para la Iglesia. A pesar de las diversas iniciativas y de los esfuerzos realizados, la Iglesia y su mensaje siguen siendo extraños para este medio social. Las estructuras generadoras de pobreza y marginación inciden sobre él con particular fuerza. El paro obrero sigue siendo una llaga lacerante de nuestra sociedad. El trabajo juvenil carece frecuentemente de las mínimas garantías exigidas por la dignidad humana.

Todos deberíamos preguntarnos sobre los efectos sociales de nuestros comportamientos económicos, laborales y profesionales. Nuestras Iglesias han de ayudar a los cristianos presentes en los medios obreros a cultivar su conciencia de responsabilidad obrera y su solidaridad con cuantos carecen de trabajo o lo realizan en condiciones precarias. Asimismo, han de fomentar la participación en las organizaciones obreras y la identificación con sus causas justas, para asumir los retos planteados a la evangelización en este ámbito.

El ambiente obrero sigue siendo lugar prioritario de evangelización. El laicado está llamado a hacer llegar a él el mensaje liberador del Evangelio y, a su vez, tiene la responsabilidad de llevar a la Iglesia la problemática, las preocupaciones y las conquistas del mundo obrero 100.

Los ámbitos profesionales

71. Nuestra sociedad ha propiciado la aparición de nuevos ámbitos profesionales en los que desarrollan sus actividades productivas personas asalariadas que, sin embargo, no encajan en la clásica descripción del «obrero». Ahí se contemplan, entre otros, los técnicos, los profesionales cualificados, los enseñantes o los sanitarios. Se trata de un sector social con gran influencia en la creación y consolidación de las pautas culturales. Especial influencia social ejercen, a nuestro juicio, los intelectuales y los profesionales de la educación, de la enseñanza y de los medios de comunicación, situados en virtud de su tarea en uno de los lugares más delicados para el futuro de nuestra sociedad.

Los mismos profesionales han de ser los primeros en tomar conciencia de esta nueva realidad, a fin de actuar según criterios de justicia y de solidaridad humana y evangélica. Pero también nuestras Iglesias habrán de esforzarse en ofrecerles el mensaje del Evangelio, que inspire la respuesta cristiana a la problemática propia de ámbito profesional correspondiente.

El medio rural

72. Aunque con características propias y diferenciadas, el medio rural existe en todas nuestras diócesis. La convivencia en pequeños núcleos de población, característicos del medio rural, al mismo tiempo que llama a desarrollar la solidaridad en la vida cotidiana, genera también una presión ambiental que frena, muchas veces, la manifestación de las propias convicciones o compromisos personales, incluso en la vida religiosa.

En estos ambientes perviven muchas tradiciones inspiradas por la religiosidad popular, al mismo tiempo que se experimenta, al igual que en otros medios, su profundo cambio de estilos de vida y de valores culturales. Todo ello enfrenta a los cristianos con el grave reto de afirmar o recuperar la autenticidad de las expresiones religiosas, más allá de la rutina o la pura costumbre.

Por otra parte, la vida de las comunidades cristianas en muchos de nuestros pueblos rurales está marcada por una dependencia pasiva de las iniciativas y servicios que les ofrecen sus pastores. De hecho, muchos laicos, mujeres y hombres, desarrollan en ellos diversos servicios con abnegación y perseverancia.

Los seglares, debidamente capacitados y apoyados por sus pastores, están llamados a revitalizar la acción evangelizadora de la Iglesia en este ámbito social. Existen ya realidades esperanzadoras, tales como el desarrollo de algunos ministerios desempeñados por laicos, la promoción de servicios de acogida y atención a trabajadores temporeros, el impulso de iniciativas de solidaridad misionera y de promoción social con el tercer mundo, la participación en la animación social y cultural del propio medio.

La juventud

73. El laicado joven no sólo permite vislumbrar e incluso anticipar, en cierto modo, la Iglesia del futuro, sino que está configurando ya la Iglesia en el presente. Se trata de la parte de la comunidad cristiana que más vivamente experimenta la condición de la Iglesia en el mundo actual y los grandes retos planteados a la evangelización.

