Invocad, seguid e imitad a santo Tomás Moro viviendo en la política una moralidad a toda prueba

Homilía del Santo Padre durante la misa en el jubileo de los políticos, domingo 5 de noviembre

1. "Escucha, Israel" (Dt 6, 3. 4).
La palabra de Dios, solemne y al mismo tiempo afectuosa, nos acaba de dirigir la invitación a "escuchar". A escuchar "hoy", "ahora"; y a hacerlo no de forma individual o privada, sino juntos:  "Escucha, Israel".

Esta invitación se dirige particularmente a vosotros, gobernantes, parlamentarios, políticos y administradores, que habéis venido a Roma para celebrar vuestro jubileo. Saludo cordialmente a todos y, en especial, a los jefes de Estado presentes entre nosotros.

En la celebración litúrgica se actualiza, aquí y ahora, el acontecimiento de la alianza con Dios. ¿Qué respuesta espera Dios de nosotros? La indicación que acabamos de recibir en la proclamación del texto bíblico es apremiante:  es preciso ante todo ponerse a la escucha. No una escucha pasiva e irresponsable. Los israelitas comprendieron bien que Dios esperaba de ellos una respuesta activa y responsable. Por eso prometieron a Moisés:  "Nos dirás todo lo que el Señor nuestro Dios te haya dicho y nosotros lo escucharemos y lo pondremos en práctica" (Dt 5, 27).


Al asumir este compromiso, sabían que hacían una alianza con un Dios del cual podían fiarse. Dios amaba a su pueblo y quería su felicidad. Él pedía, en cambio, el amor. En el "Shema Israel", que hemos oído en la primera lectura, junto a la petición de fe en el único Dios, se manifiesta el mandamiento fundamental, el del amor a él:  "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas" (Dt 6, 5).

2. La relación del hombre con Dios no es una relación de temor, de esclavitud o de opresión; al contrario, es una relación de serena confianza, que brota de una libre elección motivada por el amor. El amor que Dios espera de su pueblo es la respuesta a aquel amor fiel y solícito que él le ha manifestado antes a través de las distintas etapas de la historia de la salvación.

Precisamente por esto el pueblo elegido entendió los mandamientos, más que como un código legal y una regulación jurídica, como un acontecimiento de gracia, como signo de su privilegiada pertenencia al Señor. Es significativo que Israel no habla nunca de la ley como una carga, una imposición, sino como un don y un favor:  "Felices nosotros, Israel -exclama el profeta-, porque lo que agrada a Dios nos ha sido revelado" (Ba 4, 4).

El pueblo sabe que el Decálogo es un compromiso obligatorio, pero sabe también que es la condición para la vida:  Mira, dice el Señor, yo pongo ante ti la vida y la muerte, es decir el bien y el mal; te prescribo que cumplas mis mandamientos, para que tengas vida (cf. Dt 30, 15). Con su ley Dios no quiere coartar la voluntad del hombre, sino liberarlo de todo aquello que puede poner en peligro su auténtica dignidad y su plena realización.

3. Ilustres señores y señoras gobernantes, parlamentarios y políticos, he querido reflexionar sobre el sentido y sobre el valor de la ley divina, porque se trata de un tema que os afecta directamente. Vuestra tarea cotidiana consiste en elaborar leyes justas y promover su aprobación y aplicación. Estáis convencidos de que, al hacerlo, prestáis un importante servicio al hombre, a la sociedad y a la libertad misma. Y con razón. En efecto, la ley humana, si es justa, no va nunca contra la libertad, sino que está a su servicio. Esto lo había intuido ya el sabio pagano, cuando sentenciaba:  "Legum servi sumus, ut liberi esse possimus", es decir, "Somos siervos de las leyes, para poder ser libres" (Cicerón, De legibus, II, 13).

Sin embargo, la libertad a la que hace referencia Cicerón se sitúa principalmente al nivel de las relaciones externas entre los ciudadanos. Como tal, esa corre el peligro de reducirse a un equilibrio congruente de los intereses respectivos y, tal vez, de egoísmos contrapuestos. Por el contrario, la libertad a la que alude la palabra de Dios hunde sus raíces en el corazón del hombre, un corazón que Dios puede liberar del egoísmo, haciéndolo capaz de abrirse al amor desinteresado.

No en vano, en la página evangélica que acabamos de escuchar, al escriba que le pregunta cuál es el primero de todos los mandamientos, Jesús le responde citando el "Shema":  "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu mente y con todas tus fuerzas" (Mc 12, 30). El acento está puesto en el "todo":  el amor de Dios no puede por menos de ser "total". Pero sólo Dios puede purificar el corazón humano del egoísmo y "liberarlo" para dotarlo de plena capacidad de amar.

