HOMILÍA Durante la concelebración presidida por el Santo Padre en el estadio Olímpico de Roma, domingo 29 de octubre

 

Jubileo de los deportistas

 

La víspera tuvo lugar, en la sala Pablo VI, un congreso internacional sobre el deporte

 

Deportistas de todo el mundo celebraron su jubileo en Roma los días 28 y 29 de octubre. El sábado se congregaron en la sala Pablo VI, donde tuvo lugar un congreso internacional, cuyo tema fue: "En el tiempo del jubileo, el rostro y el alma del deporte". Actuaron de relatores el profesor Vincenzo Cappelletti, director científico del Instituto de la enciclopedia italiana, y el dr. Cándido Cannavò, director del periódico "La Gazzetta dello Sport". Juan Pablo II bajó a la sala a las once de la mañana, y dirigió a las nueve mil personas presentes el discurso que publicamos en la página 6. Luego continuaron los trabajos con la intervención del dr. Dick Wijle, presidente de la Federación católica internacional de educación física y deportiva.

A las tres de la tarde cruzaron la Puerta santa de la basílica de San Pedro y regresaron de nuevo a la sala Nervi, donde tuvo lugar una manifestación titulada "Deporte en fiesta: campeones en el deporte y en la vida". Participaron cantantes y hubo también testimonios de deportistas de diversas especialidades, procedentes de varias partes del mundo.

El momento culminante del jubileo fue la celebración de la misa, presidida por el Papa, el domingo día 29, en el estadio Olímpico, a la que asistieron más de setenta mil personas, muchas de las cuales se habían preparado al encuentro tomando parte en las numerosas iniciativas promovidas a lo largo de la semana por el Centro deportivo italiano. En el campo de juego, los niños realizaron algunas coreografías simbólicas para reafirmar el valor del deporte como ocasión de crecimiento, de diálogo y de formación humana y espiritual. Seiscientos niños formaron en el césped la figura de la cruz del jubileo, con la hostia en el centro, para significar que Cristo es el centro de todo. Los muchachos soltaron luego cinco palomas, como símbolo de paz para todos los continentes, y otros cinco chicos depositaron flores junto al altar. Cinco jóvenes, con antorchas, encendieron la llama olímpica.

Su Santidad llegó al estadio a las nueve y media, y recorrió la pista de atletismo, saludando a todos los presentes, que lo aclamaban. Entre las numerosas pancartas destacaba una gran tela en la que se hallaba dibujada una enorme camiseta azul con la leyenda:  "Juan Pablo II" y, debajo, el número 22, aludiendo al reciente aniversario del inicio de su pontificado. Había muchos niños, acompañados de sus padres, educadores, voluntarios del Centro deportivo italiano, de los Oratorios salesianos o de otras instituciones católicas, profundamente arraigadas en la vida de la nación, donde se forman talentos deportivos y grandes figuras humanas.

Era la tercera vez que Juan Pablo II iba al estadio Olímpico:  las dos anteriores fueron el 21 de abril de 1984, con ocasión del jubileo de los deportistas del Año santo de la redención, y el 31 de mayo de 1990 en vísperas de los campeonatos mundiales de fútbol, para bendecir las nuevas instalaciones deportivas.

Al comienzo de la celebración, dirigieron unas palabras a Su Santidad el presidente del Comité olímpico internacional, Juan Antonio Samaranch; el presidente del Comité olímpico nacional italiano, Giovanni Petrucci y, en representación de todos los deportistas, Antonio Rossi, que obtuvo medalla de oro en canoa en las olimpiadas de Atlanta y Sydney. El Papa pronunció la homilía que publicamos y concluyó con una oración.