Los jóvenes cristianos, aunque se saben minoría entre sus contemporáneos, se ven seriamente interpelados por una misión evangelizadora que les desborda, sienten la necesidad de una evangelización adaptada a la mentalidad y cultura actuales, viven en su propia carne los avances y las dificultades de una inculturación más profunda y renovada de la Iglesia en la sociedad actual, esperan la revitalización de las comunidades cristianas. Son cada vez más conscientes de que la principal responsabilidad de la evangelización del mundo juvenil recae sobre ellos.

Constatamos con gran alegría que muchos de los mejores esfuerzos pastorales de nuestras Iglesias locales han sido destinados a la juventud. Hemos de mantenernos en esa línea, buscando que los jóvenes de nuestras comunidades se hagan cada vez más presentes en sus propios ambientes, conscientes de que ahí también se hace presente el Reino de Dios y se realiza su participación en la misión evangelizadora de la Iglesia.

El mundo estudiantil

74. La mayor parte de la juventud de nuestra tierra es estudiante, con un elevado número de universitarios. Son también estudiantes, en su inmensa mayoría, quienes nutren nuestros catecumenados juveniles o se responsabilizan directamente de la animación de la pastoral de juventud en calidad de catequistas o monitores. Sin embargo, esta entrega y presencia en el interior de la comunidad cristiana no encuentra a menudo su complemento en el testimonio y la participación en actividades, grupos y organizaciones propias del mundo estudiantil. Esta dislocación entre lo confesado en el ámbito eclesial y la falta de presencia activa en lo que ocupa la mayor parte de su tiempo, acaba llevando frecuentemente a estos jóvenes a un divorcio real entre la fe y la vida.

Por ello, a la vez que reconocemos su dedicación y su compromiso eclesial, les invitamos a plantearse su modo de estar como cristianos en el ambiente que les afecta tan directamente, es decir, el de la Universidad y los centros de enseñanza. Ahí están llamados a ser testigos del Resucitado y a colaborar en la venida del Reino de Dios mediante la participación en iniciativas que tratan de crear un mayor clima de auténtica libertad, fraternidad y solidaridad.

Los ámbitos de marginación

75. Necesitamos mantener y reforzar una presencia significativa de la Iglesia en los diversos ámbitos de marginación y pobreza extrema. Gracias a la dedicación de instituciones eclesiales y, de un modo especial, de Cáritas y de familias religiosas dedicadas a obras de carácter asistencial y de promoción social, la conciencia de cuantos constituimos la Iglesia se ha hecho mucho más sensible en este campo. La aparición de nuevas bolsas de pobreza en el que llamamos «cuarto mundo», constituye un verdadero reto para la sociedad y también para las comunidades cristianas. El laicado está jugando ya un papel importante en el mundo de la marginación.

En orden a promover una presencia mayor del laicado de nuestras iglesias en este campo, queremos sugeriros: la promoción de un voluntariado cada vez más consciente y mejor preparado; la creación de grupos de apoyo o referencia que ayuden al voluntariado a mantener el espíritu de su trabajo y a hacer de él una auténtica experiencia de fe; la coordinación de las valiosas iniciativas Ya existentes.

Inspiración de la cultura por los valores evangélicos

76. Hemos hecho ya alusión a la importancia que tiene el ejercicio de ciertas actividades profesionales en la creación de la cultura. Queremos volver sobre este tema de la cultura desde una perspectiva más general, aunque no es éste el objeto directo de esta Carta Pastoral. Los modos de sentir, de pensar, de actuar y de relacionarse con los demás, están fuertemente condicionados por factores culturales. Estos actúan a favor o en contra de la realización personal, valorada desde una sana visión integralmente humana. Los mismos modos de situarse las personas ante el hecho religioso y los valores ético-morales, no son ajenos a factores e influjos culturales.

Poco a poco nos hemos ido acostumbrando a un ambiente cultural en el que apenas se tiene en cuenta la existencia de Dios o su presencia activa en la historia de la humanidad. En los medios públicos se excluye hasta la misma mención de Dios. Se confunde la no confesionalidad del Estado con la exclusión de cualquier referencia religiosa en la vida pública.

