HOMILÍA
Durante la misa de inauguración
del curso en las universidades eclesiásticas romanas, viernes 20 de octubre
El Papa asistió a la concelebración, que fue presidida por mons. Zenon Grocholewski
La tarde del viernes 20 de octubre, las universidades eclesiásticas romanas inauguraron oficialmente el curso académico con una misa en la basílica de San Pedro, a la que asistió el Papa Juan Pablo II. Al comienzo de la eucaristía, mons. Zenon Grocholewski, prefecto de la Congregación para la educación católica, que presidió la celebración, dirigió al Santo Padre unas palabras en nombre de todos los presentes. Concelebraron con él, entre otros, los arzobispos mons. Justo Mullor García, presidente de la Academia eclesiástica pontificia; mons. Marcello Zago, o.m.i., secretario de la Congregación para la evangelización de los pueblos; y mons. Giuseppe Pittau, s.j., secretario de la Congregación para la educación católica; los obispos Angelo Scola, rector magnífico de la Pontificia Universidad Lateranense, y Rino Fisichella, auxiliar de Roma; mons. Giuseppe Baldanza, subsecretario de la Congregación para la educación católica; y más de ochocientos sacerdotes, entre los que se hallaban los rectores, decanos, profesores y estudiantes de las universidades eclesiásticas pontificias de Roma: Gregoriana, Lateranense, Salesiana, Santa Cruz, Santo Tomás de Aquino y Urbaniana, y de los ateneos pontificios San Anselmo, "Antonianum" y "Regina Apostolorum", y rectores de los colegios pontificios. La plegaria de los fieles se hizo en español, portugués, alemán, inglés, polaco y francés. Juan Pablo II pronunció la homilía que ofrecemos traducida del italiano. Al final se cantó el "Oremus pro Pontifice".
1. "Para alabanza de su gloria" (Ef 1, 11. 14).
Esta expresión de san Pablo, que acaba de resonar, nos brinda la perspectiva y
el sentido de esta celebración, con la que inauguramos el año académico de
las universidades eclesiásticas romanas. Desde el comienzo, queremos ofrecer
todo a Dios y orientarlo para su gloria: la enseñanza, el estudio, la
vida colegial, el tiempo de trabajo y de distracción, y, principalmente, la
vida personal, la oración, la ascesis y la amistad. Esta tarde queremos poner
todo nuestro ser y nuestra actividad en el altar del Señor, a fin de ofrecerlo
como sacrificio espiritual "para alabanza de su gloria".
Amadísimos hermanos y hermanas, a todos
vosotros que os habéis reunido para esta tradicional cita, os dirijo mi cordial
saludo, comenzando por monseñor Zenon Grocholewski, prefecto de la Congregación
para la educación católica, que preside esta eucaristía. Saludo, asimismo, a
los rectores de las universidades, a los miembros del claustro de profesores y a
los responsables de los seminarios y de los colegios, en los que vosotros,
estudiantes, encontráis hospitalidad y ayuda en vuestro itinerario de formación.
Doy una bienvenida especial a los alumnos
que inician este año sus estudios en las universidades y en los institutos
pontificios de Roma. Quisiera que cada uno de vosotros tomara conciencia del don
que representa la posibilidad de perfeccionar los estudios en Roma y, al mismo
tiempo, se diera cuenta de la responsabilidad que implica este privilegio. En
efecto, estáis llamados a profundizar la formación con vistas a un servicio eclesial
cualificado. Por esta razón, la Roma cristiana os acoge con
sus instituciones culturales, muy consciente de su vocación universal fundada
en el testimonio de los Apóstoles y los mártires.
2. "Dichosa la nación cuyo Dios
es el Señor, el pueblo que él se escogió como heredad" (Sal 32,
12). ¡Cómo no ver a la Iglesia en esta "nación" singular,
cuyo Dios es el Señor! Ella es el pueblo "congregado por la unidad del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo", según la célebre expresión de
san Cipriano (cf. De Orat. Dom. 23: PL 4, 553).
Vosotros, queridos hermanos, procedéis de
diversas naciones de la tierra. Vuestros rostros forman en esta basílica un
"mosaico" estupendo, en el que las diferencias están llamadas a
armonizarse para delinear una comunidad, que recibe su forma del único Espíritu
de Cristo. "En él también vosotros -nos ha dicho san Pablo-, que habéis
escuchado la verdad, la extraordinaria noticia de que habéis sido salvados y
habéis creído, habéis sido marcados con el Espíritu Santo" (Ef
1, 13).