Un hombre con el corazón así "enriquecido" puede abrirse al hermano y hacerse cargo de él con la misma solicitud con la que se preocupa de sí mismo. Por esto Jesús añade:  "El segundo (mandamiento) es este:  Amarás al prójimo como a ti mismo" (Mc 12, 31). Quien ama a Dios con todo su corazón y lo reconoce como "único Dios", y por tanto como Padre de todos, debe ver como hermanos a cuantos se encuentran en su camino.

4. Amar al prójimo como a sí mismo. Estas palabras hallan seguramente eco en vuestras almas, queridos gobernantes, parlamentarios, políticos y administradores. Os plantean hoy a cada uno, con ocasión de vuestro jubileo, una cuestión central:  ¿de qué manera, en vuestro delicado y comprometido servicio al Estado y a los ciudadanos, podéis cumplir este mandamiento? La respuesta es clara:  viviendo el compromiso político como un servicio. ¡Una perspectiva luminosa y exigente! En efecto, no puede reducirse a una reafirmación genérica de principios o a la declaración de buenas intenciones. El servicio político supone un compromiso preciso y diario, que exige una gran competencia al cumplir el propio deber y una moralidad a toda prueba en la gestión desinteresada y transparente del poder.

Por otra parte, la coherencia personal del político ha de expresarse también en una correcta concepción de la vida social y política a la que está llamado a servir. Desde esta perspectiva, un político cristiano no puede dejar de hacer referencia constante a aquellos principios que la doctrina social de la Iglesia ha desarrollado a lo largo de los tiempos. Como es sabido, esos principios no constituyen una "ideología" ni un "programa político", sino que ofrecen las líneas fundamentales para una comprensión del hombre y de la sociedad a la luz de la ley ética universal presente en el corazón de todo hombre e iluminada por la revelación evangélica (cf. Sollicitudo rei socialis, 41). A vosotros, queridos hermanos y hermanas comprometidos en política, os corresponde ser sus intérpretes convencidos y activos.

Ciertamente, en la aplicación de esos principios a la compleja realidad política, a menudo será inevitable encontrarse con ámbitos, problemas y circunstancias que pueden dar legítimamente lugar a diversas valoraciones concretas. Sin embargo, al mismo tiempo, no se puede justificar un pragmatismo que, también con respecto a los valores esenciales y básicos de la vida social, reduzca la política a pura mediación de los intereses o, peor aún, a una cuestión de demagogia o de cálculos electorales. Aunque el derecho no puede y no debe cubrir todo el ámbito de la ley moral, también se debe recordar que no puede ir "contra" la ley moral.

5. Esto adquiere particular relieve en esta fase de intensas transformaciones, en la que surge una nueva dimensión de la política. El declive de las ideologías va acompañado de una crisis de las formaciones partidistas, que impulsa a comprender de modo nuevo la representación política y el papel de las instituciones. Es necesario redescubrir el sentido de la participación, implicando en mayor medida a los ciudadanos en la búsqueda de vías oportunas para avanzar hacia una realización del bien común cada vez más satisfactoria.

En esta tarea el cristiano debe huir de la tentación de la oposición violenta, a menudo fuente de grandes sufrimientos para la comunidad. El diálogo se presenta siempre como instrumento insustituible de toda confrontación constructiva, tanto dentro de los Estados como en las relaciones internacionales. ¿Y quién podrá asumir esta "tarea" de diálogo mejor que el político cristiano, que cada día debe confrontarse con lo que Cristo llamó "el primer" mandamiento, es decir, el mandamiento del amor?

6. Amadísimos hermanos y hermanas, son numerosas y exigentes las tareas que esperan, al comienzo del nuevo siglo y del nuevo milenio, a los responsables de la vida pública. Como sabéis, precisamente pensando en esto, en el contexto del gran jubileo, he querido ofreceros la protección de un patrono especial:  el santo mártir Tomás Moro.

Su figura es verdaderamente ejemplar para quienquiera que esté llamado a servir al hombre y a la sociedad en el ámbito civil y político. Su elocuente testimonio es más actual que nunca en un momento histórico que plantea retos cruciales para la conciencia de quien tiene la responsabilidad directa en la gestión pública. Como estadista, se puso siempre al servicio de la persona, especialmente del débil y del pobre; los honores y las riquezas no hicieron mella en él, pues lo guiaba un notable sentido de la equidad. Sobre todo, no aceptó nunca ir contra su conciencia, llegando hasta el sacrificio supremo con tal de no desoír su voz. Invocadlo, seguidlo e imitadlo. Su intercesión os ayudará a obtener, incluso en las situaciones más arduas, fortaleza, buen humor, paciencia y perseverancia.


Es el deseo que queremos corroborar con la fuerza del sacrificio eucarístico, en el cual una vez más Cristo se hace alimento y orientación para nuestra vida. Que el Señor os conceda ser políticos según su Corazón, imitadores de santo Tomás Moro, testigo valiente de Cristo e integérrimo servidor del Estado.