Los hombres y las mujeres que constituyen el laicado de nuestras Iglesias experimentan también, como no puede ser de otra manera, el influjo de los medios y ambientes culturales en los que se mueven. Ellos son sujetos receptores, pero son también, consciente o inconscientemente, creadores de cultura. Los cristianos tenemos la responsabilidad de que nuestra sociedad recupere con normalidad y con paz la memoria de Dios, incluso por medio de signos y usos religiosos auténticos, respetuosos y veraces.

Queremos ofreceros algunos puntos para la reflexión y actuación en relación con ciertos aspectos de la cultura, que centran particularmente la atención de los hombres y mujeres de nuestra sociedad.

a) En favor de una cultura de la solidaridad

Solidaridad y crisis socio-oconómica

77. Los creyentes, por nuestra mera condición humana natural, estamos llamados a vivir en fraternidad y en solidaridad con los hombres y mujeres del entorno en el que vivimos, y también con los del mundo entero. Esta exigencia natural es confirmada y elevada a cotas superiores de comprensión y de vigencia en la visión cristiana de una humanidad que, en Cristo, constituye la familia de los hijos e hijas de Dios. La expresión de que «todo hombre es mi hermano» es mucho más que una fórmula retórica o una aspiración utópica. Los cristianos creemos que es expresión de la más profunda realización de la socialidad humana, anticipada realmente aunque imperfectamente, en el Cuerpo de Cristo.

Pero la situación actual de crisis socio-económica, provocada por un modelo económico de signo capitalista-neoliberal que se va imponiendo con una rígida disciplina, nos enfrenta con realidades muy dolorosas, cuya expresión más significativa es el paro. Son realidades que parecen dar al traste con esa vocación a la fraternidad. Frente a los valores humanos y religiosos de la solidaridad, se va adueñando de nosotros, con un rigor que parece fatal, una cultura de insolidaridad deshumanizante, alimentada por el consumismo, el enriquecimiento fácil y el vacío ético-moral.

Actuar ya desde ahora

78. No podemos dejarnos engañar por la ilusión de creer que está en nuestras manos el logro de un inmediato giro cultural en el orden económico-social. Pero existe ya ahora la posibilidad y también la urgencia evangélica de actuar desde los imperativos de una eficazmente deseada cultura de solidaridad. Comportamientos así no sólo dignifican y ennoblecen a las personas, sino que señalan puntos de referencia a los que la humanidad no debe renunciar. Compartir los bienes económicos, promover formas de producción más responsables y participativas, asumir la limitación de los propios ingresos en aras del bien común, distribuir mejor los recursos escasos, entre ellos el trabajo, pueden ser la expresión de una seria y eficaz voluntad de hacer un mundo inspirado por valores más humanos, solidarios y fraternos.

Dimensión universal de la solidaridad

79. Por otra parte, el mundo en el que vivimos nos ofrece medios técnicos eficaces para dar a la solidaridad un alcance de dimensiones universales. Podemos conocer desde cerca la realidad de la pobreza y de la miseria que existe en muchos países. Existen cauces para hacerles llegar las ayudas pertinentes. Se abren, cada vez más, las puertas a prestaciones personales de diversas formas de voluntariados. La acción misionera de la Iglesia viene prestando también en el mundo entero, junto con el anuncio del Señor Jesús, servicios de todas clases por la vía de la asistencia y la promoción social. Los seglares cristianos colaboran en ellos, y participan también en organizaciones no gubernamentales. Los seglares cristianos se ponen así del lado de una cultura de la solidaridad, inspirados por la opción preferencial por los pobres ante la que nos sitúa el mensaje de Jesús.

b) Fomentar la cultura del diálogo y de la paz

Conflictos y cultura de la violencia

80. Vivimos en una sociedad fuertemente penetrada por el conflicto. El pluralismo propio de una sociedad libre y participativa deriva frecuentemente hacia múltiples formas de confrontación que van más allá de las legítimas tensiones. El conflicto se hace presente en múltiples ámbitos de la vida social. Aunque sea el conflicto político el que más se deja sentir por el recurso que en él se hace a la violencia, también existen fuertes conflictos en el mundo económico y cultural. En una sociedad así, el criterio de la eficacia para el logro de los objetivos pretendidos, al margen de la valoración ética de los medios utilizados, tiende a imponerse como algo habitual. Se va difundiendo, de manera más o menos confesada, una cierta forma de cultura de la violencia.

