HOMILÍA
Durante
la solemne concelebración eucarística en la plaza de San Pedro, domingo 19 de
noviembre
Por
la tarde los militares participaron en una procesión de antorchas por la vía
de la Conciliación
Los militares y miembros de las fuerzas de policía celebraron en Roma su jubileo los días 18 y 19 de noviembre.
Asistieron miles de militares y policías de numerosos países de los cinco continentes, acompañados de sus Ordinarios, sus capellanes y sus familiares.
Además de cruzar la Puerta santa de la basílica de San Pedro y de las otras basílicas mayores, participaron en diversos actos de preparación espiritual, que culminaron en la solemne celebración eucarística presidida por el Vicario de Cristo.
Entre las etapas de la peregrinación jubilar, los "centinelas de la paz", como los definió Su Santidad, el sábado 18 vivieron dos momentos jubilares de intenso significado espiritual: la liturgia del sacramento de la reconciliación, en varias basílicas romanas, y la celebración comunitaria del vía crucis en el Circo Máximo.
El domingo, día 19, a pesar de la intensa lluvia, todos se dieron cita a las diez de la mañana en la plaza de San Pedro para la misa de clausura del jubileo, presidida por Juan Pablo II.
A un lado del presbiterio, junto al brazo de Constantino, se hallaban colocadas cuarenta y siete banderas; y junto al brazo Carlomagno, cuarenta y cinco estandartes.
Entre los cincuenta y tres concelebrantes se hallaban el cardenal Roger Etchegaray, presidente del Comité para el gran jubileo; los arzobispos Giovanni Battista Re, prefecto de la Congregación para los obispos; José Manuel Estepa Llaurens, Ordinario militar para España y decano de los Ordinarios militares; Giuseppe Mani, Ordinario militar para Italia; Francesco Monterisi, secretario de la Congregación para los obispos; y Crescenzio Sepe, secretario del Comité para el gran jubileo.
Participaron asimismo representantes de la Iglesia ortodoxa y de la Iglesia evangélica.
El servicio del altar corrió a cargo de los seminaristas de los Ordinariatos militares de Italia, España y Polonia.
El Santo Padre fue acogido con la música de un conjunto de bandas militares de Italia (Carabineros, Ejército, Marina, Aviación, Policía...) y de otras naciones (Alemania, Austria, Bélgica, Canadá, Chile, España, Estados Unidos, Francia, Países Bajos, Polonia y Suiza).
Al inicio de la celebración eucarística, mons. Estepa dirigió a Su Santidad unas palabras de saludo en nombre de todos.
La primera lectura, tomada del libro del profeta Daniel, se hizo en inglés; la segunda, de la carta a los Hebreos, en español; el salmo responsorial y el evangelio se proclamaron en italiano. El Romano Pontífice pronunció la homilía que ofrecemos.
En las intenciones de la oración de los fieles destacó la petición de ayuda divina para que los militares y la policía garanticen siempre la unidad, la paz, la justicia y la solidaridad dentro de los Estados y entre las naciones.
Al final de la misa, mientras el Santo Padre saludaba a las autoridades políticas y militares, el conjunto de bandas interpretó el "Himno a la alegría".
Ese mismo día, por la tarde, una larga procesión de soldados, policías y familiares, con antorchas, recorrió la vía de la Conciliación hasta desembocar en la plaza de San Pedro para participar en la oración del peregrino del Año santo. Presidió la celebración mons. Francesco Monterisi. Lo acompañaban mons. Sepe y varios arzobispos y obispos Ordinarios militares. Más tarde, terminada la plegaria, el Papa Juan Pablo II se asomó a la ventana de su apartamento y les dirigió unas breves palabras de saludo, en las que les dio gracias por su fervorosa participación y los impulsó a proseguir su generoso servicio a la justicia y a la paz. Asimismo, les deseó que la gracia del Año santo incremente en cada uno el deseo de una auténtica renovación espiritual y de una sincera solidaridad hacia los hermanos necesitados.
