ÁNGELUS
Al final de la celebración eucarística
en la solemnidad de Todos los Santos
El miércoles 1 de noviembre, solemnidad de Todos los Santos, el Santo Padre presidió una misa en la plaza de San Pedro, en la que conmemoró también el 50° aniversario de la definición dogmática de la Asunción de la santísima Virgen María. En la página 12 ofrecemos la homilía de Su Santidad. A continuación, las palabras de la meditación mariana a la hora del Ángelus:
1. Al final de esta solemne concelebración en honor de Todos los Santos,
nuestra mirada se dirige hacia lo alto. Esta fiesta nos recuerda que hemos sido
creados para el cielo, adonde la Virgen ya ha llegado y nos espera.
La vida cristiana consiste en caminar en la tierra con el corazón dirigido
hacia lo alto, hacia la casa del Padre celestial. Así caminaron los santos y,
en primer lugar, así lo hizo la Virgen, Madre del Señor. El jubileo nos
recuerda esta dimensión esencial de la santidad: la condición de
peregrinos, que buscan diariamente el reino de Dios confiando en la divina
Providencia. Esta es la auténtica esperanza cristiana, que nada tiene
que ver con el fatalismo ni con la fuga de la historia. Al contrario, es estímulo
al compromiso concreto, contemplando a Cristo, Dios hecho hombre, que nos abre
el camino hacia el cielo.
2. Desde esta perspectiva, nos disponemos a celebrar mañana la Conmemoración
de todos los fieles difuntos. Vamos espiritualmente a visitar las tumbas de
nuestros seres queridos, que nos precedieron bajo el signo de la fe y esperan el
apoyo de nuestra oración. Aseguro un recuerdo por cuantos, durante este año,
han perdido la vida; pienso especialmente en las víctimas de la violencia
humana: que cada uno encuentre en el seno de Dios la paz anhelada.
3. A esta luz, María se nos manifiesta aún más como Reina de los santos
y Madre de nuestra esperanza. A ella nos dirigimos para que nos guíe por el
camino de la santidad y nos asista en cada momento de la vida, ahora y en la
hora de nuestra muerte.