La conciencia cristiana y la misma razón humana no pueden dar por buena esta forma de entender la vida social y el progreso humano. La bondad y la justicia de los objetivos buscados debe juzgar también acerca de la honestidad de los medios utilizados. La fuerza del más poderoso no es garantía de la justicia de la causa por él defendida. Los pobres y los débiles son los más perjudicados por la violencia impuesta como forma generalizada de actuación.

Promover una cultura de diálogo y de paz

81. Frente a la cultura de la violencia, todos estamos llamados a promover una cultura de diálogo y de paz en la justicia. Debe hacerlo la Iglesia en los diversos niveles de su ser y de su actuar comunitarios, siendo consciente de que también ella misma está afectada por las tensiones y los enfrentamientos de la sociedad. Los cristianos llevamos a nuestras comunidades, aun sin darnos cuenta de ello, el peso de las incomprensiones y divisiones que vivimos en el mundo de las relaciones político-sociales. Aun siendo ello así, no podemos olvidar que solamente superando en el Espíritu lo que legítimamente pueda separarnos y enfrentarnos, podremos ser signo sacramental de una humanidad reconciliada y pacificada. Las comunidades cristianas habrían de ser ellas mismas espacios de diálogo y de reconciliación, con la mirada puesta en la unidad del amor que es promesa del Reino de Dios. La presencia de los laicos en la sociedad no debe ignorar la experiencia de la paz, compartida en las comunidades cristianas con quienes sienten, piensan y actúan de manera diferente. En mayor o menor medida, todos tenemos la posibilidad de ser portadores de esta cultura de diálogo y de progresiva pacificación a nuestra sociedad, de forma individual o agrupada. Es éste un campo abierto a múltiples formas de testimonio cristiano, inspirado en el espíritu de las bienaventuranzas del Señor, vivido en libertad, incluso si ello ha de suponer padecer reacciones sociales capaces de originar sufrimiento y persecución.

c) Por el reconocimiento pleno de la dignidad humana de la mujer

Especial sensibilidad actual ante el problema

82. La cultura actual muestra una particular sensibilidad por el tema de la dignidad humana de la mujer y por el pleno reconocimiento de sus derechos humanos. Esa sensibilidad no es igualmente compartida por todos los ciudadanos. Existen quienes piensan que el ánimo reivindicativo que presentan, en ocasiones, ciertos grupos y movimientos feministas debe ser objeto de un juicio valorativo más preciso y ajustado a la realidad.

No es objeto directo de esta Carta Pastoral entrar en el estudio directo de este tema en toda su complejidad y profundidad. Tampoco sería acertado, a nuestro juicio, hacer generalizaciones de carácter absoluto y universal, como si todas las situaciones fueran equiparables. Con todo, se debe afirmar la verdad de que la situación de la mujer en las sociedades concretas del mundo actual, impregna fuertemente su cultura y es, ella misma a la vez, consecuencia de esa cultura.

Por ello, tal como sucede en otros aspectos de la vida, también la cultura de los diversos pueblos en relación con la mujer, ha de ser objeto de una severa crítica para abrirse a una progresiva superación que facilite el pleno desarrollo de las posibilidades y riquezas inherentes a su dignidad humana y a la propia condición de mujer. Ello sería un bien para cada una de las personas, pero supondría también un notable enriquecimiento para la humanidad entera.

En favor de la promoción integral de la mujer

83. La presencia activa del laicado cristiano en acciones y movimientos en favor de la promoción integral de la mujer puede ser una aportación muy valiosa para esta causa, digna en sí misma y portadora además de esperanza, cara a un futuro de mayor igualdad y participación de todos, mujeres y hombres, en un proyecto humano común. La iluminación que deriva del mensaje de Jesús para garantizar la recta comprensión de la dignidad humana y del sentido de la existencia, debería ser una de las aportaciones más valiosas que los cristianos podemos hacer, frente a desviaciones ideológicas que pueden ir en contra del objetivo de una más plena dignificación de la mujer.