1. "Entonces verán al Hijo del hombre
sobre las nubes con gran poder y majestad" (Mc 13, 26).
En este penúltimo domingo del tiempo ordinario, la
liturgia nos habla de la segunda venida de Cristo. El Señor vendrá
sobre las nubes revestido de majestad y poder. Es el mismo Hijo del hombre,
misericordioso y compasivo, que los discípulos conocieron durante su itinerario
terreno. Cuando llegue el momento de su manifestación gloriosa, vendrá a
consumar definitivamente la historia humana.
A través del simbolismo de fenómenos cósmicos, el
evangelista san Marcos recuerda que Dios pronunciará, en el Hijo, su juicio
sobre la historia de los hombres, poniendo fin a un universo corrompido por
la mentira y desgarrado por la violencia y la injusticia.
2. Amadísimos militares y miembros de las
fuerzas de policía, muchachos y muchachas, ¿quién mejor que vosotros puede dar
testimonio sobre la violencia y las fuerzas disgregadoras del mal presentes
en el mundo? Vosotros lucháis a diario contra ellas. En efecto, estáis
llamados a defender a los débiles, proteger a los honrados y favorecer la
convivencia pacífica de los pueblos. Cada uno de vosotros tiene la misión
de centinela, que mira a lo lejos para evitar el peligro y promover por
doquier la justicia y la paz.
Os saludo a todos con gran afecto, amadísimos
hermanos y hermanas, que habéis venido a Roma desde todos los rincones de la
tierra para celebrar vuestro jubileo especial. Sois los representantes de ejércitos
que se han enfrentado a lo largo de la historia. Hoy os dais cita ante la tumba
del apóstol san Pedro para celebrar a Cristo, "nuestra paz, que de
dos pueblos hizo uno solo, derribando el muro que los separaba: el
odio" (Ef 2, 14). A él, presente misteriosa y realmente en el
Eucaristía, habéis venido a ofrecerle vuestros propósitos y vuestro
compromiso diario de constructores de paz.
A cada uno de vosotros expreso mi profundo aprecio
por su entrega y su generoso compromiso. Dirijo, con fraterna estima, mi saludo
ante todo a monseñor José Manuel Estepa Llaurens, que ha interpretado vuestros
sentimientos comunes. Mi saludo se extiende a los amadísimos arzobispos y
obispos ordinarios militares, con quienes me congratulo por la entrega con que
cumplen su misión pastoral entre vosotros. Saludo, asimismo, a los capellanes
militares, que comparten generosamente los ideales y el esfuerzo de vuestra
ardua actividad diaria. También saludo cordialmente a los oficiales de las
Fuerzas armadas, a los jefes de las Fuerzas de policía y a los responsables de
los diversos organismos de seguridad, así como a las autoridades civiles, que
han querido compartir la alegría y la gracia de esta solemne celebración
jubilar.
3. Vuestra experiencia diaria os lleva a
afrontar situaciones difíciles y, a veces, dramáticas, que ponen en
peligro las seguridades humanas. Pero el Evangelio nos consuela, presentándonos
la figura victoriosa de Cristo, juez de la historia. Él, con su
presencia, ilumina la oscuridad e incluso la desesperación del hombre, y da a
quien confía en él la certeza consoladora de su asistencia constante.
En el Evangelio que acabamos de proclamar hemos
escuchado una significativa referencia a la higuera que, con los primeros brotes
de sus ramas, anuncia que la primavera está cerca. Con estas palabras, Jesús
anima a los Apóstoles a no rendirse frente a las dificultades y las
incertidumbres del tiempo presente. Más bien, los exhorta a saber esperar
y a prepararse para acogerlo cuando vuelva. También a vosotros, queridos
hermanos y hermanas, hoy la liturgia os invita a escrutar los "signos de
los tiempos", como decía mi venerado predecesor el Papa Juan XXIII,
recientemente proclamado beato.
