I

CANONIZACIÓN DE CIENTO VEINTE MÁRTIRES, DOS FUNDADORAS Y UNA RELIGIOSA

María Josefa del Corazón de Jesús Sancho de Guerra, virgen

Fundadora del instituto religioso de Siervas de Jesús de la Caridad

María Josefa Sancho de Guerra nació en Vitoria (España) el 7 de septiembre de 1842, en un hogar profundamente cristiano. Fue bautizada al día siguiente en la parroquia de San Pedro, de dicha ciudad. Recibió el sacramento de la confirmación el 10 de agosto de 1844. A los dos años, se cayó de un banco y quedó paralítica de ambas piernas. Sus padres, Bernabé (sillero) y Petra (ama de casa), viendo que no se recuperaba, decidieron implorar el auxilio del Padre celestial, por intercesión del arcángel san Miguel, venerado en el santuario del monte Aralar (Navarra), al que acudieron implorando la curación de la niña. María Josefa recordó toda su vida este señalado favor del cielo y lo demostró profesando una ardiente devoción a san Miguel.

Hizo los primeros estudios en la escuela pública. Llamaba la atención su gran devoción a la Eucaristía y a la Virgen, así como su inclinación y sensibilidad hacia los pobres y los enfermos, y su tendencia a la soledad y al apartamiento del mundo. Cuando tenía siete años murió su padre, y la familia quedó en gran necesidad y desolación. Su madre afrontó la situación con esperanza cristiana. María Josefa se acercó por primera vez a la sagrada comunión el 2 de febrero de 1852. Dos o tres años después, Petra de Guerra envió a su hija a Madrid, a casa de unos parientes, a fin de que adquiriera una educación más completa. Mientras vivió con sus tíos se iba afianzando en ella el deseo de consagrarse al Señor. En 1860 estuvo a punto de entrar en las Concepcionistas contemplativas de Aranjuez, pero una grave enfermedad de tifus se lo impidió. A los 18 años regresó a Vitoria para servir de alivio a su madre y ayudarle en el sostenimiento de la familia.

Sintiendo muy fuerte la llamada a la vida religiosa, reveló a su madre con sencillez y confianza las aspiraciones de su corazón. La madre puso el asunto en manos de Dios.

Cuando tenía 22 años, abandonó el mundo e ingresó en el instituto de las Siervas de María, donde creyó encontrar la voluntad de Dios y la realización de los deseos e impulsos de su espíritu. Fue recibida en la casa madre, en Madrid, el día 3 de diciembre de 1865, por la superiora, santa Soledad Torres Acosta. El Señor quiso llevar por otros caminos a María Josefa, que estaba destinada a fundar en la Iglesia un nuevo instituto, dedicado enteramente al servicio de los enfermos y necesitados.

Después de seis años de experiencia entre las Siervas de María, asaltada por dudas y zozobras, confió su alma a distintos confesores, quienes le dijeron que se había equivocado de vocación. Los contactos con el santo arzobispo Antonio María Claret y los coloquios serenos con santa Soledad Torres Acosta, fueron madurando paulatinamente en ella la decisión de salir del instituto de las Siervas de María para dar vida a una nueva familia religiosa, que tuviera por finalidad exclusiva la asistencia a los enfermos en los hospitales y en sus domicilios. Compartían este mismo ideal otras tres Siervas de María, que, con el permiso del cardenal arzobispo de Toledo, salieron junto con ella por el mismo motivo. Tras pasar unos días en casa de unos parientes, María Josefa se dirigió con sus compañeras a Bilbao, donde sabía que se estaban haciendo gestiones para establecer en la ciudad un instituto religioso de caridad. Así comenzó la fundación de la nueva congregación, que se llamaría Siervas de Jesús de la Caridad.

En Madrid le habían dado cartas de recomendación para el señor Vicente Martínez y para el párroco de San Antón, el piadoso sacerdote don Mariano J. de Ibargüengoitia. Este celoso sacerdote las recibió y las escuchó largamente, tanto en el sacramento de la confesión como fuera de él. Ellas le expusieron los propósitos que las llevaban a Bilbao y que esperaban realizar, contando con su apoyo y protección. El párroco, después de darles sabios consejos, les prescribió que tuvieran un retiro de diez días, durante el cual él mismo les dio los ejercicios espirituales, viendo claramente en el curso de los mismos cuáles eran los designios de Dios y les dijo: «Se ve claramente la mano de Dios; pongamos las nuestras a la obra».

Se establecieron en un piso de la calle de la Esperanza y cambiaron sus nombres; María Josefa Sancho de Guerra se llamaría en adelante María Josefa del Corazón de Jesús.

El 18 de agosto de 1871 se presentó al obispo de Vitoria, diócesis recién fundada, a la que pertenecía Bilbao, con el fin de obtener la aprobación diocesana del instituto. Al mismo tiempo presentó al prelado las primeras constituciones. El señor obispo las aprobó y exhortó a que observaran las reglas bajo la dirección del párroco de San Antón. Las primeras religiosas se entregaron con entusiasmo, fervor y generosidad sin límites a los fines del instituto: su propia santificación y el ejercicio de la caridad con los enfermos. Muy pronto fueron llamadas por los bilbaínos a prestar sus servicios.

El 9 de junio de 1874 el obispo de Vitoria firmó el decreto de erección definitiva diocesana del nuevo instituto. María Josefa y sus compañeras profesaron el 21 de junio de 1875 y en esa misma fecha fue nombrada superiora de la primera casa erigida en Bilbao, y al mismo tiempo superiora general de la nueva congregación de las Siervas de Jesús, cargo que ostentaría hasta su muerte, por concesión de la Sagrada Congregación de Religiosos.

El 31 de agosto de 1880 la Santa Sede concedió al nuevo instituto el «decretum laudis» y el 8 de enero de 1886 la aprobación definitiva.

María Josefa pasó toda su vida en la casa-madre del instituto como superiora general y durante treinta años como maestra de novicias y animadora de la nueva congregación.

En los últimos años de su existencia el Señor la probó con una grave enfermedad, que la dejó casi paralítica, pero con una gran lucidez mental. Murió en Bilbao el 20 de marzo de 1912. En el momento de su muerte el instituto por ella fundado contaba con 42 casas esparcidas por España y América del Sur y cerca de mil religiosas. Su muerte causó una profunda emoción en Bilbao, y su funeral y entierro tuvieron una extraordinaria resonancia en la ciudad y en las poblaciones donde tenían casas las Siervas de Jesús de la Caridad.

Fue beatificada por el Papa Juan Pablo II el 27 de septiembre de 1992.