Al comienzo de un nuevo año de estudios,
es importante que cada uno de vosotros vuelva a sus raíces y, a través de
ellas, se remonte a Cristo, en quien estas diferencias se funden para que
lleguemos a formar una sola comunidad. Es hermoso reconocer y profesar que
somos Iglesia, "nación cuyo Dios es el Señor", pueblo que él se
escogió de entre todas las naciones, para que sea en el mundo como un
"sacramento" de la unidad del género humano. No perdáis jamás
este profundo sentido del misterio de la Iglesia a la que pertenecéis. En
efecto, ella constituye el ambiente vital de la auténtica formación cristiana;
en comunión con ella queréis cumplir vuestro compromiso de estudio.
3. "¡Cuidado con la levadura de
los fariseos!" (Lc 12, 1). En la página del evangelio que acabamos
de proclamar Jesús alerta a sus discípulos contra la actitud hipócrita de
quien se engaña creyendo que puede presentar cosas malas con una apariencia
honrada. El Señor nos recuerda que todo está destinado a salir a la luz,
incluso las cosas escondidas y secretas. Además, exhorta a los suyos, a quienes
llama "amigos", a no temer nada ni a nadie, sino sólo a Dios, en
cuyas manos está nuestra vida. Aunque la invitación a temer "al que tiene
poder para matar y después echar en el fuego" (Lc 12, 4) infunde un
saludable temor, inmediatamente después conforta la descripción de Dios que
cuida de todas las criaturas y, con mayor razón, de los hombres, que son valiosísimos
a sus ojos.
El tema de la absoluta transparencia de
todo y de todos en presencia de Dios unifica las dos partes de la perícopa
evangélica de hoy. Se trata de un elemento esencial de la relación filial
con Dios que predicó Cristo, perfeccionando la revelación de la antigua
Alianza.
Queridos profesores y estudiantes de las
universidades eclesiásticas, si se considera atentamente, vuestra tarea
prioritaria es la misma que la de Jesús: conocer y dar a conocer la
auténtica imagen de Dios. "Que te conozcan a ti, único Dios
verdadero, y a tu enviado, Jesucristo" (Jn 17, 3): en esto
consiste para los hombres la vida eterna, y por esto el Hijo de Dios vino
al mundo, para que "tengan vida y la tengan en
abundancia" (Jn 10, 10).
Al comienzo de un nuevo año de estudios
teológicos o, en cualquier caso, eclesiásticos, esta página del evangelio de
san Lucas nos ayuda a explicitar la referencia fundamental a la misión de
Cristo y al sentido de su encarnación: de ella recibe luz y fuerza también
la misión de cada uno de vosotros, en la diversidad de los carismas y de los
ministerios.
4. Amadísimos hermanos y hermanas,
hoy quisiera repetir las palabras del concilio ecuménico Vaticano II en la
declaración Gravissimum educationis: "La Iglesia espera mucho
del trabajo intenso de las facultades de ciencias sagradas" (n. 11). En
verdad, cuenta mucho con la obra que se realiza diariamente en cada una de las
universidades pontificias. En particular, como Obispo de Roma, deseo expresar mi
aprecio y mi gratitud por el trabajo de los superiores, de los profesores
y de los responsables de las instituciones eclesiásticas de Roma. Vuestra
iniciativa, queridos hermanos, unida al elevado nivel científico y a la segura
fidelidad al Magisterio, manifiesta vuestro amor a Cristo y a la Iglesia y, diría,
el auténtico espíritu misionero con el que servís a la verdad.
En vísperas de la Jornada mundial de las misiones, me complace subrayar que el
trabajo de cuantos enseñan y estudian en las facultades eclesiásticas no está
separado ni mucho menos en contraste con el de quien trabaja, por decirlo así,
"en la vanguardia". Todos estamos al servicio de la verdad, que es el
Evangelio de Cristo Señor. El Evangelio, por su misma naturaleza, exige ser
anunciado, pero el anuncio supone un sólido y profundo conocimiento del
mensaje, para que la evangelización sea servicio eficaz a Dios, a la verdad
y al hombre.
Queridos hermanos, que la Madre del Redentor, Sede de la sabiduría, vele por vosotros y por los compromisos de este año académico que comienza. María es imagen y modelo de la Iglesia que acoge la Palabra divina, la custodia con amor, la pone en práctica y la lleva al mundo. Que su asistencia materna sea para cada uno de vosotros fuente de renovada motivación y de continuo apoyo en el empeño, para que todas vuestras actividades tengan siempre en Dios su origen y su coronación, "para alabanza de su gloria". Amén.