Queremos añadir, finalmente, en relación con este tema, que también las comunidades cristianas y la misma Iglesia tienen que estar abiertas a las justas repercusiones que en su seno tienen estos planteamientos de raíces culturales, que venimos haciendo. La mujer presta un apoyo de valor inapreciable en la pastoral de nuestras comunidades. Su participación en los órganos de corresponsabilidad eclesial, al menos de derecho, no debería ser inferior a la de los hombres.

La necesidad de una adecuada formación

El reto de la formación y capacitación del laicado

84. Una mejor comprensión de lo que es el laicado como parte básicamente constitutiva del Pueblo de Dios y de lo que supone su participación en la misión de evangelizar propia de la Iglesia, nos lleva ineludiblemente a plantearnos el reto de su adecuada formación y capacitación. Pero si queremos ser coherentes con la apreciación de que el laicado lo forman no sólo quienes aparecen unidos a actividades propias de los llamados «agentes de pastoral», sino también la generalidad del Pueblo de Dios, la exigencia de formación ha de tener horizontes más amplios que los que pudiera sugerir una capacitación especializada para la prestación de algunos servicios.

Necesitamos plantearnos, una y otra vez, la urgencia de una permanente educación de la fe, abierta a todos los que mantienen alguna relación o contacto con nuestras parroquias y comunidades. No hemos de renunciar a hacer ofertas educativas generales, aun cuando la demanda sea débil y la respuesta inferior a nuestros deseos o expectativas. Quizás habríamos de utilizar también mejor las posibilidades que nos puedan ofrecer los instrumentos públicos de comunicación.

Una formación especializada

85. La formación del laicado y su capacitación para la misión que le es propia exige, además de lo dicho, formas más especializadas de actuación. Es importante que nuestras Iglesias pongan a disposición del laicado múltiples servicios ideados para cumplir esa finalidad; pero de poco servirían, si a ello no se uniera el deseo de utilizarlos por parte de los laicos a quienes se dirigen. Sois vosotros mismos, mujeres y hombres, jóvenes y adultos, quienes debéis tomar la iniciativa responsable en la demanda de los instrumentos y servicios necesarios para vuestra formación cristiana y pastoral.

Nuestras diócesis vienen ofreciendo cursos de formación básica de la fe, sobre la que pueda apoyarse una capacitación más particularizada o especializada según las diversas actuaciones pastorales. Se trata de una formación que contempla la globalidad de la persona creyente que alcance, más allá de la formación puramente intelectual, a la experiencia de una vida cristiana integral. La dimensión celebrativa-oracional no puede estar ausente de ella.

La condición propia del laicado, proveniente de su natural inserción en el mundo de las experiencias y relaciones seculares, pide que su formación esté encarnada en su contexto sociocultural propio. La participación en asociaciones seculares con fines socio-culturales diversos hace especialmente necesaria esa peculiar formación laical. No podemos ignorar la fuerza que la dinámica propia de la acción y las mismas ideologías demuestran tener para adecuar a ellas la fe y los comportamientos. La fe cristiana puede dejar de ser la referencia última de los criterios y de las actuaciones.

Saber estar en el mundo, conservando la identidad propia del cristiano, y saber escuchar las llamadas de Dios que de ese mismo mundo brotan, ha de ser un objetivo de esta formación propia del laicado.

V

ALGUNAS CONCLUSIONES OPERATIVAS

86. Os hemos escrito esta Carta Pastoral, queridos diocesanos, movidos por el deseo de iluminar y afirmar mejor la identidad propia del laicado de nuestras Iglesias particulares y en orden a potenciar también su participación en la misión evangelizadora. Creemos que su lectura detenida y la reflexión que sobre ella podáis hacer, puede seros útil para sentiros más insertos en vuestras Iglesias particulares, parroquias y comunidades. Las sugerencias y llamadas hechas en la Carta pueden también dar lugar a diversas iniciativas, adecuadas a las circunstancias concretas de cada lugar, tanto a niveles diocesanos como a otros niveles.