Presentaron las ofrendas nueve niños y jóvenes pertenecientes a diversos organismos deportivos eclesiales. Los cantos corrieron a cargo de los coros "Mater Ecclesiae", "Jacob Arcadelt" y el de la catedral de Sora. Concelebraron con Su Santidad los cardenales Roger Etchegaray, presidente del Comité para el gran jubileo, y Camillo Ruini, vicario del Papa para la diócesis de Roma; los arzobispos Crescenzio Sepe, secretario general del Comité para el gran jubileo, y Francesco Gioia, o.f.m.cap., secretario del Consejo pontificio para los emigrantes e itinerantes; el obispo auxiliar del sector norte para la diócesis de Roma, mons. Enzo Dieci; otros obispos italianos; el director nacional de la Conferencia episcopal italiana para la pastoral del tiempo libre, turismo y deporte, y el del Vicariato de Roma, así como ciento cuarenta sacerdotes que trabajan en la pastoral del deporte:  responsables de oratorios, de asociaciones deportivas nacidas en ámbito eclesial, y párrocos o vicarios parroquiales que han elegido el deporte como instrumento de evangelización. Estaban presentes el cardenal Ersilio Tonini y varios arzobispos y obispos, entre ellos mons. Leonardo Sandri, sustituto de la Secretaría de Estado.

Antes de rezar el Ángelus e impartir la bendición, el Romano Pontífice pronunció la alocución que publicamos en la página 1, y añadió saludos a los deportistas en diferentes lenguas. Al final de la misa el Papa asistió a la presentación del "Manifiesto del deporte" -dos familias le entregaron el texto- y a tres competiciones deportivas:  una carrera ciclista de minusválidos, una carrera de atletismo y un partido de fútbol entre la selección de Italia y una representación de jugadores extranjeros que juegan en equipos italianos. En el descanso entre los dos tiempos (cada uno de 30 minutos), Juan Pablo II saludó a las autoridades civiles y a los dirigentes deportivos presentes, así como a los jugadores que habían intervenido en las competiciones. El partido se concluyó con un 0-0. Al final, saludó a todos los futbolistas, árbitros y técnicos; dio a cada uno una medalla-recuerdo del jubileo, y algunos de ellos a su vez correspondieron regalando al Santo Padre un balón, guantes, una camiseta, etc. Algunos se emocionaron. El seleccionador italiano, Giovanni Trapattoni, afirmó:  "Soy un hombre de deporte, pero ante todo soy católico. Procedo de una familia pobre y numerosa, pero muy religiosa. Tengo una hermana monja. Este día del jubileo es para mí un estímulo a ser mejor no sólo como deportista, sino sobre todo como cristiano. Tengo un carácter animoso y decidido, y me gustaría lograr transmitir a mi Iglesia el mismo impulso que consigo dar a mi equipo".

Juan Pablo II volvió al Vaticano poco antes de las dos de la tarde.


1. "Ya sabéis que en el estadio todos los atletas corren, aunque uno solo se lleva el premio. Corred así:  para ganar" (1 Co 9, 24).


En Corinto, a donde san Pablo había llevado el anuncio del Evangelio, había un estadio muy importante, en el que se disputaban los "juegos ístmicos". Por eso, muy oportunamente el Apóstol, para estimular a los cristianos de aquella ciudad a comprometerse a fondo en la "carrera" de la vida, alude a las competiciones atléticas. En el estadio -dice- todos corren, aunque sólo uno gana:  corred así también vosotros... Mediante la metáfora de una sana competición deportiva, pone de relieve el valor de la vida, comparándola con una carrera hacia una meta no sólo terrena y pasajera, sino también eterna. Una carrera en la que todos, y no sólo uno, pueden ganar.


Escuchamos hoy estas palabras del Apóstol, reunidos en este estadio Olímpico de Roma, que una vez más se transforma en un gran templo al aire libre, como sucedió con ocasión del Jubileo internacional de los deportistas, en 1984, Año santo de la Redención. Entonces, como hoy, es Cristo, único Redentor del hombre, quien nos acoge y con su palabra de salvación ilumina nuestro camino.


