1. "Por Cristo, con él y en él, a ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria". Con esta proclamación de alabanza a la Trinidad se concluye en toda celebración eucarística la plegaria del Canon. En efecto, la Eucaristía es el perfecto "sacrificio de alabanza", la glorificación más elevada que sube de la tierra al cielo, "la fuente y cima de toda la vida cristiana, en la que los hijos de Dios ofrecen al Padre la víctima divina y a sí mismos con ella" (cf. Lumen gentium, 11). En el Nuevo Testamento la carta a los Hebreos nos enseña que la liturgia cristiana es ofrecida por un "sumo sacerdote santo, inocente, incontaminado, apartado de los pecadores y encumbrado por encima de los cielos", que ha realizado de una vez para siempre un único sacrificio "ofreciéndose a sí mismo" (cf. Hb 7, 26-27). "Por medio de él -dice la carta-, ofrecemos a Dios sin cesar un sacrificio de alabanza" (Hb 13, 15). Así queremos evocar brevemente los temas del sacrificio y de la alabanza, que confluyen en la Eucaristía, sacrificium laudis.
2. En la Eucaristía se actualiza, ante todo, el sacrificio de
Cristo. Jesús está realmente presente bajo las especies del pan y del vino,
como él mismo nos asegura: "Esto es mi cuerpo... Esta es mi
sangre" (Mt 26, 26. 28). Pero el Cristo presente en la Eucaristía
es el Cristo ya glorificado, que en el Viernes santo se ofreció a sí mismo en
la cruz. Es lo que subrayan las palabras que pronunció sobre el cáliz del
vino: "Esta es mi sangre de la Alianza, derramada por muchos" (Mt
26, 28; cf. Mc 14, 24; Lc 22, 20). Si se analizan estas palabras a
la luz de su filigrana bíblica, afloran dos referencias significativas. La
primera es la expresión "sangre derramada", que, como atestigua el
lenguaje bíblico (cf. Gn 9, 6), es sinónimo de muerte violenta. La
segunda consiste en la precisión "por muchos", que alude a los
destinatarios de esa sangre derramada. Esta alusión nos remite a un texto
fundamental para la relectura cristiana de las Escrituras, el cuarto canto de
Isaías: con su sacrificio, "entregándose a la muerte", el
Siervo del Señor "llevó el pecado de muchos" (Is 53, 12; cf. Hb
9, 28; 1 P 2, 24).
3. Esa misma dimensión sacrificial y redentora de la Eucaristía se halla
expresada en las palabras de Jesús sobre el pan en la última Cena, tal como
las refiere la tradición de san Lucas y san Pablo: "Esto es mi
cuerpo, entregado por vosotros" (Lc 22, 19; cf. 1 Co
11, 24). También en este caso se hace una referencia a la entrega
sacrificial del Siervo del Señor según el pasaje ya evocado de Isaías:
"Se entregó a la muerte (...), llevó el pecado de muchos e intercedió
por los pecadores" (Is 53, 12). "La Eucaristía es, por encima
de todo, un sacrificio: sacrificio de la Redención y al mismo tiempo
sacrificio de la nueva alianza, como creemos y como claramente profesan también
las Iglesias orientales: "El sacrificio actual -afirmó hace siglos
la Iglesia griega (en el Sínodo Constantinopolitano contra Soterico, celebrado
en los años 1156-1157)- es como aquel que un día ofreció el unigénito Verbo
de Dios encarnado, es ofrecido, hoy como entonces, por él, siendo el mismo y único
sacrificio"" (carta apostólica Dominicae Coenae, 9).
4. La Eucaristía, sacrificio de la nueva alianza, se presenta como
desarrollo y cumplimiento de la alianza celebrada en el Sinaí cuando Moisés
derramó la mitad de la sangre de las víctimas sacrificiales sobre el altar, símbolo
de Dios, y la otra mitad sobre la asamblea de los hijos de Israel (cf. Ex
24, 5-8). Esta "sangre de la alianza" unía íntimamente a Dios y al
hombre con un vínculo de solidaridad. Con la Eucaristía la intimidad se hace
total, el abrazo entre Dios y el hombre alcanza su cima. Es la realización de
la "nueva alianza" que había predicho Jeremías (cf. Jr 31,
31-34): un pacto en el espíritu y en el corazón, que la carta a los
Hebreos exalta precisamente partiendo del oráculo del profeta, refiriéndolo al
sacrificio único y definitivo de Cristo (cf. Hb 10, 14-17).
5. Al llegar a este punto, podemos ilustrar otra afirmación: la
Eucaristía es un sacrificio de alabanza. Esencialmente orientado a la
comunión plena entre Dios y el hombre, "el sacrificio eucarístico es la
fuente y la cima de todo el culto de la Iglesia y de toda la vida cristiana. En
este sacrificio de acción de gracias, de propiciación, de impetración y de
alabanza los fieles participan con mayor plenitud cuando no sólo ofrecen al
Padre con todo su corazón, en unión con el sacerdote, la sagrada víctima y,
en ella, se ofrecen a sí mismos, sino que también reciben la misma víctima en
el sacramento" (Sagrada Congregación de Ritos, Eucharisticum Mysterium,
3).
Como dice el término mismo en su etimología griega, la Eucaristía es "acción de gracias"; en ella el Hijo de Dios une a sí mismo a la humanidad redimida en un cántico de acción de gracias y de alabanza. Recordemos que la palabra hebrea todah, traducida por "alabanza", significa también "acción de gracias". El sacrificio de alabanza era un sacrificio de acción de gracias (cf. Sal 50, 14. 23). En la última Cena, para instituir la Eucaristía, Jesús dio gracias a su Padre (cf. Mt 26, 26-27 y paralelos); este es el origen del nombre de ese sacramento.
6. "En el sacrificio eucarístico, toda la creación amada por Dios es
presentada al Padre a través de la muerte y resurrección de Cristo" (Catecismo
de la Iglesia católica, n. 1359). Uniéndose al sacrificio de Cristo, la
Iglesia en la Eucaristía da voz a la alabanza de la creación entera. A eso
debe corresponder el compromiso de cada fiel de ofrecer su existencia, su
"cuerpo" -como dice san Pablo- "como una víctima viva, santa,
agradable a Dios" (Rm 12, 1), en una comunión plena con Cristo. De
este modo una sola vida une a Dios y al hombre, a Cristo crucificado y
resucitado por todos y al discípulo llamado a entregarse totalmente a él.
Esta íntima comunión de amor es lo que canta el poeta francés Paul Claudel,
el cual pone en labios de Cristo estas palabras: "Ven conmigo, a
donde yo estoy, en ti mismo, y te daré la clave de la existencia. Donde yo
estoy, está eternamente el secreto de tu origen (...). ¿Dónde están tus
manos, que no estén las mías? ¿Y tus pies, que no estén clavados en la misma
cruz? ¡Yo he muerto y he resucitado una vez para siempre! Estamos muy cerca el
uno del otro (...). ¿Cómo puedes separarte de mí sin arrancarme
el corazón?" (La Messe là-bas).