Por más complejas y problemáticas que sean las
situaciones, no perdáis la confianza. En el corazón del hombre jamás debe
morir el germen de la esperanza. Más bien, estad siempre atentos a
descubrir y fomentar todo signo positivo de renovación personal y social. Estad
dispuestos a favorecer con todos los medios la valiente construcción de la
justicia y de la paz.
4. La paz es un derecho fundamental de todo
hombre, que es preciso promover continuamente, teniendo en cuenta que
"en la medida en que los hombres son pecadores, les amenaza, y les amenazará
hasta la venida de Cristo, el peligro de la guerra" (Gaudium et spes, 78).
A veces esta tarea, como ha demostrado también la experiencia reciente,
requiere iniciativas concretas para desarmar al agresor. Quiero referirme aquí
a la así llamada "injerencia humanitaria", que, después del fracaso
de los esfuerzos de la política y de los medios de defensa no violentos,
representa el último recurso para detener la mano del agresor injusto.
Queridos hermanos, gracias por vuestra valiente
labor de pacificación en países devastados por guerras absurdas; gracias por
la ayuda que prestáis, sin preocuparos por los riesgos que ello implica, a
poblaciones afectadas por calamidades naturales. ¡Cuán numerosas son las
misiones humanitarias que habéis llevado a cabo durante estos últimos años!
Al cumplir vuestro difícil deber, os exponéis a menudo a peligros y grandes
sacrificios. En todas vuestras intervenciones mostrad siempre vuestra verdadera
vocación de "servidores de la seguridad y de la libertad de los
pueblos", que "contribuyen realmente al establecimiento de la
paz", según la feliz expresión del concilio Vaticano II (Gaudium et
spes, 79).
Sed hombres y mujeres de paz. Y, para poder
serlo plenamente, acoged en vuestro corazón a Cristo, autor y garante de la paz
verdadera. Él os dará la fortaleza evangélica con la que se puede vencer las
atractivas tentaciones de la violencia. Os ayudará a poner la fuerza al
servicio de los grandes valores de la vida, la justicia, el perdón y la
libertad.
5. Quisiera aquí rendir homenaje a tantos
amigos vuestros que han pagado con su vida la fidelidad a su misión. Olvidándose
de sí mismos, desafiando el peligro, han prestado a la comunidad un servicio
inestimable. Y hoy, durante la celebración eucarística, los encomendamos al
Señor con gratitud y admiración.
Pero ¿de dónde han sacado la fuerza necesaria para
cumplir a fondo su misión, sino de su adhesión total a los ideales
profesados? Muchos de ellos creían en Cristo, y su palabra iluminó su
existencia y dio valor ejemplar a su sacrificio. Tomaron el Evangelio como su código
de conducta. Que os aliente el ejemplo de esos compañeros vuestros que,
cumpliendo fielmente su deber, alcanzaron la cumbre del heroísmo y, a veces, de
la santidad.
Como ellos, también vosotros contemplad a Cristo,
que os llama "a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la
caridad". Os llama a ser santos. Y, para realizar vuestra vocación, según
la conocida expresión del apóstol san Pablo, "tomad las armas de Dios.
(...) Estad firmes, abrochaos el cinturón de la verdad, por coraza poneos la
justicia; bien calzados para estar dispuestos a anunciar la noticia de la paz.
(...) Tened embrazado el escudo de la fe. (...) Tomad por casco la salvación y
por espada la del Espíritu, toda palabra de Dios" (Ef 6, 13-17).
Sobre todo, "orad constantemente" (Ef 6, 18).
María, la Virgo Fidelis, os sostenga y ayude
en vuestra ardua actividad. Que vuestro corazón no se turbe jamás; al
contrario, que esté siempre pronto, vigilante y arraigado firmemente en la
promesa de Jesús, que en el evangelio de hoy nos ha asegurado su ayuda
y su protección: "El cielo y la tierra pasarán, pero mis
palabras no pasarán" (Mc 13, 31).
Invocando a Cristo, seguid cumpliendo con generosidad vuestro deber. Innumerables personas os contemplan y confían en vosotros, con la esperanza de poder disfrutar de una vida marcada por la serenidad, el orden y la paz.