A todos vosotros, amadísimos atletas y deportistas de todo el mundo, que celebráis vuestro jubileo, dirijo mi afectuoso saludo. Expreso mi gratitud más cordial a los responsables de los organismos deportivos internacionales e italianos, y a todos los que han colaborado en la organización de esta cita singular con el mundo del deporte y con sus diversas secciones.


Agradezco las palabras que me ha dirigido el presidente del Comité olímpico internacional, señor Juan Antonio Samaranch, y el presidente del Comité olímpico nacional italiano, señor Giovanni Petrucci, así como el señor Antonio Rossi, medalla de oro en Sydney y en Atlanta, que ha interpretado los sentimientos de todos vosotros, amadísimos atletas. Al veros reunidos con gran orden en este estadio, me vienen a la memoria muchos recuerdos de mi vida relacionados con experiencias deportivas. Queridos amigos, gracias por vuestra presencia y, sobre todo, gracias por el entusiasmo con que estáis viviendo esta cita jubilar.


2. Con esta celebración el mundo del deporte se une, como un grandioso coro, para expresar con la oración, el canto, el juego y el movimiento un himno de alabanza y acción de gracias al Señor. Es la ocasión propicia para dar gracias a Dios por el don del deporte, con el que el hombre ejercita su cuerpo, su inteligencia y su voluntad, reconociendo que estas capacidades son dones de su Creador.


Gran importancia cobra hoy la práctica del deporte, porque puede favorecer en los jóvenes la afirmación de valores importantes como la lealtad, la perseverancia, la amistad, la comunión y la solidaridad. Precisamente por eso, durante estos últimos años ha ido desarrollándose cada vez más como uno de los fenómenos típicos de la modernidad, casi como un "signo de los tiempos" capaz de interpretar nuevas exigencias y nuevas expectativas de la humanidad. El deporte se ha difundido en todos los rincones del mundo, superando la diversidad de culturas y naciones.


A causa de la dimensión planetaria que ha adquirido esta actividad, es grande la responsabilidad de los deportistas en el mundo. Están llamados a convertir el deporte en ocasión de encuentro y de diálogo, superando cualquier barrera de lengua, raza y cultura. En efecto, el deporte puede dar una valiosa aportación al entendimiento pacífico entre los pueblos y contribuir a que se consolide en el mundo la nueva civilización del amor.


3. El gran jubileo del año 2000 invita a todos y a cada uno a emprender un serio camino de reflexión y conversión. ¿Puede el mundo del deporte eximirse de este providencial dinamismo espiritual? No. Al contrario, precisamente la importancia que el deporte tiene hoy invita a cuantos participan en él a aprovechar esta oportunidad para hacer un examen de conciencia. Es importante constatar y promover los numerosos aspectos positivos del deporte, pero también es necesario captar las diferentes situaciones negativas en las que puede caer.


Las potencialidades educativas y espirituales del deporte deben llevar a que los creyentes y los hombres de buena voluntad se unan y contribuyan a superar cualquier desviación que pudiera producirse en él, considerándola un fenómeno contrario al desarrollo pleno de la persona y a su alegría de vivir. Hay que proteger con esmero el cuerpo humano de cualquier atentado contra su integridad y de toda forma de explotación e idolatría.


Es preciso estar dispuestos a pedir perdón por lo que en el mundo del deporte se ha hecho o se ha omitido, en contraste con los grandes compromisos asumidos en el jubileo anterior. Estos compromisos serán reafirmados en el "Manifiesto del deporte", que se presentará dentro de poco. Quiera Dios que esta verificación ofrezca a todos -directivos, técnicos y atletas- la ocasión de encontrar un nuevo impulso creativo y estimulante, para que el deporte responda, sin desnaturalizarse, a las exigencias de nuestro tiempo:  un deporte que tutele a los débiles y no excluya a nadie, libere a los jóvenes del riesgo de la apatía y de la indiferencia, y suscite en ellos un sano espíritu de competición; un deporte que sea factor de emancipación de los países más pobres y ayude a eliminar la intolerancia y a construir un mundo más fraterno y solidario; un deporte que contribuya a hacer que se ame la vida y que eduque para el sacrificio, el respeto y la responsabilidad, llevando a una plena valorización de toda persona humana.