Ello no impide, sin embargo, que los Obispos que os escribimos, os presentemos algunos objetivos particulares, dentro de la materia propia de esta Carta Pastoral, a los que creemos conveniente dar prioridad. Su aplicación a cada diócesis concreta habrá de adaptarse, como es natural, a los planteamientos pastorales propios de cada una de ellas.

87. Podríamos formularlos en los siguientes términos:

— Potenciar la formación integral básica de los seglares que han de asumir responsabilidades pastorales y la capacitación especializada para su actuación en los diversos campos de la acción pastoral.

— Valorar más la acción evangelizadora de los seglares en el ámbito familiar, mediante una mayor atención prestada a la formación integral de los esposos y a su capacitación para la función educativa que han de desarrollar.

— Animar y sostener la presencia de los seglares en los grupos, movimientos y asociaciones de carácter secular, en orden a una más activa inspiración de las realidades temporales por los valores evangélicos, y a dar un testimonio más fidedigno de la propia fe cristiana.

— Ejercer desde la instancia diocesana correspondiente, cual podría ser la Delegación de Apostolado Seglar, las funciones de discernimiento y coordinación de las diversas formas de apostolado seglar asociado.

— Fomentar la acción evangelizadora de los laicos, mediante grupos, movimientos y asociaciones laicales y, en particular, por medio de la Acción Católica tanto general como especializada.

— Avanzar en la constitución de los Consejos pastorales parroquiales y, en su caso, de las Juntas parroquiales, con el fin de ofrecer cauces operativos de corresponsabilidad seglar en el ámbito de la ordenación y de la actuación pastoral.

88. No queremos ignorar las dificultades que encierra la realización de la acción evangelizadora de la Iglesia, también para vosotros los seglares, en el actual clima socio-cultural. En la primera Carta conjunta que os dirigimos el pasado día 10 de febrero, así lo reconocíamos. Por ello, queremos terminar esta nueva Carta Pastoral con las mismas palabras que entonces os escribíamos: «Sin duda, vosotros y nosotros, encontraremos dificultades en el servicio a la misión evangelizadora de la Iglesia. Pero son más fuertes las razones para la alegría y la esperanza. Nuestra confianza está puesta en el amor y el poder de nuestro Señor Jesucristo. Abramos nuestros corazones a la esperanza. Acojamos sinceramente la llamada y los dones del Señor. Si en algo tenemos otros sentimientos, pidamos humildemente al Señor que renueve nuestros corazones con la fuerza de su Espíritu y haga de cada uno de nosotros, según la vocación a la que hemos sido llamados, los fieles servidores del Evangelio que el Señor quiere y nuestros hermanos esperan de nosotros».

Pamplona y Tudela, Bilbao, San Sebastián y Vitoria, a 19 de marzo de 1996 Festividad de San José


+ Fernando, Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela
+ Ricardo, Obispo de Bilbao
+ José María, Obispo de San Sebastián
+ Miguel, Obispo de Vitoria Carmelo, Obispo Auxiliar de Bilbao


90. Cfr. CFL 15.

91. Cfr. LG 42.

92. En RF. nn. 70-104, podrán hallarse desarrollos más amplios de los puntos tratados en este apartado.

93. LG 11.

94. LG 32; GS 40.

95. El documento CLIM, en su n 92 ofrece la siguiente tipología, para analizar los valores y problemas del fenómeno asociativo en el momento actual:

— "movimientos de laicos», cuyo fin primordial es la formación de cristianos laicos, con una vivencia cristiana y eclesial profunda;

— «movimientos de espiritualidad», cuyo fin es dar a conocer y definir una espiritualidad particular o fomentar una vida más santa o promover el culto público;

— «nuevos movimientos», que promueven especialmente la vivencia de un aspecto particular del misterio de la Iglesia, como la unidad, Ia comunión, Ia caridad...

96. Cfr. AA 18.

97. CLTM 95.

98. Cfr. EN 18.

99. Cfr. CLIM 55.

100. Cfr. LE 8.