4. "Los que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares" (Sal 125, 5). El Salmo responsorial nos ha recordado que para tener éxito en la vida es preciso perseverar en el esfuerzo. Quien practica el deporte lo sabe muy bien:  sólo a costa de duros entrenamientos se obtienen resultados significativos. Por eso el deportista está de acuerdo con el salmista cuando afirma que el esfuerzo realizado en la siembra halla su recompensa en la alegría de la cosecha:  "Al ir, iban llorando, llevando la semilla; al volver, vuelven cantando, trayendo sus gavillas" (Sal 125, 6).


En las recientes Olimpíadas de Sydney hemos admirado las hazañas de grandes atletas, que, para alcanzar esos resultados, se sacrificaron durante años, día a día. Esta es la lógica del deporte, especialmente del deporte olímpico; y es también la lógica de la vida:  sin sacrificio no se obtienen resultados importantes, y tampoco auténticas satisfacciones.


Nos lo ha recordado una vez más el apóstol san Pablo:  "Los atletas se privan de todo; ellos para ganar una corona que se marchita; nosotros, en cambio, una que no se marchita" (1 Co 9, 25). Todo cristiano está llamado a convertirse en un buen atleta de Cristo, es decir, en un testigo fiel y valiente de su Evangelio. Pero para lograrlo, es necesario que persevere en la oración, se entrene en la virtud y siga en todo al divino Maestro.


En efecto, él es el verdadero atleta de Dios; Cristo es el hombre "más fuerte" (cf. Mc 1, 7), que por nosotros afrontó y venció al "adversario", Satanás, con la fuerza del Espíritu Santo, inaugurando el reino de Dios. Él nos enseña que para entrar en la gloria es necesario pasar a través de la pasión (cf. Lc 24, 26 y 46), y nos precedió por este camino, para que sigamos sus pasos.


Que el gran jubileo nos ayude a afianzarnos y fortalecernos para afrontar los desafíos que nos esperan en esta alba del tercer milenio.


5. "¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!" (Mc 10, 47).


Estas son las palabras del ciego de Jericó en el episodio narrado en la página evangélica que acabamos de proclamar. Ojalá que las hagamos nuestras:  "¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!".


Fijamos, oh Cristo, nuestra mirada en ti, que ofreces a todo hombre la plenitud de la vida. Señor, tú curas y fortaleces a quien, confiando en ti, cumple tu voluntad.


Hoy, en el ámbito del gran jubileo del año 2000, están reunidos aquí espiritualmente los deportistas de todo el mundo, ante todo para renovar su fe en ti, único Salvador del hombre.


También los que, como los atletas, están en la plenitud de sus fuerzas, reconocen que sin ti, oh Cristo, son interiormente como ciegos, o sea, incapaces de conocer la verdad plena y de comprender el sentido profundo de la vida, especialmente frente a las tinieblas del mal y de la muerte. Incluso el campeón más grande, ante los interrogantes fundamentales de la existencia, se siente indefenso y necesitado de tu luz para vencer los arduos desafíos que un ser humano está llamado a afrontar.


Señor Jesucristo, ayuda a estos atletas a ser tus amigos y testigos de tu amor. Ayúdales a poner en la ascesis personal el mismo  empeño  que  ponen  en  el deporte; ayúdales a realizar una armoniosa y coherente unidad de cuerpo y alma.


Que sean, para cuantos los admiran, modelos a los que puedan imitar. Ayúdales a ser siempre atletas del espíritu, para alcanzar tu inestimable premio:  una corona que no se marchita y que dura para siempre. Amén.